Posted On 03/05/2024 By In portada, Teología With 1293 Views

El bautismo, un sacramento traicionado: Crisis y promesa de la fe cristiana | Víctor Hernández

El bautismo, un sacramento traicionado: Crisis y promesa de la fe cristiana[1]

Dr. Víctor Hernández Ramírez

El bautismo, como la Cena del Señor, es motivo para la división. Establecido para unir a todos los cristianos, también se ha convertido en una razón para las disputas, la separación, los conflictos […] existe un Apartheid bautismal.

Paolo Ricca, Dal battesimo allo “sbattezzo”[2]

Doble es la justicia del cristiano, como doble es el pecado del hombre […] Esta justicia, pues, es dada a los hombres en el bautismo cada vez que se arrepienten verdaderamente, de modo que el hombre puede confiadamente gloriarse en Cristo y decir: “Mío es lo que Cristo vivió, hizo, dijo y sufrió, y cómo murió; tan mío como si yo hubiera vivido esa vida, acción, palabra, sufrimiento y muerte”. Así como la novia posee todo lo que es del novio, y el novio todo lo que le pertenece a la novia (pues los dos tienen todo en común, porque son una carne {Gn 2: 24}), así son Cristo y la Iglesia un Espíritu.

Martín Lutero. Sermón La doble justicia [3]


El gran acontecimiento del bautismo cristiano

El bautismo cristiano es todo un acontecimiento: un acto lleno de profundos significados que  a lo largo de la historia marcaba fuertemente la vida de una persona y de toda una comunidad. Los cristianos de los primeros siglos bautizaban a los nuevos creyentes y a los hijos de creyentes, después de una larga y rigurosa preparación (que muchas veces solía durar unos 3 años). El evento del bautismo marcaba un nuevo comienzo para el bautizado, en su historia de vida, pero también era su ingreso a la nueva edad del mundo, es decir con su bautismo entraba a la era del cumplimiento de la promesa de Dios para el mundo entero. Como acontecimiento decisivo en su vida personal, se puede decir que:

El bautismo es para el cristiano individual lo que la cruz es para la historia del mundo: la línea divisoria entre el antes y el después, entre el pasado y el futuro, el gran punto de inflexión en la vida. No es de extrañar que no pocos de los primeros cristianos comenzaran a contar sus años desde el día de su conversión o su bautismo.[4]

En tanto que acontecimiento decisivo, el bautismo no era un ritual entre otros, sino que tenía una duración mucho más larga: así, en el cristianismo antiguo no se limitaba a un acto puntual sino que, en cierto modo, se extendía a toda la vida:

“En la iglesia antigua, lo más importante es darnos cuenta de que el bautismo no solamente consistía en el mero rito de pasar por las aguas, sino más bien que era un proceso largo para el que la gente se preparaba por años —por lo general tres—e incluso continuaba después de la administración del rito.” [5]

Lo que hacía que el bautismo tuviera tan radical importancia era que allí se expresaba el amor redentor de Dios en Jesucristo, se confesaba la fe como respuesta agradecida a la gracia de Dios y se manifestaba la participación en la esperanza cristiana con respecto al mundo. En otras palabras, en el ritual del bautismo se hacía presente el modo en que Dios se nos da en Cristo y esto no es otra cosa que el misterio del mundo, es decir la verdadera esperanza de salvación para el mundo, para toda la sociedad humana.

Esto se expresa muy bien en un párrafo el documento “Bautismo, Eucaristía y Ministerio” del Consejo Mundial de Iglesias, que dice que:

El bautismo abre a la realidad de la vida nueva ya dada en este mundo. Hace participar en la comunidad del Espíritu Santo. Es un signo del Reino de Dios y de la vida del mundo futuro. Gracias a los dones de la fe, de la esperanza y del amor, el bautismo posee una dinámica que alcanza la vida entera, se extiende a todas las naciones y anticipa el día en que toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre.[6]

Un sacramento reducido e insignificante

No obstante dicha riqueza y gran alcance del acontecimiento del bautismo cristiano, ha tenido lugar un proceso de reducción y una consecuente insignificancia del sacramento. El reduccionismo al que se ha visto sometido el bautismo va de la mano con el proceso largo y complejo  que Charles Taylor llama la aparición de la era secular[7] para la fe cristiana, es decir la aparición de la modernidad (siglos XVII al XX) como contexto para la fe cristiana. En ese proceso tuvo lugar el “desencatamiento del mundo”,  y en el esfuerzo por eliminar el pensamiento mágico prevaleció una visión más racionalista del mundo. Además, apareció un énfasis cada vez mayor en el individualismo, de manera que el vínculo con la colectividad se debilitó y la vida religiosa perdió cada vez más su dimensión comunitaria. Para el bautismo esto conllevará a que:

Como un acto de lavamiento [de los pecados], el bautismo dejó de ser un acto comunitario y de la congregación, y se convirtió en algo relativamente privado que se podía administrar aparte del culto de la congregación; o, como hasta el día de hoy se practica en muchas iglesias protestantes, el bautismo es una especie de paréntesis durante y sin relación con el culto. [8]

A lo largo de la modernidad el bautismo se fue reduciendo en la riqueza de su significado y devino en una práctica que constituía un ritual de paso o, mejor dicho, un ritual de iniciación, en el cual:

…el bautismo marcaba el ingreso en la comunidad […] Sarah Williams ha mostrado lo importante que era la ceremonia de «presentación en la iglesia» para los anglicanos no de elite hasta el siglo XX. Se suponía que no iba uno a volver a salir a la calle tras el alumbramiento sin llevar en primer lugar al niño a la iglesia.[9]

Sabemos que después de la Reforma surgieron diversas ramas de protestantes o evangélicos, y entre las iglesias de práctica y teología bautista (primero los anabaptistas y luego las iglesias bautistas y más tarde las pentecostales) se combatió la idea del bautismo como un sacramento, de manera que se enfatizó el bautismo como una acción que únicamente testifica la conversión y la fe de quien “aceptó a Cristo en su corazón”. En este énfasis tiene lugar una cierta reducción del bautismo, pues:

…el énfasis sobre el bautismo iba unido a la perspectiva—apoyada por una mezcla de racionalismo e individualismo—de que no había poder alguno en el bautismo mismo, que principalmente era una acción de testimonio delante de la congregación y ante el mundo.[10]

Y en las iglesias cristianas que practican el bautismo de infantes se ha dado también un proceso no sólo de reducción del sacramento a un ritual de paso, sino además una reducción a la insignificancia. Esto se muestra claramente en una sociedad como la nuestra, donde el catolicismo ha sido predominante y también ha tenido lugar esa reducción a la insignificancia del bautismo. Como lo dice el teólogo católico José María Castillo, hablando de la manera como la gente entiende los sacramentos:

…la gente asiste rutinariamente a ellos [a la práctica de los sacramentos], convencionalmente y a veces casi a la fuerza, saben muy bien lo «insignificantes» que son y resultan estas ceremonias. La gente se cansa en ellas, no las entiende, no las vive y, sobre todo, se trata de ceremoniales que apenas tienen una «significación» verdaderamente cristiana o quizás tienen una significación muy distinta de la que debieran tener, por ejemplo aquello que representa un acto social […] esto quiere decir que los sacramentos han perdido, para grandes sectores de la población bautizada, su fuerza y su capacidad de significación. No significan casi nada. O significan una cosa muy distinta de lo que en realidad tendrían que significar.[11]

Por otro lado, los actuales cambios de mentalidad han modificado sustancialmente la actitud hacia el bautismo de niños, en las iglesias donde éste se practica. Incluyendo a las iglesias protestantes. Así, en las últimas generaciones ha crecido la idea de que es una imposición y un abuso sobre un bebé, un niño o niña pequeña, el hecho de bautizarle, porque se viola su libertad y autonomía, o porque se le impone una serie de creencias en las que el niño/a no ha dado, ni puede dar su consentimiento. Y entonces los padres dicen: que lo decida cuando sea mayor, cuando tenga la capacidad de tomar sus decisiones.

Este argumento se ha vuelto común, en un tiempo como el nuestro donde se habla tan fácilmente de los derechos de cada individuo y se pierde de vista que libertad y autonomía no son entidades abstractas, por lo que se olvida que nadie puede decidir nada, de manera autónoma, sobre algo que esté fuera de su experiencia y que, por otro lado, es imposible que no se transmitan e impongan a los hijos una serie de prácticas y valores (comenzando por la asignación de un nombre, seguido por la lengua, la educación, el ejemplo, etc.).

Y para el caso del bautismo de niños, la consecuencia de esto es que a veces se practica en nuestras iglesias una especie de “bautismo sin agua”, es decir una presentación del bebé en el culto, delante de la congregación, con una oración de bendición. Pero, sobre todo, la consecuencia más evidente es una devaluación del bautismo infantil o una actitud de desafección de los padres creyentes para que sus hijos pequeños sean bautizados. En esto se muestra claramente la crisis de la fe cristiana en una sociedad como la nuestra, donde las creencias se han debilitado o se han acotado a un área privada y limitada de la vida. Y entre las prácticas de esa fe, el bautismo se ha reducido y se ha tornado insignificante.

El bautismo cristiano: un sacramento traicionado

Pero no es la reducción ni la insignificancia lo que más ha de resultar preocupante, sino que hay algo más grave que se deriva de las diversas prácticas y comprensiones del sacramento del bautismo cristiano.

Para comenzar, hay una vieja discusión sobre el concepto de sacramento, que implica el debate sobre si el bautismo es o no es un sacramento (el teólogo reformado Karl Barth, en el último volumen de su Dogmática de la iglesia[12], plantea que el bautismo cristiano no es un sacramento), y sin embargo nadie puede negar que el bautismo (al igual que la Santa Cena) está profundamente ligado a Jesucristo en su obra redentora, de manera que Bautismo y Santa Cena son rituales que quieren significar la unidad de la iglesia, la reconciliación del mundo con Dios por medio de Jesucristo, porque él (Jesucristo) es el “” de Dios para la humanidad (2ª Corintios 1: 19–20).

