Posted On 30/06/2008 By In Opinión With 1566 Views

De El Quijote, don Quijote y quijotes

 

[Nota aclaratoria: Este artículo fue escrito como presentación del libro Yo sé quién soy. Don Quijote para creyentes y visionarios del siglo 21, escrito por el Dr. Samuel Pagán (Miami: Editorial Patmos, 2008; 110 páginas). De agradable e instructiva lectura, y de bella presentación, el autor de este artículo, lo recomienda a los lectores de LP.]

Dice el evangelista Juan, al terminar su obra, que él creía que si se escribieran una por una todas las cosas que Jesús hizo, «en todo el mundo no cabrían los libros que podrían escribirse». Se trata, obviamente, de una hipérbole.

Y a hipérbole semejante podríamos recurrir para referirnos a los libros (impresos o electrónicos), artículos, ensayos, películas, dibujos, series de televisión, etc., que se han escrito acerca de la inmortal obra de aquel mortal que quedó manco en Lepanto. No solo la obra misma ha sido minuciosamente investigada, sino que también se han escrito muchísimas páginas acerca del propio autor de tan grande ingenio, de los personajes que intervienen en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de la situación histórica y social que fue la matriz en la que se engendró la obra, y de innumerables otros aspectos que han llamado la atención y han suscitado el interés de los estudiosos.

Pareciera, al contemplar semejante panorama, que la más renombrada obra que salió de la pluma de don Miguel de Cervantes Saavedra es fuente inagotable de reflexión que se vuelca no solo hacia el pasado –o sea, al período de su propia gestación y de su alumbramiento– sino también hacia su futuro, incluido nuestro presente y nuestro contexto latinoamericano.

La bibliografía cervantina –y más específicamente la dedicada a la inmortal obra– está repleta de nombres ilustres que han tratado, a lo largo de estos cuatro siglos que han transcurrido desde 1605, de meterse en las entrañas de ese texto para entenderlo, para descifrar los códigos que en él hay, para descubrir las recónditas motivaciones que impulsaron a aquel hombre que había fracasado en varias de sus empresas a dar a la humanidad otro hombre y otro nombre que se han convertido en epítome de quien se vuelve «fuera de sí» para poder vivir en defensa de los demás. Especialistas en diversas ramas del saber humano han buceado en las páginas de El Quijote con miras a iluminarlo, a hacer comprensible lo que haya podido quedar un tanto obnubilado por el inexorable correr del tiempo «devorador y consumidor de todas las cosas» (Primera parte, capítulo IX, volumen I, página 214) e, incluso, para ver si hay en esa ficción un mensaje que tenga vigencia para el ser humano, en cualquiera época y en cualquiera latitud.

Toda obra literaria es multidimensional. Una vez dada a conocer, por cualesquiera medios, pierde el cordón umbilical que la une a quien la engendró, para adquirir vida propia. Si, dicho de una mujer, «dar a luz» es «parir, alumbrar», dicho de una obra es «publicarla». Conforme se alarga la distancia temporal entre quien alumbra y lo alumbrado, los nexos de dependencia directa se van debilitando y esto último, «lo alumbrado», adquiere su propia autonomía porque se establecen nuevos nexos, temporales, espaciales y, sobre todo, humanos, que hacen que el mismo texto llegue a significar cosas diferentes para diferentes personas y en diferentes coordenadas espaciotemporales.

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha no es ninguna excepción.

Por eso cae por su propio peso la pregunta que suele hacerse en casos como este; a saber: ¿por qué, entonces, publicar un nuevo libro, y más cuando el propio autor confiesa que no es cervantista «sino un aficionado a la literatura y un estudioso del mensaje bíblico»?

En efecto, la obra que el lector tiene ahora en sus manos –Yo sé quién soy: Don Quijote para creyentes, soñadores y visionarios– es muestra fehaciente de lo dicho. Inmediatamente después de la cita que acabamos de hacer, entresacada del Prefacio, el autor afirma «que ha descubierto que el proyecto quijotesco no puede permanecer en el anonimato de las bibliotecas ni en los círculos íntimos de los eruditos».

