Posted On 22/11/2021 By In Ética, Opinión, Pastoral, portada With 1909 Views

Divorciados en la iglesia | Ulises Oyarzún

No es de creer, pero aun hoy en varias iglesias los divorciados se consideran peligrosos y sospechosos.

El término de un proyecto matrimonial al interior de una iglesia, tiende a ser la muestra rotunda para varios lideres evangélicos de que tales personas deben tomar distancia de toda participación en la comunidad pero no por una preocupación genuina hacia el proceso que viven, sino para ubicarlos detrás del “biombo” del quehacer religioso y así evitar que “contaminen” a otros.

Es tragicómico, pero hay líderes que piensan que esto de divorciarse “se le puede pegar” a otros matrimonios.

No lo dicen abiertamente, pero en sus acciones lo demuestran.

Casi como los leprosos de antaño, que contaminaban cualquier cosa que tocaban. Así deben permanecer los divorciados en la iglesia. A una distancia prudente.

“Ni tan lejos como para que te vayas, pero no tan cerca como para que te involucres en el servicio”.

Pero ¿porqué se divorcian los cristianos, sobre todo si ese alguien o esa pareja, son un matrimonio comprometido en la iglesia?

Sin duda, ninguno de estos divorcios es el resultado de un antojo de la noche a la mañana.

En muchos casos, la separación es la firma del “acta de defunción” de una larga agonía en la relación. Agonía que lleva a esa mujer sometida a abusos psicológicos o físicos a darle un final dramático para recuperar la paz y la dignidad. Agonía de aquellos que se casaron tan jóvenes e inmaduros, sin consejería seria.

Y se lanzaron al futuro con un bebé en camino y la obligación moral de comprometerse toda la vida.

Pasan los años y el tiempo los llevó a vivir emocionalmente a un mundo de distancia uno del otro.

Agonía de aquella persona que se casó con alguien quebrado por dentro. Y esas fisuras desembocaron en un trastorno que lo ha empañado todo de gris, incluso el hogar.

O una adicción que dejó todo en estado de catástrofe.

Agonía de aquel (aquella) que fue infiel, porque no supo detener las miradas y coqueteos que llegaron como agua en un campo seco, sobre una relación deteriorada por la rutina y el tedio.

O se han dañado tanto en insultos y descréditos, en pequeñas cosas que no pudieron solucionar que ahora ya es imposible hablar sin que termine la conversación sacando frustraciones del vasto “perchero” de rabias y decepciones.

Son tantas las variantes en un divorcio y es tan difícil decidir quién es el inocente y quién el culpable.

Porque sin duda, uno de ellos pudo haber “prendido fuego” a todo a su alrededor, pero fue el otro, de manera pasiva (o activa) quien le proporcionó la chispa y el combustible.

El divorcio es un problema poco abordado por nosotros los pastores.

De hecho son casi inexistentes las pastorales para divorciados.

Y como es común en la mayoría de iglesias evangélicas, tendemos a repetir ciertos versículos para cubrir una problemática humana tan compleja.

El registro de la discusión entre Jesús y los escribas, relatada en los evangelios sinópticos nos dan una visión de las diferentes tradiciones que existían en la comunidad primitiva.

Mateo, como excepción a los otros evangelios sinópticos, propone una cláusula diferente en la discusión, “en caso de fornicación” de la mujer, el hombre puede repudiarla. Eso ya da cuenta que las tradiciones no eran monolíticas y se fueron adaptando a los contextos que encontraban en el camino.

Pero aún así, el contexto de Jesús y el por qué de su discusión y su abanderamiento por el matrimonio es por una razón concreta, un drama humano terrible en su sociedad.

Los hombres judíos se podían separar de su mujer cuando se les viniera en gana. El divorcio era unilateral y la mujer judía (salvo excepciones de mujeres de familias de dinero) nunca podía separarse de su esposo, aunque él fuera un monstruo.

Los hombres no sólo podían divorciarse cuando quisieran sino que podían repudiar sin carta de divorcio, lo que significaba una desgracia sin precedentes para la mujer pues sin documento legal alguno le era imposible rehacer su vida con algún otro hombre, condenándola en muchos casos, a vivir de la limosna o de la prostitución.

Pablo, cuando trata el tema en su carta a los Corintos, insiste en que el matrimonio no se disuelva, a menos que uno de ellos definitivamente no quiera volver (sobre todo si ese otro no es cristiano). Y si se disuelve no se case, a menos que vuelva con su anterior pareja.

El detalle de Pablo que pocos toman en serio a la hora de considerarlo voz de autoridad para este tema, es que en el contexto inmediato del capítulo y de la carta, Pablo no ve mucho futuro a la historia humana. Él está convencido que Cristo está a las puertas de intervenir en la historia, por lo tanto su mirada general al matrimonio, es casi como una pérdida de tiempo ante la urgencia de la manifestación del Reino de Dios.

Pablo no desarrolla una ética pensando a largo plazo, por eso no le es problema incentivar al celibato, exceptuando personas que definitivamente les urge vivir en pareja por su necesidad sexual.

