La economía privada cada uno la lleva como mejor puede, pero la economía política es como un territorio prohibido para la mayoría de los mortales. Escudados con cifras macroeconómicas, algoritmos y fórmulas matemáticas, los economistas inhiben la crítica de los legos y se blindan contra las críticas de que puedan objeto desde otros campos. Sin embargo, la economía está presente en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana y es parte importantísima de las comunidades en que estamos integrados. A veces, de parte del gobierno, se nos recuerda que el estudio y la formación en economía se hacen absolutamente necesarios para tratar de comprender la realidad, especialmente tras los profundos cambios que ha experimentado en los últimos años en un mundo cada vez más globalizado y en el que las relaciones económicas son cada vez más complejas. “Cualquier ciudadano necesita conocer las reglas básicas que explican los acontecimientos económicos y el lenguaje específico utilizado por los economistas y los medios de comunicación para analizarlos”[1].
La importancia que tienen los asuntos económicos en nuestra sociedad y la forma en que nos afectan individual y colectivamente, plantean al teólogo y al cristiano responsable, la necesidad de una formación mínima que le proporcione las claves necesarias para comprender estos aspectos esenciales de la vida cotidiana de los miembros de la iglesia, y de toda aquella persona a la pretende alcanzar con el evangelio, y así adquirir unos criterios técnicos éticos que le orienten en el juego económico, pues de eso se trata, de un juego en el que intervienen muchos actores. De este modo, igual que nos preocupamos de tener un mínimo de cultura general en términos de lengua, historia, política y ciencias, la teología debe aprender a desenvolverse con soltura en el campo de la economía política, para así poder reflexionar y actuar con ética e integridad en un asunto que se presta a debates enfrentados por falta de conocimiento. El estudio de la economía permite al teólogo y cristiano comprometido tener las bases para alcanzar un conocimiento, comprensión y valoración crítica de la sociedad y el desarrollo de actividades cotidianas que les afectan directamente a él y a la comunidad en la que desarrolla su ministerio.
Lo económico en la vida
La economía siempre ha sido protagonista de nuestras vidas pero, en los últimos años, a raíz de la crisis económica global, hasta los más indiferentes a estas cuestiones se han visto obligados a tomar conciencia de ella por el lado que más le duele: la economía doméstica. Los medios de comunicación social nos bombardean a diario con términos y diagnósticos que aunque superan nuestra capacidad de entendimiento y nuestro interés común, repetimos a fuerza de oírlos como si fuesen verdades evidentes y necesarias.
En cierto sentido la economía es una cuestión que todo lo abarca, tanto a nivel privado como político. Desde el momento del nacimiento, y previo a él, todo está condicionado por la economía. La manera en que seremos atendidos o desatendidos; cuidados o descuidados; educados, o maleducados. La que determina nuestro futuro y nuestras posibilidades o frustraciones.
La gente dice interesarse por el arte y la cultura, y hasta por la espiritualidad, pero lo que realmente le interesa, le inquieta y preocupa, es la manera de ganar de dinero a fin de llevar una vida desahogada, confortable, feliz. La mayoría de las veces se decide el estudio de una carrera en virtud de una perspectiva de salario alto y la posibilidad de ascender económicamente en la vida. Una vez conseguido el dinero, ya se encargará este de abrirnos las puertas del buen gusto, de la sensibilidad por el arte, las buenas maneras, y, sobre todo, compartir el poder con los ya poderosos, fuente siempre segura de acceder a ganancias ilimitadas.
La economía es el arte de estudiar la vida humana en sus relaciones comerciales y laborales, siempre reguladas por el cálculo de costes y beneficios. La pretensión última de la economía es actuar para transformar las condiciones económicas en las que se lleva a cabo nuestra vida social.
La economía es un asunto tan determinante en la vida de las personas, que cuesta trabajo pensar lo poco que la teología se ha ocupado de ella, como si fuera un área de la ciencias que apenas si ofrece materia para la labor teológica, o que está más allá de su campo de estudio e investigación.
Teología evangélica y economía
Desde la perspectiva evangélica no faltan los libros de carácter práctico sobre la economía doméstica, e incluso empresarial: cómo manejar las finanzas privadas y familiares desde una perspectiva bíblica; o cómo ser empresario sin dejar de ser cristiano. La palabra economía viene directamente del latín oeconomía, que a su vez procede del griego oikos, que quiere decir “casa”, y nomos, que significa “ley” o “reglas”, de modo que la oikonomíatenía que ver con la dirección y administración del hogar. Lo que los bautistas gustan de llamar mayordomía cristiana.A nivel popular, en determinados grupos cristianos se habla mucho de la “teología de la prosperidad”, pero todo esto no tiene que ver con la economía, sino todo lo contrario.
