Como cristianos muchas veces olvidamos que una cosa es tener confianza en Dios y otra muy distinta es depositar nuestra seguridad en las certezas de nuestras propias ideas y representaciones acerca de quién es Dios y cómo este actúa.
El problema radica en que sujetarse a semejantes definiciones, por mucho fundamento que digan tener, sea bíblico o experiencial, es sujetarse a algo creado por el ser humano, y esto es opuesto a la actitud de fe. Fe es confianza. Confianza no en lo que nosotros sabemos y manejamos, sino en algo supremo y divino que esta más allá de nuestro control y nuestro cabal entendimiento.
Luis Marcos Tapia, Chile
Como
cristianos
muchas veces olvidamos que una cosa es tener confianza en Dios y otra
muy
distinta es depositar nuestra seguridad en las certezas de nuestras
propias
ideas y representaciones acerca de quién es Dios y cómo este actúa.
Como
la realidad de
la que habla la religión cristiana es tan enigmática (esto es obvio,
pues se
habla de Dios, de la muerte, de la vida, etc.), muchas personas sienten
la necesidad
de definir y delimitar completamente el cristianismo. Buscan definir a
cabalidad los “atributos” de Dios y de Jesús, sus deseos y su voluntad.
Todo
esto por un afán de certeza absoluta que no se queda ahí, sino que busca
finalmente el control y la seguridad Las cosas que están en juego en el
ámbito
religioso son tan relevantes que se tiene terror ante la ambigüedad y el
misterio, por lo que se busca un fundamento a partir del cuál construir
el
edificio de certezas. Certezas que van desde el ámbito
teológico-doctrinal
hasta el ámbito moral.
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El problema radica
en que sujetarse a semejantes definiciones, por mucho fundamento que digan
tener, sea bíblico o experiencial, es sujetase a algo creado por el ser humano,
y esto es opuesto a la actitud de fe. Fe es confianza. Confianza no en lo que
nosotros sabemos y manejamos, sino en algo supremo y divino que esta más allá
de nuestro control y nuestro cabal entendimiento.
La fe no es algo exclusivo del
cristianismo, hay fe en todas las religiones. Cada persona que vive y opta por
una religión ha tomado esa decisión motivado por su fe, esto es, confía en que
es el mejor camino para alcanzar salvación. Esto, salvación, en el sentido
amplio, entendiéndola como salud integral, vida realizada, despliegue
gozoso, placentero, de vida plenamente humana (Pikaza) De más esta decir que fe
no es sólo creencia intelectual sino mayormente práctica, hábitos, camino,
estilo de vida.
Juan Luis Segundo, en su libro La
historia perdida y recuperada de Jesús de Nazaret, señala que es
evidente que nunca se puede elegir un camino de vida sabiendo de antemano lo
que nos deparará al final del esfuerzo realizado. El problema es que, no
obstante, hay que elegir, jugándose la existencia:
Ninguna lógica,
ninguna ciencia puede suplir la apuesta por lo desconocido. Hay que elegir como
supremo e incondicionado algo cuyo valor concreto no se conoce personal ni
experimentalmente (Pág. 23).
La única alternativa, continua Segundo,
es elegir un camino conducente a la felicidad basándose en experiencias ajenas.
La opción que todo ser humano toma se hace mirando a testigos referenciales, en
quienes la persona deposita su confianza. Éstos le hablan, de mil maneras, de
la satisfacción que lleva consigo la realización de esta o aquella opción de vida
y le invitan a seguir un camino semejante.
Este camino
[…] tiene una característica esencial: empuja al ser libre a no dejarse guiar
por las satisfacciones que se experimentan en lo inmediato, sino a confiar en
que, pasando por molestas mediaciones, se obtienen satisfacciones insospechadas
muy superiores (Pág. 24).
Ese es el camino de la fe, indica
Segundo, no en un sentido cristiano o religioso sino en un sentido amplio, como
una dimensión antropológica propia
de todos y cada uno de los seres humanos. Cada persona elige siempre un camino
de fe, pues aunque no elija el camino de una religión determinada ya ha optado
irremediablemente por unos valores establecidos, por un camino de vida específico,
aunque no sepa como llamarle. Es decir, aunque se declare ateo o agnóstico
siempre dirá sí a la fe.
El problema con el fundamentalismo es
que al buscar la certeza absoluta deja de lado la verdadera fe. Quiere elegir
el camino con una seguridad anticipada, quiere apostar sabiendo el resultado
final. Busca la certeza absoluta y con esto elimina la fe. Ya no busca a Dios
sino que ya lo tiene agarrado, completamente definido y clasificado. Ese dios
es totalmente comprensible y predecible, y con ello elimina al verdadero Dios.
