El cardenal Walter Kasper, una de las mentes más preclaras y avanzadas de la teología católica, a quien leo desde hace más de 40 años, dice que el diálogo ha de ser entendido como intercambio (Walter Kasper, Testigo de la misericordia, Barcelona: Herder, 2016, pos. Kindle 859). Y añade que en el diálogo interreligioso e intercultural, se requiere no solo inteligencia, sino también corazón (pos. Kindle 1378); son dos ingredientes indispensables para el desarrollo personal.
En el diálogo se requiere, por lo menos, 2 interlocutores para que se produzca el intercambio, pero ¿se puede dialogar con quien mantiene posiciones extremas e incompatibles con nuestras ideas? Por ejemplo, ¿se puede dialogar con un fundamentalista estricto, con un liberal extremo, con un necio, con un terrorista, con un violador, con un discapacitado, con un enfermo alcohólico, con un toxicómano, con un traficante de armas…? Mi respuesta es sí, porque son seres humanos y hemos de hacer el esfuerzo necesario para comprender desde nuestra propia debilidad.
A Jesús de Nazaret, en uno de los pasajes más bellos de la Escritura, le encontramos conversando con una mujer (Juan 4). Como sabemos no estaba bien visto que un hombre hablara con una mujer a solas, y menos un Maestro. Para colmo, esa mujer era samaritana (lo peor para un judío). Y Jesús supera los prejuicios de su tiempo mostrando el camino a seguir para construir puentes de acercamiento y dialoga con esa mujer samaritana que, por supuesto, queda fascinada de su encuentro con el Maestro.
Jesús es llamado “el logos” (Juan 1), término que forma parte de la etimología de “diálogo”, el Preexistente del que habla la carta a los Filipenses cap. 2, que decide vaciarse, despojarse a sí mismo (kenosis, abajamiento) para hacerse como uno de nosotros y enseñarnos el camino que lleva a Dios de modo que todo ser humano, de forma especial el que no tiene posibilidades, como el pobre y el marginado, tenga las mismas oportunidades de una vida plena y feliz. Jesús viene a dialogar con el ser humano, pero no desde la superioridad o divinidad, sino desde la propia humanidad, desde la identificación, haciéndose como uno de nosotros, y lo decide libremente a pesar de que la Escritura dice que éramos enemigos de Dios (Rom 5.10).
Por eso, los diálogos de Jesús con sus discípulos y con los dirigentes religiosos judíos son tan importantes en nuestro mundo occidental que, a pesar de la tecnología de que se dispone, vive un individualismo atroz, donde cada uno está “encapsulado”, vive ensimismado (en sí mismo), sin intercambio, sin reflexión; en una palabra, sin diálogo. Y las redes sociales no son sino un espejismo de intercambio, una cárcel camuflada que atrapa la mente para evitar la reflexión, el diálogo abierto y sincero y que está generando una tecnodependencia similar a la que provocan las drogas tradicionales; jóvenes y no tan jóvenes quedan “enganchados” habiendo obviado y arrinconado la capacidad de dialogar, de encontrarse con el otro. Si nos fijamos bien, podemos ver a distintas personas en una cafetería o restaurante, amigos o parejas, y cada uno está con su teléfono móvil, en lugar de dialogar con la persona/s que tiene delante…
Por todo ello, me gustaría plantear tres bases para un diálogo constructivo y sincero:
Diálogo como apertura al otro. Antiguamente la Iglesia tenía el monopolio de “la verdad” y ésta era impuesta bajo pena de excomunión, persecución o muerte. Es evidente que eso impedía el diálogo. Para que exista intercambio se ha de hablar desde la humildad, desde la consideración del otro, desde la generosidad, desde la igualdad. A partir de aquí vemos que el otro tiene importancia como persona, tiene ideas, tiene una cultura en la que ha crecido, tiene una historia detrás que le ha condicionado ser como es, tiene dignidad porque conserva la imagen del Dios creador. La apertura al otro nos lleva a la tolerancia. Abrirse al otro significa pensar que puedo estar equivocado y eso remueve las entrañas porque cuando otro discrepa de nuestras ideas, lo normal es ponerse a la defensiva y se genera un conflicto ideológico que termina, normalmente, en una discusión infructuosa, con posiciones más polarizadas si cabe, y eso hace perder oportunidad de crecimiento (maduración). El prójimo tiene la capacidad de pensar, de sentir y de llegar a conclusiones distintas a las mías. Y eso no es una amenaza, simplemente forma parte de la diversidad intracultural e intercultural.
