José Ángel Fernández

Posted On 23/03/2011 By In Opinión With 1700 Views

El amor siempre vence

La controversia ha vuelto a las librerías norteamericanas (si es que alguna vez se fue). Esta vez de la mano de Rob Bell, pastor de la iglesia Mars Hill en Michigan, y su libro, Love wins: A book about heaven, hell, and the fate of every person who ever lived (El amor vence: Un libro sobre el cielo, el infierno, y el destino de toda persona que jamás haya vivido). Recientemente escuché una entrevista realizada por la cadena MSNBC a este autor en la que se le preguntaba acerca de la tragedia que se está viviendo en Japón: “¿Cuál de estas dos opciones es verdad: Dios es todopoderoso pero no le importa lo que ocurre a nuestro alrededor, o le importa pero no es suficientemente poderoso como para impedirlo?”. La respuesta de Rob fue que esta pregunta, como muchas otras con las que las personas de fe se enfrentan hoy, es una paradoja con la que tenemos que aprender a vivir, sin necesidad de dar una respuesta final. Y con esto quiere decir precisamente eso: no lo sabemos, no conocemos realmente cual de estas dos opciones es más adecuada, o si hay alguna opción alternativa que resuelva todo; no tenemos respuesta y por tanto es imposible responder.

Me consta que esta respuesta no suele gustar mucho en el pueblo cristiano. La necesidad que los cristianos tenemos de buscar respuestas finales a nuestras preguntas, de generar sistemas de pensamiento racionales que nos muestren el camino final por el que tenemos que andar, es algo que tenemos muy adentro e intentamos luchar ferozmente contra la posibilidad de tener que caminar por senderos inciertos, sin conocer antes todas las respuestas. Este profundo anhelo de certeza es la base de la controversia que existe en estos momentos en torno al libro de Rob. El problema principal radica en la facilidad que tiene su autor para evitar dar respuestas finales a preguntas que muchos cristianos consideran “teológicamente obvias”. Y una de estas preguntas José Ángel Fernándezha provocado la ira de algunos cristianos más que las demás: ¿Está el infierno vacío?, ¿acabará toda la humanidad siendo perdonada por el amor divino de modo que al final, de un modo u otro, todos seremos salvos? El pecado de Rob en este libro es no responder de forma clara a esta pregunta, principalmnete porque considera que la Biblia no ofrece la claridad textual que muchos cristianos creen encontrar en ella. En sus propias palabras: “Estas son preguntas, o mejor dicho, estas son tensiones [en este caso, la tensión entre el amor de Dios y la libertad humana] que tenemos la libertad de dejar sin responder. No tenemos la necesidad de resolverlas o responderlas porque no podemos, y por tanto simplemente las respetamos”. La propuesta final que ofrece este libro es una de esperanza: el amor de Dios al final siempre vence, a pesar de todo. ¿Quién podría estar en contra de un final así? Y sin embargo parece que no son pocos los que prefieren escribir un final distinto.

En mi opinión, creo que tenemos que ser justos con Rob: la propia tradición cristiana tiene una historia repleta de intentos de todo tipo que tratan de resolver tensiones teológicas de una forma u otra, y si buscamos de verdad siempre encontraremos cristianos profundamente respetados que apoyan posiciones enfrentadas. A veces no nos damos cuenta de hasta qué punto la Biblia mantiene tensiones entre puntos de vista contradictorios y evita dar respuestas finales a preguntas de gran importancia para la fe. Cualquier estudioso del A.T., la Biblia usada tanto por Jesús como por los autores de nuestro N.T., conoce de sobra la diversidad teológica que existe en esos textos, una diversidad que va mucho más allá de lo que a veces nos gustaría. Sin duda que los editores subsiguientes intentaron armonizar los problemas, suavizar las contradicciones o eliminar las opiniones que escapaban de la norma del momento, pero aún así los lectores disponemos de evidencias suficientes, tanto textuales como históricas y arqueológicas, que demuestran dicha diversidad teológica.

Si algo aprendemos de esta polémica es la facilidad con la que se puede enfadar a algunos cristianos. En esta ocasión ha sido suficiente con llamar la atención, de forma bastante legítima, hacia la ambiguedad teológica que existe en la Biblia al tratar diversos problemas para los que, vale la pena recordar, el Cristianismo aún no ha encontrado una respuesta unánime. Lo curioso de todo esto es que la ambiguedad que existe en la Biblia al enfrentar diversos problemas teológicos no es nada nuevo. Por ello es quizá más preocupante la ignorancia de muchos cristianos que no parecen ser conscientes de dichas ambiguedades. Sobre todo cuando luego son precisamente estos mismos cristianos los que nos ordenan a gritos que tomemos la Biblia en serio. ¿No será necesario aprender a leerla antes?

Jose A. Fernandez

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