Posted On 21/10/2022 By In Opinión, portada With 824 Views

De perros y gatos | Francisco Javier Goitía Padilla

Comenzaron a llegar a la marquesina de mi casa en San Juan. Primero fue Peluso –así le pusimos– un gato grande y peludo color ceniza. Luego fue una gatita blanca y crema, asustada y hambrienta. Mi esposa, Denise, le puso agua y comida. La gente en la urbanización se fue mudando y dejando sus gatos atrás. Llegamos a darle comida como a seis o siete gatos y gatas. No estaban acostumbrados a la calle. Se iban deteriorando día a día y desapareciendo poco a poco.

Cuando vivimos en Dorado vimos cómo tiraban los perros en la carretera 693 cerca de donde vivíamos. Los veíamos, primero asustados y saludables, y luego, ir acostumbrándose a la calle mientras enflaquecían y sobrevivían. Algunas personas les llevaban comida todos los días. Cada semana morían algunos atropellados por automóviles.

En Puerto Rico el asunto de los animales abandonados en las calles es un problema serio. Es un problema de higiene y de hacinamiento en lugres urbanos. Es una expresión concreta del problema del maltrato y la violencia en todo el país. Más aun, el problema del maltrato, violencia y abandono de las mascotas y animales, en Puerto Rico, es una expresión dolorosa del pecado desde un énfasis antropocéntrico del entendimiento cristiano de la creación, y un ejemplo visible de la falta de empatía y compasión que permea en una sociedad colonial de sobrevivencia mercantilizada.

El documental 100,000, dirigido por Juan Agustín Márquez, describe en detalle la situación de los perros abandonados en Puerto Rico.[1] Hay, según el documental, más de cien mil perros abandonados en la Isla. La renuencia a la esterilización y a la adopción de perros en albergues, y su abandono, son algunas de las causas de este problema de hacinamiento e higiene pública. Las rescatistas son las personas que con dedicación atienden la situación de algunos de estos animales en un país que parece indiferente a esta situación.

La renuencia a la esterilización, especialmente a los machos, parece ser un asunto cultural. Los varones están especialmente opuestos a esto. Uno de los entrevistados en el documental, comentó, ‘no le quites las bolas, brother.’ Este problema del abandono y crueldad a los perros –y otros animales como gatos y caballos– se ejemplifica dramáticamente en eventos como la masacre de Barceloneta, el perro tiroteado en el campo de golf en Río Grande recientemente, y en la famosa Dead Dog Beach, en Yabucoa. La maestra y rescatista Sandra Cintrón, quien le lleva comida a los perros abandonados en la playa, comentó acerca de la indiferencia general acerca de esta situación al decir, refiriéndose a quiénes abandonan animales, ‘para ellos no hicieron nada.’

Se puede relacionar el maltrato de animales con la violencia humana. Estudios han documentado que ‘el 70 por ciento de quienes cometieron o cometen crímenes contra los animales también habían participado en otros actos de violencia, uso y trasiego de drogas, robo, maltrato de menores y de pareja así como otros crímenes violentos.’[2] El estudio concluye que una persona que ha cometido abuso de animales es cinco veces más propenso a cometer actos de violencia contra las personas, cuatro veces más propenso a cometer delitos contra la propiedad, y tres veces más propenso de estar involucrado en delitos de embriaguez o alteración del orden público.[3] El estudio, realizado por la Universidad de Northwestern, también relaciona a las personas que presencian actos de violencia contra animales con el cometimiento de actos delictivos.

El artículo The Link Between Animal Cruelty and Human Violence relaciona también la crueldad animal y la violencia humana y afirma que la relación entre estas dos expresiones de violencia es compleja. Hay personas que abusan de los animales y luego lo hacen con las personas, y hay quienes abusan de las personas y luego lo hacen con los animales. El setenta y cinco por ciento de las mujeres abusadas reportan que han sido amenazadas por su pareja con hacerle daño o le han hecho daño intencionalmente a su mascota. En el noventa por ciento de los casos niños han estado presentes en el incidente de maltrato.[4]

