«Que nadie pretenda tener la respuesta
ni conocer la única fórmula pertinente de la pregunta».
José Arregi
Una de las frases más conocidas de Friedrich Nietzsche reza: «no hay hechos, solo interpretaciones». Una aproximación superficial al texto parece una justificación de la subjetividad. En su contexto, más bien sugiere que, para el filósofo alemán, no hay hechos porque todo se está haciendo, todo se halla en un proceso dinámico. Esta expresión no niega el hecho, sino que apunta a su mutabilidad. De ahí la dificultad de establecer verdades definitivas, máxime en momentos en los que parece que la historia se acelera.
El filósofo Michel Foucault apoyándose en el aforismo de Nietzsche viene a decir que, en ausencia de una palabra final, el poder (político, económico, religioso) crea la verdad al disponer de los recursos para imponer su interpretación de los hechos a los demás. La autoridad otorgada a personas o instituciones las faculta para determinar y transmitir su comprensión personalista y, con frecuencia, interesada que termina por devenir un mecanismo de control.
En el ámbito social (con la complicidad de muchos medios de comunicación que han perdido su inocencia) encontramos diariamente ejemplos de informaciones parciales, tergiversadas o tendenciosas cuya pretensión es el rédito político o económico que pueda derivarse de su propagación. Esta es la realidad presente que se proyecta en un futuro en el que, con la utilización tendenciosa de la Inteligencia Artificial, la ambigüedad y las incertezas serán el pan nuestro de cada día.
En relación con esta cuestión de una cierta confusión conceptual en el plano de las ideas, nos preguntamos si puede establecerse algún tipo de paralelismo con el ámbito religioso. Escribe el teólogo Michel Morwood que: «las afirmaciones del credo y las formulaciones doctrinales son consideradas por muchas autoridades cristianas como artículos de hecho más que como artículos de fe». Esta frase apunta al acto de convertir en realidad objetiva todo aquello que es tan solo una de sus posibles interpretaciones. La percepción personal y subjetiva se convierte con demasiada frecuencia en la verdad única, indiscutible e incuestionable.
El relato en el que la burra de Balaam le habla al profeta recriminándole sus azotes es, en su sentido más objetivo, un hecho narrativo que encontramos en el libro de Números. Cosa distinta es su apreciación, deducción o hermenéutica. Para unos, tal narración describe un milagro; para otros, se trata de una fórmula literaria para transmitir alguna enseñanza, como en el caso de la fábula, en la que los animales se expresan hablando entre sí o con los humanos.
La historicidad de Jesús se halla fuera de toda duda. De él hablan los evangelios sinópticos, los apócrifos y textos históricos de la época. Cosa distinta es la deducción que personas o grupos alcanzan en torno a su figura. El docetismo niega la humanidad de Jesús considerando que su existencia humana es tan solo aparente. Pensamiento que, implícitamente, forma parte del imaginario sobre Jesús en muchos creyentes. Escribe el teólogo José Ignacio González Faus que: «La mayoría de los cristianos, en el fondo de su corazón, no terminan de concebir a Jesús como un auténtico hombre. Le atribuyen un cuerpo de hombre, pero no una auténtica psicología y una auténtica vida de hombre». Interpretación diametralmente opuesta es el arrianismo que niega su divinidad, considerándole un hombre como cualquier otro, explicación en la que el concepto de naturaleza divina cede el paso al grado de presencia del Espíritu.
Podríamos seguir con muchos más ejemplos distinguiendo el hecho objetivo de sus plurales interpretaciones subjetivas. Los ejemplos expuestos son suficientes para comprender como las iglesias, en su expresión más general, con frecuencia convierten una determinada interpretación de un acontecimiento, situación, acto o circunstancia en un dogma o una confesión de fe, pidiendo un asentimiento mental a proposiciones elaboradas en un contexto social, cultural y religioso pretérito que quizá requeriría su revisión a la luz de nuestra actual cosmovisión de las cosas. Es por ello que a nuestros conciudadanos les es muy difícil creer en las enseñanzas de la iglesia cuando eleva a categoría de certeza fáctica una deducción o interpretación de un determinado acontecimiento.
Con frecuencia, en lugar de este necesario análisis, aparece el juicio sobre quienes no asumen la versión oficial de la institución. Actitud que no deja de ser una sutil (o no tan sutil) imposición de sus deducciones, tan subjetivas como aquellas que cuestionan a los demás. Estas posiciones dogmáticas no dejan ningún resquicio a entender las cuestiones relacionadas con la fe de otro modo por aquello de «una sola verdad». Con independencia del grado de conciencia con que se ejerza, nos hallamos ante el ejercicio del poder y del control del que hablaba Foucault.
Frente a las posiciones que excluyen toda comprensión diferente de la propia, cabe recordar que todo posicionamiento teológico no deja de ser un filtro con el que percibimos los hechos que pretendemos explicar y que actúa como un marco referencial que condiciona nuestra apreciación de las cosas. El pastor y teólogo Gerd Theissen, uno de los mejores estudiosos contemporáneos del Nuevo Testamento, considera que: «Todos (refiriéndose a los diversos modelos interpretativos) son válidos, ninguno es definitivo. Todos se acercan (se entiende a aquello que pretender explicar) de manera imperfecta (ninguna explicación humana puede abarcar el Misterio que nos envuelve)».
No puede ser de otro modo. Las afirmaciones desde la fe no son demostrables. Cuanto tiene que ver con el mundo de la trascendencia no deja de ser un misterio que, por definición, es inaccesible a través de nuestra limitada razón. El hecho en sí se nos escapa, sólo podemos expresar intuiciones. La total objetividad, en este caso, nos está vedada y, como sugiere el teólogo alemán, entra en juego la subjetividad personal válida, tan sólo, para cada uno; por mucho que algunos le arroguen universalidad. Las interpretaciones son personales, condicionadas culturalmente, mutables en el tiempo y no reflejan definitivamente, en el campo que nos ocupa, aquello que desconocemos.
Es por ello que cuesta entender el dogmatismo de quienes se erigen guardianes de la ortodoxia con interpretaciones con tintes absolutistas que excluyen toda otra manera de entender las cosas. Se hace necesaria una mayor dosis de humildad para reconocer, como propugna Theissen, que ninguna interpretación es definitiva y que sólo explica de modo limitado aquello que pretende describir. Quizá nos conviene recordar que todo aquello que no son hechos, son solo interpretaciones.
Jaume Triginé
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