Meditación sobre Lucas 9:28-43 expuesta en el culto de apertura del LXXIII Sínodo de la Iglesia Evangélica Española por el pastor Ignacio Simal en la Iglesia de San Pablo (Barcelona, 9 de octubre de 2009)
“A distinguir me paro las voces de los ecos..”, escribió en uno de sus poemas el genial Antonio Machado. Han pasado muchos años desde que Machado escribiera el mencionado verso. Hoy, los hombres y mujeres, cristianos o no, deben pararse, ya no a distinguir “las voces de los ecos”, que también, sino a discriminar entre las variadas voces que en nuestra sociedad globalizada se escuchan.
No es un secreto que hoy nos debatimos entre multitud de voces. Voces que nos sugieren diferentes caminos y distintas propuestas. Desde las voces que toman forma en los medios publicitarios, pasando por las líneas editoriales de los diarios, atravesando por la Red de redes y subyaciendo en las diferentes propuestas políticas y sociales que desde los partidos y movimientos sociales se nos hacen. De ahí que se haga más necesario que nunca distinguir no sólo entre voces y ecos, sino entre voces y voces.
Hace unos minutos leíamos un texto del Evangelio donde se nos narraba, según la versión del evangelista Lucas, un momento central en la vida de Jesús de Nazaret y de sus discípulos. Es el evento que conocemos como “la transfiguración de Jesús”. Curiosamente en el mismo también se mencionan diferentes voces. Por un lado escuchamos las voces de los discípulos pidiendo quedarse en ese momento donde lo transcendente se hizo presente en su existencia. Por otro lado oímos la voz del Dios de Jesús. Y cómo no, también escuchamos la voz, en forma de clamor y grito, de aquellos que sufren la peor parte de la existencia humana: la voz de las víctimas de la historia.
Nos encontramos ante un texto que cobra vida delante de nosotros y que señala a las iglesias cristianas y a las personas de buena voluntad las voces que nos convienen escuchar entre la multitud de voces y ecos que nos rodean intentando llamar nuestra atención.
Quisiera fijarme, especialmente, en dos voces que aparecen en el texto evangélico y que aspiran a convertirse en criterios de discernimiento para el desarrollo de nuestras existencias como cristianos y cristianas, y que señalan el camino que deben transitar las iglesias cristianas si quieren ser fieles a su vocación. Especialmente nuestra querida y centenaria “Iglesia Evangélica Española”.
La voz de Dios, Padre de Jesús y Padre nuestro
En primer lugar quiero hacer referencia a la voz de Dios, Padre de Jesús y Padre nuestro. Sólo en dos ocasiones, dentro del Evangelio, se nos señala que la voz del Padre de Jesús se escucha. La primera vez sucede en el bautismo del profeta de Galilea a través de las manos de Juan “el Bautista” y la segunda, y última ocasión, queda referenciada sobre el texto en el que estamos reflexionando.
¿Qué es lo que dice la voz de Dios? “Este es mi Hijo amado; a él oíd”. Jesús de Nazaret, a quien los cristianos confesamos como Mesías, es la última palabra del Padre. Es la palabra de Dios hecha carne. Es la voz a la que debemos atender. Una voz singular pues Jesús nunca escribió un tratado de teología, pero sí vivió una existencia a través de la cual vislumbramos el mejor tratado de teología que podamos imaginar. Una vida que anunciaba un modelo social alternativo al vigente en su época (al que llamamos reinado de Dios) y un modelo de entender la experiencia religiosa de una forma distinta en muchos aspectos a la religión institucional en la que se movía. Pero no se limitó a anunciar lo nuevo que preveía posible, sino que con la misma pasión denunciaba un modelo social y religioso que mantenía a los hombres y mujeres de su tiempo alienados de sí mismos, de su prójimo, de su entorno y del Dios liberador del éxodo. Y entre el anuncio y la denuncia observamos una existencia en plena coherencia con lo que su voz decía.
De tal manera que en pleno siglo XXI la voz de Dios sale al encuentro del ser humano a través de la vida y las palabras de Jesús. Dios ha hablado y lo ha hecho a través de Jesús Nazaret. Por ello es que toda praxis cristiana debe estar atenta, entre tantas voces que reclaman nuestra atención, a la voz de Dios encarnada en Jesús solo. Un Jesús sin aditamentos domesticadores de la fuerza que se desprende de su vida y de su mensaje. Un Jesús políticamente incorrecto, especialmente, con las instituciones religiosas de su tiempo en su pretensión de secuestrar a Dios entre su cuatro paredes y amordazarlo en sus tratados y discursos teológicos. De ahí que si algo nos interesa en medio del Sínodo que nuestra iglesia inicia hoy es escuchar la voz de Jesús. Sólo la voz de Jesús, criterio singular de nuestra praxis como iglesia en medio del mundo.