De manera que la vocación de los cristianos no puede expresarse afuera de la unidad que confesamos con Efesios 4: 5 y 6: un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.

Este llamado a la unidad es lo que habitualmente se repite en los círculos ecuménicos, y así lo expresa el documento “Bautismo, Eucaristía y Ministerio, ya citado, y que fue fruto de 50 años de trabajo conjunto. Sobre la manera como apunta a la unidad, el BEM afirma que:

Celebrado en obediencia a Nuestro Señor, el bautismo es un signo y un sello de nuestro compromiso común de discípulos. A través del propio bautismo, los cristianos son llevados a la unión con Cristo, con cada uno de los demás cristianos y con la Iglesia de todos los tiempos y de todos los lugares. Nuestro bautismo común, que nos une a Cristo en la fe, es así un vínculo fundamental de unidad. Somos un solo pueblo y estamos llamados a confesar y a servir a un solo Señor, en todo lugar y en el mundo entero.[13]

Precisamente porque el bautismo significa un acontecimiento de la fe que jamás se reduce a un individuo y tampoco a una comunidad aislada, se añade que es muy importante que, no obstante la diversidad que hay en la práctica del bautismo, éste no se debe repetir:

El bautismo es un acto que no puede ser repetido. Hay que evitar cualquier práctica que pudiera interpretarse como un «re-bautismo».[14]

Y, precisamente, es así como el bautismo cristiano es traicionado en la diversidad de prácticas y comprensiones que se tienen con respecto al ritual que quiere señalar la unidad que es fruto de la reconciliación de Dios en Cristo:

-Se traiciona el bautismo cristiano cuando las iglesias de práctica y teología bautista (llamado bautismo de creyentes o credo-bautistas, es decir personas capaces de confesar una fe personal) se niegan a reconocer el bautismo de niños practicado por otras iglesias (paido-bautistas, y que también practican el bautismo de adultos) como un bautismo cristiano. Esto pasa con muchas iglesias evangélicas de España y Catalunya que no reconocen el bautismo infantil que practican las iglesias metodistas, reformadas, anglicana, luterana, las ortodoxas [rusa, griega, eslavas] y las antiguas iglesias orientales y la iglesia católica romana.

-Se traiciona el bautismo cuando hay iglesias paido-bautistas que se niegan a reconocer el bautismo de niños de otras iglesias paido-bautistas como un bautismo cristiano, por ejemplo algunas iglesias evangélicas reformadas o metodistas que en América Latina o Africa no reconocen el bautismo de la iglesia católico romana (o de la iglesia anglicana o de las iglesias ortodoxas).

-Se traiciona el bautismo cuando hay iglesias bautistas que se niegan a reconocer el bautismo de creyentes de otras iglesias bautistas como un bautismo cristiano, por ejemplo algunas iglesias pentecostales que no reconocen el bautismo de otras denominaciones evangélicas o iglesias bautistas que no reconocen el bautismo de otra denominación bautista e incluso a veces el bautismo de otra congregación bautista de la misma denominación.

-Se traiciona el bautismo cuando las iglesias de tradiciones previas a la Reforma (ortodoxas, católica romana, iglesias de oriente antiguo) no reconocen plenamente el bautismo practicado por las iglesias posteriores a la Reforma del siglo XVI con sus efectos sobre esa unidad, especialmente en la participación de la Comunión o Santa Cena (Eucaristía).

Este rechazo a las otras prácticas y comprensiones del bautismo se expresa en el hecho de que muchas iglesias evangélicas piden bautizarse [nuevamente] como requisito para participar de la Santa Cena o para tener determinados ministerios. Es en la práctica de un segundo bautismo (y a veces de un tercero o cuarto) que tiene lugar el re-bautismo, si bien no es así como se le entiende en una teología y práctica bautista: al no reconocer el bautismo de otras iglesias, siempre se tratará de “un primer bautismo”… pero la herida ha quedado abierta.

Es así como la división está ya visible en la acción de (re) bautizar que no reconoce al otro como un bautismo cristiano. Es así como ha surgido y se sigue manteniendo un Apartheid bautismal, como lo llama el teólogo valdense Paolo Ricca:

Establecido [el bautismo], como la Cena del Señor, para unir a todos los cristianos, también se ha convertido en una razón para las disputas, la separación, los conflictos. [El bautismo] tenía que fundamentar en la fe y sellar el pacto de paz en Cristo que une a todos los que creen en él. Y, sin embargo, el pacto se ha roto. [El bautismo] tenía que ser el vínculo de la unidad y se ha convertido en una razón para la división. Así, aparte del gran progreso en las relaciones entre las iglesias aún divididas, que tuvo lugar durante aproximadamente un siglo [siglo XX] gracias al movimiento ecuménico […], existe un apartheid bautismal, menos evidente, menos conocido y menos debatido. Pero […] real. Como real es la herida abierta que eso produce en la comunión cristiana.[15]

¿Tiene que ser el bautismo de infantes un motivo de discordia?

El bautismo de infantes, que es la práctica de nuestra Iglesia Evangélica Española (e igualmente se practica el bautismo de personas jóvenes o adultas que profesan la fe en Jesucristo, siempre que no hayan recibido previamente el bautismo cristiano), se ve cuestionado por otras iglesias evangélicas o protestantes, tanto desde fuera como dentro: por otras iglesias o denominaciones de teología y práctica bautista[16], que suelen ver con desdén nuestra teología y práctica paido-bautista.

En el caso de algunas comunidades de dentro de nuestra denominación, que adoptaron una teología y práctica bautista, no suelen expresar una crítica al bautismo de niños pero si llevan a la práctica bautismos de personas que habían sido bautizados en su infancia. Está claro que para ellos no se trata de “re-bautismos”, porque de acuerdo a su comprensión y práctica el bautismo que recibieron en su infancia no tiene validez.

¿Esto tiene relevancia? ¿Acaso un ritual como el bautismo tiene que tener una importancia tal que se dividan las comunidades cristianas? ¿No se debe respetar, por encima de todo, la subjetividad de cada persona, es decir lo que en conciencia quiere hacer, dado que fue bautizado cuando no podía decidir nada?

Por mucho que enfaticemos la prevalencia de la conciencia y la decisión de cada individuo, lo cual es propio de nuestro contexto moderno y forma parte de nuestra mentalidad occidental, no podemos negar que la fe cristiana está constituida como algo relacional, en una dimensión comunitaria, precisamente porque el evangelio es la buena nueva de la reconciliación en Cristo. Entonces, lo que hace cada miembro afecta a todo el cuerpo.

Es por eso que la práctica de bautizar (nuevamente) a personas que fueron bautizadas en su infancia conlleva un juicio sobre aquel ritual que realmente tuvo lugar, que ocurrió en la historia. Así pues, el (re)bautismo es una acción que afirma que EN el bautismo de un niño o niña se pronunció en vano el nombre de Dios, es decir, que se pronunció una blasfemia[17].

Es delicado plantear que las acciones no intencionales de los cristianos conlleven un juicio así, porque el uso en vano del nombre de Dios, la profanación de su nombre, es precisamente lo que toda persona cristiana quiere evitar y lo que forma parte del Padrenuestro, donde decimos “Santificado sea tu nombre”, pero suele darse que el celo de la piedad puede llevarnos al orgullo de menospreciar a otros cristianos[18].

Por ello, tiene mucho valor el esfuerzo que proviene de algunas voces de la teología bautista, que están abiertas a la posibilidad de que pueda darse un reconocimiento mutuo entre las iglesias bautistas y las paido-bautistas[19]. Es el caso del teólogo bautista inglés Paul Fiddes, quien plantea que una iglesia bautista “puede reconocer como bautizado a quien, habiendo sido bautizado de niño, ha venido a la fe y lo ha confesado públicamente”[20].

¿El ritual del bautismo produce divisiones? Discordias de antaño

Es cierto que las polémicas y discordias en torno al bautismo, sobre todo el bautismo de infantes (pero también la noción de sacramento u otros temas asociados al bautismo) han acompañado la historia de las iglesias protestantes desde el inicio, en el siglo XVI. Las discrepancias en torno al bautismo han estado también en la época de la ortodoxia protestante del siglo XVII y en los despertares espirituales de la era moderna (como el Metodismo del siglo XVIII, o los “Revivals” del siglo XIX y siglo XX).

Pero no solamente en la era Moderna, sino también ya en el cristianismo de los primeros siglos se dieron discrepancias relevantes en torno al sacramento del bautismo. Así, por ejemplo, en el cristianismo antiguo apareció la cuestión sobre la edad en que se puede recibir el bautismo: Tertuliano (160–220 d.C.) decía que se debe esperar a que pase la edad de la juventud, donde hay muchos peligros para caer en la tentación del pecado, e incluso se oponía al bautismo de solteros y de viudos que no estuvieran fortalecidos en la continencia[21]. Esto se relaciona con la comprensión que Tertuliano tenía del bautismo[22], como un acto donde el pecador muestra su arrepentimiento y recibe el perdón de los pecados, puesto que sus pecados son lavados por Jesucristo, pero esto exige que el cristiano se cuide de no pecar más. Por ello Tertuliano, como muchos cristianos de su tiempo[23], pensaba que el cristiano tenía solamente una oportunidad más de ser perdonado si pecaba después de ser bautizado, pero que si pecaba una segunda vez sólo podía ser perdonado por Dios en un bautismo de sangre, es decir si daba testimonio de su fe en el martirio[24] (muriendo por causa de la fe cristiana).

Otro ejemplo de discrepancias de antaño fue la cuestión de la validez del bautismo realizado por “pastores u obispos indignos”, que fue muy importante en el norte de África (entre el siglo IV y V d. C.), por parte del movimiento donatista. Como se sabe, los donatistas afirmaban que los obispos que se habían acobardado (traditores, traidores, se les llamaba) durante la persecución eran indignos y los ritos que habían oficiado no eran válidos, lo que incluía los bautismos realizados por estos obispos indignos (según los donatistas).

