Posted On 23/10/2020 By In Biblia, Espiritualidad, Opinión, Pastoral, portada With 2487 Views

¡Despertad! | José A. Fernández

En septiembre de 2017 sentí que Dios me decía que debía empezar a preparar un sermón basado en el libro del profeta Joel. Esto me sorprendió un poco. Durante casi tres años fui pastor de una iglesia en Madrid y creo que nunca prediqué sobre ese libro. Sin embargo, desde ese momento no pude quitármelo de la cabeza. Y según lo fui leyendo algo comenzó a crecer dentro de mí, una sensación de pavor que aún no me he podido quitar de encima. Esto es lo que me ha llevado a escribir de nuevo después de más de cinco años sin hacerlo.

Joel: Un mensaje de avivamiento

El libro de Joel trata sobre el avivamiento. ¿Por qué entonces la sensación de pavor? Cuando la gente habla hoy de avivamiento, la imagen que les viene a la cabeza es una imagen feliz. Así ocurría también con el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Imaginaban a su Creador viniendo en amor y poder para rescatarlos y para poner todo en orden. Era una imagen que encajaba a la perfección con la historia de su liberación de Egipto. ¿Recordáis aquellas preciosas palabras de Dios en Éxodo 3:7–8?

“Ciertamente he visto la opresión que sufre mi pueblo en Egipto. Los he escuchado quejarse de sus capataces, y conozco bien sus penurias. Así que he descendido para librarlos del poder de los egipcios y sacarlos de ese país, para llevarlos a una tierra buena y espaciosa, tierra donde abundan la leche y la miel” (NVI)

Dios ama a sus hijos. Y en aquella ocasión demostró su amor extendiendo su mano y rescatándolos de la esclavitud. Y plaga tras plaga también demostró su poder. Primero con sangre. Luego ranas, piojos, moscas, pestes, úlceras, granizo. Y luego, en el capítulo 10, Dios manda langostas, la octava plaga (vv.4–6):

“mañana mismo traeré langostas sobre tu país. De tal manera cubrirán la superficie de la tierra que no podrá verse el suelo. Se comerán lo poco que haya quedado después del granizo, y acabarán con todos los árboles que haya en los campos. Infestarán tus casas, y las de tus funcionarios y las de todos los egipcios. ¡Será algo que ni tus padres ni tus antepasados vieron jamás, desde el día en que se establecieron en este país hasta la fecha!” (NVI)

Después de esto vinieron las tinieblas. Y después muerte, la muerte de aquellos que eran más preciados para los egipcios, sus propios hijos. El Dios que vemos en este texto es un Dios de amor, sí, pero también un Dios de poder, un Dios que no se detendrá hasta que haya conseguido su propósito. Esta historia dio una identidad al pueblo de Dios, y al mismo tiempo demostró lo importantes que eran para él.

Y nosotros también compartimos esta historia. También hemos sido esclavos (Romanos 6:20), fuimos rescatados (Colosenses 1:13) y hemos experimentado el tremendo amor de Dios (Juan 3:16). ¿No recordáis el hedor del pozo en el que estabais cuando Dios estrechó su mano y os rescató? Yo lo recuerdo muy bien. Por tanto, ante la idea de una visita de Dios, nosotros también decimos: ¡aleluya, ven Señor Jesús!

Joel: Un mensaje de destrucción

El problema con esta historia es que puede proporcionar una imagen distorsionada de lo que Dios está haciendo. ¿Con qué propósito viene Dios? Fijaos en estas palabras del profeta Amós (5:18):

“¡Ay de los que suspiran
    por el día del Señor!
¿De qué os servirá ese día
    si va a ser de oscuridad y no de luz?” (NVI)

 Joel también observa lo que sucede a su alrededor y proclama las palabras que oye de parte de Dios, y hoy nosotros necesitamos desesperadamente escuchar lo que dice.

La profecía de Joel relata un tremendo desastre. Varias plagas de langostas han invadido la tierra (1:10):

“El campo está asolado, se enlutó la tierra;

    porque el trigo fue destruido, se secó el mosto, se perdió el aceite” (RV60)

Muchos comentaristas mencionan la similitud que existe en hebreo entre algunas descripciones que Joel usa aquí y el texto de Éxodo que hemos leído. El profeta parece conectar la terrible plaga que Dios envió contra Egipto y este desastre que afecta al pueblo de Dios. Y por si queda alguna duda acerca de lo que Joel está intentando decir aquí, mirad el versículo 15:

“¡Ay de aquel día, el día del Señor, que ya se aproxima!
Vendrá como devastación de parte del Todopoderoso” (NVI)

En hebreo esta última parte es como un juego de palabras: ce-shod mi-shaddai. Shaddai es un antiguo nombre que se usa en algunas ocasiones para referirse a Dios en el Pentateuco, y la palabra shod puede ser traducida como violencia, destrucción, devastación, ruina.

