«El mensaje del Evangelio no es un intrincado discurso teórico asequible solo a las pocas personas capaces de desentrañarlo. El mensaje consiste en seguir a una persona: Jesús. Y por eso es más insondable que cualquier teoría, porque involucra la vida entera» (A. Nolan).
El mundo ha evolucionado pero nuestra idea y hasta nuestro lenguaje sobre Dios permanecen estáticos, prácticamente desde la Edad Media. Un modelo que, ni siquiera, la Reforma se atrevió a modificar. Por supuesto, ahora sabemos que todo es mucho más complejo y profundo de lo que nunca se sospechó pero seguimos estancados a la hora de describir esa complejidad y profundidad. Hace mucho que tocamos techo o, según se mire, tocamos fondo. No sabemos hacia donde mirar ni qué metáforas usar que no estén usadas -y obsoletas- ya. Y no nos basta. Nos devora el ansia de conocer y saber. Hasta nos angustia. Pero estamos condenados a repetirnos sin ser capaces nunca de romper el círculo. Dios sigue siendo inalcanzable.
Tras miles de años de especulaciones filosóficas y teológicas seguimos sin entender casi nada de Dios aunque usemos alegremente expresiones sobre Él que nos sobrepasan, que nos vienen tan grandes…Pero, con Jesús, Dios mueve ficha y se da a conocer…hasta donde le es posible hacerlo. Es gracias a Jesús que entendemos lo principal y nada podemos añadir a eso. Aunque sea con un lenguaje para niños, los párvulos que somos.
Como dice mi buen amigo, Eduardo Delás en uno de sus libros : ”La Escritura afirma: A Dios nadie lo vio jamás; el Hijo único, que es Dios y vive en íntima unión con el Padre, nos lo ha dado a conocer” lo cual significa que nosotros no sabemos –seguimos sin saber- lo que hay detrás de la palabra Dios a no ser por Jesús de Nazaret. Y esto significa que el camino dado a la Humanidad para conocer mínimamente a Dios es, sencillamente, dejarnos fascinar, enseñar y seducir por la vida, las palabras, la enseñanza y la manera en que Jesús vivió y también cómo enfrentó el sufrimiento, la cruz y la muerte”.
Y en cuanto a sus pretensiones, sabemos que ante la pregunta : ¿Qué debemos hacer para portarnos como Dios quiere? Jesús respondió: — Lo que Dios espera de vosotros es que creáis en su enviado» (Juan 6:28-29).
Cuantas veces y de cuantas maneras diría Jesús estas mismas o similares palabras a los suyos…y a los ajenos. Y eso marca también la diferencia. Porque desde el momento en que el cristianismo afirma que un hombre es al mismo tiempo Dios, se distancia y se hace único en el mundo. El ser trascendente, incomprensible y superior a todo cuanto se pueda conocer y concebir aparece remitido a la persona de Jesús de Nazaret. Hasta el punto que, no mucho más tarde, Jesús y Dios se hacen idénticos. Pero decir que Jesús es Dios supone dar por hecho el conocimiento de quien es Dios antes de saber nada de Jesús. Y esto no es lo que dicen, en su conjunto, las Escrituras. Lo que dicen es que Jesús es Dios en contra de lo que parece, no a pesar de su humanidad sino precisamente a través de ella y es así como nos acerca a un Dios que de otro modo permanecería inalcanzable.
Creer es la clave. Creer EN Jesús y -sobre todo- creer A Jesús. Creer en un Padre que, realmente, nos ama. Y nos conoce. Y nos valora. Creer en el otro y en los otros. Creer que el mundo podría ser de otra manera. Creer que es posible la esperanza. Creer que la eternidad está a nuestro alcance. Creer de verdad y de una vez por todas. Por encima de nuestras objeciones y oscuridades. Por encima de nuestros miedos y nuestras pobres expectativas de gentecilla asustada.
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