Esto no era algo nuevo, pues en el siglo anterior (siglo III) el obispo Cipriano de Cártago, había dicho que la gente bautizada por los cismáticos (lo que habían dividido la iglesia y se habían marchado) deberían ser rebautizados para admitirles nuevamente a la iglesia. Agustín combatió el pensamiento donatista[25], y se sumó a la posición de otros cristianos que decían que el bautismo hecho con agua y en el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, junto con la confesión del creyente, era lo que le hacía válido, sin que dependiera de la persona que lo administraba, puesto que dicha persona era tan sólo un instrumento en la ejecución del sacramento[26].

También hubo otra discrepancia sobre la cuestión del bautismo de infantes, en la que los cristianos pelagianos[27] decían que no era necesario bautizarles: Pelagio decía que los niños pequeños son inocentes y no necesitan bautizarse. Aquí es importante recordar que Pelagio sostenía que “Dios ha hecho al ser humano libre, y que esa libertad es tal que en virtud de ella el humano es capaz de hacer el bien”[28]; para Pelagio el ser humano peca más bien por costumbre y no porque haya un pecado original (como sostendrá San Agustín) o porque haya un pecado de raíz (como lo expresará Lutero).

Si ponemos atención, esta posición de Pelagio es más o menos semejante a la mentalidad contemporánea, derivada de Jean-Jacques Rousseau, que plantea que el ser humano es bueno por naturaleza y que las acciones malas dependen absolutamente de la voluntad, pero de una voluntad que es totalmente libre. De igual modo, nuestro modo de pensar “rousseniano” nos hace considerar que no hay ningún “pecado original” en los niños. Lutero no estaría de acuerdo con Rousseau (ni con Pelagio), puesto que afirmaba que el pecado es algo radical (peccatum radicale)[29] y afecta a toda la humanidad: ciertamente los niños son inocentes, pero niñas y niños no están afuera de la condición humana, puesto que son parte de un mundo que vive de espaldas a la pregunta (y mandato) de Dios: ¿dónde está tu hermano?

La respuesta de San Agustín, contra los pelagianos, defendió la necesidad de que los niños sean bautizados basado en la noción de “pecado original”, pero lamentablemente lo hizo construyendo unos argumentos donde se excedió (ligando la sexualidad con el pecado de Adán) y cometió algún error de traducción de las Escrituras (Rom 5: 12), llegando a plantear una doctrina del “pecado original” que ha generado muchos problemas a lo largo de la historia[30].

El bautismo, en tanto ritual, conlleva conflicto, según el N.T.

En realidad, la práctica del bautismo se halla siempre atravesada por diversas discrepancias, por antagonismos, por distanciamientos o incluso divisiones, es decir que el bautismo ha estado marcado a lo largo de la historia por la conflictividad. No debería extrañarnos que en el mismo testimonio del Nuevo Testamento hallemos señales de esa conflictividad en el bautismo, que estaba relacionada con las prácticas del bautismo y con los efectos que se derivaban de la práctica del ritual.

Así, por ejemplo, el evangelio de Juan habla de la expresión de cierta rivalidad por parte de los discípulos de Juan el Bautista, frente al bautismo que practicaban los discípulos de Jesús (Juan 3: 22–26 y 4: 1–2[31]), lo que nos indica cómo el bautismo es un ritual que tiene el efecto de producir una identidad o una pertenencia (“somos discípulos de…”), pero también se dan otros efectos como la posible conflictividad o antagonismo derivada de las diferencias (“somos discípulos de Juan” vs “son discípulos de Jesús”)[32].

En otro lugar del N.T. se nos explica cómo el bautismo se asocia con una pertenencia que genera divisiones: en 1 Corintios 1: 12–17, Pablo reprocha a la comunidad que tengan contiendas y se dividan en grupos, según quienes les habían bautizado, como si esa identidad les uniera a la persona que le había bautizado (hoy diríamos, como si el bautismo nos uniera a la denominación o a la institución eclesial), por lo que Pablo les recuerda en su carta que el bautismo está unido a cruz de Cristo, pues el bautizado ha sido “comprado por precio”, es decir por la muerte de Jesús en la cruz y no debe “hacerse esclavo de los hombres” (1 Cor. 6: 20; 7: 23)[33].

En el libro de los Hechos se nos relata el caso de unos creyentes samaritanos que estaban bautizados pero no habían recibido el bautismo del Espíritu Santo, lo que nos indica que el ritual del bautismo que se practicaba (que se había en el nombre de Jesús) podía operar como un “sello ritual”, incluso como algo mágico. Y contra esa tendencia el relato de Lucas en Hechos 8: 4–25 nos demuestra que alguien es cristiano porque ha recibido el Espíritu Santo y que la fe no puede asociarse con una creencia mágica en un ritual (aunque se trate del bautismo) o que el bautismo no puede convertirse en un sacramento que funciona ex opere operato,  sino que es indisociable de la acción del Espíritu Santo[34].

Con todo, esos indicios de conflictividad del Nuevo Testamento no quieren devaluar la práctica del ritual, del bautismo cristiano, ni tampoco quieren decir que hemos de resignarnos a estar divididos so pretexto del bautismo. Estos indicios de conflictividad en el mismo N.T. nos advierten contra una comprensión incorrecta y, sobre todo, contra los usos del ritual que puedan asociarse con prácticas que dividen el cuerpo de Cristo o que utilizan el evangelio como un poder que incorpora a unos y excluye a otros (esto se advierte bien en la preocupación pastoral de Pablo con la comunidad de Corinto, que además de hacer un mal uso del bautismo, tenían una mala práctica de la Santa Cena, al discriminar entre ricos y pobres, cf. 1 Cor. 11: 17–34). Visto así, el testimonio del Nuevo Testamento sobre el bautismo nos encamina hacia la teología que fundamenta el bautismo cristiano. ¿Cuál, entonces, es la teología del Nuevo Testamento sobre el bautismo?

La teología del bautismo es la teología cristológica

No hay una teología del bautismo en el Nuevo Testamento[35]. Esto es importante de precisar desde el inicio, porque no hallaremos una enseñanza en el Nuevo Testamento sobre el sacramento del bautismo, sobre su significado y sobre su práctica ordenada, como un tema per se.

Lo que hay, antes bien, es una relación íntima y densa, muy profunda y amplia, entre el bautismo y la historia de Jesús en su vida y pasión, con su muerte y resurrección. Por ello, la comprensión teológica del bautismo no debe partir de nuestras discrepancias (por ejemplo, sobre si es bíblico bautizar o no bautizar infantes), sino de la manera como el bautismo está ligado al kerigma o mensaje del evangelio, de lo cual da testimonio el Nuevo Testamento.

Evidentemente no se puede aquí hacer una revisión exhaustiva del Nuevo Testamento para ver esa estrechísima relación entre el bautismo y el evangelio, entre el sacramento y la vida de la iglesia[36], pero querría apuntar, muy brevemente, hacia algunos textos que son centrales y que iluminan el alcance y sentido que tiene el bautismo cristiano.

Los primeros textos que hemos de tener presentes, para la génesis del bautismo cristiano, son los relatos del evangelio sobre el bautismo de Juan, al cual se somete Jesús de Nazaret en el río Jordán[37]. El evangelio de Marcos comienza con el relato de Juan el que bautizaba y, ante su predicación y práctica del bautismo[38], nos dice que Jesús de Nazaret viene para ser bautizado por Juan en el Jordán (Marcos 1: 1–11). El relato aparece también en Mateo (3: 1–17) y en Lucas (3: 1–22). Mateo nos indica que Juan el Bautista se oponía, pues le dijo “yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?”, pero la respuesta de Jesús zanja la cuestión: “Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia” (Mt. 3: 14–15). ¿Cuál es ésta justicia de la que habla Jesús? Pues se trata de “otra” justicia, la justicia de Dios, que Pablo expresa en 2Corintios 5: 21 diciendo “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Así, al ser bautizado por Juan, Jesús se identifica plenamente con su pueblo como pecador y sujeto al juicio de Dios, indicado por el “hacha puesta en la raíz de los árboles” (Mt. 3: 10)[39].

Pero el bautismo de Jesús no fue sólo un hecho puntual, ni un mero ritual de iniciación, sino que se relaciona estrechamente con la cruz. Esto es algo que pocas veces se tiene en cuenta. En el evangelio de Marcos (10: 35–45), en los capítulos donde Jesús ha anunciado su muerte varias veces, está el relato donde Juan y Jacobo (Santiago) le piden a Jesús sentarse a su derecha e izquierda (cargos de poder y prestigio), y en su respuesta Jesús dice: “¿podéis ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?”. Es evidente que se refiere a su muerte en la cruz, como lo vemos en Lucas 12: 50 (en un contexto donde Jesús ya anunció su muerte), cuando Jesús dice: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!”.

Por eso podemos decir que el bautismo cristiano tiene su génesis en el mismo bautismo de Jesús, lo que equivale a decir que el bautismo, todo bautismo (sea de un infante o de un adulto), siempre apunta hacia la muerte de Jesús en la cruz, como la reconciliación que Dios hace con el mundo, puesto que Jesús de Nazaret es “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1: 29). Y esta justicia de Dios es dada a todas las personas en virtud de la resurrección del crucificado[40], pues ciertamente es el Jesús resucitado quien ordena el bautismo (Mateo 28: 16–20, Marcos 16: 14–16).

