Introducción
¿Cómo miramos la realidad? La mayoría de los filósofos existencialistas dan una gran importancia al fenómeno de la mirada, pues de alguna manera determina nuestra interpretación del mundo, de los otros, de nosotros mismos y yo me atrevería a decir que de Dios, de la experiencia eclesial y del camino de seguimiento de Jesús.
El evangelio de Lucas recoge una breve, pero profunda historia de miradas. Miradas que determinan la forma en que los personajes que conforman el relato se hacen cargo de los diferentes aspectos del desarrollo de sus vidas:
“Jesús estaba enseñando en una de las sinagogas un día de reposo, y había allí una mujer que durante dieciocho años había tenido una enfermedad causado por un espíritu; estaba encorvada, y de ninguna manera se podía enderezar.
Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, has quedado libre de tu enfermedad.
Y puso las manos sobre ella, y al instante se enderezó y glorificaba a Dios.
Pero el oficial de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en día de reposo, reaccionó diciendo a la multitud: Hay seis días en los cuales se debe trabajar; venid, pues, en esos días y sed sanados, y no en día de reposo.
Entonces el Señor le respondió, y dijo: Hipócritas, ¿no desata cada uno de vosotros su buey o su asno del pesebre en día de reposo y lo lleva a beber?
Y ésta, que es hija de Abraham, a la que Satanás ha tenido atada durante dieciocho años, ¿no debía ser libertada de esta ligadura en día de reposo?
Y al decir él esto, todos sus adversarios se avergonzaban, pero toda la multitud se regocijaba por todas las cosas gloriosas hechas por él” (Lc. 13,10-17).
El evangelista Lucas sitúa esta historia de forma bastante estratégica entre una interpelación de arrepentimiento para el pueblo de Dios (vv. 1-5), la parábola de la higuera estéril (la parábola representa una metáfora del fracaso del pueblo de Dios en la misión que se le ha encomendado) (vv. 6-8) y las dos parábolas del Reino del grano de mostaza (vv.18-19) y la levadura (vv.20-21).
Sin duda, esta narración representa, en toda la trama literaria y argumentativa que traza Lucas en su evangelio, una ilustración viva de la esterilidad que experimenta en ese momento el pueblo de Dios y de la necesidad de llevar a cabo iniciativas que pongan de manifiesto la irrupción del Reino de Dios, con todas sus consecuencias, en la historia estéril de ese pueblo.
Tal y como yo lo veo, la historia consta de las siguientes partes:
1) Preámbulo: “Jesús estaba enseñando en una de las sinagogas un día de reposo” (v. 10)
2) Primera escena: “había allí una mujer que durante dieciocho años había tenido una enfermedad causada por un espíritu: estaba encorvada, y de ninguna manera se podía enderezar.” (v. 11)
3) Segunda escena: “Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, has quedado libre de tu enfermedad. Y puso sus manos sobre ella, y al instante se enderezó y glorificaba a Dios.” (vv. 12-13)
4) Tercera escena: “El oficial de la sinagoga, indignado porque Jesús había sanado en día de reposo, reaccionó diciendo a la multitud. Hay seis días en los cuales se debe trabajar; venid, pues, en esos días y sed sanados, y no en día de reposo.” (v. 14)
5) Cuarta escena: “Jesús respondió y dijo: Hipócritas, ¿No desata cada uno de vosotros su buey o su asno del pesebre en día de reposo y lo lleva a beber? Y ésta, que es hija de Abraham, a la que Satanás ha tenido atada durante dieciocho largos años, ¿no debía ser desatada de esta ligadura en día de reposo? (vv. 15-16)
6) Epílogo: “Y al decir él esto, todos sus adversarios se avergonzaban, pero toda la multitud se regocijaba por todas las cosas gloriosas hechas por él.” (v. 17)
¿De qué nos informan en cuanto a las miradas las diferentes partes en las que hemos dividido esta historia?
