De la apariencia como falsa virtud
“¿Por qué se enojan conmigo porque he salvado al hombre entero en día sábado? No juzguen por las apariencias, sino juzguen lo que es justo” (Jn 5.23-24)
La noción de lo justo es virtual, en el sentido de que no escapa de ser una construcción colectiva, a ser constantemente revisada. Pero la virtualización de las relaciones en la actualidad ha facilitado que cualquier noción de lo justo, al menos como búsqueda sin dueño/a, quede aún más licuada en nombre del resguardo de las apariencias, del reflejo de falsas neutralidades, de la búsqueda de aprobación de otros/as, sin importar la sinrazón de nuestros juicios.
La construcción de nuestra identidad siempre contiene un grado de “virtualidad”, de cimentar apariencias que actúan no como falsificaciones sino como artilugios que nos habilitan crear formas concretas para vincularnos con los/las otros/as. Pero guardar apariencias se vuelve nocivo cuando, en su defensa, aniquilamos al otro y la propia justicia como un horizonte ético que va más allá de cualquier forma o posición concreta. Las apariencias siempre son pasajeras; las innecesarias resistencias emergen cuando no accedemos a su tránsito. Aferrarse a las apariencias es priorizar una pertenencia, sin importar la creencia. No es más que una lógica de poder, sostenida en cierta perversión que niega, anula y hasta ridiculiza todo aquel/la o aquello que expone lo injusto de las fachadas que nos protegen.
Guardar las apariencias es también una señal de miedo. Miedo que deviene en violencia hacia el otro/a en nombre de la seguridad. El miedo es normal, pero puede llegar a ser muy dañino -para uno/a mismo/a y para aquel/la que de lo único que es culpable es simplemente ser diferente- si dejamos que anide en nuestra alma. ¿Quiénes son esos/as otros/as, que murmuran a tu oído, exigiendo fidelidad a cualquier costo? Hay que prestar atención: por escuchar demasiado nuestros propios fantasmas, podemos estar aniquilando injustamente a un inocente de carne y hueso, cuya mano extendida no es una amenaza, sino un gesto de salvación.