Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando.
Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado.
-Papa Benedicto XVI
Schwanengesang (El canto del cisne) es el título de una colección póstuma de lieder, compuesta por Franz Schubert… escucharla cuando leo y releo las reacciones entorno a la abdicación de Benedicto XVI al pontificado de Roma cobra un sentido profundo en mi humilde reflexión al respecto.
La experiencia última de un Papa que dimite se remonta a 1415 con Gregorio XII, en tiempos del gran Cisma de Occidente y el concilio de Constanza que intentó terminar con ello. Más allá de pensar esta situación entorno a la coyuntura y, especular entre las razones de salud así como los problemas de pederastia que debió enfrentar como líder de una iglesia “decadente”, quiero pensar en la enorme lucidez que este hombre tiene para hacer lo que hace.
Uno de los principales detractores del pontificado de Benedicto XVI, el teólogo español Juan José Tamayo, ha afirmado con vivida razón y pasión: “Este Papa ha sido el gran inquisidor”. En la jerga argentina hay una frase poco feliz: “La que es linda: ¡es linda!” y parafraseando, a mí me gustaría decir que “El que es grande: ¡es grande!”. La decisión tomada por Benedicto XVI está en total coherencia con la calidad de inteligencia y pertinencia de Joseph Ratzinger, el gran teólogo que esculpió ideológica y eclesiológicamente la silla pontificia de Roma en las últimas tres décadas.
Lo suyo es un movimiento de alta precisión ajedrecística, pasará a la historia como el Papá que fue el que dejó el liderazgo de la iglesia para retirarse a orar por ella. Con este acto sólo, se ha construido un espacio inmortal entre las contradicciones que habitan Juan XXIII y Juan Pablo II. “Honor a quien honor merece”… ¿cuantos somos capaces de escribir nuestro epitafio pero además verlo escrito en la lápida que contendrá nuestros restos? Eso es lo que ha logrado este Papa del siglo XXI y, darse aún el lujo de hacerlo en latín, como su anuncio. Será el Papa antes y después del Papa o dicho de otra manera: Pontífice por partida triple.
Que me disculpe Leonardo Boff para quien esta acción era algo así como la “crónica de una muerte anunciada”, no creo que realmente alguien se haya esperado esta renuncia, ni siquiera el más destacado estudiante del gran Maestro de Teología de Tubinga. Sinceramente no creo que “El alumno haya superado al Maestro” en estos menesteres todavía.
Por lo pronto yo me quedo con un gran sabor de boca al tener la posibilidad de ser espectador de esta circunstancia. Benedicto XVI es dignamente el primer Papa parido por el tercer milenio, quien ha vuelto a hacer vigente la misa en latín celebrada de espaldas al pueblo, silenció a sus críticos, publicó tres libros durante su pontificado y recibe elogios y cartas de buenos deseos de otras tradiciones cristianas ante la fragilidad de su salud.
Yo… leo y releo ese anuncio de abdicación, lo escucho como lo que es: un lindo canto antes de trascender… es un Schwanengesang. Por lo pronto, ya me “chupo los bigotes” por leer el libro que salga de algún convento de monjas carmelitas en Roma y que hable sobre la experiencia contemplativa de un viejo teólogo que supo terminar sus días dedicado a la oración, después de ser tres veces Papa.
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