La íntima relación entre el bautismo de Jesús y su muerte en la cruz se puede expresar con las palabras de Paolo Ricca: “la misión de Jesús se lleva a cabo entre dos bautismos: comienza con el de Juan y termina con el de la cruz; el primero se revela y materializa en el segundo; el primero se entiende a la luz del segundo”[41]. Pero se trata siempre de la acción redentora de Dios por nosotros, de manera que en el bautismo de Jesús comienza el nuevo tiempo de salvación, el tiempo de la promesa que se cumple para todas/os en ese nuevo ser humano (nuevo Adam) que es Jesús[42]. Por eso los evangelios señalan que en el bautismo de Jesús en el Jordán tuvo lugar el descenso del Espíritu Santo (Mt. 3: 16–17, Mc. 1: 10–11, Lc. 3: 22)[43].

Querría señalar algunos textos paulinos y el primero que viene a la mente con respecto al bautismo es Romanos 6, un texto central en la teología del Nuevo Testamento. Pablo dice allí que “todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte” (v. 3). Por eso, de acuerdo al Nuevo Testamento el cristiano no es alguien que “ha recibido a Cristo en su corazón[44], sino alguien que está bautizado en la muerte de Cristo, lo cual expresa un profundo vínculo entre el creyente y la muerte de Jesús por nosotros, o lo que el evangelio llama “su servicio por nosotros” (Mc. 10: 45: “porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”). La realidad de ésta unión a la muerte de Cristo lo expresa el v. 4: “porque somos sepultados juntamente con él para muerte, por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva”.

Actualmente se suele decir que la muerte de Jesús no tiene que ver con la redención de los pecados, sino que se trata únicamente del ejemplo de un hombre justo y bueno, al que mataron injustamente los poderosos. Esto queda mejor en un tiempo donde el ser humano no halla cómo encajar a Dios, una vez que se ha expulsado a Dios de la sociedad[45]. Y si lo vemos así (que la muerte de Cristo no nos lava del pecado), entonces un texto como el de Romanos 6 no hace mucho sentido. Incluso escuchamos a pastores y teólogos que se adhieren a esta posición. Esto se deriva, en parte, como un necesario rechazo a una teoría de la redención que ha predominado en Occidente (representada, sobre todo, por Anselmo [siglo XI], con su teoría de “la expiación sustituta de Cristo”[46], que se aleja muchísimo del testimonio bíblico). Pero se deriva también del tipo de teología que se utilice, lo que determina mucho la comprensión que tengamos de la fe cristiana[47].

Pero la experiencia de Pablo fue precisamente lo que luego escribió en sus epístolas: las palabras que recibió de Ananías (poco después del encuentro con Jesús de Nazaret, en el camino a Damasco) fueron: “levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hch. 22: 16). Y por eso, en cualquier situación de la vida cristiana, Pablo recuerda lo esencial de la identificación que da el bautismo con la muerte redentora de Cristo: “más ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor. 6: 11).

Luego, en Gálatas 3: 27–28, Pablo dice dos cosas más que se asocian con el bautismo: 1) la primera, que “todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (v. 27), lo que echa mano de la imagen de una prenda de vestir que se pone el cristiano, aunque sería más preciso decir que Cristo mismo es una prenda que viste nuestro cuerpo (Χριστὸν ἐνεδύσασθε), esto quiere decir que el cristiano se despoja de sí mismo y vive “en” Cristo[48]. Esto se ha asociado muchas veces con una Imitatio Christi, en la vida pietista, pero que Cristo se nos coloque como una ropa [no de marca, seguramente] en el cuerpo, más bien recuerda, me parece, aquella noción de la teología de Bonhoeffer, sobre la “configuración” de Cristo en el prójimo: alguien que está revestido de Cristo (pues fue bautizado en su muerte) sólo puede reconocer al Señor en los demás, colocándose abajo con los de abajo (Fil. 2: 5ss).

2) La segunda cosa importante que dice Pablo en el texto de Gálatas, es que “ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (3: 28). Ésta afirmación es escandalosa, era simplemente indecente para el contexto de Pablo y sus comunidades, bajo la cultura greco–romana, sostenida por un sistema económico esclavista, por un tipo de familia patriarcal donde la mujer no podía (no debía) ser igual que el varón y en una sociedad para cual era sencillamente imposible que se unieran judíos y no–judíos. Pero ese fue el milagro de las nuevas comunidades de bautizados: que fue posible que estuvieran en la misma mesa, todas estas personas que provenían de mundos enemistados entre sí. Y no es que desaparecieran mágicamente las diferencias, o que no se dieran conflictos (los hubo, y de esos conflictos dan testimonio las respuestas pastorales de los escritos del Nuevo Testamento), pero los revestidos por Cristo se sabían parte de un solo cuerpo, siendo “uno en Cristo Jesús”. Para los cristianos bautizados ese era el sentido de 2 Corintios 5: 17 (“si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”).

En el testimonio del Nuevo Testamento el bautismo está ligado íntimamente al bautismo del Espíritu Santo: es más, el énfasis no está en del ritual de agua, sino en el bautismo del Espíritu que hace posible que el corazón humano sea transformado[49] (así, por ejemplo, nadie puede ser cristiano más que si ha recibido el Espíritu Santo, cf. Hch 19: 1–6; Rom. 8: 9). Teniendo en cuenta esta primacía del bautismo del Espíritu Santo, podemos leer  2 Corintios capítulo 1, donde Pablo habla de Jesucristo, quien ha sido predicado, como el de Dios (v. 19). Y añade que, en Jesucristo todas las promesas de Dios son , para nosotros. Y también dice que en Jesucristo se da el Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios (v. 20). Y luego, en el v. 22, hay dos bellas metáforas que se relacionan con el bautismo (del Espíritu Santo): una es la del sello y la otra es la de arras. El sello es un signo, un símbolo de pertenencia a Dios y las arras son el signo, el símbolo de que Dios nos da todo su Espíritu pero que todavía vendrá una mayor plenitud, queda por venir una mayor riqueza de la bienaventuranza del Espíritu de Dios.

En el sacramento caben todos los bautizados en la cruz

Entonces, lo que resulta claro de la enseñanza del Nuevo Testamento es que el ritual del bautismo no tiene un lugar autónomo ni central per se, sino que está íntimamente ligado a la vida, la muerte y la resurrección de Jesús y, además, está íntimamente ligado a la fe y, sobre todo, el bautismo cristiano está necesariamente asociado con el don del Espíritu Santo, quien da testimonio de Cristo[50].

Pero asimismo en el bautismo tiene lugar la confesión de algo que es mucho más grande que la fe del mismo creyente: es un acontecimiento que señala que esa persona ya fue bautizada siglos atrás, en el Gólgota. Se trata del bautismo de la cruz que “precede a la fe: antes de la cruz, la fe recibe el feliz anuncio: ‘Ustedes han sido bautizados en la muerte de Jesús’; no es la fe la que pone el bautismo en movimiento, es el bautismo (de la cruz) que pone en movimiento la fe”[51].

Esta unión entre bautismo y cruz de Cristo implica también la lucha o la resistencia contra el poder de Satanás o contra los poderes del mal. Algo que antiguamente estaba presente en el momento del bautismo era el “exorcismo”: el creyente (o los padres creyentes del hijo pequeño) decía que renunciaba a Satanás y a los poderes del mal que hay en el mundo que rechazan la justicia y el amor. Esta afirmación era la manera de unirse a Jesucristo como el que ha vencido a los poderes de éste mundo (Colosenses 2: 15), resistiendo al diablo y confiando solamente en Jesucristo.

Aquí es donde hay que recordar el cuidado de evitar que nuestras prácticas, y nuestra comprensión del bautismo, tengan unos efectos de exclusión sobre determinadas personas (allí está lo diabólico: en la exclusión que se opone a la reconciliación de Dios). Así por ejemplo, el hecho de concebir la fe como algo únicamente racional y marcadamente individualista tiene implicaciones tales que dejamos afuera a ciertos colectivos, como las llamadas “personas con discapacidades cognitivas o psíquicas”. ¿Pueden y deben ser bautizadas aunque tengamos dudas de su comprensión racional de la fe cristiana? Son casos prácticos como éstos donde los rituales se llegan a convertir en ocasiones para la discriminación de personas.

Pero si afirmamos que el bautismo cristiano remite siempre al bautismo de la cruz de Cristo, donde ya fuimos redimidos, entonces hemos de quedarnos con el de Dios que es Jesucristo, y tener siempre presente que el Señor nos llama continuamente a seguirle, a venir a él, sin excluir a nadie.

Tampoco excluye a los niños. Por eso, en la práctica del bautismo de infantes, recordamos lo que decía Lutero, según nos indica su biógrafo Heiko Oberman:

El argumento contra el bautismo de los niños, según el cual los lactantes no pueden creer porque, al carecer de razón, no comprenden todavía el menaje cristiano, desfigura el bautismo, haciendo de la obra de Dios una obra humana. Pero la obra del hombre es posterior a la de Dios, y no al revés. El niño ‘necio’ no es bautizado por su fe, sino en función de la promesa de Dios. «Traemos aquí al niño con la idea y la esperanza de que creerá y rogamos a Dios que le dé la fe. Pero no lo bautizamos por eso, sino porque Dios lo ha ordenado… Su palabra no puede fallar ni mentir» […] El demonio se atraganta y el hombre viejo se ahoga con el bautismo; a donde quiera que se dirija [el cristiano], el bautismo lo señalará para siempre.[52]

El sacramento traicionado sigue siendo un sacramento, el único sacramento para el mundo, que es Jesucristo

Al inicio comenté cómo la grandeza del bautismo cristiano, tal como indican los testimonios antiguos, ha devenido en un sacramento reducido y vuelto insignificante por una práctica de la fe cristiana que no ve gran valor en bautismo (aunque se diga, de boca para afuera, que sí es importante).