1) Preámbulo (v. 10)
Aunque el verdadero alcance de la mirada de Jesús se nos ofrece en la segunda escena de la historia que Lucas nos ha regalado, lo cierto es que ya en el preámbulo se nos facilitan algunas pistas de por dónde va la teología y la práctica de Jesús que, como ya sabemos, impregnaron toda su trayectoria vital.
Él se encuentra en una sinagoga, enseñando en sábado. Ese era el día que la Toráh había designado como el día de reposo. El objetivo de dicho día era, ni más ni menos, ofrecer el descanso necesario de todas las tareas cotidianas, y más o menos estresantes, que ocupaban los demás días de la semana. No se trataba de una ley caprichosa, carente de sentido o sin ninguna utilidad. Dicha ley se preocupaba de garantizar un derecho fundamental de todas las personas: la calidad de vida. Yahveh le había dicho a Moisés en el Sinaí:
“Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, más el séptimo día es día de reposo para el Señor tu Dios; no harás en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el extranjero que está contigo. Porque en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay, y reposó en el séptimo día, por tanto, el Señor bendijo el día de reposo y lo santificó.” (Gn. 20, 8-11).
El respeto por el día de reposo llegó a convertirse en una de las instituciones más importantes para el pueblo santo. Pero ese respeto se había malinterpretado por parte de los maestros de la ley: habían convertido el día de reposo en algo muerto, que carecía del sentido que Dios había querido darle, e instrumento de manipulación y dominación de las personas. En otras palabras, el Sabath era sólo una palabra cuyos contenidos habían sido tergiversados e, incluso anulados.
Así que es muy posible que Jesús se dispusiera a poner de manifiesto cuál era su mirada con respecto al verdadero sentido del día reposo en contraste con la utilización y manipulación que los maestros de la ley habían llevado a cabo. En otras palabras, Jesús parece dispuesto a acabar con el montaje ideológico y práctico que se había generado en torno al Sabath y a darle su verdadero significado.
Por tanto, nos encontramos a Jesús enseñando en una sinagoga en sábado cuando entra en escena un personaje singular:
2) Primera escena (v. 11)
En esta primera escena, Lucas nos presenta a un personaje anónimo: no se nos dice su nombre, sin embargo sí se nos dan algunos datos interesantes: se trata de una mujer; lleva dieciocho años enferma; su enfermedad se debe a la actividad de un espíritu, y se trata de una dolencia muy resistente. Además, se nos informa de en qué consiste su sufrimiento: “estaba encorvada, y de ninguna manera se podía enderezar.”
Ya que estamos hablando de miradas, reflexionemos un momento sobre la mirada que esta mujer proyectaba sobre su propia realidad: no podía verse a sí misma; no podía mirar cara a cara a sus semejantes; no podía levantar los ojos al cielo, en un claro simbolismo de la dificultad de relacionarse con lo trascendente.
No encontramos, por tanto, con una mujer que lo único que ve del mundo y de la realidad que la rodean es suelo y pies. Podemos, puede que en un alarde de imaginación, presumir algunas de las consecuencias, tanto físicas como psíquicas de la enfermedad que nuestra protagonista padecía:
a) Físicamente estaba obligada a una posición de subordinación, una posición humillante e indigna.
b) Psicológicamente, para una persona que lleva dieciocho años en la misma posición y que no encuentra solución a su problema, su situación tampoco puede ser sana. Su mirada del mundo y de la realidad en la que está inmersa es demasiado limitada, demasiado restringida. Es como estar permanentemente detrás de un burka o en una cárcel, donde la privación de las libertades básicas que nos permiten tener una visión global y equilibrada del mundo quedaran fuera de nuestro alcance.
Se trata de una privación de la dignidad humana en el más pleno sentido de la palabra: la posición física no es más que una ilustración de la verdadera tragedia de verse desprovisto/a de dicha dignidad.
c) En cuanto a la experiencia de fe, podemos intuir las contradicciones que esta mujer podía estar experimentando. Mientras ella permanecía fiel a la sinagoga y a las enseñanzas impartidas en ella, no había manera de mejorar, aunque sólo fuera un poco, su situación. En la Ley y los Profetas se anuncia la shalom (bienestar absoluto) para todas las personas fieles a la palabra de Dios, sin embargo su propia experiencia estaba muy lejos de esa shalom.
