Desde hace varias décadas comenzaron a irrumpir en nuestro mundo de paz, sirenas de alarma advirtiéndonos de la inminencia de un cataclismo ecológico. Estas alertas siguen resonando hasta el día de hoy desde los más disímiles lugares de nuestro mundo, replicadas desde diversos espacios y saberes.
Muchas voces diversas han venido haciéndose eco de este grito de dolor de nuestro planeta. Si algo nos une hoy como humanidad, es la conciencia de que esta alerta es real, y si algo nos desune, son los criterios, posiciones y acciones que asumimos con respecto a la misma.
Conscientes de que así como leemos el mundo desde la persona que somos, también interpretamos lo que en él ocurre desde estos derroteros, me gustaría invitarnos a reflexionar acerca de cómo interpretamos y nos posicionamos ante esta inminente alarma desde dos posicionamientos precisos: la gente que asume esta emergencia a partir de la critica que señala a un tipo de sistema socio-político como potenciador proclive de este status quo; y la “gente de fe”, que puede mirar a esta realidad también atravesada por un tipo de espiritualidad que percibe, mira y complejiza la reflexión sobre la misma con “ la certeza de lo que se espera es la convicción de lo que no se ve” ( Hb 11, 1) .
La invitación concreta, por tanto, está orientada hacia la posibilidad de desarrollar un diálogo que, amén de ser inter y transdisciplinar, tenga lugar fundamentalmente dentro de las coordenadas de este terreno epistemológico de la crítica comprometida, pero desde una fe abierta. Queda hecha la misma para que reflexionemos sobre este tema desde nuestros saberes, así como también desde el siempre privilegiado y liberador lugar de la experiencia en esperanza.
I. “Re/eco/pilando”: Poniendo juntos varios discursos y sus ecos…
Hay una canción del cantautor cubano Carlos Varela que nos narra lo que sucedió en un barrio de la Habana cuando nace, inesperadamente, un árbol del asfalto: “la negra dijo que Changó nos había mandado el castigo y un viejo dijo que quizás era otro invento del enemigo, lo cierto es que aquel árbol causó tanta sorpresa, que nadie imaginó el final”[1]
Algo similar ha ocurrido entre el pueblo de la fe desde que en nuestra casa común comenzaron a hacerse oír las señales de alerta con respecto a la condición del planeta. Las interpretaciones teológicas acerca del asunto han sido de lo más variopinto y dentro de la cosmovision cristiana se han dejado ver interesantes extremos, los cuales en mayor o menor medida, coinciden en el esfuerzo de intentar crear líneas y contacto entre el discurso propio que elaboran y las Sagradas Escrituras.
Hay una realidad irrevocable: el pueblo de la fe busca sus respuestas en los relatos de su fe. En los caminos de la fe cristiana se nos ha enseñado a hurgar en nuestras escrituras para iluminar nuestra realidad, porque estas son “lámpara a nuestros pies y lumbreras a nuestro camino” (Salmo 119:105); y si negativo es remitir todo lo que nos acontece a la Biblia presuponiendo una cierta preexistencia y presencia entre sus páginas de todos los fenómenos y sentires que experimentamos en el mundo de hoy, nociva es también la total disección y desarraigo de la mirada de fe de una comprensión y acercamiento a nuestros avatares cotidianos en diálogo con sus relatos. Lo primero, refuerza posturas cerradas, cercenantes y desmovilizadoras; lo segundo, también.
Lo más acertado no sería por tanto desligar las miradas desde la fe y las Escrituras de nuestra realidad de emergencia ecológica, sino intentar articularlas de manera coherente, de forma que resulte de este religar una propuesta responsable, ecuménica, diversa, participativa y militante. El desafío es intentar que nuestra fe en el Dios creador de todo cuanto existe sea una de las fibras que sustente y haga posible una esperanza proactiva, que anime la creación concreta y conjunta de un mundo mejor posible.