El autor de este libro, el doctor Samuel Pagán, no es nombre extraño en los círculos protestantes de habla castellana, en particular en la América que se comunica en esa lengua, pues ya ha publicado varios libros y ha tenido presencia académica en muchos de los países del Continente.

En el presente texto –reedición revisada del publicado hace diez años con el mismo título–, el profesor Pagán, al analizar la ingente tarea que don Quijote se echa sobre sus hombros, insiste de nuevo en el carácter misional de esa empresa. No en vano el propio caballero andante se definió a sí mismo en cierta ocasión como «ministro de Dios» («Así, que somos ministros de Dios en la tierra, y brazos por quien se ejecuta en ella su justicia»: Primera parte, capítulo XIII, volumen I, página 290), con lo que pareciera evocar palabras del apóstol a los gentiles (cf., por ejemplo, Colosenses 1.23, 25) y considerar lo suyo como un apostolado.

En El Quijote, perder el juicio, es «enajenarse». O sea, que el andante hidalgo se «en-ajena», «se sale de sí» para instalarse en el alienus, en el ajeno, en el extraño, en el que es otro. Ciertamente, quien está literalmente enajenado es caso de consultorio psiquiátrico. Pero el enajenamiento de nuestro personaje alcanza dimensiones que trascienden la necesidad de acudir a ese profesional –si se nos permite el anacronismo–. Es así porque cuando sus muchas lecturas lo sacan de sí, lo lanzan hacia el otro; pero no hacia cualquier otro, sino hacia el otro que sufre agravios, que es explotado, que ha caído bajo las fuerzas poderosas de magos encantadores y de gigantes sin corazón; hacia las damas en quienes él, en su estar en el otro, no ve profesión sino dignidad (y por eso, en la imaginería de la época, las convierte en hermosas princesas o en bellas doncellas).

En este punto, todo está preparado para un doble «salto». Y este –así, doble– lo da el Dr. Pagán sin reticencias.

La primera parte de este salto es de carácter cronológico: hoy hay agraviadores, explotadores, magos que pretenden encantar y encantan con retóricas demagógicas, gigantes que oprimen y expolian a los más débiles, sean estos personas o países; hoy hay niños contra los que se ejerce violencia y a quienes se les deja vivir en la más abyecta miseria y se les deja morir de inanición y hambre; hoy hay mujeres víctimas de quienes, a estas alturas de la historia, todavía se consideran los del «sexo fuerte» o los privilegiados por los ukases de divinidades antojadizas; hoy hay pueblos sojuzgados por otros más poderosos o por regímenes que irrespetan la dignidad humana, ya sea aduciendo razones religiosas, ideológicas, políticas o de cualquier otra naturaleza. Todos ellos son gigantes transmutados en molinos de vientos, y el caballero andante tiene la obligación de lanzarse contra ellos, aun a riesgo de terminar con sus huesos en tierra y con sus músculos terriblemente doloridos.

La segunda parte del salto nos trae al Caballero, con todo su simbolismo y con toda la fuerza de su inspiración, más cerca de nosotros: geográfica y teológicamente. Las amplias llanuras de la Mancha se transforman en las abiertas sabanas, en las tierras agrestes, en los campos fecundos de las Américas, y en las cúspides de las montañas que constituyen su espina dorsal. También hoy, allí –aquí– hay tiránicos gigantes devoradores de seres humanos y de haciendas, maléficos magos que quieren, con sus artimañas, embaucar a los desvalidos. Y aquí, en estas tierras, surgen y tienen que seguir surgiendo quijotes que, lanza en ristre, estén dispuestos a arrostrar el peligro para «desfacer agravios, socorrer viudas, amparar doncellas…» (Primera parte, capítulo IX, volumen I, página 215), para «desfacer fuerzas y socorrer y acudir á los miserables» (Primera parte, capítulo XXII, volumen II, página 196), y para asumir el testimonio del andante caballero: «pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda; pero no la honra. Yo he satisfecho agravios, enderezado tuertos, castigado insolencias, vencido gigantes y atropellado vestiglos;… Mis intenciones siempre las enderezo á buenos fines, que son de hacer bien á todos y mal á ninguno» (Segunda parte, capítulo XXXII, volumen VI, páginas 258-259).