Diálogo como enriquecimiento mutuo. El otro tiene algo que aportar, puedo aprender de él si abro la mente y el corazón. Por ejemplo, ¿qué puede aportarme dialogar con un mendigo? Supervivencia. ¿Qué puede aportarme dialogar con un fundamentalista? Convicción. ¿Qué puede aportarme dialogar con un liberal? Flexibilidad. ¿Qué puede aportarme dialogar con un pentecostal? Emocionalidad de la fe. ¿Qué me puede aportar el diálogo con religiones orientales? Meditación y serenidad… Todo ser humano me puede enriquecer a través de su manera de pensar y de su forma de vivir. Es imprescindible la apertura al otro para que haya un enriquecimiento mutuo, incluso abrirse a otras culturas, a otras formas de ver la religiosidad y la espiritualidad… Se acabó el colonialismo intelectual y religioso; nuestro mundo requiere diálogo, aunque el otro sea muy distinto y opuesto a uno mismo. Estamos llamados a enriquecernos unos a otros, es la grandeza de la diversidad. La propia naturaleza es diversa: animales, plantas, árboles, paisajes… Es abrumadora y nos deja extasiados ante tanta variedad. Con el pensamiento ha de ser lo mismo. El papa Francisco habla de “diálogo interreligioso e intercultural como alegría de poner en común las diferencias que nos enriquecen” (Testigo de la misericordia, pos. Kindle 1376). Esa mentalidad representa un avance extraordinario en el siglo XXI para los cristianos (incluso para los que no creen). Ya en el Nuevo Testamento vemos ideas contrapuestas. En el Concilio de Jerusalén surge un problema grave (Hechos 15) y la iglesia es capaz de dialogar para llegar a acuerdos. Pablo y Santiago tenían visiones distintas respecto la justificación y a la salvación (Rom 5; Sant 2), eran concepciones opuestas, pero podían dialogar.
Diálogo como comunión de vida. En el diálogo no solo se comparten ideas, sino también la vida. Porque uno es no solo lo que piensa, sino lo que ha vivido. El pasado nos condiciona, configura nuestra estructura mental y orienta nuestra conducta. Por ello, cuando comparto ideas, traslado todo mi bagaje, mi carga vital, mi forma de entender la existencia, mi cultura, mi formación (a la que han contribuido cientos de personas). En este sentido, una de las experiencias más profundas que existen está arraigada en la cultura antigua, y es la de comer juntos. Comer no es solo ingerir alimentos por muy sabrosos que sean. Comer con otr@ implica compartir la vida, es diálogo. En el día de hoy la comida se ha desvirtuado porque no es un encuentro para el intercambio. He conocido a muchas familias que comían o cenaban con la televisión puesta, sin diálogo, sin compartir la vida; y ahora eso ha sido sustituido por el teléfono móvil que, lejos de unir, aísla; se vive en casa como extraños (para pasar un buen rato, recomiendo la película “Perfectos desconocidos”). Jesús de Nazaret no solo comió con sus discípulos, o con los que pensaban igual que él… En una ocasión llamó a un publicano (cobrador de impuestos, “odiado” por los judíos por colaboracionista con el Imperio) y le dijo que quería posar en su casa (Luc 19); allí hubo una comunión de vida por el encuentro con el Maestro. En otra ocasión le vemos con Simón, el fariseo (Luc 7.36) quien insistió que comiese en su casa y apareció una mujer (pecadora) que lloró a los pies de Jesús mientras le ungía con perfume, y el Maestro habla con el fariseo para dignificar a la mujer pecadora y rechazar actitudes excluyentes (fundamentalistas).
Este último relato del evangelio nos ha de hacer pensar que el diálogo no significa rebajamiento ideológico, ni condescendencia extrema, ni buenismo… Todo lo que estoy diciendo no significa renuncia a las ideas; puede haber, incluso, confrontación, pero desde el respeto que el otro merece, y esa confrontación puede servir para enriquecer mi propia vida ya que mi prójimo tiene razones para pensar como piensa y para actuar como actúa.
Diálogo con los católicos, con todas las familias denominacionales protestantes (hermanos, bautistas, reformados, presbiterianos, pentecostales…), con los musulmanes, con los budistas, con los fundamentalistas o con los liberales…, para construir un mundo mejor, más abierto, más tolerante, más justo…, ese es nuestro llamado. El mundo globalizado nos empuja a entendernos con los que piensan de manera distinta y si partimos de estas tres bases propuestas (diálogo como apertura al otro, como enriquecimiento mutuo y como comunión de vida), creceremos como personas y estableceremos un intercambio sincero y abierto con inteligencia y corazón para compartir la vida que nos ha sido regalada. Esto será un signo de maduración ideológica y transformará la espiritualidad de nuestros días y la sociedad en la que vivimos.
Pedro Alamo
Julio 2022