La teología de los dos últimos siglos ha dejado de presentar una imagen de Dios caracterizada por un fuerte componente de proyección psicológica. Como señalaba el filósofo del lenguaje Ludwing Wittgensteisn: «La forma en que empleas la palabra “Dios” no muestra en quién piensas, sino lo que piensas». Hablar de Dios, al no formar parte de las coordenadas espaciotemporales, comporta una gran dosis de subjetividad y de proyección.
El propio término ha sido sustituido por otras expresiones más acordes con la comprensión actual de las cosas. Se habla del fundamento último de la realidad, concepto que partiendo de la reflexión filosófica nos orienta a la metafísica. El teólogo Karl Bart emplea la expresión el totalmente otro, para evidenciar la trascendencia divina respecto a nuestra contingencia. Su usa el término absoluto para dar a entender aquello que es por sí mismo, independiente e incondicionado. Podríamos seguir con otros ejemplos.
Se constata en estas expresiones como una cierta economía conceptual y semántica. De nuevo, la influencia de Ludwing Wittgensteisn, a través de uno de sus principales axiomas: «de lo que no se puede hablar hay que callar», se halla en el trasfondo de esta contención.
La mayor o menor renuncia a emplear las definiciones teístas tradicionales, impregnadas de proyecciones subjetivas, no representa necesariamente el rechazo de Dios; sino el intento de redefinir el concepto y encontrar una manera más comunicable de presentarlo. Se inserta en la apologética contemporánea frente a las cosmovisiones laicas y en el diálogo entre la ciencia y la fe.
El nombre o definición de Dios que hallamos en el Antiguo Testamento: «Yo soy» (Ex 3,14 RV60) tiene sujeto y verbo, pero carece de predicado. En este texto se hace ya evidente que no podemos objetivarle sin convertirle en objeto, cosa… Esta ausencia de predicado nos conduce a la aseveración de que Dios es un Misterio. No un enigma. El enigma, si bien con dificultad, puede llegar a entenderse o interpretarse. El Misterio, según define el Diccionario de la Real Academia Española, es: «cosa arcana o muy recóndita, que no se puede comprender o explicar. Inaccesible a la razón y que debe ser objeto de fe».
Una de las expresiones que pretende huir de las imágenes antropomórficas de antaño y establecer un diálogo con la modernidad es la acuñada por el teólogo Paul Tillich al considerar a Dios como el «elemento de profundidad de la realidad». Esta bella imagen indica que no debemos buscar la divinidad más allá del espacio-tiempo, en un plano superior de existencia como el cielo mítico de las cosmologías antiguas, sino en el interior de cualquier realidad del mundo.
Pere Carreras, director y profesor de teología en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Girona en la introducción del texto de Paul Tillich: Dinámica de la fe explica esta idea de dimensión de profundidad en estos términos: «Dios no habita en un cielo imaginario, sino en la profundidad de la propia existencia y en su relación con todo lo creado. Dios es el fundamento y el sentido de todos los seres».
Arthur Peacocke, bioquímico británico y miembro ordenado de la iglesia anglicana, en su introducción a las ponencias de un seminario sobre la relación entre Dios y la creación, en el contexto de diálogo entre ciencia y fe, hace referencia «a la necesidad de acentuar, a la luz del actual conocimiento sobre el mundo y la humanidad, una conciencia mucho más intensa que en el pasado de la inmanencia divina».
Sin duda, la formulación de Paul Tillich requiere algunas modificaciones del lenguaje empleado tradicionalmente. A Dios no se le encuentra “fuera”, “arriba” o en “las alturas”. No es un ser que habite, en un sentido físico o espacial, “sobre” o “por encima” del universo material. Por mucho que los humanos realizásemos viajes espaciales hasta los confines de nuestro sistema solar, de nuestra galaxia o hasta los límites del universo, el astronauta ateo continuaría diciendo que no ha visto a Dios y el creyente continuaría recitando los primeros versículos del Génesis.
La expresión de Paul Tillich nos invita a pensar metafísicamente en el fondo infinito de todo lo real, en la fuente eterna de lo existente, en la condición de posibilidad de lo que nos es conocido y de lo que desconocemos; pero no como un ente separado y existente en un cielo con connotaciones físicas situado más allá de los límites del universo. Para el teólogo alemán: «Dios es». Más que hablar de existencia, en el sentido de un ente sobre el que proyectar nuestras intuiciones, se nos invita a considerar su esencia espiritual.
Pero habrá que mirar con otros ojos la realidad para percibir su fondo último, su profundidad metafísica. Sean las incontables estrellas que una negra noche nos permite atisbar, conscientes de que son tan sólo una pequeñísima parte de los centenares de miles de millones que forman la Vía Láctea, una galaxia más entre los billones de galaxias del universo. Sea la complejidad microscópica de la célula o el misterio de la vida en sus múltiples expresiones.
Qué decir del ser humano. De nuestra capacidad de trascendernos, de ir más allá de nosotros mismos mediante la ética, la estética y la espiritualidad que nos permiten orientarnos al Misterio que nos envuelve a través de la dimensión profunda de la realidad. Esta intuición de Paul Tillich nos da a entender que Dios es el ser que nos constituye; que, en lenguaje bíblico, según hallamos en el discurso de Pablo en el Areópago ateniense, citando a Epiménides: «Dios no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos» (Hch 17,28 RV60).
Entender a Dios como el «elemento de profundidad de la realidad» nos asombra y fascina. El «misterio de la iniquidad» (2Ts 2,7 RV60), forma paulina de expresar el problema del mal en el mundo, no empalidece el hecho de hallarnos frente a un superior Misterio de amor, bondad y alteridad que se abre camino en la historia a través del compromiso de quienes se alinean con los postulados del reino de Dios. La mirada profunda de la realidad, también revela un Misterio de belleza, gratuidad y sugerencias sin fin.
Pero Dios seguirá siendo el Misterio. Si pudiese ser demostrado o explicado dejaría de ser Dios para terminar convirtiéndose en un ídolo controlado por el hombre. Pero la gramática de la realidad, leída e interpretada desde la fe, permite vislumbrar sus destellos.
Jaume Triginé