Asegura que no sólo está en el camino correcto, sino que ya llegó a la meta,
que ya sabe el resultado final del juego. Que ya es salvo y, por tanto, todo
aquel que no es ni piensa como él, ya esta condenado.
Al contrario de lo anterior, el
cristianismo siempre ha vivido en la paradoja de la fe. Ya lo dice la Epístola
a los Hebreos al recordar a todos aquellos eligieron este camino de fe. Se
aventuraron en este caminar porque tenían certeza, garantía, convicción, etc.,
pero no en lo que esta presente, no en lo que es absolutamente seguro, no en lo
que se puede ver y tocar, sino en lo que se espera, en lo que no se ve. Es una
certeza paradójica, certeza que no se alimenta de verdades absolutas sino que
es producida por una confianza razonable (Küng). Confianza que es similar a la confianza que se desarrolla en ámbito
del amor entre seres humanos. No puedo tener certeza absoluta que mi pareja me
ama, sólo veo sus actos y escucho sus palabras y no puedo comprobar a cabalidad
que lo que esa persona hace y dice se condice realmente con lo que piensa y
siente, pues siempre esta la posibilidad que esa persona me este engañando o
que sea una lunática. Lo único que puedo hacer, y es lo que todos hacemos al
estar enamorados, es tener confianza en esa persona. A nadie se le ocurriría
decir que estoy siendo irracional al tener esa confianza, pues es una confianza
razonable, en mayor o menor medida dependiendo de cada caso.
El cristianismo debe, por tanto, recuperar su esencia como
camino de confianza, camino de fe. Camino que no esta en contradicción con un
pensamiento crítico, ni con las dudas y preguntas. Por lo mismo el camino
cristiano siempre será invitación, no imposición. Invitación para dejar de
buscar la certeza y la falsa seguridad en doctrinas y normas que la falsa
religiosidad ofrece, y empezar a caminar desde una entrega absolutamente
confiada en el Dios que ha manifestado su amor en Jesús de Nazaret. Amor que
echa fuera todo temor.
Luis Marcos Tapia, Chile
Como
cristianos
muchas veces olvidamos que una cosa es tener confianza en Dios y otra
muy
distinta es depositar nuestra seguridad en las certezas de nuestras
propias
ideas y representaciones acerca de quién es Dios y cómo este actúa.
Como
la realidad de
la que habla la religión cristiana es tan enigmática (esto es obvio,
pues se
habla de Dios, de la muerte, de la vida, etc.), muchas personas sienten
la necesidad
de definir y delimitar completamente el cristianismo. Buscan definir a
cabalidad los “atributos” de Dios y de Jesús, sus deseos y su voluntad.
Todo
esto por un afán de certeza absoluta que no se queda ahí, sino que busca
finalmente el control y la seguridad Las cosas que están en juego en el
ámbito
religioso son tan relevantes que se tiene terror ante la ambigüedad y el
misterio, por lo que se busca un fundamento a partir del cuál construir
el
edificio de certezas. Certezas que van desde el ámbito
teológico-doctrinal
hasta el ámbito moral.
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El problema radica
en que sujetarse a semejantes definiciones, por mucho fundamento que digan
tener, sea bíblico o experiencial, es sujetase a algo creado por el ser humano,
y esto es opuesto a la actitud de fe. Fe es confianza. Confianza no en lo que
nosotros sabemos y manejamos, sino en algo supremo y divino que esta más allá
de nuestro control y nuestro cabal entendimiento.
La fe no es algo exclusivo del
cristianismo, hay fe en todas las religiones. Cada persona que vive y opta por
una religión ha tomado esa decisión motivado por su fe, esto es, confía en que
es el mejor camino para alcanzar salvación. Esto, salvación, en el sentido
amplio, entendiéndola como salud integral, vida realizada, despliegue
gozoso, placentero, de vida plenamente humana (Pikaza) De más esta decir que fe
no es sólo creencia intelectual sino mayormente práctica, hábitos, camino,
estilo de vida.
Juan Luis Segundo, en su libro La
historia perdida y recuperada de Jesús de Nazaret, señala que es
evidente que nunca se puede elegir un camino de vida sabiendo de antemano lo
que nos deparará al final del esfuerzo realizado. El problema es que, no
obstante, hay que elegir, jugándose la existencia:
Ninguna lógica,
ninguna ciencia puede suplir la apuesta por lo desconocido. Hay que elegir como
supremo e incondicionado algo cuyo valor concreto no se conoce personal ni
experimentalmente (Pág. 23).
La única alternativa, continua Segundo,
es elegir un camino conducente a la felicidad basándose en experiencias ajenas.