Pero, dije también, que lo más grave es la manera como se traiciona el sacramento del bautismo cristiano con la falta de reconocimiento del bautismo de otras iglesias y con la práctica del re–bautismo. En el caso del re–bautismo se emite un juicio sobre el hecho histórico de un bautismo, indicando que aquel entonces se pronunció en vano, se profanó el nombre de Dios. Incluso un teólogo como Karl Barth, que al final de su vida se oponía al bautismo de infantes y consideró que el bautismo no es un sacramento, decía que no debía de rebautizarse a los creyentes bautizados como niños[53] (él mismo se negó a ser rebautizado).

Y al decir que se traiciona un sacramento, lo que se dice es que se traiciona a Cristo mismo, porque en realidad no hay más que un solo sacramento. Pero, no obstante, el sacramento permanece, pues Cristo nos sigue llamando al arrepentimiento.

El término “sacramento” es la traducción latina del griego mysterion. El teólogo Eberhard Jüngel ha señalado precisamente que Jesucristo es el mysterion (el sacramento) para el mundo y que se ha manifestado en la cruz[54]. Pero este mysterion que se anuncia en la predicación del evangelio queda oculto a los ojos del mundo, puesto que el mundo tiene una voluntad de poder y, en cambio, la voluntad de Dios es una voluntad de salvación. Lo que es importante de señalar es que el mysterion (sacramento) unifica la historia de Jesucristo con la misma historia de Dios, de manera que la historia de la humanidad es dirigida hacia el reino de Dios que llega[55].

Es evidente, por tanto, que el sacramento del mundo, que es Jesucristo, es lo que otorga esperanza para el mundo. Por eso cuando la iglesia celebra los sacramentos (bautismo o Santa Cena) está predicando la esperanza para el mundo, porque la celebración de los sacramentos anuncia al único sacramento verdadero, Jesucristo. Y para que no sigamos traicionando esa esperanza seguimos oyendo su Palabra y nos confiamos a su Espíritu, en la libertad de los hijos de Dios.

Ciertamente el bautismo (o la Santa Cena) no son nada fuera de Jesucristo, no valen nada sin su Palabra y sin el Espíritu Santo. Pero en Jesucristo son el anuncio mismo del evangelio. Por eso, creo que podemos decir del bautismo cristiano lo siguiente:

Un sacramento como el bautismo es aquello que traicionamos, pero que celebramos en la esperanza de la fidelidad de Dios y su llamado a arrepentirnos.

Es la presencia de Cristo en el testimonio falible de quien se pone en sus manos.

Es el signo débil del poderoso Espíritu de Dios que da testimonio de Cristo.

Es la respuesta confiada de un adulto que se hace niña/niño.

Es la confianza de unos padres que miran el porvenir de su hija/hijo como pertenencia de Dios y no propia.

Es la señal contra el demonio de que está derrotado y por eso podemos resistirle.

Es la acción que reconoce, en virtud de la muerte y resurrección de Cristo, que los mendigos de la tierra son mis hermanos.

 

APÉNDICES

Apéndice 1. Preguntas por grupos (para debatir y concluir)

  1. ¿Qué pensáis si en lugar de bautizar con agua a los niños en la iglesia, se les pusiera una marca con fuego, o con un tatuaje, esta frase?:

No es propiedad de los padres ni de la familia
No es propiedad del diablo ni del mundo
Su vida pertenece al Señor, nuestro Dios.
 Su vida y su porvenir están en las manos del Padre de Jesucristo.
Ésta es mi promesa y he dado mi Palabra (Cristo).

¿Se puede hacer algo, en la educación en la fe, para enseñar a los hijos (y a los padres) que la promesa bíblica de salvación es un sello (bautismo) de pertenencia a Dios?

O ¿la fe cristiana tiene perdida la batalla en una sociedad tan individualista y con marcado énfasis en la autonomía humana?

  1. Ejemplo: hay una persona que ha vivido una experiencia de conversión tan fuerte, que insiste en ser bautizada para dar testimonio público de su fe, pues considera que su bautismo infantil no tiene validez, dado que nunca le consultaron, y deja en claro que si no le bautizan no seguirá en la comunidad… ¿Qué puede decir o cómo puede proceder el Consejo de la iglesia?
  2. Si reconocemos el bautismo de otras iglesias como bautismo cristiano, ¿entonces podemos participar con ellos de la Santa Cena (Eucaristía)? ¿Por ejemplo en una misa católica, o en una iglesia ortodoxa, o se podría celebrar la Santa Cena en una reunión ecuménica?
  3. Lutero decía que frente a las tentaciones del demonio, el cristiano debe recordar que está bautizado (unido a Cristo, en su muerte y resurrección) y así puede resistirle. Para Lutero (y para los primeros cristianos) era muy importante reconocer el poder del mal en el mundo y así ejercer resistencia.

¿Cómo traducirías este consejo de Lutero a nuestra época? ¿Cómo se dan las luchas contra la tentación del mundo, en nuestra época y cómo podemos echar mano del sello y la promesa del bautismo para resistirnos?

Apéndice 2. ¿La iglesia del inicio practicaba el bautismo infantil?

Este es un tema que han trabajado grandes biblistas y teólogos[56], aunque se ha de decir que no han llegado a ningún acuerdo. Oscar Cullman dice que no se puede hallar ninguna respuesta definitiva a favor o en contra, pero nadie puede negar que los relatos del N.T. no hablan directamente de bautismos infantiles, puesto que fueron los tiempos iniciales de la misión cristiana[57].

Algunas buenas respuestas sobre este tema, que resumen bien la investigación y que están escritas desde una iglesia que practica el bautismo de infantes, como es la Iglesia Valdense, es la que está expuesta por Paolo Ricca[58]. Aquí coloco algunos párrafos:

«…con respecto a la concepción del bautismo en el Nuevo Testamento, entonces si la sustancia del bautismo es el “Sí” de Dios al ser humano, y no el “sí” del ser humano a Dios (que en el caso de un adulto bautizado obviamente está ahí, pero su “sí” no constituye un bautismo, él solamente lo recibe), entonces, sin duda, el bautismo de niños es compatible con la concepción del bautismo del Nuevo Testamento. Pero esto no significa que el bautismo de niños se practicara en las comunidades cristianas primitivas. La pregunta, como sabemos, siempre ha sido debatida, y nunca se alcanzará un consenso general a este respecto. En estas condiciones, lo mejor que se puede hacer es esto: explicar las razones de aquellos que creen que el bautismo de los niños fue o podría haber sido una práctica actual en la iglesia apostólica, y las razones por las que dudan o niegan que esto haya sucedido» P. 55.

«Hay argumentos a favor de la hipótesis de que el bautismo de niños normalmente se practicaba ya en la era apostólica, y hay argumentos a favor de la tesis contraria. Una cosa es cierta: el bautismo de los creyentes ciertamente ha sido la forma original del bautismo cristiano. Pero esto no significa que el bautismo de niños fuera proscrito por las iglesias porque se consideraran ilegítimos. No hay ninguna razón seria para descartar que en las iglesias cristianas primitivas existieran dos formas de bautismo: la de los creyentes y la de los niños, cada una de las cuales destaca en particular un aspecto constitutivo del bautismo: la de los creyentes, la fe (no hay un bautismo sin fe), y el de los niños, la iniciativa divina que precede al gran “Sí” de Dios que se manifiesta en la muerte de su Hijo, en quien todos hemos sido bautizados. Estas dos formas de bautismo cristiano no solo no son mutuamente excluyentes sino que se refieren entre sí, ellos tienen, por así decirlo, necesidad cada uno del otro. La coexistencia de dos formas de bautismo en el Nuevo Testamento no está documentada, pero se puede suponer que no parece contradecir la concepción del bautismo en el Nuevo Testamento.» P. 66.

 

 Apéndice 3. Tipos de teología y sus efectos sobre la comprensión del bautismo

El historiador Justo L. Gonzalez, en una obra más o menos reciente sobre la historia de la teología[59], plantea que en Occidente han predominado dos tipos de teología que han determinado nuestra comprensión de la fe cristiana. Habla de tres tipos de teología (que ya pueden verse a finales del siglo II e inicio del siglo III) y que denomina tipo A, tipo B y tipo C. Las primeras dos, tipo A y B, fueron las que predominaron en Occidente y la tipo C, más bíblica y de mentalidad más oriental, se quedó olvidada por muchos siglos, hasta que volvió a mostrarse en el siglo XX:

La teología tipo A, está representada por Tertuliano (y la ciudad de Cartago), en la que predomina una mente legal y, por tanto, la ley sería la idea rectora de la teología tipo A. La teología tipo B, está representada por Orígenes (y la ciudad de Alejandría), y predomina en ella la búsqueda de la verdad, pero en un sentido intemporal o metafísico. La teología tipo C, está representada por Ireneo de Lyon (Siria y Asia Menor), y la noción que predomina en ésta teología es la historia y una preocupación pastoral. La teología tipo C es la que más se corresponde con el pensamiento bíblico y es la que apenas se ha ido recuperando poco a poco (Justo González pone como ejemplo de esa recuperación: Barth, la teología de Lund, Vaticano II, las teologías de la liberación).

Justo L. González explica cómo el tipo de teología afecta la manera de comprender la fe cristiana, por ejemplo el bautismo. En el caso de Ireneo de Lyon, de teología tipo C, se entiende el bautismo de un modo más cercano al testimonio bíblico, en comparación con Ireneo y con Orígenes:

Luego, para Ireneo el bautismo va mucho más allá del mero inicio de la vida cristiana. El bautismo, por ser como un injerto, continúa siendo válido a través de toda la vida. Es precisamente por el que somos parte del cuerpo de Cristo, de la nueva creación, tanto al principio de la vida cristiana, como hacia el fin de ella.[60]

 

Apéndice 4. El error en el acierto del último Karl Barth

Karl Barth, en el último volumen de su Dogmática ataca dos aspectos del bautismo cristiano que tradicionalmente se han aceptado en muchas iglesias: la noción de sacramento y la práctica del bautismo de infantes. Es innegable que el estudio de Barth recupera un aspecto bíblico que es muy importante y que no debe separarse del bautismo, que es el “bautismo del Espíritu Santo”.