En el artículo, Charlie Robinson y Victoria Clausen nos dicen que otros estudios demuestran que el cincuenta por ciento de los niños son expuestos a la crueldad animal y que los niños que son expuestos a la violencia interpersonal son sesenta veces más propensos a sufrir maltrato emocional o abuso físico. Esto pone a estos niños en riesgo mayor de perpetuar la violencia en el futuro debido a que se desensibilizan y creen que la violencia es una manera normal de resolver conflictos. El abuso y la crueldad hacia los animales es un indicador de violencia presente y futura. Las víctimas de violencia interpersonal que informan crueldad animal tienen la preocupación de que el abusador las matará eventualmente y deben considerarse en alto riesgo de sufrir heridas graves o incluso la muerte. Identificar la crueldad animal en un hogar es un indicador de que otro tipo de violencia puede estar ocurriendo.[5]

El asunto de la violencia en Puerto Rico es importante. En su libro Estados de violencia en Puerto Rico: abordajes desde la complejidad, Madeline Román afirma que vivimos en un estado de violencia. Un estado de violencia es una situación más o menos constante en el tiempo bien sea de penuria económica o sujeciones políticas. Ella propone:

La escena económica y social de Puerto Rico me lleva a plantear que vivimos en un estado de violencia. La violencia de la economía o bien de una economía que, literalmente mata, tramitada en el trayecto de la crisis económica y el problema de la deuda local, junto con las respuestas estatales a esta ante el huracán María, la problemática sísmica y la pandemia del COVID-19 han implicado, para sectores considerables de la población, una situación de deterioro y abandono de la vida cuyos rostros son: despidos masivos, migración forzada, pérdida de propiedades, deterioro de los niveles de vida, mayor endeudamiento, enfermedad y muerte.[6]

A este panorama Román le añade aspectos estructurales como la corrupción, la violencia producida por el narcotráfico, y la violencia sexual y de género en un sistema histórico de dominación masculina. Gary Gutierrez-Renta, en su libro Exclusión y violencia, contextualiza aún más el panorama al afirmar que la cultura puertorriqueña del siglo XXI es producto de tres procesos históricos violentos: el colonialismo, que es violencia política; el machismo patriarcal, que es violencia de género; y el capitalismo, que es violencia económica.[7] Madeline Román apuntala la violencia económica aún más al decir que Puerto Rico opera en un estado de excepción dentro de otro: el estado de excepción colonial lo enfrentamos desde un estado de excepción debido a la crisis que se intenta atender con estrategias propias de la racionalidad neoliberal.[8] Y yo añado a PROMESA como su acicate político de excepción.

En este marco general de violencia vivimos, según Román, violencias salvajes y violencias duras (hard) en un sistema social cool. En las violencias salvajes predominan los códigos de honor y venganza en donde lo individual está subordinado a lo colectivo. Las violencias duras son producto de un choque entre el sistema social y económico que pinta un imaginario de bienestar y buena vida y las condiciones reales de vida de los sectores menos privilegiados. Esto se vive en un sistema social cool, es decir, una sociedad que se define por su relación con las cosas y donde la pasión por el bienestar y la propiedad son más importantes que el estatuto y el prestigio social. Aquí, la relación con el otro se da desde una individualidad indiferente.[9]

La violencia y crueldad contra los animales en Puerto Rico –y su relación directa con la violencia humana en general– se presenta como modelo y escape bruto y crudo del estado de violencia y sus conexiones dinámicas y complejas, arriba presentadas. El abandono de un animal por causa de la emigración forzada, la amenaza de agresión a la mascota de la pareja para controlarla y dominarla, mientras los niños ven y sufren la violencia y aprenden a lidiar con situaciones de conflicto de esa manera, y el dejar abandonado a un cachorro en una playa o en la carretera porque lo compramos como una cosa para regalar en las navidades, son expresiones de la violencia política, violencia patriarcal y violencia económica descritas por Gary Gutierrez-Renta, en el estado de violencia identificado por Madeline Román. Son expresiones de la violencia salvaje y la violencia dura en la sociedad cool que vivimos. Un perro maltratado tirado en la calle es el país maltratado tirado en la calle.