¡Despierta, pueblo dormido!

¿Qué puede hacer, pues, el pueblo de Dios ante esta situación de crisis? La respuesta del profeta es clara: “¡Despertad, borrachos!” (1:5 NVI). Ha de abrir sus ojos y darse cuenta de lo que está pasando. Cuando una persona duerme y sueña, suele creer que está despierta, aunque realmente esté viviendo en el mundo de fantasías que ha creado su mente. Cuando ocurre algo a su alrededor puede que lo incorpore en su fantasía, pero seguirá durmiendo. De la misma forma, cuando el pueblo de Dios está cegado por ideas equivocadas acerca de quién es Dios y de lo que puede o no hacer, tampoco es capaz de reaccionar adecuadamente ante lo que realmente está haciendo.

Hay una cierta ironía que recorre todo este texto. El profeta pide una y otra vez a distintos miembros de la sociedad que abran sus ojos y que lamenten, lloren, giman. Incluso pide a los sacerdotes que pasen noches vestidos de luto (1:13), que reúnan a la asamblea y clamen todos a Dios. Por contra, la tierra ya está lamentando y llorando, como dice literalmente el texto (1:10). La tierra misma está consiguiendo hacer lo que el pueblo de Dios no consigue. Los animales están desolados (1:18) y buscan con ansias a Dios (1:20). Aunque el pueblo de Dios duerme, su creación está bien despierta. Juan Calvino nota esta ironía:

“es como si él [el profeta] dijera, ‘hay claramente más inteligencia y razón en los bueyes y otros animales brutos que en vosotros’; porque las manadas y las bandadas gimen, pero vosotros continuáis en vuestra estupidez y aturdimiento” (mi traducción de una cita en The Minor Prophets, editado por T.E. McComiskey)

Si incluso los animales son capaces de arrodillarse ante su creador y pedir misericordia, ¿cómo es posible que el pueblo de Dios no consiga hacer lo mismo? Porque está dormido. Y es por esto que el profeta lo explica de forma clara: “todo esto es destrucción de parte del Todopoderoso”, con la esperanza de que el entendimiento adecuado provoque la reacción correcta.

En el primer capítulo de Joel, el profeta observa la destrucción que hay a su alrededor y se toma su tiempo para describirla. Este tiempo de reflexión es muy útil; nos da la oportunidad de observar lo que ocurre, pensar sobre ello y cambiar nuestra forma de pensar. Sin embargo, si no se utiliza bien, si no se usa para despertar, cuando Dios aparezca será ya demasiado tarde. Los que siguen dormidos no ven, no reflexionan y no cambian.

El fuego de Dios viene

Este capítulo acaba con el profeta mismo uniéndose al lamento. Y en esta última parte Joel describe la destrucción utilizando la palabra ‘fuego’ (1:19):

“A ti clamo, Señor,
porque el fuego ha devorado los pastizales de la estepa;
las llamas han consumido todos los árboles silvestres” (NVI)

Algunos comentaristas piensan que esto se refiere a un fuego que ocurrió de verdad y que aumentó aún más la destrucción causada por las langostas. En cualquier caso, la palabra ‘fuego’ aparece asociada con Dios en las Escrituras. El Antiguo Testamento habla de Dios como un “fuego consumidor” (Deuteronomio 4:24 NVI). En el Nuevo Testamento, Jesús describe su misión como “traer fuego a la tierra” (Lucas 12:49 NVI), y cuando el Espíritu Santo desciende en Pentecostés, aparecen “lenguas como de fuego” (Hechos 2:3 NVI). Los cristianos intentamos a menudo domesticar este fuego y convertirlo en una bonita vela para adornar nuestra ventana y encender o apagar según nos parezca. Nos gusta el fuego cuando nos da calor y nos conforta, pero no nos gusta cuando amenaza con quemarnos. Me recuerda a Aslan, el león en la famosa historia de C. S. Lewis, El león, la bruja y el armario. Cuando alguien pregunta si el león es seguro, la respuesta es: “¿Seguro?… ¡Quién ha dicho nada de ser seguro! Por supuesto que no es seguro. Pero es bueno. Es el rey” (mi traducción). Este fuego, como el león, es bueno, pero no es seguro.

