Posted On 25/03/2012 By In Opinión With 1486 Views

De arteros, astutos y ladinos

Me preocupan más los silencios que las palabras. Son más peligrosos quienes se ocultan en el anonimato que aquellos que dan la cara y son capaces de “cantar sus verdades al Lucero del Alba” aunque yo no sea capaz de saber exactamente por qué ha de ser precisamente al Lucero del Alba (tal vez más adecuado sería esa otra forma de expresarlo: “cantarle las cuarenta” a alguien). En resumen, son de temer las personas que, arropándose con una cierta pátina de espiritualidad, ya que se trata de una conducta frecuente en ámbitos religiosos, son capaces de minarte el terreno, siempre con maneras sutiles, sin dar la cara directamente, unas veces ocultos en el anonimato y otras diluidos y protegidos por la invulnerabilidad de su pertenencia a comisiones, comités, juntas directivas o sanedrines, en los que pueden verter ciertas insinuaciones, determinados comentarios, ocultar a veces y otras desfigurar datos, transformar o mutilar informaciones, etc., etc., de forma absolutamente impune. Siempre he dicho que los comités no tienen alma. Y quien es incapaz de dar la cara cuando tiene que contraponer ideas o plantear discrepancias y se oculta sibilinamente en la oscuridad del anonimato o la protección de un comité para hacerlo, tampoco.

Máximo García RuizObrar anónimamente, o a espaldas de las personas afectadas, segando la hierba bajo sus pies, sin que la persona en cuestión tenga ocasión de defenderse, es algo sencillamente despreciable, por no introducir ninguna descalificación de tipo religioso. Ya se que pedir a determinadas personas que tengan grandeza de alma es excesivo. Pero de quienes militan en determinados colectivos, especialmente si éstos son religiosos, sí debería esperarse una cierta dosis de ética. Que no alaben y celebren los éxitos de aquellos a quienes envidian es comprensible, dada su manifiesta estulticia; que se dediquen a ir sembrando insidias, cuando no calumnias o poniendo zancadillas, mediante mentiras, engaños y embustes, es algo realmente indigno; que lo hagan con la astucia de utilizar a personas, comités o cualquier otro tipo de órgano interpuestos para preservar de esa forma con mayor eficacia su impunidad, es decir, tirar la piedra y esconder la mano, resulta artero. Y cuando esa conducta se proyecta contra personas o instituciones a los que se supone que representan es, además de inicuo, malvado.

Se dice que Gandhi, que conocía muy bien la fe cristiana, dijo en cierta ocasión: “Me gusta tu Cristo… No me gustan tus cristianos. Tus cristianos son muy diferentes a tu Cristo. Estoy seguro de que si él viviera ahora entre los hombres, bendeciría la vida de muchos que quizás jamás han oído siquiera su nombre”. Sin pretender establecer por mi parte ninguna vara de medir cristianos, podrían servir de referencia estas palabras de Mahatma Gandhi y justificar con ellas la causa por la que tantos comités, juntas directivas, comisiones ejecutivas u órganos de poder eclesial, en lugar de ser  órganos de extensión y apoyo a la fe evangélica, se convierten en piedra de tropiezo y barrera de contención para la aproximación o permanencia de muchos “gandhis” que miran con simpatía el mensaje y la fe de Jesús de Nazaret pero repelen la conducta misérrima y ladina de algunos que se autoproclaman como sus representantes.

Marzo de 2012.

Máximo García Ruiz

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