La opción que todo ser humano toma se hace mirando a testigos referenciales, en
quienes la persona deposita su confianza. Éstos le hablan, de mil maneras, de
la satisfacción que lleva consigo la realización de esta o aquella opción de vida
y le invitan a seguir un camino semejante.
Este camino
[…] tiene una característica esencial: empuja al ser libre a no dejarse guiar
por las satisfacciones que se experimentan en lo inmediato, sino a confiar en
que, pasando por molestas mediaciones, se obtienen satisfacciones insospechadas
muy superiores (Pág. 24).
Ese es el camino de la fe, indica
Segundo, no en un sentido cristiano o religioso sino en un sentido amplio, como
una dimensión antropológica propia
de todos y cada uno de los seres humanos. Cada persona elige siempre un camino
de fe, pues aunque no elija el camino de una religión determinada ya ha optado
irremediablemente por unos valores establecidos, por un camino de vida específico,
aunque no sepa como llamarle. Es decir, aunque se declare ateo o agnóstico
siempre dirá sí a la fe.
El problema con el fundamentalismo es
que al buscar la certeza absoluta deja de lado la verdadera fe. Quiere elegir
el camino con una seguridad anticipada, quiere apostar sabiendo el resultado
final. Busca la certeza absoluta y con esto elimina la fe. Ya no busca a Dios
sino que ya lo tiene agarrado, completamente definido y clasificado. Ese dios
es totalmente comprensible y predecible, y con ello elimina al verdadero Dios.
Asegura que no sólo está en el camino correcto, sino que ya llegó a la meta,
que ya sabe el resultado final del juego. Que ya es salvo y, por tanto, todo
aquel que no es ni piensa como él, ya esta condenado.
Al contrario de lo anterior, el
cristianismo siempre ha vivido en la paradoja de la fe. Ya lo dice la Epístola
a los Hebreos al recordar a todos aquellos eligieron este camino de fe. Se
aventuraron en este caminar porque tenían certeza, garantía, convicción, etc.,
pero no en lo que esta presente, no en lo que es absolutamente seguro, no en lo
que se puede ver y tocar, sino en lo que se espera, en lo que no se ve. Es una
certeza paradójica, certeza que no se alimenta de verdades absolutas sino que
es producida por una confianza razonable (Küng). Confianza que es similar a la confianza que se desarrolla en ámbito
del amor entre seres humanos. No puedo tener certeza absoluta que mi pareja me
ama, sólo veo sus actos y escucho sus palabras y no puedo comprobar a cabalidad
que lo que esa persona hace y dice se condice realmente con lo que piensa y
siente, pues siempre esta la posibilidad que esa persona me este engañando o
que sea una lunática. Lo único que puedo hacer, y es lo que todos hacemos al
estar enamorados, es tener confianza en esa persona. A nadie se le ocurriría
decir que estoy siendo irracional al tener esa confianza, pues es una confianza
razonable, en mayor o menor medida dependiendo de cada caso.
El cristianismo debe, por tanto, recuperar su esencia como
camino de confianza, camino de fe. Camino que no esta en contradicción con un
pensamiento crítico, ni con las dudas y preguntas. Por lo mismo el camino
cristiano siempre será invitación, no imposición. Invitación para dejar de
buscar la certeza y la falsa seguridad en doctrinas y normas que la falsa
religiosidad ofrece, y empezar a caminar desde una entrega absolutamente
confiada en el Dios que ha manifestado su amor en Jesús de Nazaret. Amor que
echa fuera todo temor.
Luis Marcos Tapia, Chile
Como
cristianos
muchas veces olvidamos que una cosa es tener confianza en Dios y otra
muy
distinta es depositar nuestra seguridad en las certezas de nuestras
propias
ideas y representaciones acerca de quién es Dios y cómo este actúa.
Como
la realidad de
la que habla la religión cristiana es tan enigmática (esto es obvio,
pues se
habla de Dios, de la muerte, de la vida, etc.), muchas personas sienten
la necesidad
de definir y delimitar completamente el cristianismo. Buscan definir a
cabalidad los “atributos” de Dios y de Jesús, sus deseos y su voluntad.
Todo
esto por un afán de certeza absoluta que no se queda ahí, sino que busca
finalmente el control y la seguridad Las cosas que están en juego en el
ámbito
religioso son tan relevantes que se tiene terror ante la ambigüedad y el
misterio, por lo que se busca un fundamento a partir del cuál construir
el
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El problema radica
en que sujetarse a semejantes definiciones, por mucho fundamento que digan
tener, sea bíblico o experiencial, es sujetase a algo creado por el ser humano,
y esto es opuesto a la actitud de fe. Fe es confianza. Confianza no en lo que
nosotros sabemos y manejamos, sino en algo supremo y divino que esta más allá
de nuestro control y nuestro cabal entendimiento.