Es por eso (por lo menos para mi) que no puedo acercarme al drama humano de esta pareja, con versículos bíblicos usados literalmente, sin cotejar la realidad donde estoy parado. No puedo usar versículos de manera tajante, cuando estos versículos se escribieron como una ética de “interín” y no pensando a largo plazo.

No puedo decirle a alguien que es golpeada o su esposo es adicto, o ella tiene una personalidad limíte que está “volviendo locos “ a todos en casa: “No te puedes separar, porque el evangelio sólo me dice que debe haber fornicación”…

Eso para mi sería horroroso, porque ni siquiera los textos del evangelio que vimos, se escribieron en formato de “dictámenes legales”, sino como discusiones “de sabiduría” entre Jesús y los Escribas.

Si hubiese habido una intención legal en los textos, se habrían preguntado el tema de las propiedades. ¿Quién se queda con todo?

O el tema de los niños, ¿Quién sigue criando a los niños en caso de repudio? Pero no hay nada de eso, y ante la ausencia, debemos tomar esos textos como luces de sabiduría propia de los materiales de discusión entre rabinos. No son manuales de procedimiento inflexible para cada realidad.

Una persona divorciada, independientemente de cómo se desencadenó su divorcio, es una persona que necesita ayuda. Él, ella y sus hijos.

Acompañamiento y apoyo.

Aún si uno de ellos decidió involucrarse en una relación paralela.

Ese “adúltero” necesita en esos momentos más apoyo que nunca, saber que Cristo está con él o ella. No desecharlo, creyendo que Dios tiene nuestros mismos criterios morales a la hora de marginar a alguien de la iglesia.

 

SI TE DIVORCIAS DEBES CONSIDERAR ESTO

1. Te puede sobrevenir una depresión. Algunas depresiones post divorcio duran entre 6 a 8 meses. Pero el proceso en general donde uno podría estar relativamente bien, según los expertos es de 2 años.

2. Uno queda con la autoestima baja, por lo tanto, algunos “hacen mejoras” a su apariencia. Con esto comienzan a venir nuevamente citas o mensajes de personas “interesadas”. Sé consciente que aunque en la superficie pareciera que estás bien, por dentro tienes todo revuelto y es bueno esperar un tiempo antes de embarcarte en algo serio y rotundo. En otras palabras “deja enfriar las sábanas”.

3. Hay quienes hipersexualizan su vuelta a la soltería. Entran en el círculo de la promiscuidad sexual. De haber tenido una pareja exclusiva por años, y emocionalmente haber sentido que “perdieron tiempo” viviendo solo para una persona, se vuelcan en este otro escenario, a una vida de soltero con relaciones fugaces. Se enamoran de la oxitocina en este tiempo, de lo embriagante que es la conquista. Pero tienen pavor de pasar al siguiente nivel. Es en este momento donde debes recordar que si no tratas el tema de fondo, la promiscuidad, la noche y la “joda” pueden camuflar una depresión aún existente.

4. Otros, se “casan” con la primera relación que tienen luego del divorcio. No pasan ni 6 meses de su antigua relación de años, y ya conocieron “alguien espectacular” (porque en esta etapa el cerebro te hace construir atributos en los puntos vacíos que no conoces del otro) y el mundo vuelve a tener sentido. Todo es intenso y pareciera que con esa otra persona el mundo te da una oportunidad única. Cuidado, esos matrimonios “express” luego de tu otra relación de años, casi nunca funcionan.

5. Los que se involucraron con alguien casado y lograron que esa relación agonizante muriera por completo, también se darán cuenta que, CONSTRUIR MI FELICIDAD SOBRE LA DESGRACIA DEL OTRO, es un fantasma que para quien tiene consciencia, no será un tema fácil de digerir con los años. Añadiendo a esto, que una relación estable, bajo el mismo techo, compartiendo deberes y en algunos casos, crianza, se aleja bastante de esos encuentros incendiarios que se tenían antaño, cuando pensabas que toda la relación tendría la misma intensidad. Tampoco estas relaciones tienen mucho futuro.

6. Si pasaste por un divorcio, una de las grandes preguntas, es saber si realmente tu personalidad es idónea para establecer una relación matrimonial. Porque hay personas que por su ritmo de vida, por sus proyectos personales, por su temperamento…etc, no son aptos para estar casados. Piénsalo bien, porque el matrimonio no necesariamente es la meta para todos.

7. Según el mismo apóstol Pablo, la continencia es un don. No puede ser por imposición. Por eso en aquellos matrimonios donde la reconciliación con el ex se hace imposible, es inhumano, como iglesia, obligar a esos separados, a vivir una condición de “continencia” si aquellas personas no tienen el don de Dios.

Imponerles algo que no tienen, es empujarlos a que se vayan de la iglesia sintiéndose culpables por lo imposible de la misión o presionarlos a que vivan una doble vida.

El camino más sensato, es apoyar a los divorciados a que sean encaminados por el proceso, hasta que ellos se sientan lo suficientemente lúcidos, como para decidir si abrirse a conocer gente y volver a casarse, volver con la ex pareja o dedicar su vida a otros horizontes de realización.

 

Ulises Oyarzun Tobar

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