«El Señor cortó cabeza y cola, palmas y juncos en un solo día. Son la cabeza el anciano y el noble; la cola, el profeta experto en mentiras. Sus propios guías al pueblo extravían, los guiados desaparecen engullidos» (Isa. 9:13-15 BTI)
«Pero al malvado Dios le dice: “¿Por qué proclamas mis normas y tienes en tu boca mi alianza, tú que odias la instrucción, tú que desprecias mis palabras?» (Sal. 50:16-17 BTI)
Existen dos Advientos, y dos Navidades. Las que realizan un viaje al pasado para traernos, de nuevo, a los dioses y diosas del Imperio para someternos a la esclavitud, y las que emprenden un viaje al futuro del Dios del Éxodo para insuflarnos esperanza, y poner delante de nuestros ojos el mundo no-imperial que anunció Jesús de Nazaret, e instarnos a emprender la obra artesana de su construcción mediante el poder del Espíritu de Dios.
Los poderes de este mundo tienen sus propios publicistas, que no son otros que los profetas expertos en comunicar mentiras. Son mentiras urdidas en inmejorables laboratorios de ideas, en un «Think Tank» de expertos al servicio del Imperio. Éstos visten sus mentiras de verdad y de justicia a fin de extraviar y engullir a los seres humanos que, tal vez, inocentemente caen en sus redes.
Ya san Pablo nos advertiría de que no debemos sorprendernos de que el mismo «Satanás» se disfrace de «ángel de luz», y sus ministros -quienes le sirven- se presenten al mundo como agentes de salvación (2 Cor. 11:13-15). La salvación que anuncian es pura ficción, no hay nada más que observar la cohorte de muertos vivientes que los pretendidos «agentes de salvación» dejan a su paso. Son auténticos «Atilas», que a su paso pisotean la hierba de la esperanza, no dejando que ésta vuelva a crecer jamás. Su celebración del Adviento y la Navidad se torna en un carnaval de muerte, desesperanza y frustración.
Los dioses del Imperio son lobos camuflados bajo una piel de cordero, y cuando los incautos caen en su trampa, sus publicistas les dicen: ¡estos son los dioses que os conducirán a la prosperidad social! Su prédica está repleta de palabras que parecen surgidas del Dios que se enfrentó a los dioses de Egipto, pero en su interior odian, desprecian y rechazan las instrucciones y palabras de justicia y misericordia liberadora del Dios del que se disfrazan.
El auténtico Adviento, la auténtica Navidad se celebra haciendo memoria de Jesús de Nazaret, el profeta que proclamó y encarnó la verdad, y en comunión solidaria con los hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los desnudos, los enfermos y los encarcelados (Mat. 25:35,36). Todos ellos víctimas del sistema que nos envuelve. Y que los mismos publicistas del Imperio tratan de invisibilizar.
Hoy, haciéndonos eco de las antiguas palabras de los profetas del Dios del Éxodo, y del Mesías que nació en Belén, afirmamos que amanecerá un día en el que el mismo Dios que venció a Faraón actuará cortando «la cabeza y la cola» del Imperio. Ese amanecer, distinto a todos los amaneceres conocidos, nos descubrirá un mundo nuevo donde las gentes «convertirån sus espadas en arados, harán hoces con sus lanzas. No se amenazarán […] con espadas, ni se adiestrarán más para la guerra. Reposarán bajo su parra y su higuera sin que nadie los moleste. Lo ha dicho el Señor del universo» (Miqueas 4:3b,4).
Así pues, mientras otros celebran el Adviento y la Navidad al modo y manera del Imperio, nosotros lo celebraremos «en el nombre del Señor que es nuestro Dios por siempre jamás» (Miqueas. 4:5 BTI).
Soli Deo Gloria
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