«Nunca des las cosas por definitivas. Vuélvelas a pensar.
Continúa investigando, crece, no te quedes anquilosado.
No te fíes solamente de tu criterio, porque podría ser que no fuera del todo correcto.
La vida tiene razones que la mente no entiende.
Decídete siempre por lo que es positivo, lo que te hace bien a ti y a los demás».
Enric Capó
Muchos de los presupuestos teológicos contemporáneos alineados con la teología liberal protestante y con otros foros ecuménicos abiertos a una transición conceptual acorde con los paradigmas culturales actuales tienen su origen en el pensamiento de teólogos como John Arthur Thomas Robinson, Paul Tillich, Dietrich Bonhoeffer, Rudolf Karl Bultmann, entre otros. ¿Por qué, pues, a pesar de los años transcurridos desde sus aportaciones, tan sólo en un reducido núcleo de iglesias su teología nutre la liturgia y la predicación?
La respuesta no puede ser unívoca. No debemos recurrir a dictámenes simples cuando nos enfrentamos a situaciones complejas. Josep M. Català Domènech, doctor en Ciencias de la Comunicación, plantea una cuestión interesante como es la separación entre el tiempo en el que se produce una transformación (en el ámbito que fuere) y el tiempo de su comprensión. De ahí se desprende que: «las verdaderas transformaciones se producen tan solo cuando son comprendidas». Cierto que, en un momento de aceleración histórica como el nuestro, los tiempos se comprimen; pero, citando de nuevo a nuestro autor: «la verdadera comprensión continúa dándose con retraso».
De tal aseveración se infiere que las aportaciones de la teología liberal, en muchos de nuestros contextos, no han sido suficientemente comprendidas ni asumidas a causa de su desconocimiento, al gravitar sobre las tales la estigmatización de lo considerado, por determinadas comunidades (o quizá mejor por sus líderes), como heterodoxo. Quizá no se ha dado una prohibición explícita (o quizá sí) de la lectura de sus textos; pero su cuestionamiento en una atmósfera fundamentalista ha alejado a muchas personas de su estudio.
Se desprende también de ello la pléyade de prejuicios que envuelve la lectura de sus obras que son juzgadas desde el marco referencial de la condicionada rigidez hermenéutica del lector, ampliándose sine die el horizonte temporal de su posible comprensión.
Tampoco podemos obviar la vinculación emocional con las creencias. Hace ya más de un siglo, el psicólogo norteamericano Williams James, en sus estudios sobre la experiencia religiosa, constataba que «muchas personas poseen el objeto de su creencia, no en forma de simples concepciones, sino en forma de realidades experimentadas directamente.» Con esta expresión hacía referencia a la supeditación de la razón a cuestiones no empíricas a la que también apunta, en términos más generales, la frase del filósofo Blaise Pascal: «el corazón tiene razones que la razón no entiende.» Este anclaje emocional explica también, en algunas personas, la dificultad de efectuar una transición desde postulados tradicionales a una teología actualizada como la preconizada por teólogos como los anteriormente citados.
El miedo es otra de las causas que dificultan la consideración de que otras formas de creer son posibles. Es el temor a abandonar la zona de seguridad que representa el mantenerse en la subjetividad de la propia verdad elevada a la categoría de validez universal. Es el recelo frente a lo no conocido e infamado por los inquisidores de turno. Es la desconfianza resultado de dejar de andar por un suelo firme de convicciones aprendidas de manera acrítica y empezar a hacerlo por un terreno pantanoso, carente de las verdades absolutas de antaño.
Se hace difícil, desde la inmediatez de nuestro momento histórico en el que tanto a nivel político, con la expansión del populismo y la demagogia, como religioso con el crecimiento de los postulados tradicionalistas, integristas y fundamentalistas, vislumbrar en un horizonte cercano un cambio de registro teológico. Como en toda encrucijada, también aparecen los partidarios (no demasiados) y los detractores (bastantes más) de esta transición hacia modelos más acordes con la actual comprensión científica de la realidad.
Pero, desde el respeto a todo posicionamiento, que también reclamamos para quienes nos alineamos con modelos teológicos actualizados, entendemos que la apologética de nuestro siglo reclama nuevas aproximaciones conceptuales a la hora de hablar de Dios y de todo cuanto afecta a la trascendencia. La cosmovisión teocéntrica y precientífica forma parte del pasado. Nuestro contexto occidental es antropocéntrico y científico. Es imprescindible reconocer «los signos de los tiempos» y compartir nuestras convicciones en lenguajes que posibiliten el diálogo y la comprensión de lo expuesto. Quizá no podremos ir más lejos de reconocer el Misterio «en el que vivimos, nos movemos y somos», pero siempre será más honesto.
Insistir hoy en la metafísica, en modelos cosmológicos superados o en conceptos filosóficos que se remontan a la Edad Media (escolástica) o la Grecia clásica (Aristóteles, Platón) como soporte explicativo del ámbito de lo divino comporta el riesgo de no ser ni tan siquiera escuchados. Yuval Noah Harari, catedrático del Departamento de Historia de la Universidad hebrea de Jerusalén, nos recuerda que: «un orden imaginario se halla siempre en peligro de desmoronarse, porque depende de mitos y los mitos se desvanecen cuando la gente deja de creer en ellos.»
Con todo, tendremos que reconocer que no siempre es fácil encontrar el código comunicativo. Por un lado, el papel preeminente de las ciencias instrumentales y de la técnica parece reclamar un lenguaje práctico y objetivo; un hablar coherente con los conocimientos alcanzados por la comunidad científica en todas sus especialidades. La exclusión de asignaturas de naturaleza filosófica y humanista en los planes de estudio parece abonar esta tesis. En paralelo, también constatamos que el declive de la religión institucionalizada ha hecho emerger una espiritualidad personal, subjetiva y laica que no deja de recurrir, también, a narraciones míticas en muchas de sus manifestaciones.
En esta encrucijada en la que nos hallamos, es necesario un ejercicio de discernimiento que permita reducir las resistencias al cambio. Ello, requiere abrirse, sin un a priori distorsionador (prejuicios, miedos…), al conocimiento de una teología actualizada que tenga en cuenta los principales vectores que explican nuestro momento histórico, social, cultural, científico… Como escribía el Pastor Enric Capó: «No te fíes solamente de tu criterio, porque podría ser que no fuera del todo correcto.»
Jaume Triginé
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