Acabo de enterarme que se intentó enterrar a quien sigue vivo. No tuvo éxito, pero al menos leí el discurso fúnebre para el aparentemente fallecido. Todo sucedió en el año 2019 cuando el homilético Peter Krogull publicó en las prestigiosas Pastoralblätter (páginas pastorales)[1] una “despedida esperanzada” de la homilética dramatúrgica. Las razones que llevaron a la supuesta muerte de este prometedor concepto homilético se resumen brevemente: “Probablemente en algún momento todo se volvió demasiado para él: demasiadas expectativas puestas en este concepto; demasiados problemas para resolver con su ayuda.”[2]
Hablando de conceptos en homilética, por lo visto (o por lo “escuchado“), reina un cierto caos conceptual entre los predicadores o, en otras palabras, muchos de los “siervos de la palabra“ que suben a sus púlpitos domingo tras domingo, lo hacen con la firme convicción de que, después de un estudio más o menos profundo del texto en cuestión, basta con enseñar al auditorio todo lo que se puede saber de esta porción bíblica. “Decir lo que dice el texto“, con esta actitud inocente, tal vez un poco ingenua, se predica con alegría y entusiasmo. Lo que pueda faltar de claridad o de comprensión, el Espíritu Santo lo suple, porque, no queramos ocultarlo, es en definitiva, la Palabra de Dios la que hay que llevar a la gente y en última instancia se impone sola. Sin embargo, con esta afirmación Karl Barth no quiso dar una dispensa del trabajo conceptual homilético. Por ello, resulta importante perder un poco de esta inocencia homilética e interesarse al menos por la elección de los conceptos homiléticos que se han ido desarrollando en las últimas décadas, así como conocer su historia y sus contextos y, por supuesto, sus capacidades y sus límites, para que ninguno de ellos quede sobrecargado.
Además, podría ser hora de decir adiós a algunos conceptos venerables del pasado. La homilética, como cualquier otra ciencia, avanza adquiriendo nuevos conocimientos y nadie se queda voluntariamente al nivel de lo que ya fue superado. Algunos conceptos homiléticos (a veces ni merecen el nombre “concepto“, ya que se tratan solamente de costumbres o actitudes) merecen una jubilación honrosa o, en otros casos, una oración fúnebre. Sin embargo, la homilética dramatúrgica no es uno de ellos. Más bien, es una joven aspirante a la que primeramente deberíamos conocer de verdad, para luego, poder acompañarla en su camino esperanzador. Entre la buena y respetable homilía añeja, por un lado, y la estrategia “¿Qué-nos-quiere-decir-el-texto-hoy?” por el otro, la homilética dramatúrgica parece ser nuestra libertadora, llevándonos a un nuevo futuro homilético, con su esfuerzo por dejar que la Palabra de Dios hable por sí misma comprometiéndose con las tensiones y los movimientos y con la estructura inherente de la Palabra divina.
Por supuesto, abogamos por un tratamiento amoroso que respeta los conceptos homiléticos antiguos y no tan antiguos; pero también abogamos por un trato amoroso y respetuoso con nuestros oyentes, y no siempre se puede impresionar a una persona del siglo XXI con formas homiléticas que tienen cien o incluso más años. No es que nuestros contemporáneos no tengan un entendimiento de los criterios que conducían los antiguos sermones de antaño, sino que con los conceptos del pasado no podemos entender la palabra de Dios hoy ni aceptarla para nuestras vidas.
Echemos pues una mirada respetuosa pero no sentimental a la historia de la predicación. Sabemos de la ya mencionada vieja homilía, que predominaba en tiempos de Martin Lutero. La erudición se esforzaba en estudiar un texto bíblico versículo por versículo para después comunicar sus resultados a la comunidad. Al tratar de aplicar estos resultados a sus vidas, los oyentes, por regla general, eran luego desatendidos por el predicador que proseguía estudiando a fondo otras grandes cantidades de textos. Mientras la Biblia fue inaccesible para el hombre medio, escrita en un lenguaje incomprensible y llena de misterios cuya solución estaba fijada por la tradición, esta interpretación bíblica palabra por palabra fue una verdadera liberación evangélica.
