«Es tal la angustia que me invade que me siento morir —les dijo—. Quédense aquí y vigilen.» Mc. 14:34 NVI
Asco… sí, asco me provoca la cuota tan mínima de empatía que existe en el mundo cristiano frente al dolor ajeno. Y hablo del mundo cristiano porque sé que mi target de lectores son los cristianos, pero en general es una cuestión propia de nosotros como humanos.
Hace unos días la noticia de un nuevo suicidio dentro de las filas ministeriales de la iglesia nos sacudió el alma. Andrew Stoecklein, un pastor joven y con gran proyección, dejó tras de sí a tres hijos desconsolados, una esposa que ha mostrado una fortaleza enorme y a una iglesia consternada y destrozada por la partida del que era su pastor.
Los años pasados han tenido esta sombra creciente sobre la iglesia, pastores y otros clérigos que han decidido terminar con sus vidas.
Desde la religión la condena es contundente, pasan por dudar de la real conversión de ellos a darle lugar al Diablo, a afirmar que de seguro habían pecados sin confesar y, evidentemente, a hacer declaraciones muy convincentes sobre su destino de ultratumba: están en el infierno.
Y es que las distancias y el pseudoanonimato que nos brindan las redes sociales hacen que nos acerquemos a la realidad humana como el que se acerca al teclado del piano pero lleva puestos guantes de cocina, nos acercamos a la realidad desconectados de ella, sin sensibilidad, sin amor. Muchos piensan que el suicidio es cosa sencilla, prácticamente un berrinche que se salió de control, pero ¿qué saben de vivir una depresión?. Yo personalmente he tenido mis momentos tristes, de bajón, pero nunca he experimentado lo que el cuadro médico llamado depresión significa. Esa falta de motivación para la vida que te invade aunque lo tengas todo, ese desequilibrio químico que hace que tu cerebro interprete la realidad de maneras distorsionadas y que no le encuentre sentido a rituales de liberación ni consejos de «expertos». Sobretodo cuando esos expertos lo único que le dicen es «deja tus cargas en el Señor», «ora más…», «te falta leer más las Escrituras…» etc. Cero comprensión, cero empatía, cero compromiso por ayudar al otro en acciones concretas, de esas que te llevan tiempo, de esas que significa estar para la otra persona 24/7 si es necesario.
En el caso de Stoeklein, ni sus tres hijos, ni su bella esposa, ni un ministerio en ascenso fueron suficientes para disuadirle de tomar la decisión que tomó, para otros el dinero en abundancia tampoco es suficiente, ni carreras llenas de éxito, pero… ¿hasta que punto es decisión y hasta cuál es algo «inevitable»? La pregunta me estremece…
Jesús, ad portas de morir, se «siente morir»… no de clavos, no de azotes, no de corona de espinas, no de látigos desgarradores; se siente morir de angustia, se siente morir por dentro, lo que es peor que todos los instrumentos antes mencionados.
Tal vez yo no sepa como se siente una depresión, pero creo que Jesús sí lo sabe.
Si leíste esto y estás pasando por momentos difíciles, pide ayuda, lanza un grito de desesperación que todos oigan, deja de responder que «todo está bien» cuando nada se siente bien. Y si eres líder y estás en esa posición, por favor, de verdad por favor, abandona esa estúpida, idiota y absurda idea de que siempre tienes que estar «en victoria» y bien para los demás. Eso no es más que hipocresía vestida de religiosidad piadosa. Abre tu corazón, busca apoyo, duerme mejor, haz deporte, medita, busca un psicólogo, desacelera, come mejor, etc. Y sí, a propósito omito lo de la oración y la lectura de la Biblia, porque las otras cosas son parte integral de tu ser espiritual también, y porque si quisieras leer lo que todo el mundo cristiano recomienda, no me estarías leyendo a mí.
- Desear morir | César Soto - 31/08/2018