Para lograr esto, es necesario entonces “re/eco/locar” la Biblia: definir cada elemento, llegar a una comprensión común, por ejemplo, de lo que es como conjunto y lo que son sus relatos como Sagradas Escrituras. Ser conscientes de sus aperturas y límites, de lo que podemos hacer con ellos o no, de las características particulares de aquello que intentan decirnos sus relatos y, sobre todo, que hemos de buscar sin desconocer sus contextos literarios e históricos como instancia de dialogo para poder “traerla a la Vida” con un mensaje también vital. Lo que caracteriza aquello que decimos sobre y a partir de ella, ha de estar mediado por herramientas diversas que no extrapolen a nivel superfluo toda la riqueza que poseen sus mensajes.
Una interpretación literal, superficial y desarraigada difícilmente podrá impactar ni re/crear una propuesta amplia y abierta oikumenica y holísticamente. Y esto vale también para aquellos enunciados o discursos que pueden ser catalogados de liberadores, pero han sido producidos desde estos derroteros hermenéuticos antes mencionados, lo cual- por supuesto-entrañaría una contradicción ad internum , porque ¿se pude ser/ producir realmente un mensaje inclusivo desde posicionamientos y métodos excluyentes?
II. “Re/eco/locando”…poniendo en perspectiva algunos elementos de los cuáles necesitamos hacernos eco…
El primer elemento a tener claro es que nuestras Sagradas Escrituras son un compendio de documentos histórico-kerigmáticos, lo cual quiere decir que lo que puede contener la Biblia de verdad histórica está condicionado de antemano por la necesidad de proveer una visión y mensaje específicos para un momento dado. Los textos bíblicos son reflejo de una diversidad de culturas y expresión de posiciones ideológicas diversas, casi siempre legitimadas por (cuando no legitimadoras de) los poderes dominantes de entonces. Por tanto la Biblia “no es la Palabra. Es la escritura de la palabra”[2].
Analizar sus fragmentos y versos de forma aislada y literal, buscando apoyos para el deber ser de nuestra praxis de vida, resulta desacertado. Bien nos recuerda el Dr. Carlos Sintado, citando a Walter Wink, que “cualquiera que necesite guía de la Escritura para llegar a la conclusión que la destrucción del ecosistema es algo errado, ése es un idiota moral ”[3] y, aunque nos suene dura la expresión, lejos de ofendernos nos impele a que seamos “ofensivos” en el sentido de poder actuar eficazmente en pro de subvertir los mecanismos que nos alejan de un mundo más equitativo y armonioso, en este caso ecológicamente. Es una invitación a no ser gente “dormida” ante la toma de responsabilidades y acciones concretas. Es una sacudida que nos devuelve a la opción fundamental, a ser gente que cree en ello y lo in/corpora (lo materializa, lo hace “cuerpo”) sin falsas mediaciones que justifiquen la buena (¡o mala fe¡) de nuestra consiguiente actuación al respecto. La palabra de Dios, antes que nada es –y ha de ser- texto, no pretexto.
Sin embargo, a pesar de ello, existen en nuestros contextos inmediatos grupos, personas y discursos (incluso enunciados desde espacios académicos más formales) que siguen intentado probar y comprobar si como humanidad debemos hacer algo y qué con respecto al desequilibrio y deterioro ecológicos, extrapolando versos. Eso nos plantea un segundo desafío: el desafío de la interpretación.
No es objetivo de este artículo adentrarnos en un exhaustivo debate hermenéutico y exegético. Pero sí nos gustaría compartir algunas ideas que nos iluminen acerca de este papel, pues explorarlo, al menos sinópticamente (o sea, de un “golpe de vista”), se nos plantea como devenir lógico de la articulación entre Fe-Palabra y acción que hemos venido sugiriendo.
En primer lugar, y retomando el hilo de la comprensión de la naturaleza propia de los textos, debemos recordar que la Biblia fue escrita a partir de la memoria (exacta o recreada) de situaciones vividas. Estas situaciones están enmarcadas en épocas plagadas de diversos desafíos que también constituían amenazas para la vida: hambres, guerras, matanzas, divisiones, deportaciones, violaciones, pérdidas y conquistas de territorios, entre otros; pero ciertamente la finitud de los recursos naturales y el agotamiento de las reservas del planeta no se visualizaban como problemática en los contextos vitales de los cuales los escritos bíblicos dan cuenta. Todo lo cual, mirado desde aquí, hace de la Biblia un cuerpo textual extemporáneo, y de una visión ecológica bastante exigua.