Joel ve lo que ocurre a su alrededor y por medio de una palabra de Dios sabe que Dios viene, que después de ‘destrucción del Todopoderoso’ Dios vendrá, como veremos, tronando al frente de su ejército (2:11). Y aun viendo esto, el mensaje del profeta es: este Dios es el único al que podemos pedir ayuda. Este Dios, no el Dios que habita en las fantasías de su pueblo, un Dios seguro y bajo control. No, con ojos bien abiertos Joel sabe que este Dios que truena es el único que puede salvarles.

En el verano de 2019 prediqué un mensaje parecido a este en Madrid. Por aquel entonces fue difícil para aquellos que lo escucharon saber qué hacer con él. Hoy debería ser mucho más fácil. El mensaje de Joel confronta hoy al pueblo de Dios, en medio de nuestra situación, y nos pide que abramos nuestros ojos y que nos demos cuenta de lo que Dios está haciendo.

Es cierto que muchos cristianos encuentran esta idea incómoda. Estamos tan acostumbrados a la bonita vela que se comporta como queremos, que no somos capaces de reconocer el terrible fuego. ‘Y ahora tenemos a Jesús’, decimos. Y por supuesto, Jesús nos revela al Padre y todo lo que sabemos de Dios por medio suyo es cierto. Pero si hay algo que está claro tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento es que Dios, además de ser amor, también está en el trono. Sus caminos no son los nuestros y nadie más que él pone las reglas. El libro de Hechos dice que Dios establece los tiempos conforme a su autoridad y fija los periodos de las naciones y las fronteras de sus territorios. En Colosenses Cristo es la cabeza sobre todo poder y autoridad. En los evangelios la gente se sorprende de que naturaleza, enfermedades y demonios se sometan a la autoridad de Jesús. En Romanos las autoridades que existen han sido establecidas por Dios. La bestia en Apocalipsis tiene sólo la autoridad que se le ha dado, así como en Job, Satanás puede hacer sólo el daño que Dios le permite. Es por esto que el autor de Hebreos cita las palabras de Dios en Hageo, “haré que se estremezca no solo la tierra, sino también el cielo” (12:26 NVI), y dice que su pueblo adora a Dios con temor y reverencia porque “nuestro Dios es fuego consumidor” (12:29 NVI). Es por esto que la iglesia en Hechos 9 crecía viviendo en el temor del Señor y fortalecida por el Espíritu Santo, o que el clamor desde el trono en Apocalipsis 19 es, “¡Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos, grandes y pequeños, que con reverente temor le sirven!” (19:5 NVI). Dios está en el trono. Y si ponemos límites a lo que decimos que Dios puede o no hacer, estamos poniendo nuestra teología por encima de él. El mensaje de Joel nos confronta y nos pide que despertemos y que nos preparemos para lo que viene. ¿Y qué viene? Para eso hemos de entrar en el capítulo 2.

¡Tocad la trompeta!

Si el primer capítulo de Joel está diseñado para darnos tiempo para despertar, cambiar de idea y prepararnos, en el segundo esta oportunidad ya ha pasado. Ahora Dios viene y sólo aquellos que consiguieron despertar y prepararse podrán responder correctamente. El capítulo 2 comienza así (vv.1–12):

“Tocad la trompeta en Sión; dad la voz de alarma en mi santo monte. Tiemblen todos los habitantes del país, pues ya viene el día del Señor; en realidad ya está cerca. Día de tinieblas y oscuridad… Truena la voz del Señor al frente de su ejército; son innumerables sus tropas y poderosos los que ejecutan su palabra. El día del Señor es grande y terrible. ¿Quién lo podrá resistir?” (NVI)

 Ahora todo va mucho más rápido. Dios viene, y si leemos el texto (y os animo a que lo hagáis) vemos que con él viene un gran ejército, uno mil veces peor que los anteriores. Y es justo ahora, cuando tenemos el ejército encima, que todo se detiene y llegamos al momento más crucial de todo el libro. Desde el silencio se oye una voz. Es la voz de Dios. Hasta ahora no hemos oído esta voz en el libro. ¿Y por qué habla Dios ahora? Porque ama a sus hijos. Y esto es lo que dice (2:12):

“Ahora bien —afirma el Señor—,
volveos a mí de todo corazón,
con ayuno, llantos y lamentos” (NVI)

Dios habla – pero si aún estamos durmiendo no oiremos su voz. Y si llegamos a oír algo parecido a una voz, lo ignoraremos, o diremos que viene de predicadores insensatos, o que es el diablo mismo quien habla. Solo aquellos que han despertado y están listos conseguirán escuchar la voz y reaccionar correctamente.

