Posted On 02/02/2011 By In Ética With 4636 Views

El aborto: de los argumentos a las estadísticas -y vuelta

I. Introducción

En un  artículo anterior para Lupa Protestante[1] discutí algunos de los argumentos más usuales que encontramos en torno al aborto, tanto dentro como fuera del mundo evangélico. Desde luego estoy consciente del carácter general de lo que escribí ahí, y de los muchos tópicos específicos que quedan sin discutir (la distinción, por ejemplo, entre aborto indirecto y terapéutico, que es fundamental para una discusión razonable en este campo). Pero en lugar de atender aquí a esos puntos pendientes, quisiera ahora dirigir la mirada a un tipo de argumento que no toqué en el artículo anterior, y que es el uso dado a las estadísticas en la discusión.

¿Tienen alguna importancia las estadísticas en este tema? Tal vez no tenga mucho sentido decir que constituyen propiamente un argumento, pero sí tienen un alto impacto en la formación de la opinión pública. Y no sólo en la opinión pública en general, sino también en la opinión pública de los cristianos. Sin ir más lejos, Brian McLaren, la principal pluma de la “iglesia emergente” acudió hace algo más de un año a estas cifras al dar sus razones para votar por Obama (voto que aquí no estoy cuestionando): “Las naciones de Europa occidental, donde el aborto es legal y accesible, tienen la más baja tasa de aborto en el mundo libre, con menos de 10 abortos por cada 1000 mujeres en edad reproductiva. En cambio, en África, América Latina y el Caribe se dan entre 29 y 31 abortos por cada 1000 mujeres en edad reproductiva – a pesar del hecho de que las leyes sobre el aborto son muy restrictivas en esos lugares”[2]. Con tales palabras se hizo eco, dentro de la iglesia, de una frecuentemente repetida impresión, según la cual la legalización del aborto conduce a su disminución. Normalmente se añade a esto una creencia más: que disminuye no sólo el aborto, sino la cantidad de mujeres que mueren por uno clandestino. ¿Pero cuán fundada es dicha impresión? ¿Tenemos indicios tan claros respecto de lo que ocurre en esta materia según se liberalice o se prohíba el aborto? ¿Contribuyen las estadísticas en algo a defender o echar abajo alguno de los otros argumentos que suelen ser invocados en esta discusión?

II. Los “datos duros” (y los blandos también)

Para ver algo de esto me quiero centrar en tres casos: el sueco, el chileno y el hindú. Considerar los dos primeros tiene la ventaja de representar a dos países en polos opuestos en cuanto a la legislación: Suecia despenalizó ya en los años setenta el aborto hasta la semana 18, mientras que Chile contemplaba sólo aborto “terapéutico” hasta 1989, cuando también éste fue abolido. El caso de la India, en tanto, complementa esta desigual pareja a partir de un caso no occidental.

Parto con el caso de Chile. La doctrina oficial de Internet al respecto es que hay 160.000 abortos al año. Eso es lo que repiten todos los blogs, todos los políticos, todas las fundaciones que intervienen en el debate público. Esto, por cierto, convertiría a Chile en uno de los países con mayor tasa de aborto del mundo, con un tercio de los embarazos terminando en aborto. Y quienes promueven la despenalización del aborto (que son quienes dan esta cifra) tienen un argumento sencillo: esta altísima cifra sólo se puede reducir con mejores políticas de anticoncepción, con liberalización del aborto, etc. En ese escenario el dato estadístico es por supuesto relevante: es un paso fundamental en la toma de conciencia que se requiere para mejorar la situación. Hay, con todo, algo de extraño en la propuesta, ya que uno siempre queda con dudas respecto de por qué precisamente quienes no creen que el aborto sea matar a un ser humano indefenso, están  sin embargo preocupados por una cifra alta de abortos. Pero obviemos por lo pronto dicha pregunta, dado que sólo la pueden responder ellos. Preguntemos mejor de dónde viene la cifra. No es ningún misterio: The Alan Guttmacher Institute, un centro de estudios que tiene entre sus fines promover la liberalización del aborto (y no los estoy acusando, es como ellos mismos se presentan). Ahora bien, resulta que es un instituto ampliamente reconocido por la seriedad de sus cifras: en Estados Unidos, por ejemplo, tanto el mundo “pro-choice” como el mundo “pro-life” trabajan a partir de las cifras que provienen de esta institución.