El descuido o abandono de la economía por parte de la teología es bastante lamentable. Hasta donde yo conozco, solo un autor dedicó al tema un estudio riguroso y profundo desde una perspectiva bíblica. Me refiero al estadounidense Douglas Meeks, decano académico y profesor de Teología Sistemática en el Wesley Theological Seminaryde Washington. Su libro God the Economist(1989) abre una nueva dimensión a la teología en su comprensión de la economía y sus complejidades mercantiles y laborales. Y todo desde una detallada y extensa teología trinitaria. Desgraciadamente no ha tenido continuadores, al menos que yo sepa. Tampoco tenemos que sentirnos demasiado culpables por este abandono. A otras tradiciones eclesiales les pasa lo mismo. Hasta la teología de la liberación que hizo de los pobres y la pobreza el objetivo prioritario de su reflexión, no hizo de la economía objeto particular de análisis, según se queja Jung Mo Sung. “Después de 1975, los teólogos más conocidos y divulgados en las comunidades de base, como Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Jon Sobrino, Clodovis Boff, Joño B. Libánio, y otros, poco o nada han trabajado la relación teología y economía”[2].
El descuido teológico de la importancia de la economía en la vida de los individuos y de los pueblos, contrasta con la atención que se ha prestado a otros temas de carácter filosófico, lingüistico, histórico-arqueológico o sociológico. En las últimas décadas se ha dedicado especial atención a lapostmodernidady a su aparente “relativización” de la verdad, sin darnos cuenta de que sus dardos iban dirigidos contra los grandes relatos con que la modernidad se ha adormecido a sí misma. La postmodernidad es un acta notarial del ocaso de los grandes ideales guía y motor de la modernidad: comunismo y sociedad sin clases; raza y nación; capitalismo y progreso; democracia y bienestar. Hoy vivimos en días de desengaño ideológico. Pero en medio de esta crisis generalizada, observamos que hay una empresa que permanece y desafía todas las tormentas: la economía.
“En medio del naufragio generalizado de creencias e ideologías —escribe el filósofo francés Pascal Bruckner—, al menos una resiste con una vitalidad incuestionable: la economía. Hace tiempo que dejó de ser una ciencia árida, una fría actividad de la razón, para convertirse en la última forma de espiritualidad del mundo desarrollado”[3].
A raíz de la crisis económica mundial que comenzó en el año 2008, y fue originada en EE. UU., bautizada como Gran Recesiónpor The Wall Street Journal, el interés por los temas económicos se filtró en todas las capas de la sociedad, según se desprende del aumento y seguimiento masivo de los debates y libros que tratan del tema y de la presencia de economistas en los programas populares de televisión, hasta el que punto que algunos de ellos se han convertido en estrellas mediáticas.
Como alguien ha dicho, la actividad económica, como preocupación, ha invadido el conjunto de la vida cotidiana. Los ciudadanos se despiertan con noticias sobre la prima de riesgo, el aumento del déficit, la enésima caída de las bolsas, la subida o bajada de los tipos de interés, el doloroso crecimiento del desempleo, la situación de las hipotecas y las pensiones.
“Si durante siglos la metafísica pretendía explicar la estructura más profunda del universo, parece que la economía le ha sustituido, al menos en lo que hace a las cosas humanas. Ser analfabeto en economía es hoy en día vivir fuera del mundo”, dice Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía de la Universidad de Valencia[4].
Reparemos en esta frase: “Ser analfabeto en economía es hoy en día vivir fuera del mundo”. Este es un toque de atención a los estudiantes cristianos de hoy, sea que se vayan por las ciencias bíblicas o teológicas. El cristianismo no puede permitirse el lujo de ignorar por más tiempo la cuestión económica. En cuanto miembros del Reino de Dios que cada iglesia quiere representar de la mejor manera, estamos al servicio del mundo, y el mundo nos reclama que reparemos con rigor e inteligencia en la economía como un servicio a nuestra comunidad. De otro modo, si no nos ocupamos de la economía con inteligencia y discernimiento, corremos el riesgo de alienarnos de la sociedad, o lo que es peor, alinearnos inconscientemente a ideologías económicas contrarias al espíritu del Reino de Dios.
Economía y matemáticas
Yo creo que nos asusta el mismo concepto de economía.
Pensamos que la economía es una cuestión de cifras, de matemáticas, sin embargo su ocupación fundamental son los seres humanos en su relación comercial y negociadora. No cabe duda, como advierte Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008, que hay mucho de matemáticas en las revistas de economía, “ya que la elaboración matemática es una manera tradicional de disfrazar una idea banal”[5]. Los teoremas matemáticos y el procedimiento estadístico, pese a su sofisticación, es de importancia secundaria, a juicio de muchos economistas expertos y de reputación mundial. La economía es el estudio de la vida en sus relaciones productivas y mercantiles. Y “nadie puede reducir totalmente la complejidad de las situaciones de la vida real a un modelo matemático”[6].Wassili Leontief, uno de los primeros economistas en ganar un Premio Nobel, dijo que “el entusiasmo acrítico por la formulación matemática tiende a ocultar con frecuencia el efímero contenido sustantivo del argumento que hay tras la formidable fachada de signos algebraicos”[7].