La fe no es algo exclusivo del
cristianismo, hay fe en todas las religiones. Cada persona que vive y opta por
una religión ha tomado esa decisión motivado por su fe, esto es, confía en que
es el mejor camino para alcanzar salvación. Esto, salvación, en el sentido
amplio, entendiéndola como salud integral, vida realizada, despliegue
gozoso, placentero, de vida plenamente humana (Pikaza) De más esta decir que fe
no es sólo creencia intelectual sino mayormente práctica, hábitos, camino,
estilo de vida.
Juan Luis Segundo, en su libro La
historia perdida y recuperada de Jesús de Nazaret, señala que es
evidente que nunca se puede elegir un camino de vida sabiendo de antemano lo
que nos deparará al final del esfuerzo realizado. El problema es que, no
obstante, hay que elegir, jugándose la existencia:
Ninguna lógica,
ninguna ciencia puede suplir la apuesta por lo desconocido. Hay que elegir como
supremo e incondicionado algo cuyo valor concreto no se conoce personal ni
experimentalmente (Pág. 23).
La única alternativa, continua Segundo,
es elegir un camino conducente a la felicidad basándose en experiencias ajenas.
La opción que todo ser humano toma se hace mirando a testigos referenciales, en
quienes la persona deposita su confianza. Éstos le hablan, de mil maneras, de
la satisfacción que lleva consigo la realización de esta o aquella opción de vida
y le invitan a seguir un camino semejante.
Este camino
[…] tiene una característica esencial: empuja al ser libre a no dejarse guiar
por las satisfacciones que se experimentan en lo inmediato, sino a confiar en
que, pasando por molestas mediaciones, se obtienen satisfacciones insospechadas
muy superiores (Pág. 24).
Ese es el camino de la fe, indica
Segundo, no en un sentido cristiano o religioso sino en un sentido amplio, como
una dimensión antropológica propia
de todos y cada uno de los seres humanos. Cada persona elige siempre un camino
de fe, pues aunque no elija el camino de una religión determinada ya ha optado
irremediablemente por unos valores establecidos, por un camino de vida específico,
aunque no sepa como llamarle. Es decir, aunque se declare ateo o agnóstico
siempre dirá sí a la fe.
El problema con el fundamentalismo es
que al buscar la certeza absoluta deja de lado la verdadera fe. Quiere elegir
el camino con una seguridad anticipada, quiere apostar sabiendo el resultado
final. Busca la certeza absoluta y con esto elimina la fe. Ya no busca a Dios
sino que ya lo tiene agarrado, completamente definido y clasificado. Ese dios
es totalmente comprensible y predecible, y con ello elimina al verdadero Dios.
Asegura que no sólo está en el camino correcto, sino que ya llegó a la meta,
que ya sabe el resultado final del juego. Que ya es salvo y, por tanto, todo
aquel que no es ni piensa como él, ya esta condenado.
Al contrario de lo anterior, el
cristianismo siempre ha vivido en la paradoja de la fe. Ya lo dice la Epístola
a los Hebreos al recordar a todos aquellos eligieron este camino de fe. Se
aventuraron en este caminar porque tenían certeza, garantía, convicción, etc.,
pero no en lo que esta presente, no en lo que es absolutamente seguro, no en lo
que se puede ver y tocar, sino en lo que se espera, en lo que no se ve. Es una
certeza paradójica, certeza que no se alimenta de verdades absolutas sino que
es producida por una confianza razonable (Küng). Confianza que es similar a la confianza que se desarrolla en ámbito
del amor entre seres humanos. No puedo tener certeza absoluta que mi pareja me
ama, sólo veo sus actos y escucho sus palabras y no puedo comprobar a cabalidad
que lo que esa persona hace y dice se condice realmente con lo que piensa y
siente, pues siempre esta la posibilidad que esa persona me este engañando o
que sea una lunática. Lo único que puedo hacer, y es lo que todos hacemos al
estar enamorados, es tener confianza en esa persona. A nadie se le ocurriría
decir que estoy siendo irracional al tener esa confianza, pues es una confianza
razonable, en mayor o menor medida dependiendo de cada caso.
El cristianismo debe, por tanto, recuperar su esencia como
camino de confianza, camino de fe. Camino que no esta en contradicción con un
pensamiento crítico, ni con las dudas y preguntas. Por lo mismo el camino
cristiano siempre será invitación, no imposición. Invitación para dejar de
buscar la certeza y la falsa seguridad en doctrinas y normas que la falsa
religiosidad ofrece, y empezar a caminar desde una entrega absolutamente
confiada en el Dios que ha manifestado su amor en Jesús de Nazaret. Amor que
echa fuera todo temor.