¿Puede entonces haber alguna duda respecto de las cifras que entregan sobre Chile? Bueno, la verdad es que sí, muchas dudas muy fundadas. Pues el instituto Guttmacher es reconocido por las certeras cifras que da respecto de países en los que el aborto es legal –ahí donde por definición hay cifras claras. Pero naturalmente ése no es el caso aquí. Pues, ¿cómo podría llegarse a una cifra remotamente confiable en un país en el que el aborto está penalizado? Virtualmente cualquier cifra, alta o baja, que se dé sobre el número de abortos en un país donde éste es ilegal, será altamente especulativa. Pues para llegar a tales cifras siempre se tiene que multiplicar una cifra fundada por otra arbitraria. Se posee, por ejemplo, un dato real (como puede ser un número x de denuncias u hospitalizaciones por aborto), pero hay que multiplicarlo por un dato antojadizo (como, por ejemplo, el porcentaje de abortos que imaginamos no llega a ser denunciado). 1.200 podría ser un número real de denuncias, pero multiplicarlo por 20, 40, 89, o 113 da resultados muy distintos. Esto es campo para libre juego de la especulación, y eso es grave cuando sabemos que los especuladores además tienen intereses (no ocultos, sino declarados). En el caso de Chile la cifra real de ingresos al sistema hospitalario por abortos es de alrededor de 35.000[3]. Ésa es la cifra real que hay que multiplicar por alguna cifra arbitraria como “las miles de personas que por miedo no van a un hospital”. Pero incluso antes de hacer tal multiplicación hay que tener presente que en los 35.000 está incluido, por ejemplo, un número indeterminado de abortos espontáneos, que tendría que ser restado. Se comprenderá a lo que se puede llegar cuando no se hace esa resta y se procede a multiplicar por un número x: se podría llegar a… 160.000. En los comienzos de la discusión en torno al aborto en Estados Unidos, circulaba un folleto de un tal Dr. Rongy sobre los 2.000.000 de abortos anuales que habría en Estados Unidos. No daba evidencia alguna, ni la podría haber dado. En la misma situación estamos en Chile, y el modo en que se cita estas estadísticas sólo es significativo por lo evidente que es la manipulación de la opinión pública que con ellas se hace.

En lo que sí hay estadísticas claras es en el número de mujeres que sufre problemas de salud por intentar un aborto ilegal, sea por cuenta propia o en clínicas clandestinas. Y al respecto hay cifras por el sencillo hecho de que tarde o temprano tales mujeres llegan a un hospital o al cementerio. Naturalmente, éste es un punto que causa justificada preocupación, sea que se apruebe o rechace el aborto. ¿Qué dicen tales cifras? Aquí sí que es interesante el contraste entre las cifras reales y el mundo de la “opinión pública”. Además, como podremos ver, es algo que arroja a su vez luz sobre el fantasmagórico 160.000 del párrafo anterior. En 1996 la Organización Panamericana de la Salud afirmaba que no sólo en Chile, sino en varios países sudamericanos ésta era la principal causa de muerte materna. ¿Pero es así? Poner las cifras en su justa dimensión implica que el lector asediado por tales estadísticas se pregunte primero qué significa la expresión “mortalidad materna”. De lo contrario, acabará imaginando que estamos ante una de las principales causas de muerte de mujeres o de madres. Pero la estadística se refiere exclusivamente a mortalidad asociada al embarazo, el parto y el periodo inmediatamente siguiente (puerperio). ¿Cuáles son tales cifras? Pues bien, la verdad es que Chile, manteniendo la penalización del aborto, tiene hoy la tasa de mortalidad materna más baja de Latinoamérica. Dicho hecho está hoy siendo crecientemente reconocido entre los estudiosos[4]. Sin cambiar en nada la situación legal, Chile pasó de 39, 9 muertes por cada 100.000 embarazos en 1990 a 20, 3 en 1998. Nuestras cifras de mortalidad materna son pues las de un país europeo con aborto legalizado (entre 1994 y 1996 el Reino Unido presentó 12, 1 muertes maternas por cada 100.00 embarazos, el año 2003 Chile tuvo 12, 2 –y ése es el total de muertes maternas asociadas al embarazo, que incluye muchos problemas distintos del aborto). Pero Chile tiene esa cifra sin despenalizar el aborto, mostrando de modo elocuente que ése no es un camino necesario para lograr tal meta.