En esta misma línea, teólogos como Frei Betto y Marcelo Barros nos advierten “Hay que reconocer que, de hecho, no caracteriza a la Biblia una profunda visión ecológica. Podemos hacer malabares exegéticos y encontrar en ella una gran cantidad de textos que nos animan a amar la naturaleza (…) es posible aprender de esta un profundo amor a la tierra y la naturaleza que nos rodea”,[4] pero sólo eso.
Debemos admitir, entonces, que necesitamos de otros soportes textuales para poder completar y articular nuestra propuesta a partir de la fe y los relatos de nuestra fe. Que nuestro análisis debe pasar e hilvanarse con estos referentes, pero no puede ser un esfuerzo intra/textual, sino inter y trans/textual, dado que esta disputa no puede ser agotada dentro del marco de sentido de los relatos bíblicos, ni con sus solas herramientas. Tender los puentes a diá/logos con otras miradas, presupuestos, discursos y “universos” teórico–metodológicos se vuelve imprescindible para articular, desde esta “arena”, una propuesta más inclusiva y coherente.
En segundo lugar, y una vez identificadas las características de la Biblia, así como las clausuras y aperturas de las que es susceptible como cuerpo textual, estamos de acuerdo en declarar la insuficiencia que posee la misma cuando de sustentar pautas concretas para el pensamiento ecológico se trata. Intentar encontrar un pensamiento ecológico en la Biblia, es como estar parados en el jardín, buscando a Jesús en la cueva vacía.[5] El reto de la interpretación antes mencionado, en este caso, se ve también interpelado y complejizado por el desafío de la mirada. Llega, entonces, el momento de preguntarnos, ¿Hacia dónde hemos de reorientar nuestras búsquedas y qué otros “terrenos epistemológicos” nos pueden ser propicios para articular nuestras propuestas emancipadoras?
Otra vez, pensadores como Betto y Barros nos han dejado las pistas para avanzar:
“…nos parece más sincero y respetuoso con la Biblia, comprender que ella es un testimonio de cómo se insertó la Palabra de Dios en la historia concreta de los pueblos. Por eso, aunque sea para nosotros una fuente de revelación cristiana, ello no excluye que Dios nos hable también a través de otras culturas de la humanidad[6] y otras situaciones. En América Latina las religiones indígenas y negras tienen un elevado sentido de comunión con la naturaleza. La relativa pobreza del cristianismo sobre este asunto puede ser un instrumento oportuno para que las iglesias adopten la necesaria humildad que las lleve a aprender de otras culturas lo que Dios reveló”[7]
III. De/eco/lonizando la mirada…
La mirada pluricultural es uno de los elementos imprescindibles al intentar aprehender y posicionarnos como personas de fe ante la situación de emergencia ecológica actual. Primero, porque estamos conscientes de que esta emergencia no tiene su punto de partida ni tendrá su punto de subversión, en lo que tiene que ver meramente con la finitud de los recursos naturales. Esta crisis es crisis de relaciones entre todo lo que existe, incluyéndonos a nosotras y nosotros, los seres humanos.
Es una crisis generada por la legitimación de un paradigma de éxito, una lógica de “vivir” y una definición de “ser” y de “existencia”. Es una crisis con muchos rostros, nombres y apellidos, enraizada profundamente en las configuraciones e imaginarios que moldean nuestros espacios vitales (ciudades, pueblos, comunidades, lideres e instancias de liderazgo, poderes decisores de todo tipo, etc). Es una crisis social y también política. Y porque nos afecta como polis diversa que somos, amerita no solo ser analizada sin desconocer su complejidad multi y pluricultural, sino también resaltando de entre las diversas culturas elementos de recomposición de estas lógicas del vivir que están soportando el actual status quo de deterioro creciente. Así como aspectos de otras lógicas del “buen vivir’ que intentan desmontar aquellos imaginarios hegemónicos que en la concreción de su horizonte utópico no soportan el estado de vulnerabilidad y finitud de los recursos del planeta.
