Este miércoles 16 se conmemora el día internacional de la tolerancia, y aprovecho la ocasión para comentar un breve artículo de Víctor Rey, publicado en Lupa Protestante esta semana. En éste criticaba la reacción de varios grupos evangélicos en las tribunas del congreso chileno, grupos que durante la aprobación de la ley de no discriminación gritaron toda clase de cosas a nuestros legisladores. La verdad es que la mayor parte de la población piensa sobre dichos legisladores cosas aún peores que las que gritaron los grupos en cuestión, pero al menos el resto tiene la deferencia de no gritárselos en su cara. De modo que –para despejar cualquier duda- debo afirmar que sobre dicha actuación en el congreso tengo una opinión muy similar a Víctor Rey, y considero absolutamente correcto que haga público el malestar por las faltas de respeto por parte de cristianos en el parlamento o donde fuere.
Pero al mismo tiempo me asaltan serias dudas respecto de este artículo de Víctor Rey, como respecto de gran parte de los escritos a favor de la normativa que fue aprobada. Creo que tales dudas se pueden resumir muy brevemente. En primer lugar, si bien algunos de los que se oponen a este tipo de ley son bastante incivilizados, como con justicia denuncia el pastor Rey, existe también algo distinto: existe la oposición a la norma por parte de personas que se han tomado el trabajo de estudiarla y que, desde una preocupación por cómo mejor salvaguardar la igualdad ante la ley, han manifestado razones para rechazarla. Quienes abordan la cuestión así no están centrados exclusivamente en lo adecuada o no que sea una expresión como “orientación sexual” (aunque por supuesto eso también puede ser un punto relevante), sino en el riesgo de que el conjunto de las políticas contemporáneas de reconocimiento sean atentatorias contra la igualdad ante la ley. Este tipo de crítica, por cierto, se puede encontrar tanto entre algunos evangélicos, como también en el campo secular. De hecho, requerida al respecto, la Corte Suprema –no precisamente un conjunto de integristas- se manifestó en ese sentido. Ahora bien, por supuesto puede que quienes pensamos así estemos equivocados; pero surge entonces una pregunta muy sencilla: si existe ese tipo de disidencia no integrista, no fundada en la ignorancia ¿por qué no hacerse cargo de sus argumentos, en lugar de hacer como si solo ignorantes y fanáticos se pudieran oponer a la norma en cuestión?
Una explicación posible para eso se encuentra en el segundo aspecto del artículo que me interesa comentar: a lo largo del artículo –y en esto me parece representativo de una extendida mentalidad- una norma como ésta es presentada como un paso más en una progresiva historia de emancipación e igualdad. Así, se enumera las leyes de cementerios y matrimonios laicos a fines del siglo XIX, la consagración constitucional de la separación entre Iglesia y Estado en 1925, las posteriores normas sobre igualdad de culto, de modo paralelo a cosas como la progresiva emancipación de la mujer. La lógica en cuestión es sencilla, como bien lo hace notar el articulista: en cada paso hubo oposición, pero se trata de posiciones que hoy ya nadie defendería; lo mismo, habrá que suponer, es lo que pasará con lo recientemente discutido. Pero como respuesta a eso no sólo cabe apuntar al carácter obsoleto (ya hace un siglo) de tales metarelatos emancipatorios, sino que entre los mismos ejemplos dados creo que salta a la vista por qué oponerse a los pasos anteriores no es lo mismo que oponerse a este paso. En efecto, el artículo menciona las normas sobre la igualdad de culto, y acto seguido nombra el singular hecho de que poco después se creó en Chile un “día de las iglesias evangélicas”. Ignoro si a Víctor Rey tal día, posteriormente consagrado como un feriado, le parecerá tan absurdo como me parece a mí. Pero lo que sí me parece claro es que mientras el punto que nombra con anterioridad es una norma que promueve la igualdad, el “día de las iglesias evangélicas” se enmarca en una mentalidad distinta, no en una centrada en la igualdad ante la ley, sino en la política del reconocimiento. Cabe perfectamente defender lo uno y ser escéptico respecto de lo otro; y hay pocas personas que desconozcan que las leyes de no discriminación obedecen al segundo tipo de mentalidad, no al primero.
Atender a tal punto –y en general a la importancia de hacer distinciones- no me parece un tecnicismo de filosofía política que el grueso de los cristianos deba considerar irrelevante. Por el contrario, precisamente en la medida que se considere importante la defensa de la tolerancia –y considero tal defensa sumamente importante- habrá que estar preocupado por explicar exactamente qué es lo que se quiere decir con eso. Así, y sólo así, uno puede saber para qué tipo de proyectos se le está pidiendo adhesión. De lo contrario, no es de extrañar que los llamados a la tolerancia sean tomados con escepticismo por una parte significativa de los cristianos, que ve claramente –aunque no siempre lo logren articular- que lo que con ello se les está pidiendo es muchas veces algo distinto de la mera tolerancia.
Por último, me pregunto si acaso parte de las reacciones y polarizaciones no se deben a cierta ambigüedad en parte del discurso que, a falta de un mejor nombre, podemos llamar progresista. En concreto: aunque el tópico principal del artículo en cuestión sea exhortar a la no discriminación, al mismo tiempo se denuncia cierto tipo de lectura de la Biblia como “literalista y legalista”. Creo que sería un gran avance que cuando se hace estas afirmaciones se precisara exactamente qué es lo así designado. ¿Quién es “literalista y legalista”, qué textos son los que lee así, y cómo sería una lectura distinta de los mismos? ¿Se quiere decir que son literalistas y legalistas todas las lecturas bíblicas que consideren vigente la tradicional enseñanza cristiana sobre la homosexualidad? Pero en ese caso, ¿calificaríamos de simplemente fundamentalistas las exposiciones que sobre esta materia han hecho Robert Gagnon, Richard B. Hays o Wolfhart Pannenberg? No presupongo nada respecto de las respuestas a estas preguntas, pero sí me parece que cuando no son aclaradas, sino que la bomba contra el “literalismo” es lanzada sin diferenciación, las reacciones hostiles no son de extrañar (aunque no por eso sean justificadas). Si eso se quiere evitar, me parece que por todos los sectores sigue siendo necesario un esfuerzo no sólo de comprensión y aceptación, sino muchas veces también de precisión.
Puede, por supuesto, parecer hostil de mi parte plantear este conjunto de preguntas. Pero la verdad es que aunque hoy sea el día mundial de la tolerancia, según la Unesco mañana es el día internacional de la filosofía: y ésta no se conforma con una vaga apertura, sino que obliga a preguntar.
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