26 de enero, 2021
“Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. Y estaba asombrado de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando” (Mc. 6:5-6)
Job, el hombre que habitaba envuelto en la calamidad más cruel, es el que confiesa, “reconozco que lo puedes todo y ningún plan es irrealizable para ti” (Job 42:2). A partir de ahí, cae en la cuenta que todo discurso sobre la realidad del mal, empaña los designios de Dios con palabras sin sentido, es tratar de explicar lo que no entendemos, lo que supera nuestra comprensión (Job 42:3).
Ante la experiencia del mal conviene guardar silencio, y seguir confiando en el Dios que todo lo puede, y que, en su momento, nos sacará de la fosa en la que estamos inmersos. Todo, absolutamente todo, se resuelve en bien, incluso, la muerte. El mal siempre es palabra de muerte hecha carne, pero desde la confianza en Dios, confesamos que es ¡palabra penúltima!
La última palabra en medio de la historia la tendrá el Dios del milagro, y de lo imposible para nuestra humana torpeza: la creación de nuevos cielos y nueva tierra donde morará la justicia y la equidad a través de la resurreción de toda carne.
Ahora bien, también sabemos que aquí y ahora, en el “mientras tanto”, podemos ver y experimentar destellos de lo que acontecerá cuando Dios convoque a la vida a los muertos, cuando la resurrección sea una experiencia universal. Pero sucede que nuestra incredulidad impide la realización de esos destellos de la resurrección en medio del mundo. Y aunque, a pesar nuestro, ocurran, nuestros ojos son incapaces de discernir la acción de Dios en medio de nuestras historias.
Hoy, como ayer Jesús, Dios se sigue asombrando de nuestra incredulidad. Y nosotros, para justificarla, acabamos, de facto, construyendo una cierta forma de deísmo cristiano, donde los seres humanos hemos sido dejados en el mundo a nuestra suerte. Sin embargo, acuden a nuestro interior aquellas palabras del profeta de Nazaret, nuestro Señor, cuando dijo, “de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible” (Mt. 17:20). ¡Nada nos será imposible!
Señor, vuélvenos en sí; resuelve, por la fuerza de tu Espíritu, nuestra incredulidad en una fe que mueva las numerosas “montañas” que conforman nuestro triste paisaje. Así sea.
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