Posted On 22/07/2022 By In Opinión, portada With 964 Views

Dios es amor | Nicolás Panotto

Hablar de amor es hablar de una dimensión que no podemos controlar. Es un sentido que nos excede; que explota la razón y penetra en las incontrolables fibras de la piel y el afecto. Inevitablemente, su práctica, percepción y descripción lo alimentamos, condicionamos y canalizamos de incontables formas. Aquellas que aprehendemos, que recibimos, que inventamos, tomando de nuestro medio, nuestras historias, nuestras culturas. Lo que sabemos y lo que necesitamos. De lo que nos completa y desde nuestros vacíos.

Con todo ello, el amor siempre supera cualquier marco, cualquier cálculo, cualquier esquema. Refiere, al mismo tiempo, a lo más conocido y lo más íntimo, así como a lo más inédito y a lo que nos proyecta hacia donde nunca nos imaginamos estar, ser o sentir. Por ello el amor no resiste formas, sistemas, condiciones; abre el cuerpo y el sentimiento hacia sentidos nunca esperados. Así que el amor es siempre mirada y roce hacia el otro/a, hacia lo inesperado, hacia lo que nos deviene, e incluso invade. El amor es expectativa y posibilidad, con una pisca de riesgo y ambigüedad.

De aquí que la idea de “Dios es amor” también está, a la vez, condicionado a la finitud de lo que conocemos como amor, y completamente lejano de los marcos afectivos, sociales, culturales, morales, de lo que definimos de esa dimensión. Así como el amor define lo divino, Dios se encuentra más allá de cualquier imagen conocida. Implica entenderle como una realidad que trasciende toda afirmación histórica, de cualquier escala moral transitoria, de cualquier condicionalidad.

Lo divino es exceso de sentido, es traspaso de fronteras. Dios es gracia, es decir, regalo; lo que deviene sin que lo esperemos. Dios es sorpresa, es sobreabundancia frente aquello más fundamental en lo que nos sentimos sobrecogidos y limitados. Así como el amor supera las formas en que lo vivimos, de la misma manera la manifestación de esta divinidad-amorosa será siempre un resplandor pasajero de aquello que podríamos demarcar con nuestras palabras.

Porque “Dios es amor”, ninguna imagen de lo divino puede ser instrumentalizada para absolutizar nuestras percepciones finitas.

Porque “Dios es amor”, somos liberados/as de las “obviedades” de las representaciones que heredamos.

Porque “Dios es amor”, lo que prima no es el dominio sino la confianza.

Porque “Dios es amor”, nuestros discursos y prácticas no pueden servir a la imposición y exclusión en nombre de un heroísmo moralista.

Porque “Dios es amor”, la fe resiste todo aquello que pretenda incondicionalidad.

Porque “Dios es amor”, la espiritualidad se funda en el reconocimiento de nuestra debilidad para abrazar al prójimo.

Porque “Dios es amor”, la historia deja de ser una línea plagada de códigos para ser un conjunto incontable de interrupciones.

Nicolás Panotto

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