Según la teoría de Hans Kung, [8] un paradigma solo deja de ser paradigmático cuando emerge otro paradigma que lo desplace. Y aun a pesar de lo “cartesiano” y positivista que puede parecernos este paradigma pensado desde las lógicas del pensamiento complejo (¡precisamente, el paradigma que anda desplazando a este primero!), lo cierto es que lo que plantea nos sirve como referente para comprender que la única manera de dis/locar una estructura es precisamente cuando podemos recolocarnos como sujetos allí en la frontera de sus límites… porque, ¿ de dónde surge la necesidad de salir de algo, si no es desde la experiencia palpable de esa estrechez incomoda que (nos) oprime?
Esa finitud que reprime la Vida en la expresión de su naturaleza, ya nos resulta más que constatable. Se vuelve indispensable creer, y crear, si es preciso, una salida.
En este punto, pienso que podría ser pertinente y revelador acoger la propuesta de Enrique Leff acerca de la distinción entre lo medioambiental y lo ecológico,[9] e intentar traer sus lógicas al terreno de la vinculación entre la interpretación bíblica y la ecojusticia. Apropiándonos del planteamiento de Leff para mirar a esto, podríamos catalogar entonces lo ecológico como aquello que se remite más al espacio de pensamiento y búsqueda, al mundo de la episteme; y lo ambiental, por otro lado, como aquello que remite al área de la encarnación e implementación de propuestas, o sea, al mundo de la praxis.
Siguiendo esta línea de entendimiento podríamos afirmar por tanto que el aporte desde el análisis bíblico, aunque limitado por la ya comentada naturaleza propia de los textos, sí puede ser un elemento clave para sustentar un pensamiento ecológico y susceptible de ser insertado entre los diversos componentes con que se articulan las propuestas vitales desde la cultura medioambiental. Elemento que tendría su praxis en el terreno de la episteme, que se “clausuraría” allí para poder “abrirse”, y desde allí podría entretejerse saludablemente como una nota más de entre las muchas que pueden componer esos ecos en diá/logo por un mundo posible de ecojusticia. El criterio de sostenibilidad, tan empleado desde los movimientos ambientalistas y sus discursos, también encarnaría su sentido en esta propuesta que hacemos.
Un beneficio añadido a todo esto, un buen efecto secundario de esta re/eco/locación, puede constituirlo, por otro lado, el propio hecho de llegar a comprender la Biblia como un elemento no hegemónico dentro de la configuración de una cultura ecológica y medioambiental, sino como un elemento más dentro de este entramado cultural donde se insertan en comunión, contraste y tensión con otros presupuestos dde cosmovisión.
Bien sabido es el papel que el discurso bíblico/teológico cristiano -básicamente celibatario, blanco, masculino y “heteropatriarcal”, como acuña Judit Buttler-[10] jugó en la configuración de nuestra llamada cultura occidental y su pre/supuesta superioridad . Tampoco es noticia que muchas de estas preconcepciones continúan teniendo una presencia fuerte en nuestra manera de comprender y relacionarnos con otras culturas, religiones y espiritualidades. Por eso, mirar a la Biblia como texto reproductor de culturas, o sea, que contiene ideologías, éticas estéticas propias como lo hace cualquier otro texto o texto declarado sagrado por alguna espiritualidad o sistema religioso dado. Desmontar su papel regulador y de sobrentendida supremacía canónica se constituye per se en un elemento liberador de onda expansiva, o sea, que puede impactar otros niveles de análisis más allá de ella misma.
Y, aunque mirar a otras culturas implica también intentar observar con los lentes de otras religiones y espiritualidades, cabe decir que, desde el cristianismo, no hay ni traición ni contradicción en esto. Nuestra herencia cristiana es variada y multicultural, como sabemos, y corre por las venas textuales de las Sagradas Escrituras la sangre mestiza de muchas costumbres, ideologías, lugares y tiempos. Reorientarnos al horizonte de lo multicultural e intercultural entraña, sin lugar a dudas, una cierta comunión con el espíritu bíblico. Observar nuestros textos desde lo diverso de las culturas y comprenderlos en la diversidad cultural que encierran no sólo es conceptualmente válido, sino metodológicamente necesario.