Pero entonces nos asalta otra duda más: ¿hay alguien que realmente pueda creer que un país no particularmente desarrollado, Chile, tenga una tan baja tasa de mortalidad materna en medio de 160.000 presuntos abortos clandestinos? La cifra real de mortalidad materna es la mejor refutación de la cifra imaginaria de abortos clandestinos. Y si éstas fuesen las cifras más divulgadas, está claro que estaríamos en un escenario distinto. Supongo que al menos algunos progresistas honestos estarían dispuestos a revisar sus convicciones sobre el aborto: verían que el presunto vínculo entre liberalización del aborto y protección de la salud materna es inexistente, y que su defensa de los derechos de las mujeres –incluso si quieren hacer caso omiso del abortado- no tendría entonces por qué conducirlos a las conclusiones que acostumbran sacar sobre el aborto. El hecho de que en Latinoamérica la mortalidad materna más baja la alcanza un país con políticas muy restrictivas en torno al aborto podría llevar a que quienes no están cegados por una ideología, sino honestamente luchando contra los prejuicios, reconsideren lo que piensan sobre la “interrupción del embarazo”. 

Hay pues algo que hacer en base a las escasas cifras confiables que puede haber en un país sin aborto legalizado. Ahora bien, concedo que esto no constituye todavía una confirmación ni una refutación del mito del eventual descenso de las cifras por la liberalización del mismo. Al respecto sólo cabe hablar en serio viendo cifras de países donde es legal. Saltemos pues a uno de esos casos. En Suecia hay disciplinada estadística sobre esta materia[5]. Con sus cerca de 38.000 abortos anuales encabeza las estadísticas del norte, aunque ciertamente no las mundiales. Pero lo interesante es lo siguiente: de 1975 hasta la fecha no ha habido ningún cambio dramático: siempre se está entre 30.000 y 38.000 abortos anuales. No hay una línea recta de aumento ni de decrecimiento del aborto. Hubo una leve baja durante los 90, pero desde el año 2004 las cifras han vuelto a las de 1989: 38.000. ¿Qué importancia tiene esto? Una muy decisiva, por ser Suecia el país que es. Pues uno de los mitos predilectos del movimiento abortista es que las cifras serán en un comienzo altas, pero que luego, por la liberalización general de las costumbres, la educación sexual, la anticoncepción, etc., comenzarán a bajar. Pues bien, Suecia es un país “ejemplar” bajo cualquiera de esos criterios, pero las cifras sólo bajaron en un período intermedio para luego volver a subir.

Pero nuestro escepticismo aumenta mucho más si vemos a qué edad se realiza la mayor cantidad de abortos en este país. Pues el grupo en que se realiza la mayor cantidad de abortos no son las mujeres menores de edad (que son el caso con el que se nos suele intentar conmover). En esto se cumple en todos los países nórdicos un mismo patrón: la mayor cantidad de abortos es solicitado por mujeres entre los 20 y los 24 años. ¿Se puede sacar alguna conclusión de ese dato? Naturalmente: nadie creerá que las personas de esa edad hayan tenido que recurrir de emergencia al aborto por no haber recibido una suficiente instrucción. Después de todo, es una edad en que se puede dar por sentado cierto conocimiento al menos rudimentario sobre el hecho de que la actividad sexual puede conducir al embarazo: las mujeres de 20 años no son al respecto menos ilustradas que las de 15 o 35. No, precisamente el grupo que cuenta con más caminos para prevenir un embarazo es el que más frecuentemente acude al aborto. Éste opera, pues, simplemente como un tipo más de “anticoncepción de emergencia”. Y lo que esto confirma es que es simplemente falso que lo decisivo sea una mayor educación sexual, una mayor liberalización, un mayor acceso a anticonceptivos (cosas, como todo el mundo concederá, absolutamente disponibles para una mujer sueca de 22 años).

Termino con una brevísima mención de la India. Las cifras de aborto son exorbitantes, pero nadie podría culpar a una legislación antiaborto muy restrictiva, siendo el aborto legal desde la misma década que en el caso sueco. Pero lo más llamativo no es la cifra general, sino el conocido hecho de que un significativo número es producto de las posibilidades de detección de sexo del feto, lo que ha aumentado significativamente el aborto de mujeres en culturas en que se prefiere tener hijos hombres. En el caso de la India se ha llegado a un desequilibrio poblacional en el que hay 107,8 hombres por cada 100 mujeres[6]; para una década más algunos calculan un exceso de 35 millones de hombres en China y de 25 millones en la India. Estas cifras son importantes, y he querido terminar con ellas, porque también han llamado la atención del mundo “pro-choice”. Esto es, también quienes normalmente no tienen problemas con la liberalización del aborto sí los tienen con estos escalofriantes datos, con la idea de que millones de personas no lleguen a nacer por el solo hecho de ser mujeres. Pero también aquí vale la pena plantear preguntas. Después de todo, ¿por qué nos parece tan terrible esto? Dados los supuestos del mundo “pro-choice” la verdad es que es difícil encontrarle el lado horrible al aborto por motivos de sexo del feto: si un aborto no es el asesinato de una persona, entonces el aborto selectivo de mujeres es, francamente, la más benigna de todas las discriminaciones que hayan sufrido las mujeres en la historia. Pero eso no lo creo yo ni nadie: nos horroriza la cifra de abortos por selección de sexo precisamente porque nos horroriza que se dé muerte a seres humanos. Sólo nos falta con la mano en el corazón extender ese reconocimiento a todos los fetos, del sexo, país y semana que sean. Si no damos ese paso, la denuncia contra el aborto selectivo de mujeres se convierte en lo que suelen ser estas cosas: la arrogante presunción del occidental respecto de las culturas primitivas de Oriente.

