No puedo ocultar mi alegría ante el mensaje esperanzador que nos anuncia una nueva era de relaciones entre Cuba y Estados Unidos. En mis 40 años de relación directa con las iglesias cubanas y sus organizaciones ecuménicas he participado de innumerables reuniones y coloquios en que nos planteamos la importancia de lograr que el bloqueo terminara. Cada año en mis visitas a Cuba volvíamos a conversar sobre ese tema. Y hoy el sueño nos está acercando un nuevo momento.
Por mi parte quiero destacar que las iglesias norteamericanas, mayoritariamente las así llamadas “iglesias históricas” han contribuido enormemente a que nunca se cerrara la comunicación entre ambos pueblos. Nuestra insistencia siempre ha sido, como nos enseñara siempre nuestro hermano del alma, Raúl Suárez, que “es bueno que se sepa que las iglesias cubanas vivimos en Cuba, no sobrevivimos aquí”. Yo mismo he dirigido muchas delegaciones de estudiantes seminaristas, profesores, líderes eclesiásticos y laicos que deseaban saber directamente sobre la vida de las iglesias y la realidad cubana. Tengo vivo en el recuerdo ese momento de reconciliación que siempre propiciamos en nuestros viajes para en cadena de amistad orar por los dos pueblos y las iglesias en ellos.
Quisiera relatar aquí una de esas experiencias de comunión, reconciliación y afirmación de la esperanza que hemos compartido en Cuba. Estuve por allí con una delegación de líderes de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo y la Iglesia Unida de Cristo del sur de California. Eso fue en enero de 2011. La jornada de 10 días fue intensa y siempre retadora. Es lo que he descubierto cada vez que acompaño una delegación a Cuba. Cuando regreso a una casa de huéspedes de las iglesias después de una experiencia intensa, siempre reflexiono sobre lo vivido e intento ayudar a los grupos en su propio proceso de reflexión. Siempre me sorprende algo nuevo y distinto. Siempre encuentro una doble dimensión de asombro y perplejidad que me sobrecoge.
Esta delegación había venido a explorar posibles relaciones de compañerismo entre las iglesias del sur de California y Cuba. Los miembros de la delegación quedaron cautivados por la hospitalidad y el cariño de las iglesias cubanas. En medio de una sociedad tan distinta a la norteamericana, donde hay tanto despilfarro y pareciera que todo sobra, el pueblo cubano afronta con su sonrisa y ritmo los avatares de intentar distribuir todo equitativamente y con recursos limitados. Como me comentaba una de las personas de aquella delegación: “Que gente más emprendedora y creadora”. Y es que en Cuba no hay límites para la imaginación y la creatividad.
El proceso de aquellos 10 días nos llevó a la culminación del viaje. Lo hicimos en un culto final. El domingo 9 de enero por la noche tuvimos la oportunidad de compartir el culto con la Iglesia Evangélica Libre de Marianao, La Habana. Fue una bella experiencia para agradecer la hospitalidad de aquellos días.
El culto estuvo lleno de alegría, verdadero regocijo y auténtico recogimiento espiritual. En el momento de la predicación el pastor me cedió el púlpito para que hiciéramos en libertad lo que quisiéramos Yo escogí el capítulo 3 del profeta Habacuc para mi reflexión, intentando resaltar que aunque los tiempos eran difíciles Dios manifestaría su justicia para ellos y ellas:
“Frente al pesimismo se alza el clamor en oración y confesión, con una fibra poética Habacuc exclama”:
Aunque la higuera no florezca,
Ni en las vides haya fruto,
Aunque falte el producto del olivo,
Y los labrados no den mantenimiento,
Y las ovejas sean quitadas de la majada,
Y no haya vacas en los corrales:
Con todo, yo me alegraré en Jehová,
Y me gozaré en el Dios de mi salvación.
“Esa convicción les ha de sostener también a ustedes mis hermanos y hermanas cubanos”, fue mi énfasis. “Hay que seguir creyendo, afirmando, construyendo y soñando”, fue parte de la exhortación. “A pesar de todo y en medio de todo aquí hay una iglesia creyente y testificante que vive en un pueblo que lucha cotidianamente por ser. Hemos venido en esta delegación en espíritu solidario y nos vamos llenos de esperanza”, añadí yo.
“Habacuc nos invita a clamar y esperar. Yo les exhorto a no desmayar. Dios tiene un desvelo y un sueño por Cuba, porque es su pueblo. Y como un gesto de reconciliación vamos a unirnos cubanos y norteamericanos en una gran cadena de amistad”, fue mi invitación al final de la predicación.
Toda aquella congregación en pie, unida en oración, abrazos, lágrimas y expresiones de amor, testificó que por la fuerza del Espíritu podemos vencer las fuerzas contrarias que impiden la verdadera paz. Cantamos y cantamos por un buen tiempo. Dios nos había sonreído y estábamos alegres.
A través del Centro Ecuménico Martin Luther King Jr., el Consejo de Iglesias de Cuba, el Seminario Evangélico de Teología en Matanzas y el Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo-Cuba, se promovieron encuentros, talleres y visitas que fueron creando un clima de mayor acercamiento y entendimiento entre ambos pueblos. Estos organismos ecuménicos nos ayudaron a romper el cerco de opinión tan negativa y lograr una comunicación directa con las iglesias cubanas. Ese fue un objetivo fundamental que hoy nos permite creer que es posible derribar muros de incomprensión y construir puentes para el diálogo. Muchas organizaciones ecuménicas de Norteamérica y Europa también ofrecieron apoyos decisivos en la búsqueda de mayor apertura hacia Cuba, incluyendo al Consejo Nacional de Iglesias de Cristo de Estados Unidos y el Consejo Mundial de Iglesias.
Es crucial entender que el camino por recorrer es escabroso y complejo, pero lleno de grandes oportunidades para avanzar. Restaurar relaciones diplomáticas, comerciales, culturales, religiosas, turísticas y de otro tipo, no será tarea fácil, pero es posible asumirla con entusiasmo y visión. Desde las iglesias norteamericanas hay que redoblar los esfuerzos de acompañamiento y solidaridad. Desde las iglesias cubanas hay que seguir luchando con la “paciencia de la espera”.
Este regalo que hoy recibimos nos animará a entrar en el 2015 con redoblado ánimo para que no sólo se normalicen las relaciones, sino para que el compañerismo entre las iglesias norteamericanas y cubanas se profundicen y se solidifiquen aún más. Esa es nuestra oración para el año nuevo.