La voz de los que sufren la historia humana
En segundo lugar deseo hacer referencia a otra voz, la voz de los que sufren la peor parte de esta historia humana que entre todos hemos construido. Cuenta nuestra narración que Jesús y los discípulos descendieron del monte donde habían escuchado la voz del Padre. Y qué se encontraron… Se encontraron de bruces con una voz que tomaba la forma de clamor. Un clamor que expresaba todos los sufrimientos que experimentan los seres humanos en sus vidas particulares y en sus interrelaciones sociales.
Escucharon la voz de un padre angustiado. Su hijo, según expresa el texto del Evangelio, estaba fuera de sí, viviendo en la desestructura personal y social que su estado le procuraba. El padre y el hijo de nuestra narración señalan de forma indiscutible a la situación de millones de hombres y mujeres que viven a la intemperie social y experimentan las inclemencias del tiempo que nos ha tocado vivir. Es la voz, es el clamor de todos aquellos que sufren la explotación de los faraones y sumos sacerdotes de nuestro tiempo. Clamor que, a la manera de lo que recoge el libro hebreo del Éxodo, suben a la presencia del Dios de Jesús normando así su actuación liberadora. De esa misma forma el clamor de los sufrientes de la historia debe normar la existencia y la praxis de las personas e iglesias que nos confesamos seguidoras de Jesús.
La voz de Dios nos vuelve a salir al encuentro a través del clamor sufriente de millones de hermanos y hermanas nuestros. Dicho de otro modo, la voz en forma de clamor de los pobres se convierte en un segundo criterio de nuestra praxis como iglesia cristiana. Nada más, ni nada menos. Las víctimas de la historia tampoco escriben tratados de teología, solo expresan su hondo sufrimiento a través de sus gritos, en ocasiones silentes, llenos de desesperanza esperanzada.
La lectura de nuestro texto quedó truncada en la lectura que se realizó hace unos minutos (en la lectura previa del texto se leyó Lucas, 9:28-39 -se dejaron de leer vv. 40-43) . Una lectura truncada con toda intencionalidad. Leamos el texto de nuevo:
Al día siguiente, cuando descendieron del monte, una gran multitud les salió al encuentro. Y un hombre de la multitud clamó diciendo:
–Maestro, te ruego que veas a mi hijo, pues es el único que tengo; y sucede que un espíritu lo toma y, de repente, lo hace gritar, lo sacude con violencia, lo hace echar espuma y, estropeándolo, a duras penas se aparta de él. Rogué a tus discípulos que lo echaran fuera, pero no pudieron.
Respondiendo Jesús, dijo:
–¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros y os he de soportar? Trae acá a tu hijo.
Mientras se acercaba el muchacho, el demonio lo derribó y lo sacudió con violencia; pero Jesús reprendió al espíritu impuro, sanó al muchacho y se lo devolvió a su padre. Y todos se admiraban de la grandeza de Dios.
La grandeza del Dios de Jesús se muestra en la liberación integral de los hombres y mujeres de “carne y hueso”; nuestra miseria se manifiesta en la incapacidad para obrar, a la manera de Jesús, dicha liberación. Todo indica que para Jesús, el clamor de los pobres se convirtió en norma de su actuación. Así también debe ser en nuestro caso.
Conclusión
Quiero recordar que al principio de la meditación citaba al genial Antonio Machado cuando escribía en uno de sus poemas:“A distinguir me paro las voces de los ecos..” Han pasado los años desde que Machado escribiera el mencionado verso. Hoy, los hombres y mujeres, cristianos o no, deben pararse, ya no a distinguir “las voces de los ecos”, que también, sino a discriminar entre las variadas voces que en nuestra sociedad globalizada se escuchan.
Por lo tanto hoy nos toca decidir a qué voz o voces vamos a escuchar. Y la cosa, a la luz del Evangelio, está clara. Las iglesias cristianas, y en especial nuestra Iglesia Evangélica Española, en medio de tantas voces y ecos, debe atender de manera exclusiva a dos voces: la voz de Jesús de Nazaret y la voz de las víctimas de la historia.
Mi deseo, y creo que el deseo también de todos los sinodales aquí presentes, es que como Iglesia seamos capaces de escuchar ambas voces a lo largo del Sínodo y que se conviertan en criterio de todas nuestras decisiones bajo el lema protestante “sola gracia, sola fe, sola Escritura, solo Cristo”. Que Dios nos ayude. Amén
Sitio web de la Iglesia Evangélica Española
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