Si atendemos la situación de la predicación protestante en España, detectamos el impacto de los misioneros extranjeros, arraigados en los diversos pietismos de los siglos pasados, cuando los protestantes en España no tenían la posibilidad de reunirse libre y públicamente para celebrar sus cultos ni escuchar a sus predicadores, salvo en la clandestinidad de unas catacumbas. Este estilo de predicación de los misioneros calvinistas (predicación del texto bíblico en tres pasos), se ha mantenido en las iglesias protestantes de España hasta día de hoy. Al principio se presenta y se explica el texto bíblico en su contexto histórico, luego se sacan unos puntos dogmáticos de valor supuestamente eterno, para finalmente aplicar estos puntos a la vida de los creyentes de todos los tiempos. Coincidimos con Cecilio Arrastra que en su manual Teoría y práctica de la predicación, califica esta estructura de los tres pasos (aun presente en seminarios e institutos bíblicos), como una “camisa de fuerza“ que ahoga a la mayoría de los textos bíblicos. Sospecha el homilético cubano que “tal vez algún homilético literalista leyó que el evangelio es locura, y diseñó esta camisa de fuerza para cerrar en ella la locura del mensaje!“[3]
Con la misma insistencia se mantiene en los programas de algunas escuelas de homilética el concepto ilusorio de una “predicación expositiva“ que pretende por estudios históricos, gramaticales, literarios saber “lo que la Biblia dice“ y transmitir sus ideas centrales con precisión, sin alteraciones, ni supresiones, ni distorsiones a cualquier tipo de audiencia. A más tardar, el “Giro Empírico“ en homilética, como parte de la “Nueva Homilética” en EE.UU de los años 60′ y 70′ y luego más tarde en Europa, demostró a los predicadores y predicadoras que las cosas no son tan sencillas. Ahora la atención recae en el oyente, quien ocupa el foco de atención. Se acabaron las predicaciones por las que un escriba bíblico se esforzaba en contestar preguntas que nadie había hecho. El auditorio, con su contexto vivencial, sus problemas, cuestiones, opiniones, sus alegrías, sus propuestas y maneras de solucionar conflictos, se convierte en el centro del interés de los predicadores. A estas personas vivas, se les ofrece el texto bíblico como respuesta a preguntas actuales.
Los primeros conceptos en esta línea todavía mantenían un estilo pedagógico de enseñanza. La predicación se convirtió en “un proceso de aprendizaje“ (Heribert Arens, 1972). Partiendo de un problema actual de la vida de los oyentes, se pasa por una serie de ensayos y errores, para luego poder ofrecer el mensaje bíblico como la solución del problema detectado anteriormente. Para el homilético norteamericano Eugene Lowry[4] la herramienta para adentrarse en la situación ambigua de las personas, es la continua pregunta de ¿por qué? Una vez el problema es bien conocido Lowry supone que la aplicación de la respuesta del evangelio es posible de manera concreta. En su lenguaje plástico y vívido aclara cómo se mantiene la tensión y nace el sermón entre “itch and scratch“ (“picar y rascar)“. Su concepto homilético, bajo el nombre “The Lowry Loop“ presenta la introducción a un estilo moderno de predicar.
Estos son los cinco pasos del Lowry Loop: ¡Uy! El predicador comienza inquietando a la congregación mediante la introducción de un problema/desafío/pregunta. ¡Ugh! Luego, el predicador sondea el problema (más allá de los meros síntomas) preguntando ¿por qué? ¡Ajá! El evangelio irrumpe. Hay un momento tipo ¡Eureka! ¡Whee! que sale directamente del ¡Ajá! El evangelio se proclama ahora como respuesta a la denuncia del texto. ¡Sí! Se celebra la solución y trazan las implicaciones para la vida. Eugene Lowry comenta:
“Una predicación no es una ponencia sobre ciertas doctrinas. Es más bien un evento en el tiempo, una forma de arte narrativa más parecida a una obra de teatro o una novela…“[5].