Concluimos, pues, que la mirada de la mujer es extremadamente limitada. Esa mirada no le permite adquirir los criterios necesarios para interpretar la realidad y, mucho menos, hacerse cargo de ella.
3) Segunda escena (vv.12-13)
Estamos en una sinagoga, en Sabath, Jesús enseñando y una mujer que no puede verle.
Es difícil determinar cuantas personas había en ese momento escuchando y viendo a Jesús, pero es curioso que, precisamente él, reparara en una mujer encorvada que, con toda seguridad, se encontraba apartada del grupo de los hombres, que eran los que ocupaban los primeros sitios. Pero el caso es que la mirada de Jesús se sitúa, precisamente en esa mujer.
La mirada de Jesús no es de ese tipo de miradas que se percatan de una determinada situación y pasan de ella. La mirada de Jesús es una mirada especial, porque cuando ve a la mujer decide que va a hacer algo por ella, algo que va cambiar su vida definitivamente. No le importó interrumpir su discurso, ni que el principal de la sinagoga y, quizás, otros personajes importantes, estuvieran presentes. La mirada de Jesús le lleva a hacerse cargo de una realidad que él interpreta en su sentido global: la situación de esa mujer responde y es un reflejo de la situación en la que se encuentra todo el pueblo. El pueblo vive encorvado, bajo la dominación de un ejército extranjero y, lo que es peor, bajo la dominación de unos líderes religiosos egoístas y malintencionados que utilizan a ese pueblo para mantenerse en el poder.
Jesús, que interpreta el Sabath no como un concepto vacío, sino como un signo de la buena voluntad de Dios para las personas, va a hacer lo que corresponde: Ve a la mujer, la llama y la libera. Cuando Jesús pone las manos sobre esa mujer, el texto nos dice que ella “al instante se enderezó y glorificaba a Dios.”
La mirada de Jesús hizo posible que esa mujer recuperara todo lo que había perdido: su dignidad, su esperanza y su alegría.
Tenemos, por tanto, una mujer que no puede mirar el mundo y que es recuperada; a Jesús que sí puede mirarlo y se hace cargo de una determinada situación, pero aún nos queda otro protagonista:
4) Tercera escena (v. 14)
Se trata del principal de la sinagoga.
Ya que estamos hablando de miradas, debemos constatar que éste, que presuntamente era un experto de la ley y al que Lucas se refiere como el líder de la sinagoga, como la mujer, tampoco puede ver de una forma global lo que ocurre a su alrededor. Pero, al contrario que la mujer, cuyas causas de su enfermedad eran totalmente externas a ella, en el caso del líder, él es absolutamente responsable de las causas de su “enfermedad”.
El líder de la sinagoga no ve a la mujer, no le preocupa en absoluto su sufrimiento, ni si puede o no ayudarla en algo. Está, como se suele decir, demasiado pagado de sí mismo.
Parece que tampoco estaba atento a las enseñanzas de Jesús. Por su reacción, parece que, más bien, está buscando alguna cosa para dejarle en ridículo, para restarle autoridad ante las personas que estaban presentes.
El oficial de la sinagoga utiliza una estrategia bastante trasnochada: la indignación ante una supuesta infracción de una ley que se entendía como importantísima: respetar el Sabath.
Que este líder hace gala de su mala fe y de su falta de discernimiento en el tratamiento de la situación que se ha desarrollado resulta del todo evidente:
a) Ignora a la mujer y la gravedad y consecuencias de su enfermedad.
b) Ignora a Jesús. En ningún momento se dirige a él para comentarle su desacuerdo.
c) Se dirige a la multitud, entre la que él sabía que había adversarios de Jesús, para desprestigiarle y ponerlo en evidencia. Con esta actitud mata dos pájaros de un tiro: pone a las personas en contra de Jesús y se exime de su responsabilidad, trasladándola a los propios observadores.
d) Utiliza la palabra de Dios para sus propios intereses dando una imagen de ortodoxia cuando en realidad está traicionando el verdadero espíritu del Sabath.