Esta transposición geográfica y misional adquiere así mismo dimensiones teológicas: porque en estas tierras que también han dado sus quijotes, ha surgido un pensamiento que encarna ese ideal quijotesco. En el último capítulo de su obra (titulado «Me parece que mi amo es tólogo»), el Dr. Pagán incluye palabras como estas: «Los temas que se destacan en este libro sobre don Quijote, Yo sé quién soy, son similares a los que la teología latinoamericana del último cuarto de siglo veinte en América Latina ha articulado. Don Quijote nos ha recordado la vocación liberadora de la teología y la naturaleza teológica de la liberación. También ha subrayado e identificado el hidalgo la gente que debe ser el objeto principal de esa empresa de transformación liberadora: marginados, pobres y desposeídos; es decir, los que no tienen acceso pleno a los disfrutes de la naturaleza y de la vida».

El salto es completo. El ilustre e ingenioso hidalgo viene a América, jinete sobre su Rocinante, para rechazar «abiertamente la oscuridad que se asoma y se cierne sobre el alma humana» (Pagán, capítulo 8). Don Quijote es un misionero de la liberación.

Una penúltima palabra

Quien haya oído al Dr. Pagán orar, es decir, pronunciar discursos de cualquier naturaleza (sermonarios, teológicos, culturales, magistrales), percibirá sin duda, en las páginas de este libro, la impronta inconfundible de su estilo: amplio dominio del vocabulario; imaginación poética (poeta es él) para armar la frase; claridad de la exposición; uso de palabras preferidas que funcionan casi como marcadores de estilo (por ejemplo: noble, ponderar, componente); unión de tres o más términos o expresiones, casi en ristra, a veces con juegos de palabras, que llevan la intención de acentuar lo que se dice (puede tratarse de un conjunto de adjetivos: «La despedida de duelo fue emotiva, intensa, extensa y dramática»; de substantivos: «el caballero vio en el semblante y figura de las mujeres, gracias, virtudes, valores y potencialidades»; de verbos: «…son muchas las experiencias que forman, informan, reforman, conforman y transforman a los seres humanos»; de frases: «La liberal descripción de las virtudes de Grisóstomo subrayó su cortesía, enfatizó su gentileza, puntualizó su amistad, celebró su alegría y destacó su bondad»; o de una combinación de algunos de estos elementos: «La madre de Marcela, que era una mujer noble, honrada, hacendosa y amiga de los pobres…»); y con frecuencia echa mano del recurso de la repetición (lo que le permite al lector tomar los capítulos como si fueran artículos independientes).

Y la última

El lector de Yo sé quién soy puede concordar con las interpretaciones particulares que al autor le permite hacer el abierto horizonte de la obra; o bien puede discrepar de tales interpretaciones. Ahí radica, en buena medida, la riqueza de la labor interpretativa del exegeta.

Sea cual fuere el caso, una cosa es cierta: el Dr. Pagán muestra, en este breve estudio, que El Quijote sigue siendo una obra inagotable, de la cual nunca se ha dicho la última palabra… y muy probablemente nunca se dirá. Nos deja, además, pistas de lectura para futuros estudios, en los que se analice el texto cervantino desde novedosas perspectivas. Y a quien se inicie en la lectura de El Quijote, le ofrece un excelente abreboca.

Plutarco Bonilla A.
Tres Ríos, Costa Rica
Julio, 2007

Plutarco Bonilla

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