Un cambio radical

Justo ahora, después de estas palabras, Joel reúne una nueva asamblea. Quiere juntar a todos, grandes y pequeños, mujeres y hombres, incluso bebés. Reúne a todos y les pide que clamen a Dios, que pidan misericordia. El profeta confía en que el pueblo esté preparado y espera que Dios responda expulsando su ejército y bendiciéndoles. La imagen que Joel nos ofrece aquí es muy parecida a la que encontramos en el libro de Jonás, donde el profeta proclama que en unos pocos días la capital de Asiria será destruida. Y podemos preguntar, ¿acaso piensa Dios que se van a arrepentir esos enemigos de su pueblo? ¡Pero la sorpresa es que se arrepienten! Se reúnen todos, grandes y pequeños, mujeres y hombres, bebés e incluso animales. Se visten de luto y piden misericordia a Dios. Y Dios escucha y cambia de idea. Joel espera que lo mismo ocurra aquí. E imagina mucho más que eso. Imagina tremendas bendiciones de Dios, abundante comida y bebida, un cambio radical de la situación. Y además añade bendiciones espirituales a todo esto (2:28):

“Después de esto,
derramaré mi Espíritu sobre todo ser humano.
Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán,
tendrán sueños los ancianos
y visiones los jóvenes” (NVI)

Este texto, que también aparece en el sermón de Pentecostés, es el único que la gente suele recordar de este libro. Una preciosa promesa que Joel espera ver cumplida en aquellos que estén listos para escuchar la voz de Dios y volver a él. Una promesa condicional de avivamiento. Es muy frustrante cuando la gente hoy habla de avivamiento citando la promesa, pero no la condición. Pero para llegar a Joel 2:28 antes tenemos que pasar por el capítulo 1 y el principio del capítulo 2. No se puede llegar a la promesa ignorando las langostas. De hecho, son precisamente las langostas las que quizá provoquen los cambios necesarios en nosotros para poder recibir la promesa.

El libro de Joel termina con la aparición de un nuevo ejército. Solo que ahora es un ejército formado por el pueblo de Dios, listo para la batalla. Me encantaría que la iglesia estuviese en este punto hoy. Desafortunadamente aún estamos en medio del capítulo 1. No pretendo con esto presentar un argumento teológico sino mas bien compartir lo que llevo dentro desde hace tres años. Hermanas, hermanos, pronto en el capítulo 2 viene algo mucho peor, y Dios viene rugiendo al frente y no estamos listos.

Volvamos a Dios

Cuando era pequeño mis padres me llevaron a las cataratas de Niagara. Recuerdo ver una foto mía en un barco con un chubasquero gigante y con cara de preocupación. Al igual que el fuego, el agua también aparece en la Biblia como símbolo de Dios. El agua puede calmar nuestra sed, regar nuestros jardines y traer vida a plantas casi muertas. En el evangelio de Juan, Jesús habla de los ríos de agua viva que deben fluir de aquellos que le siguen. Pero el agua, como el fuego, también tiene potencial destructor. Esos ríos de agua viva no son pequeños chorritos de agua que podemos contener en un vaso para beber cuando lo necesitemos. Son ríos, a veces ríos grandes, poderosos y capaces de inundar el mundo. En el libro del Ezequiel, esos ríos crecen tanto que el profeta no puede mantenerse en pie. Podríamos decir que son casi como cataratas.

Hubo un tiempo en que la iglesia vivía cerca de estas temibles cataratas y bebía de ellas. Aunque inspiraban temor, también aportaban abundante vida. Poco a poco, sin embargo, la iglesia se fue alejando de ellas. Cogió un poco de su agua y fue a vivir a un sitio muy apartado. Allí construyó pozos donde metió el agua. Cuando los pozos se secaron, volvió a coger más agua de las cataratas para poner en sus pozos. Sin embargo, con el tiempo la iglesia olvidó el camino de vuelta a las cataratas. Cuando los pozos se secaron la iglesia los llenó con aguas impuras que había encontrado en charcos cercanos. Y continuó bebiendo de esas aguas y continuó viviendo como si todo estuviera bien. Hasta que un día Dios rugió desde las cataratas y todo el mundo pudo escuchar su rugido. La iglesia también lo oyó. Podría haber utilizado el rugido para encontrar el camino de vuelta a las cataratas. Pero en lugar de despertar y seguirlo, siguió durmiendo.

Hoy vivimos en medio de una pandemia global así que no me cabe duda de que podéis oír un rugido. Todos pueden. ¿Hemos despertado ya o estamos aún durmiendo? Mi oración es que podamos despertar y prepararnos, porque Dios mismo viene y lo que trae con él es mucho más grande que lo que hemos visto hasta ahora.

Jose A. Fernandez

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