La falta de sensibilidad que manifiesta el principal de la sinagoga es inaudita: “Hay seis días en los cuales se debe trabajar: venid, pues en esos días y sed sanados, y no en día de reposo.” Nada parece importarle. Sólo parece estar preocupado por el cumplimiento de la letra de una determinada ley.
En realidad, la mirada de este líder espiritual es tan restringida como la de la mujer encorvada. Él se muestra incapaz de discernir y de interpretar correctamente la realidad y el mundo que le rodean. Su perspectiva de la vida también se limita a “suelo y pies”, ya que es incapaz de entender el verdadero alcance de la voluntad y la palabra de Dios.
Sin embargo, muy pronto, este principal de la sinagoga va ser puesto en su lugar:
5) Cuarta escena (vv. 15-16)
Ante la salida de tono del principal de la sinagoga, la respuesta de Jesús no se hace esperar. Dicha respuesta no apela a la letra de la ley, como había hecho el líder de la sinagoga, sino que lo hace al sentido común y a la experiencia cotidiana en la aplicación de esa misma ley: si aún en día de reposo se vela por el bienestar de los animales ¿Cómo es que se pone en tela de juicio el velar por el bienestar de una persona que, además, forma parte de la fratría del pueblo de Dios? Para Jesús, este episodio es una prueba indiscutible de la hipocresía reinante.
La respuesta de Jesús provoca dos reacciones entre las personas que le están escuchando:
6) Epílogo (v. 17)
La mujer, Jesús y el principal de la sinagoga no estaban solos. Lucas nos dice que había una multitud que estaba pendiente de todo lo que estaba ocurriendo. Esa multitud se divide en dos grupos: los adversarios de Jesús y los que simplemente están observando lo que pasa. Las reacciones de ambos grupos son diferentes:
a) Los adversarios de Jesús se avergüenzan. Es decir, son enfrentados con su propia hipocresía.
b) El resto de observadores experimenta una gran alegría: se regocijaban… Tal vez porque Jesús les había enseñado de palabra y de hecho lo que significa recibir buenas noticias de parte de Dios.
Conclusión
Podríamos sacar muchas lecciones relevantes para nosotros de esta historia. A mi me gustaría enumerar algunas, a modo de conclusión:
1) Una interpretación inadecuada de la palabra de Dios había provocado que la mujer de nuestra historia permaneciera encorvada durante 18 largos años. Una lectura interesada por parte de ciertos líderes que se creían expertos en los entresijos de la ley la habían privado de caminar por la vida como un ser humano digno y completo.
En la actualidad, seguimos corriendo el riesgo, como esa mujer, de permitir que otras personas nos priven de nuestra dignidad como seres humanos y como hijos e hijas de Dios.
2) La buena noticia de Jesús para la mujer de nuestra historia es que puede enderezarse. Esa buena noticia la habilita para recuperar la dignidad que había perdido. Una lectura liberadora de la palabra de Dios capacita a las personas, las dignifica y les aporta criterios adecuados para mantener una relación sana consigo mismas, con los demás, con su entorno y con Dios.
3) La lectura interesada que ciertos líderes hacen de las ordenanzas divinas no hacen más que poner pesadas cargas sobre las personas (encorvarlas), cargas que ni ellos mismos pueden llevar, y que las privan de los criterios adecuados para enfrentarse con la vida y hacerse con ella.
4) Nunca olvidemos que Jesús dijo: “Venid a mí, todos los que estáis muy cansados y cargados, y yo os haré descansar. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras vidas. Porque mi yugo es fácil y mi carga ligera.” (Mt. 11,28-30).
5) Para acabar, los que tergiversan las buenas noticias de Dios y dañan a su pueblo deberían sentirse avergonzados, porque una verdadera experiencia de lo que significan esas buenas noticias debería llevarnos siempre, en términos absolutos, a la alegría: “Y toda la multitud se regocijaba… (v. 17)
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