Que un elemento no contenga al todo, no legitima que no sea parte. Leer la Biblia desde la mirada de lo pluricultural y transcultural, teniendo como horizonte la concreción de prácticas ecojustas, trae consigo, casi inevitablemente, atravesarla además con una mirada en este caso, de/eco/lonizadora.
Toda lectura hecha desde las culturas contiene en sí misma las potencialidades para ser implementada también como una lectura postcolonial. Y estas dos vertientes: la de las culturas y la de los poderes sí que están ampliamente informadas en los textos bíblicos. De hecho, las referencias a los posibles pasajes donde se evidencia “lo ecológico” en la Biblia,[11] casi siempre usan figurativamente los símbolos de la naturaleza como catalizadores expresivos de las memorias y sucesos socio-políticos que los autores quieren narrar, y aparecen colocados dentro del marco de propuestas y denuncias acerca de la instauración de la justicia.
Estos textos bíblicos, en su mayoría, evidencian y enfatizan que la creación –comprendida como todo lo existente- está concebida integralmente dentro de la utopía de un futuro mejor. Baste recordar, por ejemplo, un texto donde se unen estas dos dimensiones de la deconstrucción de lo cultural y la apertura de sentidos desde una justicia des/eco/lonizadora: la visión del profeta Isaías. Es la demarcación de los referentes territoriales que contiene esta narrativa lo que -junto a otros elementos de análisis que no vamos a abordar ahora- nos hacen colocarlo como una propuesta post-colonial y totalmente disparada hacia la holística.
Pues he aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva, y no serán mentados los primeros ni vendrán a la memoria; antes habrá gozo y regocijo por siempre jamás por lo que voy a crear. Pues he aquí que yo voy a crear a Jerusalén « Regocijo », y a su pueblo « Alegría »; me regocijaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo, sin que se oiga allí jamás lloro ni quejido. No habrá allí jamás niño que viva pocos días, o viejo que no llene sus días, pues morir joven será morir a los cien años, y el que no alcance los cien años será porque está maldito. Edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán su fruto. No edificarán para que otro habite, no plantarán para que otro coma, pues cuanto vive un árbol vivirá mi pueblo, y mis elegidos disfrutarán del trabajo de sus manos. No se fatigarán en vano ni tendrán hijos para sobresalto, pues serán raza bendita de Yahveh ellos y sus retoños con ellos. Antes que me llamen, yo responderé; aún estarán hablando, y yo les escucharé. Lobo y cordero pacerán a una, el león comerá paja como el buey, y la serpiente se alimentará de polvo, no harán más daño ni perjuicio en todo mi santo monte – dice Yahveh. (Is 65, 17-25) [12]
Llegados a este punto, podemos colocar un ulterior desafío. Éste ha estado como huésped silente en todo nuestro recorrido en tanto que es inherente al propio ejercicio de la interpretación: El desafío de la mirada interdisciplinar.
Leer es interpretar, nos legaron Gadamer y Ricouer, y ciertamente lo que decimos y hemos dicho sobre los relatos de nuestra Biblia, pesa en mayor o menor medida en la subjetividad cultural del “pueblo de la fe” que ahora somos. Si bien los textos bíblicos en sí mismos no legitiman una propuesta de cultura ambiental suficiente para nuestro hoy, como ya hemos analizado, paradójicamente la manera en que se han interpretado sí ha construido hasta ahora una cierta manera de entender la vida, lo que existe y las relaciones entre nosotros y con todo lo creado.
Por supuesto, no se trata ahora de culpar a la Biblia, ni tampoco de estigmatizar per se las múltiples corrientes teológicas que pueden haber apoyado o no que se llegara hasta este orden de cosas. Se trata más bien, de re-conocer la Biblia y la Teología como entes que han tenido y tienen un rol de incidencia en nuestras múltiples prácticas cotidianas como “gente de fe cristiana de occidente”.