En un trabajo de análisis crítico, Jüngel[61] dice que “Barth quería terminar [en su obra inacabada: la Dogmática] la doctrina de la reconciliación con un capítulo particular de la ética antes de desarrollar la doctrina de la salvación en el quinto volumen, a saber, la escatología. De su proyecto sólo quedó un “fragmento””: “el bautismo, fundamento de la vida cristiana”. Esto indica que la posición de Barth sobre el bautismo tiene una preocupación ética, centrándose en la respuesta del ser humano ante la obra de reconciliación de Dios en Cristo.

Pero me parece que Barth comete un error, que es ciertamente lo que hace más atractiva y valiosa su “fragmento”: hace una distinción tajante entre bautismo de agua y bautismo del Espíritu Santo. Es una distinción acertada, que se puede hacer y que se halla ciertamente en el Nuevo Testamento. Una prueba de ello es el excelente trabajo de James Dunn: El bautismo del Espíritu Santo, donde, a partir de la exégesis de los pasajes del Nuevo Testamento, señala las distinciones entre el ritual del bautismo y el bautismo del Espíritu Santo.

Pero Barth hace de la distinción una separación tajante[62], mientras que en el Nuevo Testamento eso no ocurre: el bautismo siempre va unido a la cruz de Cristo, a la fe y al don del Espíritu Santo. Es por eso que la obra de Barth hace del bautismo una especie de “sinergia” entre el ser humano y Dios.

Finalmente, el ataque de Barth contra la noción de “sacramento” se entiende mejor con el cuidadoso análisis que hay en el librito de Jüngel, donde señala que Barth quiere desembarazarse de la influencia de Calvino, quien antes la había convencido con su noción de sacramento. Pero nuevamente se aprecia que a Barth le pasa factura la radical separación que ha hecho entre el bautismo como ritual (bautismo de agua, lo llama) y el bautismo del Espíritu Santo (que es la obra de Dios, por tanto es Dios quien bautiza), puesto que una vez aislado el bautismo como ritual, ya no hay manera de sostener la noción de sacramento, porque en el N.T. no se habla de sacramentos, sino de un solo sacramento (mysterion), que es Jesucristo.

Sobre la manera como Lutero entiende el sacramento, y el bautismo en tanto que sacramento, se nos dice esto:

Por lo tanto los sacramentos también son la Palabra de Dios, los relatos de los evangelios, la Pasión de Jesucristo, Cristo mismo. “Hay aquí solamente un sacramento como Cristo: Palabra, Escritura, Bautismo, Cena, y esto queda en particular y en suma igual a Cristo”.[63]

El bautismo, en forma especial, señala el límite entre el mundo y la Iglesia, entre Cristo y Satanás, entre fe e incredulidad. Por medio del bautismo uno se libera de los poderes del mal, recibe la presencia de Cristo y participa en la obra redentora de Dios, ésta es la verdadera frontera de la misión.[64]

 

Apéndice 5. El testimonio creyente en el bautismo

En el bautismo, y esto es muy importante, está la confesión de fe de quien ha creído. Aquí presentamos el testimonio de dos personas, una hará su confirmación y la otra persona recibirá el bautismo, en el contexto de la iglesia Valdense de Italia[65]:

Primero, una chica que creció en la comunidad: «Recuerdo que cuando era niña dije que tenía dos papás: uno es Antonio, el otro es Dios. Sí, porque para mí Dios es un Padre. Dios vive en mí, y yo vivo en Dios desde antes de nacer y, como todos los padres me cuidaron, él me dio una vida para vivir, me enseñó el valor de la vida misma, el amor de la vida. por otra parte, me enseñó a aceptar a los demás tal como son, a escuchar y ayudar a los necesitados. Me guió en mis elecciones y me apoyó en dificultades. […] Hoy estoy aquí para testificar que mi vida está confiada a Dios porque es Él quien cuidará de mí y es Él quien me mostrará el tiempo para todo. Señor, me llamaste y te respondí. Estoy aquí para decirte que creo en ti, que tengo fe en ti y te prometo que viviré de acuerdo con tus principios y tus enseñanzas […].»

Luego, un aquí está el testimonio de un chico vagabundo, que encontró una casa y a Dios: «Querida comunidad, mi nombre es Kiril y vengo de Bulgaria. Esperaba mucho este día, lo que para mí significa el comienzo de una nueva existencia. Mi vida realmente ha cambiado mucho y no puedo callarme, quiero hablar, quiero agradecer, quiero vivir en la casa del Señor por el resto de mi vida. […] El Señor me mostró el camino, este camino que había estado buscando durante mucho tiempo, Dios me lo ha indicado a través de algunos hermanos y hermanas, ángeles en mi vida. Me liberó de todo. Mi alma estaba enferma, necesitaba un médico y encontré a este médico en Jesucristo. […] Una cosa que a menudo repite a nuestro pastor es que Dios es amor: sí, Dios es amor si logró amar incluso a alguien como yo. Y de este Dios y de su amor quiero testificar hoy con mi bautismo.»

 

Apéndice 6. Lutero y Bach, sobre el bautismo de Cristo

Existe un himno de Lutero sobre el bautismo de Jesús en el Jordán, por Juan el Bautista. Fue incorporado en la cantata BWV7 de Bach[66].

BACH / LUTERO · Himno de Lutero Christ unser Herr zum Jordan kam El bautismo de Jesús, adaptado a Cantata BWV 7, de Bach: Cristo nuestro Señor llegó al Jordán.

Fiesta de San Juan Bautista. Primera audición: 24 de junio de 1724, en Leipzig. Texto: estrofas 1 y 7: Martín Lutero 1524. Las estrofas 2-6: poeta desconocido. Solistas: CTB. Coro. Oboes d’amore I/II, violines concertantes I/II, violines I/II, viola y continuo.

Cantata BWV 7 – Cristo Nuestro Señor llegó al Jordán
1 Coro

Oboes d’amore I/II, violines concertantes I/II, violines I/II, viola y continuo

Christ unser Herr zum Jordan kam

Nach seines Vaters Willen,

Von Sankt Johanns die Taufe nahm,

Sein Werk und Amt zu erfüllen;

Da wollt er stiften uns ein Bad,

Zu waschen uns von Sünden,

Ersäufen auch den bittern Tod

Durch sein selbst Blut und Wunden;

Es galt ein neues Leben.

1 Coro

Cristo Nuestro Señor llegó al Jordán,

y según la voluntad de su Padre,

recibió de San Juan el bautismo

para realizar su obra y su ministerio.

Quiso con ello dejarnos un baño

para lavarnos del pecado,

y para ahogar la amarga muerte,

con sus misma sangre y sus heridas

nos dio una nueva vida.

Estrofas 2 – 6
7 Choral

Oboes d’amore I/II y violín I con sopranos,violín II con contraltos, viola con tenores y continuo

Das Aug allein das Wasser sieht,

Wie Menschen Wasser gießen,

Der Glaub allein die Kraft versteht

Des Blutes Jesu Christi,

Und ist für ihm ein rote Flut

Von Christi Blut gefärbet,

Die allen Schaden heilet gut

Von Adam her geerbet,

Auch von uns selbst begangen.

7 Coral

Los ojos ven solamente el agua

que los hombres vierten,

pero solo la fe comprende el poder

de la sangre de Jesucristo,

que es para ella un rojo río

coloreado por la sangre de Cristo,

que cura todos los males

heredados de Adán

y los cometidos por nosotros.

 


[1] Reunió de Consells de l’Església Evangèlica de Catalunya. Dissabte 17 de novembre de 2018. Església Betlem (Clot), Barcelona.

[2] Cf. Paolo Ricca, Dal battesimo allo “sbattezzo”. La storia tormentata del battesimo cristiano, Tornino: Claudiana, 2015, p. 10.

[3] Sermón predicado el Domingo de Ramos del 28 de marzo de 1518, en la capilla del monasterio de Wittenberg. Se predicó unos días antes del viaje de Lutero a Heidelberg, cuando asistió al Capítulo de su orden, a donde lo habían citado, bajo la advertencia del Papa León XX al General de la orden, de “hacer que se calle ese hombre”. Cf. José Míguez Bonino, “La justicia del cristiano” en VVAA (profesorado del ISEDET), Lutero, ayer y hoy, Buenos Aires: La Aurora, 1984, p. 39. Negritas añadidas por mí.

[4] Cf. Paolo Ricca, Dal battesimo allo…, op. cit., p. 22.

[5] Cf. Justo L. González, Breve historia de las doctrinas cristianas, Nashville: Abigdon, 2007, p. 170.

[6] Documento “Bautismo, Eucaristía, Ministerio” de la Comisión de Fe y Orden del Consejo Mundial de Iglesias,  Paper no 111, Ginebra: World council of Churches, 1982, p. 7. El documento se suele abreviar: BEM. Enlace: https://www.oikoumene.org/es/resources/documents/commissions/faith-and-order/i-unity-the-church-and-its-mission/baptism-eucharist-and-ministry-faith-and-order-paper-no-111-the-lima-text.

[7] Cf. Charles Taylor, La era secular, Barcelona: Gedisa, tomos I y II, 2014 y 2015 respetivamente.

[8] Cf. Justo L. González, Breve historia de las doctrinas…, op. cit., p. 172.

[9] Cf. Sarah Williams, «Urban Popular Religion and Rites of Passage», en Hugh McLeod, ed., European Religion in the Age of Great Cities, citado por Charles Taylor, La era…, op. cit., tomo II, p. 225.

[10] Cf. Justo L. González, Breve historia de las doctrinas…, op. cit., p. 173.

[11] Cf. José María Castillo, Símbolos de libertad. Teología de los sacramentos, Salamanca: Sígueme, 1981, p. 165–166.

