«Si acostado te recuerdo, no duermo pensando en ti; pues tú eres mi socorro, bajo tus alas me regocijo. Estoy adherido a ti, tu diestra me sostiene» (Sal. 63:7-9 BTI)
Dios, Padre de Jesús el Mesías, debe ser el centro neurálgico de nuestra existencia. Y tener a Dios como centro, es hacer nuestros sus valores, deseos y sueños. Ese centro es el que debe determinar nuestros discernimientos, nuestro camino y nuestras opciones.
Vemos, tanto la realidad que nos rodea como a los seres humanos que nos acompañan, a través de los ojos de Dios en Jesús. Vemos el potencial de transformación de la realidad y del ser humano que en ella habita. No vemos casos perdidos, sino situaciones plausibles de ser sanadas. Y lo sabemos por experiencia.
La experiencia de Dios es lo que determina nuestra mirada, comprensión y positividad ante las circunstancias y los seres humanos. Hemos experimentado a Dios como socorro, hemos experimentado a Dios como aquel que nos sostiene en las situaciones más complicadas. ¡Hemos experimentado su gracia! Esa gracia que todo lo transforma.
El salmista confiesa que si acostado recuerda a Dios, no duerme pensando en él. No duerme pensando en lo que podría ser y no es. Porque como he escrito, pensar en Dios es pensar en sus deseos y sueños para los seres humanos. Y pensar en ello, es lanzar al cielo gemidos indecibles y silentes clamando por redención y salvación del Imperio de la Muerte. Y contra todo pronóstico, el gemido se mezcla con un regocijo sin estridencias al sabernos, a pesar de todo, refugiados bajo sus alas.
No es extraño, pues, que cuando nos acostamos o nos levantamos nuestro pensamiento esté ocupado en el Señor y en sus deseos de paz, justicia y fraternidad para nuestro maltratado mundo. De tal manera estamos ocupados en sus pensamientos que ello nos empuja a la militancia a favor del mundo nuevo que esperamos. Estamos apegados, aferrados a Dios y al mundo nuevo (reinado de Dios) que anunció y visibilizó Jesús de Nazaret.
Por todo ello, podemos confesar con el salmista: «tu amor, Señor, es mejor que la vida, mis labios cantarán tu alabanza. Te bendeciré mientras viva, por tu nombre alzaré mis manos» (Salmos 63:4, 5 BTI).
Soli Deo Gloria
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