La crueldad y el abandono de los animales en nuestro país puede verse, como escribí al inicio de este artículo, como ejemplo concreto de un entendimiento antropocéntrico de la creación. En su clásico y seminal artículo The Historical Roots of Our Ecological Crisis, Lynn White presenta un argumento que estimo aún válido –y más urgente– en estos días. White identifica el cristianismo latino de Occidente como el origen histórico y teológico de la crisis ecológica que vivimos debido al entendimiento de la relación del ser humano con la creación que propone y adelanta. El entendimiento lineal y progresista de la creación y del ser humano como amo y único beneficiario de esta ha causado que no le veamos otro lugar a la creación que no sea servir los propósitos del homo. Este entendimiento utilitario y egoísta de la creación se justifica al afirmar al ser humano como hecho a imagen y semejanza de Dios –lo que no tiene nadie más ni nada más en la creación– y al quitarle la cualidad de poseer espíritu a todo lo no-humano en la creación. Toda la creación, excepto el ser humano, es inanimada. No tiene ni alma ni espíritu y, por lo tanto, es el patio productor de materia prima y satisfacción para el ser humano occidental. En una oración dura al final de su artículo White dice que ‘continuaremos teniendo una peor crisis ecológica hasta que rechacemos el axioma cristiano de que la naturaleza no tiene otra razón para existir que no sea servir al hombre.’[10]

Leonardo Boff afirma lo que White escribió en 1967. Nos dice:

La raíz de la alarma ecológica reside en el tipo de relación que los humanos han mantenido, en los últimos siglos, con la Tierra y con sus recursos: una relación de dominio, de no reconocimiento de su alteridad y de falta del cuidado necesario y del respeto imprescindible que exige toda alteridad[11].

Boff continúa diciendo que la razón de esta crisis es porque los seres humanos nos ubicamos sobre la creación y no junto a ella. Nos creemos dios y queremos ser como dios. Este entendimiento es fundamentalmente del cristianismo occidental.

Desde este entendimiento androcéntrico y antropocéntrico, los perros y los gatos, las mascotas y los animales están para usarlos y beneficiarnos de ellos. Son mercancía y juguete. Son objetos con los que podemos amenazar a nuestra pareja y mostrarles cómo la podemos maltratar. El androcentrismo y antropocentrismo en nuestra doctrina de la creación da cuentas y justifica la realidad dolorosa y cruel de cien mil perros abandonados y tratados cruelmente en nuestro país. Más aún, es parte del estado de violencia contra la alteridad expresada en la violencia contra las mujeres, la niñez y comunidades marginadas por sus identidades de género, diversidades sexuales y razas porque, a partir de este entendimiento, los hombres pueden hacer lo que quieran con el resto de la creación porque toda la creación se entiende sin imagen de Dios y sin espíritu. Un perro callejero es un objeto que ya no sirve en un país en la calle que no sirve ya.

La violencia de la crueldad y el abandono de la que son víctimas las mascotas y otros animales es una expresión dramática y cotidiana del pecado en nuestro topos puertorricensis. El pecado es universal –afecta toda la creación y a todos los seres humanos– pero no es genérico, tiene código postal. Es una realidad y una fuerza que causa muerte y destrucción en lo personal y social, es institucional, sistémico y corporativo. Se manifiesta en nuestras prácticas sociales y lo sufren de manera desigual víctimas y victimarios.[12] Daniel Migliore nos dice que el pecado en nuestra relación con otras criaturas toma la forma de dominación y servitud, de autoexaltación y autodestrucción.[13]

Las violencias políticas, patriarcales y económicas que identifica Gary Guitierrez-Renta y que demarcan en este artículo la crueldad a los animales, son pecado. El colonialismo como intervención política y de dominación hegemónica es pecado. El patriarcado como fuerza que se impone por la fuerza bruta y simbólica y que discrimina contra la alteridad es pecado. El capitalismo sin control que acumula riqueza sin límites, que privatiza las ganancias y socializa las pérdidas y exprime a los seres humanos como trapiche es pecado. Estas violencias se atan al abuso de la creación desde entendimientos androcéntricos y antropocéntricos identificados por Lynn White y Leonardo Boff. El estado de violencia que se expresa en violencia salvaje y violencia dura en una sociedad cool que nos describe Madeline Román es una expresión sistémica, institucional y corporativa del pecado que se concretiza y actualiza diariamente en el maltrato animal y en su relación con la violencia a la pareja, a la niñez y a otros seres humanos en el contexto interpersonal.