Ser conscientes de esta influencia, nos concede dos oportunidades: la de leer nuestra realidad inter y transdiciplinarmente por un lado; y por otro, la oportunidad de legitimar lo bíblico y teológico como elementos a tener en cuenta cuando de la lectura de la realidad se trate. Lo primero constituye ya -¡y cada vez con más fuerza!- un desafío propio como sujetos del quehacer bíblico teológico y pastoral de este tiempo. Lo segundo es el desafío para las otras ciencias y saberes que a veces proclaman leer interdisciplinarmente sin atreverse, no obstante, a incorporar lo bíblico-teológico y el pensamiento cristiano en su mirada compleja. Lectura que -que desde ya- declaramos proféticamente como mutilada en tanto no contenga ese aspecto.
Este último desafío de leer lo ecológico en la Biblia atravesado por otras disciplinas y en relación dinámica con otros resultados científicos, es sin duda un desafío vigente hoy, pero no es para nada un desafío nuevo. Teólogas, teólogos y biblistas, gente de fe cristiana comprometida, ya han explorado este terreno y han hecho grandes aportes. Sería imposible mencionar, menos citar, a todos quienes han acometido un quehacer de este tipo. Desde San Francisco, Santa Clara y su movimiento hasta la comunidad de Solentiname, por solo marcar dos puntos significativos de esta praxis, han sido diversas y variadas las voces cuyos ecos aún podemos escuchar claramente.
Quiero remitirme, entonces en primera instancia a un ejemplo menos conocido, como el de Dorothee Sölle, teóloga protestante alemana, que puso delante de los ojos de su época el problema humano, económico, teológico y espiritual que entrañaba “morir solo de pan”, [13] y quien ya en 1969 levantaba la voz también desde la teología y la poesía sobre este asunto de la ecojusticia, con palabras como estas:
“Bendito San Francisco/ ruega por nosotras y nosotros/ahora y en el tiempo de nuestro desaliento/ tu hermana el agua es envenenada/ los niños desconocen a tu hermano el fuego/ las aves nos rehúyen// Los papas y los zares te empequeñecen/ y los americanos compran Asís / incluyéndote a ti bendito san Francisco/ ¿por qué estuviste entre nosotros? //Por las empedradas afueras de la ciudad/ te vi escabulléndote/ un perro hurgando entre la basura/ hasta los niños prefieren un carrito plástico antes que a ti//Bendito san Francisco, ¿Qué cambiaste? ¿A quién has ayudado?// Bendito san Francisco/ ruega por nosotras y nosotros ahora y cuando los ríos se sequen/ ahora y cuando se nos acabe el aliento”[14]
Otra episteme favorable nos llegó desde la impronta de la teología latinoamericana de la liberación que con la opción preferencial por los pobres y la declaración del pecado como estructural, nos ayudó aún más a entender que asumir un pensamiento ecológico no es solamente una opción ética, ni un componente de la espiritualidad militante que implica seguir al Dios de Jesús, sino que implica ontológicamente, el desafío de salirnos todo el tiempo de nuestras zonas de confort constituidas por herencias, juicios y prejuicios, estando abiertos respetuosamente a la interrelación de todo tipo y a la aceptación de esta diversidad que se entreteje como un todo, también a fuerza de contrastes.