[12] Cf. Karl Barth, Dogmatique. IV / 4, La doctrine de la réconciliation. “La vie chrétienne (Fragment). Le baptême, fondement de la vie chrétienne”, Geneve: Labor et fides, 1969, original alemán (Die Kirchliche Dogmatik) de 1967 (volumen 26º de la edición francesa).

[13] Cf. Documento “Bautismo, Eucaristía, Ministerio”, op. cit., p. 7.

[14] Op. Cit., p. 9. En este punto, se añade el  siguiente comentario:

Algunas Iglesias que han insistido en una forma particular de bautismo, o que han experimentado serias dificultades en relación con la autenticidad de los sacramentos y de los ministerios de otras Iglesias, han exigido a veces a personas procedentes de otras tradiciones eclesiales que se bautizaran para ser plenamente miembros de su comunión. Dado que las Iglesias llegan a una comprensión y aceptación mutuas cada vez mayores, puesto que entran en más estrechas relaciones de testimonio y de servicio, deberán abstenerse de cualquier práctica que pudiera poner en entredicho la integridad sacramental de otras Iglesias o atenuar el hecho de que el sacramento del bautismo no puede ser repetido.

[15] Cf. Paolo Ricca, Dal battesimo allo…, op. cit., p. 10.

[16] Las iglesias de teología y práctica bautista incluyen a denominaciones tales como: Asamblea de hermanos, Bautistas, Adventistas del Séptimo día y las diversas familias Pentecostales (Asamblea de Dios, Iglesia de Dios, Iglesia Filadelfia, etc.). Los Testigos de Jehová, también practican sólo el bautismo de personas que pueden confesar su fe personal, pero no suelen incluirse en el mundo evangélico o protestante. Muchas iglesias nuevas o nuevos movimientos, que los estudiosos denominan “neo–pentecostales”, suelen compartir la visión y práctica bautista.

[17] «De hecho, el “rebautismo”, que considera nulo o no válido el bautismo celebrado en un niño o una niña en una iglesia cristiana, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, equivale a decir que en esa ocasión el nombre de Dios fue pronunciado en vano, es decir, fue blasfemado. Un juicio de este tipo es más bien precipitado y rompe la comunión entre las iglesias involucradas. Se debe evitar cuidadosamente.» Cf. Paolo Ricca, Dal battesimo allo…, op. cit., p. 302.

[18] Lutero, en su comentario al Padrenuestro, dice que los creyentes somos quienes profanamos el nombre de Dios y que por eso hemos de rezar esta petición, “Santificado sea tu nombre”. Y señala que una de las maneras como tiene lugar esa deshonra del nombre de Dios proviene precisamente del orgullo de los piadosos. Cf. El Padrenuestro de Martín Lutero, Madrid: San Pablo, 2017, pp. 37–56.

[19] Para una discusión sobre la cuestión del “reconocimiento mutuo”, sobre todo a partir del sacramento del bautismo, en un contexto ecuménico amplio, cf. Minna Hietamäki, «“Ecumenical Recognition” in the Faith and Order Movement», en Open Theology 2015; 1: 204–219.

[20] Cf. Paul S. Fiddes, “Baptism and the Process of Christian Initiation”, The Ecumenical Review 54/1, enero-abril 2002, pp. 48-65.

[21] Cf. Justo L. González, Retorno a la historia del pensamiento cristiano. Tres tipos de teología, Buenos Aires: Kairós, 2009, p. 75 y nota 11 de p. 76.

[22] Una comprensión que le hacía considerar que el bautismo tiene una eficacia real. En su obra Sobre el bautismo [De baptismo I] dice Tertuliano:

«¡Feliz nuestro sacramento del agua, puesto que, lavando los pecados de nuestra antigua ceguedad, nos liberta y nos introduce a la vida eternal!»

Cf. Justo L. González, Historia del pensamiento cristiano. Desde los orígenes hasta el concilio de Calcedonia, tomo 1, Nashville: Caribe, 2002, p. 181.

[23] En El pastor de Hermas, un escrito del siglo II de los Padres Apostólicos, se dice que “es posible una sola penitencia después del bautismo…,

«Si después de aquel llamamiento grande y santo [el bautismo], alguno, tentado por el diablo, pecare, sólo tiene una penitencia; mas si a la continua pecare y quisiere hacer penitencia, sin provecho es para hombre semejante, pues difícilmente vivirá»

Cf. Justo L. González, Historia del pensamiento… 1, op. cit., p. 87.

[24] Justo L.  González (Retorno a la historia…, op. cit., p. 75) cita de la obra De baptismo de Tertuliano y explica:

«Estos dos bautismos nos ha dado de su costado herido, para que los que han creído en su sangre puedan ser lavados con el agua, y los que han sido lavados con el agua puedan beber la sangre. Este es el bautismo que toma el lugar del lavacro en la fuente cuando no se ha recibido, y lo restaura cuando se ha perdido.»  El contexto muestra claramente que se trata del martirio, y no sencillamente de la eucaristía.

[25] Cf. Justo L. González, Historia del pensamiento cristiano. Desde San Agustín hasta la Reforma protestante, tomo 2, Nashville: Caribe, 2002, p. 25 ss.

[26] Cf. Justo L. González, Breve historia de las doctrinas…, op. cit., p. 165.

[27] “Los pelagianos se llaman así por Pelagio, monje británico que vivió en Roma entre 400 y 411 […] Según Pelagio, el Dios justo les ha dado la ley a los hombres, porque son capaces de cumplirla. Le pecaminosidad de todos los hombres es, en el fondo, la costumbre de pecar, y es libre imitación de Adán [… pero] es capaz de no pecar, con tal que se decida a imitar a Cristo en vez de Adán […] la gracia es una ayuda importante, pero no es estrictamente necesaria. La polémica propiamente dicha empieza con la condenación de Celestio, seguidor de Pelagio, en Cartago en 411.”, cf. Barbara Andrade, «Pecado original» ¿o gracia del perdón?, Salamanca: Secretariado Trinitario, 2004, p. 136, negrita añadida.

[28] Cf. Justo L. González, Historia del pensamiento… 2, op. cit., pp. 31–32.

[29] Cf. el capítulo cuarto, sobre “La mentira del pecado”, de Eberhard Jüngel, El evangelio de la justificación del impío como centro de la fe cristiana. Estudio teológico en perspectiva ecuménica, Salamanca: Sígueme, 2003, pp. 115–179.

[30] Sobre este error de San Agustín, no deseado, pero que ha tenido largas consecuencias, cf. mi escrito «La vivencia psicológica del pecado desde el protestantismo», en VVAA, Luter, la Reforma i el repte constant de les esglésies, Barcelona: Círculo Rojo, 2018, en especial el apartado “El error de San Agustín se perpetúa como ‘materia’ de pecado”, pp. 166–174.

Fue una conferencia dada en el marco del X Congreso de Cristianisme al segle XXI, “Cicle: 500 anys de la Reforma de Luter”, el sábado 11 de marzo de 2017, en la sala de actos de “Cristianisme i Justícia”, Barcelona.

[31] Paolo Ricca opina que el hecho de que los Sinópticos no hablen de un bautismo practicado por los discípulos de Jesús o por Jesús mismo, debe entenderse como que históricamente no tuvo lugar. Se pueden interpretar estos versos en el evangelio de Juan como la intención de proyectar en la vida del Jesús histórico y su comunidad una práctica bautismal que en realidad comenzó solo más tarde, con el nacimiento de la iglesia o, tal vez, para mostrar la superioridad de Jesús sobre Juan el Bautista. Cf. Paolo Ricca, Dal battesimo allo…, op. cit., nota 4, p. 19.

[32] Por eso el evangelio de Juan quiere mostrar claramente que la salvación de Dios está íntimamente unida a Jesucristo (su encarnación y muerte) y que su vida es dada por el Espíritu, para evitar que se  haga una excesiva identificación entre el ritual con agua y el don de la vida en Cristo. Cf. James D. G. Dunn, El bautismo del Espíritu Santo,  Buenos Aires: La Aurora, 1977, en especial el capítulo “El Bautismo y el Espíritu en el evangelio de Juan”, pp. 219–232.

[33] Op. cit., p. 142 ss.

[34] Nos dice Dunn sobre Hechos 8: “La finalidad de Lucas es subrayar la diferencia entre el cristianismo auténtico y el falso. Y para ello dedica preferente atención a Simón (no a Felipe ni a Pedro) mostrando así el contraste fundamental entre él y los samaritanos. La narración se refiere de manera alternativa a los samaritanos (vs. 5–8, 12, 14–17) y a Simón (vs. 9–11, 13, 18–23).  Al principio, cada paso dado por los samaritanos se compara con otro similar dado por Simón: aquéllos se vuelven de la magia a Felipe, como lo hace éste; creen en Felipe, como lo hace él; son bautizados por Felipe, al igual que él. Pero luego sus caminos se separan. Ellos reciben el Espíritu, mientras que Simón sólo recibe una maldición. Todo el incidente culmina con este contraste. Los samaritanos reciben el Espíritu, lo que significa que han alcanzado la fe auténtica. Pero Simón continúa ocupándose sólo de lo externo, lo que constituye todo su interés. Para Lucas, como para Pablo, la gran diferencia entre el cristiano y el no cristiano reside en que sólo el primero ha recibido el Espíritu. Una de las razones principales por las que Lucas incluye este relato es la de ilustrar esta creencia fundamental.” Cf. op. cit., 78.

[35] Dice Eberhard Jüngel, en su comentario crítico al “Fragmento” (Le baptême, fondement de la vie chrétienne) de Barth en su Dogmática IV/4:
“No es casual que en el Nuevo Testamento uno hable del bautismo, por así decirlo, de manera incidental. Una teología del bautismo, en sí misma, no puede existir porque estaría en contradicción evidente con el fenómeno del bautismo”. Cf. Il battesimo nel pensiero di Karl Barth,  Torino: Claudiana, 1971, p. 152.