Maltratar a los animales –tirotearlos en un campo de golf, tirarlos por un puente y abandonarlos en la urbanización o en la playa– es una acción pecaminosa que en nuestro contexto puede ser expresión del pecado personal y social manifestado en las dinámicas que Migliore describe como dominación y servitud, de autoexaltación y autodestrucción. Golpear un animal como amenaza a la pareja y como forma de manejo de conflicto que se modela a nuestros hijos e hijas es pecado que se manifiesta desbalanceadamente en las víctimas y los victimarios. Los perros realengos en nuestras calles son un recordatorio diario de lo cruel y egoísta que puede ser nuestra sociedad y cultura. Son muestra de lo opresivo y avaricioso que es nuestro contexto colonial que nos usa y deja tirados como perros realengos en las playas caribeñas.

Atender esta situación tan presente en nuestra isla puede ser parte de un intento de, como nos dice Luis Rivera Pagán, fraguar en manifestaciones polifónicas y policromáticas, y en el azaroso y contingente devenir histórico nuestro, el asunto de nuestra identidad.[14] Es una posible contribución de la iglesia evangélica a la vida cotidiana y el entendimiento crítico de la realidad que vivimos.[15] El problema del maltrato de animales en nuestro país, he intentado sugerir en este artículo, es un buen ejemplo de la vida cotidiana y de las complejidades sociales, económicas y políticas que nos rodean.

Leonardo Boff nos ayuda a identificar maneras de atender este problema. Boff sugiere una nueva manera de relacionarnos con la creación desde una ética que implemente una nueva manera de relacionarnos con ella. Dice Boff:

No se trata, por lo tanto, de mantener separadas, o simplemente yuxtapuestas, la Tierra como planeta, la biosfera y la humanidad. Se trata de mantener unido, de forma consciente, lo que siempre viene unido. Se trata de entender la Tierra como totalidad físico-química, biológica, socio antropológica y espiritual, una y compleja; dicho brevemente, nuestra casa común.[16]

Desde este nuevo entendimiento de la creación Boff nos invita, me parece a mí, a reconsiderar nuestra antropología y nuestro entendimiento de la salvación. En lo que compete a este artículo, este nuevo panorama terrícola es punta de lanza para asumir el problema de la crueldad animal y el abandono de mascotas como una oportunidad para reconsiderar un nuevo entendimiento de comunidad en el Puerto Rico que amamos. Así mismo, nos permite repensar nuestra identidad desde un proyecto ancho e integral.

Boff propone –para agarrar lo que vivimos y vivir bien donde vivimos en armonía con todo y con todos– una manera de ser que esté sustentada en el pathos y el cuidado. El pathos, afirma, ‘es la capacidad de sentir, de ser afectado y de afectar…es una coexistencia, sentida y afectada por la ocupación y por la preocupación, por el cuidado y por la responsabilidad por los demás en el mundo, afectada por la alegría o la tristeza, por la esperanza o por la angustia.’[17] Conocemos, afirma Boff, desde esta manera de sentir. El conocimiento, desde el pathos, continúa Boff, ‘se da en un proceso de sim-pathia, es decir, de identificación con lo real, sufriendo y alegrándose con ello y participando de su destino.’[18]

Este pathos se desborda en cuidado. Añade Boff:

El ser humano es fundamentalmente un ser de cuidado más que un ser de razón o de voluntad. El cuidado es una relación amorosa para con la realidad cuyo objetivo es garantizar su subsistencia y abrir el espacio necesario para su desarrollo. Los humanos ponen y han de poner cuidado en todo: cuidado por la vida, por el cuerpo, por el espíritu, por la naturaleza, por la salud, por la persona amada, por el que sufre y por la casa. Sin cuidado, la vida perece.[19]

San Pablo lo dice de esta manera, ‘(h)aya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús’ (Fil 2:5). Pienso que el vacío kinético de Jesús es el fundamento de este pathos y cuidado por la creación; por todo y por todos. Añado que este pathos y cuidado sustentado en la kenosis de Jesús el Cristo resulta en un hábito, en una práctica, de cruz y resurrección que produce liberación. Es el ejercicio de la santificación desde una ética que se sustenta en un sentir kenótico de cuidado de la creación. Guillermo Hansen nos recuerda que ‘la santificación no encarna una conquista o eliminación de lo profano en nombre de lo sagrado, ni la elevación de lo profano a lo sagrado, sino el reconocimiento de la presencia oculta de lo divino en y a través de lo secular, lo que constantemente reconfigura nuestras percepciones corrientes sobre sus relaciones.’[20]