La homilética narrativa fue presentada en el ámbito hispanoparlante por el librillo: “Manual de Homilética Narrativa“.[6] Por medio del arte narrativo no solo se presentan los relatos bíblicos más vivamente, sino que se entremezclan las historias bíblicas con las historias de la vida de las personas. El oyente se ve reflejado auténticamente en su contexto vital, se ve tomado en serio, y, entonces, puede reconocer en los relatos evangélicos verdaderas alternativas, propuestas para su vida particular. La homilética narrativa tiene su hermenéutica propia respecto a los textos bíblicos y también cambia la imagen del predicador. Ya no es un erudito ingenuo, ajeno al mundo, ni es el maestro omnisciente. Hombres y mujeres en el púlpito comienzan a contar historias y entrelazan vívidamente las verdades bíblicas con las vidas de sus oyentes. La postura dictatorial de púlpito acostumbrada a los oyentes de épocas anteriores llega a su fin. Junto a su auditorio, el predicador o la predicadora se maravillan ante la asombrosa sabiduría de la Biblia. Él (o ella) habla a su auditorio, como alguien solidario, como “One without Authority“, una persona sin autoridad[7].
Estructurar una predicación con elementos narrativos, también es parte del enfoque homilético de Fred B. Craddock. Para el Professor of Preaching la predicación encarna el mensaje evangélico y así vuelve a tener efectos transformativos. No se trata de interpretar la palabra de Dios a la luz de nuestra vida cada vez de nuevo, se trata más bien de comunicar la Palabra de tal manera que ella interprete nuestra vida. Para entender lo que está pasando en el acto de predicar, ayuda pensar en un sacramento o, mejor, en la encarnación. La palabra se hizo carne, entonces la palabra viene al hombre en forma de la predicación humana. Ningún predicador debe atribuirse una autoridad divina. No se predica más desde arriba. Las pautas en la situación alrededor del púlpito han cambiado radicalmente. Craddock propone “predicaciones inductivas“. En el movimiento inductivo los pensamientos van desde la particularidad de unas experiencias familiares hacia una verdad o conclusión generales. Para el método inductivo es fundamental la identificación con el oyente y el uso creativo de la analogía. Se ofrecen experiencias de otros (de la Biblia) y por analogía sacamos aprendizaje de ellas. La predicación inductiva recrea imágenes de la vida en la luz del evangelio. Trabaja con el presupuesto de que los oyentes preguntan por la razón de su ser. Su participación en la predicación es esencial. No en el sentido de que hacen lo que dice el predicador, sino que el oyente piensa y toma decisiones propias mientras escucha la predicación. Es como con una obra de arte que no está terminada por el artista sino por el observador (lector, oyente).
Con esta mirada desde la estética comenzamos el -hasta ahora- último gran Giro de la homilética, el “Giro Estético“. Entendemos la predicación como una obra de arte. Para su elaboración nos valemos de las reglas de la estética, como ciencia que se dedica a la investigación no solamente de las bellas artes, sino, en un sentido más amplio, a la recepción de la realidad sobrepasando los límites de una mera reflexión lógica. Incluyendo todos los sentidos, la estética aporta a la homilética la pregunta por la percepción, el diseño y la recepción de la predicación como obra de arte abierta. El término “opera aperta” tiene su origen en el concepto del semiológo italiano Umberto Eco, que comprende una obra de arte como un símbolo, que no es unívoco, sino que provoca una pluralidad de sentidos. La predicación es el resultado de un proceso de lectura abierta del texto bíblico, de una presentación abierta de este texto en el púlpito, y de una escucha abierta de parte de los oyentes. Ellos forman su “auredito“[8] que es su versión de lo escuchado. Ya Martín Lutero sabía de la cooperación del oyente en la predicación cuando decía: “Ex verbo dei et corde tuo una res fiat“ [9]. La predicación se hace de la palabra de Dios y del corazón humano.