Algunos economistas quisieran presentar su disciplina como una ciencia objetiva, pero esto es solo una pretensión que está muy lejos de ser cierto. La economía no es en absoluto una ciencia exacta. Utiliza números, cuentas, finanzas, cálculos, fórmulas y otros conceptos típicos de las ciencias exactas, pero es básicamente una ciencia social, porque esos números no son abstractos, sino que se aplican a fenómenos sociales como presupuestos, tributos e impuestos, distribución de los bienes, intercambios económicos, negocios y acuerdos entre comunidades, índices de calidad de vida, estadísticas, etc. Esto quiere decir que, como otras ciencias sociales, la economía no es perfecta e incluso más, es una ciencia con diferentes posibles ideologías o posturas de resolver o actuar frente a determinados fenómenos.
“A pesar de su impresionante aparato científico, hay que admitir que, en lo más profundo, la economía consiste en una colección de historias sobre el funcionamiento de la economía”[8], asegura Michael Perelman, economista estadounidense e historiador económico, actualmente profesor de economía en la Universidad Estatal de California. Y nuestra labor, como cristianos, es juzgar esas historias desde la historia de la salvación, en cuanto afecta al ser humano en su doble condición de individuo particular y miembro de una comunidad.
La irrupción de economistas cristianos
A lo largo del presente siglo hemos aprendido que no nos encontramos viviendo una crisis financiera y económica pasajera; que no es un hecho aislado, sino que las burbujas especulativas, el desempleo, la precariedad laboral, el cambio climático, las crisis energéticas, las desigualdades económicas, el hambre en el mundo, el deterioro ecológico, indican que vivimos en un sistema en decadencia. El cristiano no puede permanecer callado ante esta decadencia, dominado por el favor, la indiferencia o una falsa esperanza en la pronta venida de Cristo.
Afortunadamente cada vez son más las voces que, desde la fe y visión cristiana, se están dejando oír. Es una alegría constatar que economistas de la talla de Stefano Zamagni, profesor de Economía Política en la Universidad de Bolonia y en la John Hopkins University, cada vez son más conscientes de lo que está en juego y a los pesimistas que dicen que no hay ninguna alternativa, responden que hay que recuperar el concepto de “persona” como clave de la vida económica. Según Zamagni, la economía de mercado en el mundo moderno ha asumido la forma de economía de mercado capitalista, en que el individuo busca su beneficio en competencia con otros individuos, obviando su dimensión relacional[9].
El capitalismo es ante todo la promoción de la economía como ciencia autónoma, disociada de toda idea religiosa y ética. Los líderes políticos y los grandes empresarios normalmente cantan las virtudes de este ideal de capitalismo, y ven con muy malos ojos que personas ajenas a los intereses del capital se permitan opinar sobre la economía. Consideran como una intromisión improcedente que, en nombre de la ética, o de la humanidad, algunos se permitan opinar sobre el cierre de algunas empresas, la deslocalización de la fábricas y la precariedad de los empleos, que afecta tanto a los trabajadores como a sus familias, su comunidad, su ciudad y, última instancia, su país.
Tristemente, los países han perdido su autonomía económica, con todo lo que esto significa para sus políticas sociales. El presidente del Bundesbank,Hans Tietmeyer, lo decía claramente en Davos, en febreo de 1996: “Los mercados financieros jugarán cada vez más el papel de «gendarmes» […] Los políticos deben comprender que ahora están bajo el control de los mercados financieros y no solamente de los debates nacionales”[10].
SEGUIREMOS.
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[1]Economía. http://www.educaragon.org/FILES/ECONOMIA(2).pdf
[2]Jung Mo Sung, Economía. Tema ausente en la Teología de la Liberación, p. 11. DEI, San José, Costa Rica 1994.
[3]Pascal Bruckner, Miseria de la prosperidad, p. 15. Tusquets, Barcelona 2003.
[4] A. Cortina, “Prólogo”, Por una economía del bien común, de Stefano Zamagni. Ciudad Nueva, 2012.
[5]Paul Krugman, Vendiendo prosperidad, p. 9. Ariel, Barcelona 2000.
[6]Michael Perelman, El fin de la economía, p. 11. Ariel, Barcelona 1997.
[7]Wassili Leontief, “Theoretical Assumptions and Nonobserved Facts”,American Economic Review, 61, nº 1, pp. 1-2, marzo 1971.
[8]Michael Perelman, ob. cit., p. 9. Cf. Donald N. McCloskey, La retórica de la economía. Alianza Editorial, Madrid 1990.
[9]Stefano Zamagni,Por una economía del bien común. Ciudad Nueva, Madrid 2012.
[10]Citado por André Gorz, Miserias del presente, riqueza de lo posible, p. 23. Paidós, Buenos Aires 1998.