III. Conclusión

Volviendo atrás, las siguientes conclusiones parecen inevitables: a) que debemos ser sumamente escépticos cuando se presenta estadísticas sobre países en que no hay aborto legal; b) que en aquellos puntos en que hay cifras confiables, tenemos indicios de que las madres no están mejor protegidas donde el aborto es despenalizado (aparte del hecho evidente de que los hijos ciertamente no lo están); c) que las cifras de los países donde es legal tienden a desmentir toda la idea de que una mayor liberalización contribuiría al descenso gradual del número de abortos. En gran medida esto son conclusiones de tipo negativo: muestran el tipo de argumento que no podemos aceptar. Y esto es virtualmente todo lo que nos pueden decir las estadísticas: no existe ninguna cifra de abortos capaz de demostrar si el aborto es bueno, neutral o malo. Para eso tenemos que volver a los argumentos -y de verdad debemos volver sobre ellos, insistir en que sean discutidos. Pero lo que no resulta aceptable de modo alguno, es que quienes ostentan el título de teólogos aludan a las estadísticas para establecer su posición, pero que al hacerlo ni siquiera se den el trabajo de estar al día con ellas ni se esfuercen por hacer una lectura mínimamente crítica de su uso.

Hace algún tiempo Juan Stam escribía aquí mismo solicitando una moratoria del mundo evangélico en este tipo de discusiones[7]. Escribía sobre todo en relación a la homosexualidad, pero también mencionaba el aborto como un tema sobre el cual sería hora de una pausa: basta de marchas y malos argumentos, basta de centrarse en estos temas en desmedro de otros. Lo menciono no con un afán polémico, sino precisamente porque hay una parte central con la que estoy de acuerdo: creo que los cristianos debieran dejar de creer que se hace gran cosa organizando marchas y protestas para “denunciar la inmoralidad”. Al respecto no sólo debiera haber una moratoria de cinco años, como la que propone Juan Stam, sino que ojalá desaparecieran de modo definitivo. Pero no creo que en la argumentación deba haber moratoria alguna: los argumentos malos deben simplemente desaparecer (no sólo retirarse modo temporal), pero para concentrarnos en los mejores argumentos de lado y lado. Y ningún tema debiera desaparecer de nuestra preocupación. Puede ser verdad que en el mundo evangélico muchas veces se haya priorizado algunos temas como el aborto o la homosexualidad en desmedro de otros temas como la justicia social o el cuidado del medioambiente. Pero si es así, sólo cabe responder “esto os era necesario hacer, sin dejar aquello (Lc. 11:42).


[3] La cifra del año 2001, por ejemplo, es de 34.479. Fuente: Ministerio de Salud, Departamento de Estadísticas e Información de Salud, Anuarios de Egresos Hospitalarios.

[4] Véase, por ejemplo, Donoso, Enrique. “Reducción de la mortalidad materna en Chile de 1990 a 2000” en Revista Paramericana de Salud Pública 15, 5, 2004. pp. 326-330, y “Análisis comparativo de la mortalidad materna en Chile, Cuba y Estados Unidos de Norteamérica” en Revista Chilena de Obstetricia y Ginecología 69, 1, 2004. pp. 14-18, así como las investigaciones en curso del epidemiólogo Dr. Elard Koch.

[5] Toda la información que discuto a continuación proviene de fuentes oficiales del Estado sueco disponibles en http://www.socialstyrelsen.se/Lists/Artikelkatalog/Attachments/18031/2010-5-12.pdf

[6] Arnold, Fred, Kishor, Sunita, & Roy, T. K. (2002). “Sex-Selective Abortions in IndiaPopulation and Development Review, 28 (4), 759-785.

Manfred Svensson
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