Este hábito de cruz y resurrección que produce liberación y actúa en la vida diaria no es algo extraordinario sino cotidiano. Hansen enfatiza:

[que] la santificación no refiere solo al espectáculo de una lluvia extraordinaria de carismas, o la formación de virtudes morales descomunales, sino a la forma que adquieren la vida los cuerpos cuando son transparentes a lo realmente santo, Dios. La santificación es Dios obrando en y a través de la creación por causa de su (actual) integridad y su (futura) salvación.[21]

El hábito o práctica de la cruz y la resurrección que produce liberación es el ejercicio de la santificación en la vida cotidiana que cuida, valida y dignifica toda la vida, y toda vida, en el archipiélago de Puerto Rico.

Boff nos ayuda, en nuestro código postal, a imaginar ‘establecer…un pacto ético fundado en (un) pathos…en (una) sensibilidad humanitaria y en (una) inteligencia emocional expresadas por el cuidado, la responsabilidad social y ecológica, por la solidaridad generacional y por la compasión.’ Entonces, tenemos maneras y recursos para ser diferentes y, como San Francisco de Asis, pensar un mundo armonioso y compartido con todas las criaturas vivas. Podemos vivir cada día cuidando y amando la creación y entenderla como nuestra casa grande. Una casa donde viven, con salud y dignidad, todas las criaturas que son parte de esa misma creación. Tenemos marco de referencia, contexto y punteros teológicos para lanzarnos a la aventura de, como dice Rivera Pagán, fraguar un proyecto de país, polifónico y policromático, en el azaroso y contingente devenir histórico isleño donde no exista la crueldad y abandono de nuestras mascotas y animales.

Porque rescatarlos y cuidarlos es rescatarnos y cuidarnos.


[1]              Ver https://www.youtube.com/watch?v=MNDlYbr20ps&t=670s. Accedido el 11 de abril de 2022.

[2]              Ver https://www.cpalberguedeanimales.org/el-blog-de-cpaaa/el-maltrato-de-animales-y-la-criminalidad-en-puerto-rico. Accedido el 11 de abril de 2022.

[3]              Ibid.

[4]              Ver https://leb.fbi.gov/articles/featured-articles/the-link-between-animal-cruelty-and-human-violence. Accedido el 11 de abril de 2022,

[5]              Ibid.

[6]              Madeline Román, Estados de violencia en Puerto Rico: abordajes desde la complejidad (San Juan: Publicaciones Puertorriqueñas, 2021), 26-27.

[7]              Gary Gutiérrez-Renta, Exclusión y violencia: breve mirada de la criminalidad ‘contestataria’ en el Puerto Rico del siglo XXI (Ponce: Editores Mariana, 2014), 42.

[8]              Román, Estados de violencia, 30.

[9]              Ibid., 16ss.

[10]             Lynn White, ‘The Historical Roots of Our Ecological Crisis Science’ 155:1203-1207. Pueden acceder este importante artículo aquí: https://www.cmu.ca/faculty/gmatties/lynnwhiterootsofcrisis.pdf.

[11]             Leonardo Boff, Ética planetaria desde el Gran Sur (Madrid: Editorial Trotta, 2001), 16.

[12]             Edwin David Aponte y Miguel A. De la Torre. Eds., Handbook of Latina/o Theologies (St. Louis: Chalice Press, 2006), 94-96. Este corto resumen del entendimiento latinx del pecado es presentado por David Cortés-Fuentes en el libro.

[13]             Daniel Migiore, Faith Seeking Understanding: An Introduction to Christian Theology, 3rd Ed. (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 2014), 156.

[14]             Luis Rivera Pagán, Ensayos teológicos desde el Caribe (San Juan: Ediciones Callejón, 2013), 228.

[15]             Ibid., 229.

[16]             Boff, Ética planetaria, 21-22.

[17]             Ibid., 72.

[18]             Ibid., 73.

[19]             Ibid., 74.

[20]             Guillermo Hansen, En las fisuras: esbozos luteranos para nuestro tiempo (Buenos Aires: ISEDET, 2010), 232.

[21]             Hansen, En las fisuras, 232.

F. Javier Goitia Padilla

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