Sobre el trasfondo de estos conceptos nació la “homilética dramatúrgica“ en algún lugar entre escritorio y el púlpito, en el taller del predicador-artista. Sus predicaciones no recorren un camino lineal, como los sermones clásicos que van del punto A al punto B, sino que toman más bien una forma circular. Se genera de esta forma un juego de cambios, oscilando entre los polos marcados por los contextos históricos de los pasajes bíblicos y los contextos actuales del predicador y sus oyentes. El texto bíblico no es explicado, sino que acontece en el acto de la predicación, es presentado por medio de una obra de arte, la predicación, y moldeado por el “público” como tal. El texto bíblico mantiene en esta representación su extrañeza, pero con la posibilidad de que el observador encuentre en él lo suyo, tome distancia para contemplarlo mejor, y se deje interrogar y/o llevar a nuevas reflexiones. La riqueza de las palabras bíblicas, sus imágenes e historias, adquieren así de nuevo su transcendencia, lo cual expresado teológicamente implica que se abre espacio para el Espíritu Santo. No se habla más sobre la fe, sino que se invita a participar del movimiento inherente a los textos bíblicos. El carácter sacramental de la predicación y su efecto se perfilan. No se habla del consuelo, sino que se consuela. Los oyentes en sus situaciones vitales se ven reflejados en los textos predicados de una manera asombrosa y maravillosa. Las artes performativas, la danza, la música, el teatro, las películas, nos enseñan e inspiran cómo poner en escena los textos bíblicos. Lo que no implica que el predicador suba bailando al púlpito, seguimos hablando del sermón, como discurso oral valiéndose de la imaginación del auditorio.
Me detengo aquí un momento para no dar la impresión de que mi entusiasmo no tuviera límites. El camino es corto desde ese primer frenesí de amor hasta la amarga decepción y el entierro apresurado del ser amado. El funeral citado anteriormente probablemente también se debió a la desilusión de aquellos que se emocionaron demasiado rápido. Mi sugerencia: procedamos de acuerdo con 1 Ts:5,21 y examinemos qué se puede aprovechar de este nuevo concepto homilético y qué sería bueno para nuestras congregaciones. Sin embargo, también debemos cuestionar nuestra propia práctica de la predicación. ¿Cuándo fue la última revisión y actualización? Entonces, tal vez ahora sea el momento de una inspección. Echemos un vistazo a lo que se ofrece. Todavía no es demasiado tarde y el orador del funeral habló de una “despedida esperanzada”. Una resurrección no está expresamente excluida.
El concepto de una “homilética dramatúrgica“ nos invita a entrar en el texto y predicarlo desde allí, reproduciendo sus movimientos y sus tensiones. La homilética dramatúrgica no cede a la obsesión pastoral de resolver cualquier tensión. Entiende la predicación como etapa en el camino litúrgico, camino en el misterio. En el concepto de la homilética dramatúrgica se crea una predicación no en el escritorio, sino en el taller, como una performance (“un espectáculo“) desde el púlpito a base de palabras, lenguaje, voz, espacio y liturgia. El predicador, la predicadora, enreda el texto bíblico con la situación actual de sus oyentes no solamente en una estructura narrativa, sino como movimientos de una composición, en una coreografía, generando de esta manera el objeto de arte, que es la prédica. Se trabaja con moves and structure, movimientos, pasos, secuencias, y la estructura, el guion, el argumento. La predicación ya no se hace para la autoedificación interna cristiana. El teólogo percibe las preguntas religiosas de la sociedad, de la gente. Las escucha con empatía y aceptación. Su predicación refleja a base del texto bíblico, que es puesto en escena como texto religioso, aquellas preguntas existenciales (religiosas) que se hacen los contemporáneos. De esta manera entra en diálogo con la sociedad, en el discurso religioso público, y ofrece a los oyentes contemporáneos aquellas interpretaciones religiosas que la Biblia tiene a disposición en sus diversos textos.
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[1] Pastoralblätter, Herder, Friburgo, 2019, tomo 1, pp. 66-68.
[2] op. cit. p. 66, la traducción es mía.
[3] Cecilio Arrastra, Teoría y práctica de la predicación, Editorial Caribe, Miami, Fl. 1978, pág 48.
[4] Eugene Lowry, The Homiletical Plot, Westminister Knox Press, Louisville, Kentucky, 2001.
[5] Op. cit. pág. XX, XXI; la traducción es mía.
[6] Ekkehard Heise, “Manual de Homilética Narrativa“, Clie, Terrassa 2005.
[7] Así el título del libro en el que Fred B. Craddock presenta el concepto de la predicación inductiva: Fred B. Craddock, As One without Authority, St.Louis, Missouri 2001 (primera edición 1971).
[8] Wilfried Engemann, Einführung in die Homiletik, Tubinga 20112. En analogía con “manuscrito“ Engemann crea esta palabra del latín audire/auris; p. 11.
[9] WA 32; 151, 19 del año 1530.