De cruces y resurrecciones
Nuestra historia sigue plagada
de viernes nada santos,
de cruces llenas de inocentes,
de víctimas de denuncias falsas,
de multitudes aplaudiendo torturas
y exigiendo muertes jóvenes.
Los poderes religiosos y políticos
continúan complotándose,
buscando acallar los testimonios
en favor de la vida, de la justicia,
de la equidad, de la dignidad.
Cualquier propuesta que huela a solidaridad
despierta los neo-fariseísmos
y moviliza a los caifases,
siempre atentos a cualquier amenaza
a sus privilegios y a su comodidad.
Y mientras los pilatos y las pilatas
se lavan las manos
en cuencos de agua envenenada
de prejuicios, de hipocresías,
de cobardías y de traiciones,
en los modernos gólgotas
sufren y se desangran las vidas buenas.
Pero también se renuevan las resurrecciones,
las benditas manifestaciones de la vida,
que iluminan desde los bordes de la esperanza
las realidades crueles y duras del cotidiano andar.
Resurrecciones que marchan
reclamando derechos,
luchando por lo que plenifica la existencia,
gritando en la cara del poder corrupto,
sonriendo, porque la alegría
subvierte los odios ponzoñosos
y alumbra insurrecciones de ternura,
brillando en las miradas
que vislumbran horizontes de justicia
que esperan ser alcanzados.
Resurrecciones que abrazan
las causas que nadie quiere abrazar
porque son las que tienden la mano,
las que levantan a las personas caídas,
las que animan a quienes lloran y sufren,
las que se sublevan ante las estructuras que oprimen,
las que desenmascaran las perversiones,
las que impulsan a seguir creyendo.
Porque ninguna cruz
pudo ni puede ni podrá jamás
arrancarle la vida
a los amores sinceros y puros.