Es atrevernos a ver, juzgar y actuar, pero también a celebrar (como aprendimos con las feministas latinoamericanas) a “ir más allá” -como nos invita el teólogo Tony Brun- porque “el ser humano no es solo lo que es, sino también lo que puede llegar a ser”, y no debe esconderse “en las cuevas de su corazón o de la naturaleza”, sino que tiene que salir y descender a las plazas, las calles y los templos revelándose todo el tiempo contra la insensatez y la hipocresía de la civilización.[15]
Esta interrelación es además de un desafío, un resultado constante del propio ejercicio de imbricación. Integra todo nuestro ser con sus memorias, deseos, miedos e interrogantes; con sus sueños y sus límites y también con su fe, y sus símbolos y textos de fe. Y acerca de este ulterior desafío, acuña Leonardo Boff “Es importante desarrollar una comprensión interdisciplinar, y una actitud de relacionar todo hacia atrás: ver las cosas desde su genealogía, pues hasta llegar a su forma actual han conocido una larga historia de billones de años. Con ello evitamos las visiones ingenuas, fijistas y fundamentalistas. Del mismo modo es necesaria una visión hacia adelante: todas las cosas tienen un pasado, pero también un futuro.”[16]
La visión inter y transdisciplinar, unida a la mirada pluricultural y la crítica postcolonial antes mencionadas, es ya y seguirá siendo por mucho tiempo, una plataforma de abordaje complejo de nuestros análisis sobre los desafíos de la realidad orientados hacia la construcción de un futuro sustentable.
El filósofo cubano Dr. Sc. Carlos Delgado, quien ha trabajado ampliamente este tema, reflexiona sobre como el pensamiento globalizado se ha adjudicado “la pertinencia fenoménica, epistemológica y moral de la ecología de la acción” e indica la pertinencia de reorientarnos hacia una propuesta que debe moverse “de la conciencia de precaución y responsabilidad a la demanda de ecología de la acción”, posicionándonos como sociedades desde las relaciones de una “globalización solidaria”[17] y dentro de esta propuesta de globalización solidaria queda incluida una nueva epistemología, epistemología de 2do orden que no solo complejiza y deconstruye las posiciones de acercamiento tradicional a los temas, sino que abre la posibilidad de construir conocimiento desde la supra diversidad riquísima que constituimos como humanidad. Dentro de esto, nuestra Biblia y sus textos también tienen un papel que jugar ya que el planeta somos todos o en última instancia (aunque yo prefiero lo primero) es también nuestro prójimo, como afirmara en algún momento Jakob Wolf.[18]
IV. Re/eco/mponiéndonos…poniendo espíritu y Visión de futuro a todos estos ecos.
Somos hoy, ahora mismo, gentes distintas viviendo en un mundo que, sin embargo, adolece de una idéntica crisis. Esta crisis está expresada en la ya más que demostrada vulnerabilidad, fragilidad y finitud de los recursos de nuestro planeta: el oikos donde se encarnan y tienen lugar cada una de nuestras vidas. Lo que soñamos, deseamos, lloramos, degustamos, proyectamos, tocamos y abrazamos, sucede en este espacio lacerado.
Esta crisis es abordada de manera diversa y esta gran gama de posicionamientos y criterios son evidenciables también en “el pueblo de la fe”. La pregunta y tensión sobre el uso y abuso de los textos bíblicos como un punto integrante de las propuestas y acciones que pueden contribuir a la creación e instauración dinámica de una cultura ecológica, persiste y dentro de ella visualizamos varios desafíos:
- El de deconstruir nuestra propia comprensión de los textos bíblicos, siendo conscientes de sus aperturas y limitaciones. De esta caracterización, nos interesa sobre todo, resaltar entonces los elementos de lo ideológico y lo cultural, en tanto el reconocimiento de la existencia de los mismos dentro de nuestros relatos bíblicos propicia que se deslegitime el abordaje fundamentalista que privilegia un tipo de interpretación literal.
- El de asumir nuestro ejercicio interpretativo desde una mirada que permita apreciar lo multi y pluricultural de los textos y de nuestros propios contextos vitales, intencionando además la observación crítica de las ideologías y poderes subyacentes en cada uno de estos, abriéndonos a la lectura de la realidad desde una lógica descolonizadora
- El de reposicionarnos inter y transdiciplinarmente, reconociendo la presencia e impacto de lo bíblico teológico y el pensamiento cristiano en la trama compleja de nuestra cultura occidental ,
- El desafío de dejarnos interpelar coherentemente desde este paradigma de la interrelación, que ha de alcanzarnos holísticamente afectando nuestras relaciones de todo tipo, lo que incluye una revolución y cambio de pensamiento, el colocarnos en una plataforma epistémica diferente, que sustente la posibilidad dinámica y continua de recrear la relación vital con todo lo creado, entre nosotras y nosotros, y con una y uno mismo.