[36] Dice Paolo Ricca: “Si bien los textos del Nuevo Testamento que hablan de la [Santa] Cena son, en general, relativamente pocos, los que hablan del bautismo son muchos, tanto, y varias ocasiones, en el libro de los Hechos como en las Cartas Apostólicas. Se puede decir que, en el Nuevo Testamento, el bautismo es, de una manera u otra, explícito o implícito, omnipresente, como evidencia del hecho de que desde el principio donde hay una iglesia hay bautismo, de hecho no hay iglesia sin bautismo”. Cf. Paolo Ricca, Dal battesimo allo…, op. cit., p. 13.

[37] Barth, al preguntarse cómo habrá tenido lugar para los cristianos el mandato de bautizar, dice:
«El bautismo debía practicarse bajo la presión de una clara necesidad  de tipo praecepti: en obediencia al mandamiento del Señor y, por lo tanto, al mandamiento de Dios. Porque, en su práctica tan evidente, la comunidad [sic] del Nuevo Testamento parece haber obedecido de hecho un mandato similar. Y no solo debemos afirmar, sino que también podemos mostrar que este mandato fue y es perceptible al comienzo de la historia de Jesús en su bautismo en el Jordán.»,  cf. Karl Barth, “Le baptême, fondement de la vie chrétienne”, Dogmatique. IV/4,  op. cit., p. 56.

[38] El bautismo de Juan, que probablemente fue una creación suya, llamaba al arrepentimiento para perdón de pecados y, al hacerlo en el Jordán, hacía presente dos eventos de la historia de Israel: cuando cruzaron el Mar Rojo en la liberación de Egipto (cf. 1 Cor 10: 1–2, donde el paso por el Mar Rojo y el bautismo van unidos) y cuando atravesaron el río Jordán, bajo Josué [Josué y Jesús son el mismo nombre en hebreo], para entrar en la tierra prometida. En el bautismo de Juan están presentes cuatro características básicas, que también están en el bautismo cristiano: 1) nadie se bautiza a sí mismo, debe ser bautizado por otro; 2) el bautismo es un acto único que no se repite en la vida de una persona (como el nacimiento) y no se va repitiendo como otros rituales; 3) se hace en agua, por inmersión en el caso de Juan y 4) está ligado al perdón de los pecados. Cf. Paolo Ricca, Dal battesimo allo…, op. cit., pp. 17–18.

[39] Cf. Paolo Ricca, ibid, p. 18.

[40] Barth señala que el poder que transforma al ser humano en un creyente, es decir que le convierte de enemigo a amigo de Dios, se abre para todo ser humano en virtud de la resurrección de Jesús. La historia de Jesús de Nazaret (su vida, su muerte por nosotros, pro nobis) se nos da a todas/os como vida nueva (su presencia, su Espíritu, su paz en nosotros, in nobis), por la resurrección. cf. Karl Barth, op. cit., p. 25 ss.

[41] Cf. Paolo Ricca, Dal battesimo allo…, op. cit., p. 18.

[42] Dunn explica cómo el evangelio de Lucas nos muestra el descenso del Espíritu Santo, y conectándolo con el relato de las tentaciones que viene enseguida, nos dice:

Tenemos aquí la raza de Adán, el hijo de Dios. Una raza que, según se deduce, sufrió por causa de su caída. Pero ahora tenemos el segundo Adán, el “Adán de la era final”, que acaba de ser aclamado como Hijo de Dios. Se le lleva al desierto para que luche con el mismo Satanás, y para que invierta los resultados trágicos de la caída, primero negándose a ceder, y luego actuando en favor del hombre caído. El instante en que comienza esta “Historia del Hombre, Parte Segunda” es el momento en que Jesús es ungido con el Espíritu y oye la voz del cielo.

Cf. James D. G. Dunn, El bautismo del…, op. cit., p. 39.

[43] En su capítulo sobre la experiencia de Jesús en el Jordán, nos dice Dunn:

Sólo con el descenso del Espíritu se da entrada al pacto nuevo y a la era nueva, y sólo de ese modo entra Jesús mismo en la era y el pacto nuevos. Entra como hombre símbolo, representando en sí mismo a Israel y también a la humanidad. Como tal, este primer bautismo del Espíritu puede tomarse como típico de todos los bautismos del Espíritu posteriores: el medio por el que Dios lleva a cada uno a seguir tras las huellas de Jesús. Jesús como símbolo del pueblo (ho laós; cf. Lc. 2: 10, 32; 3: 21) es el primero que entra en la promesa hecha a éste. Cf. James D. G. Dunn, ibid, p. 40.

[44] Dice Dunn que “el Nuevo Testamento no se refiere en ninguna parte a la conversión como “recibir a Cristo” (a pesar del uso frecuente de ésta frase en el evangelismo popular)”, cf. op. cit., p. 115, énfasis original.

[45] Cf. Lluís Duch, El exilio de Dios, Barcelona: Fragmenta, 2017.

[46] Cf. Justo L. González, Historia del pensamiento…, tomo 2, op. cit., pp. 162–171.

[47] Como bien señala el historiador Justo L. González, en la teoría de Anselmo se expresa muy bien un tipo de teología que ha predominado en Occidente (que Justo González llama “teología tipo A”, la cual tiene un cariz y una impronta jurídicos).  Y añade que muchos católicos y protestantes se adhieren a ésta teoría de Anselmo como si fuera bíblica, “cuando el hecho es que no apareció sino mil años después de escribirse el Nuevo Testamento”.  Cf. Justo L. González, Retorno a la historia…, op. cit., pp. 156–157.

[48] «En este caso se puede decir que ¡el hábito hace al cristiano! La idea es que a medida que el vestido se adhiere al cuerpo del portador, la vida de Cristo se “adhiere” a la vida del bautizado, haciendo uno con ella.» Cf. Paolo Ricca, Dal battesimo allo…, op. cit., p. 23.

[49] En la conclusión de su libro sobre el bautismo del Espíritu Santo, nos dice Dunn:

Por lo tanto, sí tenemos que guiarnos por el Nuevo Testamento, no puede darse al rito del bautismo con agua el papel central en la conversión-iniciación. Simboliza la purificación espiritual que produce el Espíritu y la ruptura definitiva con la vida antigua […] Rememorar los principios de la vida cristiana del Nuevo Testamento significa casi siempre rememorar, no el bautismo, sino el don del Espíritu, o la transformación espiritual que produjo su llegada.

Cf. James D. G. Dunn, El bautismo del…, op. cit., p. 271.

[50] James Dunn lo dice así:

La enseñanza del Nuevo Testamento a este respecto puede expresarse así:

La fe requiere el bautismo como su expresión;

el bautismo requiere fe para su validez.

El don del Espíritu presupone la fe como condición;

la fe demuestra su autenticidad sólo por el don del Espíritu.

[…] Es cristiano el que ha recibido el don del Espíritu Santo al entregarse a Jesús resucitado como Señor, y que lo ratifica con su vida.

Cf. James D. G. Dunn, El bautismo del…, op. cit., p. 271.

[51] Cf. Paolo Ricca, Dal battesimo allo…, op. cit., p. 56.

[52] Cf. Heiko A. Oberman, Lutero. Un hombre entre Dios y el diablo, Madrid: Alianza, 1992 (orig. alemán 1982), p. 279.

[53] Dice Barth: «Un rebautismo, como lo exigen algunos “iluminados” impetuosos (en el tiempo de la Reforma, por los “anabaptistas”) no entra en juego, por comprensible que sea su preocupación y su concepción […] su bautismo ciertamente se llevó a cabo de una manera extremadamente cuestionable y problemática, por ser irregular, pero no se ha realizado de una manera que sea pura y simplemente inválida.» cf. op. cit., p. 199.

[54] Cf. Eberhard Jüngel,  El ser sacramental, Salamanca: Sígueme, 2007, pp. 63–76.

[55] Ibid, p. 71.

[56] Así por ejemplo:  Oscar Cullmann, Baptism in the New Testament. Studies in Biblical Theology, No. 1. London: SCM Press, 1950 (también aparece como un capítulo en Del evangelio a la formación de la teología cristiana, Salamanca: Sígueme, 1972, pp. 151–231). Joachim Jeremías, Infant Baptism in the four first centuries, London: SCM Press, 1960; y también The Origins of Infant Baptism. A Further Study in Reply to Kurt Aland, London: SCM Press, 1962. Karl Barth, en su último volumen de la Dogmatica, op. cit.

[57] Cf. Oscar Cullmann, Baptism…, op. cit., p. 25.

[58] Cf. Paolo Ricca, Dal battesimo allo “sbattezzo”. La storia tormentata del battesimo cristiano, Tornino: Claudiana, 2015, pp. 53–68.

[59] Cf. Justo L. González, Retorno a la historia del pensamiento cristiano. Tres tipos de teología, Buenos Aires: Kairós, 2009.

[60] Ibid, p. 88.

[61] Cf. Ebrhard Jüngel, Il battesimo nel pensiero di Karl Barth, Torino: Claudiana, 1971.

[62] De hecho, su volumen se divide en “Bautismo del Espíritu Santo”, pp. 3–42, y “Bautismo de agua”, pp. 43–224. Es evidente la disparidad de espacio dedicado a uno y otro. Cf. Karl Barth, Dogmatique. IV / 4, La doctrine de la réconciliation. “La vie chrétienne (Fragment). Le baptême, fondement de la vie chrétienne”, Geneve: Labor et fides, 1969, original alemán (Die Kirchliche Dogmatik) de 1967 (volumen 26º de la edición francesa).

[63] Cf. Sidney Rooy, “Lutero y la misión”, en VVAA (profesorado del ISEDET), Lutero, ayer y hoy, Buenos Aires: La Aurora, 1984, p. 294.

[64] Ibid., p. 295.

[65] Cf. Paolo Ricca, Dal battesimo allo…, op. cit., p. 270.

[66] Cf. http://www.bach-cantatas.com/Texts/BWV7-Spa7.htm

Víctor Hernández

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