Es preciso reconocer que esto que le sucede al planeta tampoco nos es ajeno. También somos una humanidad doliente y vulnerable que, sin embargo, echa a andar en medio de la noche por el deseo inmenso de reafirmar que es posible la continuidad de la Vida.
Reconocer que somos solo una presencia de amor en el jardín, buscando ver que lo que nos han dicho que está muerto, en realidad existe todavía y que tal vez, como en el huerto aquel, no nos es dado el tiempo de palparlo, pero ya le hemos contemplado por instantes, aunque confusos, la posibilidad de su existencia íntegramente renovada. Y hemos también escuchado de su voz los ecos.[19]
Y por último, el desafío de reconocernos cada quien, críticamente, entre esa gente que vio nacer el árbol en medio del asfalto y sigue allí despertándose porqués, sin imaginar el final.
Es preciso, invitar, a re/eco/nacer.
Es preciso re/eco/ nocernos.
________________
[1] Varela, Carlos. Enigma del árbol, En: Monedas al aire, Graffitti Music Groups, 1992
[2] Barros, Marcelo y Frei Betto. El amor fecunda el Universo, Ciencias Sociales, La Habana, 2011, p.70.
[3] Véase: Sintado, Carlos. La ecología social. (Texto sin Publicar) p.34. Cf: Walter Wink, “Ecobible: The Bible and Ecojustice,” Theology Today vol. 49, no. 4 (January 1993):466.
[4] Barros, Marcelo y Frei Betto. El amor fecunda el Universo, Ciencias Sociales, La Habana, 2011, p.72.
[5] Jn 20, 11-18.
[6] Las negritas son mías
[7] Barros, Marcelo y Frei Betto. El amor fecunda el Universo, Ciencias Sociales, La Habana, 2011, p.73
[8] AY! LA CITAAAAA…
[9] Leff, Enrique. Pensamiento Ambiental latinoamericano: Patrimonio de un saber para la Sustentabilidad. ISEE, No. 6. 2009/ En: http://www.cep.unt.edu/papers/leff-span.pdf
[10] Butler, Judit. (1993). «Imitation and Gender Insubordination». En: Charles Lemert, ed., Social Theory: The Multicultural and Classic Readings. Filadelfia, PA: Westview Press. pp. 419-425.
[11] Tómese, por ejemplo, la ECOBIBLIA publicada en Ecuador por Sociedades Unidas Bíblicas Unidas en 2011
[12] Referencia citada de la versión Nueva Biblia de Jerusalén (NJB)
[13] Véase: Sölle, Dorothee. Death by bread alone: Texts and reflections on Religious Experience, Fortress Press, Philadelphia, 1978
[14] Blessed saint francis /pray for us/now and in the time of despondency/your brother the water is poisoned/children no longer know your brother the fire/the birds shun us//They belittle you/popes and czars/and the American buy up assisi /including you/blessed saint francis/why did you come among us//In the stony outskirts of the city/I saw you scurrying about/a dog pawing through the garbage/even children/choose a plastic car/over you//Blessed saint francis/what have you changed/whom have you helped//Blessed saint francis/pray for us/now and when the rivers run dry/now and when our breath fail us.
(“Blessed saint francis” En: Sölle, Dorothee. Revolutionary patience, Orbis Book, New York, 1977, pp. 40-41/ traducción propia )
[15] Ver: Brun, Tony. Ir más allá. Clara-Semilla, Guatemala, 2003, p.33
[16] Boff, Leonardo. Ecología, política, teología y mística, En: http:// lapiedadymiregion.wordpress.com/ecología-política-teología-y-mística-leonardo-boff/
[17] Delgado Díaz, Carlos J. Bioética y globalización. Revista Bioética, 2007, pp.27 y 28.
[18] Ver: Michel, Juan. Cómo la Teología puede ayudar a salvar al mundo del cambio climático,Crónica,CMI,2009
[19] Cf: Jn 20, 11 -18
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