La antropología es la ciencia que trata del conocimiento de los seres humanos. Mi propósito es que, en una serie de artículos, vayamos realizando un estudio comparativo entre lo que la Biblia dice y enseña acerca del hombre (término genérico para varón y para mujer) y lo que en el campo científico se ha venido descubriendo sobre el ser humano.
Realizando un gran reduccionismo, tanto teológico como científico, me atrevería a decir que, en definitiva, en ambos campos la finalidad investigadora tiene como máxima aspiración llegar a un conocimiento más completo, profundo, enjundioso y trascendente de lo que, fenomenológica y estructuralmente, sabemos sobre el hombre y sobre Dios.
Mi criterio es que, desde el punto de vista bíblico-antropológico, no se puede estudiar al ser humano, sin tener en cuenta un referente divino. Creo que en el campo científico-antropológico ocurre lo mismo: sin Dios la realidad humana no tendría sentido y sin el Hombre, tampoco lo tendría la realidad divina. Dios y el Hombre están estrechamente enlazados por vínculos, trascendentes y trascendentales, que van más allá del conocimiento científico y teológico. Según la Escritura la síntesis o conjunción de Dios y el hombre no se da tanto en el ámbito del Espíritu, cuanto que se realiza en el campo de la materia.
Se que estas afirmaciones, apriorísticas, pueden resultar muy atrevidas; pero esta es la percepción y el conocimiento al que he llegado después de la experiencia devenida, a lo largo de 50 años, de práctica médico-psiquiátrica y del estudio (exegético y hermenéutico) sincero de la Revelación de Dios. Lo que el estudio del ser humano (psiquiátrico y psicoterapéutico) y el estudio bíblico-exegético me han permitido conocer, pone al descubierto la inmensa realidad que al respecto desconozco. El hombre es un gran desconocido para sí mismo. En el libro quizás mas antiguo de la Biblia y posiblemente, también, el más profundo, el patriarca Job interroga a Dios y le pregunta: “¿Qué es el hombre, para que lo engrandezcas, y para que pongas sobre el tu corazón?”. Muchos miles de años después Alexis Carrel nos decía que el hombre era una incógnita. Teniendo en cuenta que, valorando de manera muy positiva, los grandes avances realizados en el campo de la neuro-antropología, éstos han venido a demostrarnos que solo conocemos un 20% del funcionamiento de nuestro cerebro, debemos decir que por consiguiente la mayor parte de nuestras capacidades superiores son totalmente desconocidas para nosotros.
En cuanto al conocimiento que tenemos de Dios, la situación resulta aún mas complicada. Dios es una realidad inefable y nosotros no tenemos capacidad para explorar en su interioridad. En el mismo libro de Job encontramos: “En Dios hay una majestad terrible. El es Todopoderoso, al cual no alcanzamos, grande en poder; y en juicio y en multitud de justicia no afligirá. Lo temerán por tanto lo hombres: Él no estima a ninguno que cree en su propio corazón ser sabio”( Job 37:24). Y en otra parte de esta misma obra, se nos dice: “He aquí, Dios es grande, y nosotros no le conocemos” ( Job 36:26 ). La misma Biblia nos ofrece una esperanza, que constituye la única vía para tener acceso a un conocimiento mas profundo y trascendental de Dios: “Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda” (Job 32:8). Todo lo que podemos conocer de Dios depende de lo que Él ha querido revelarnos en su Palabra, en la persona de su Hijo (Heb 1: 1-2), en su Creación (Rom 1: 20 ) y desde los estratos mas profundos de la esfera de nuestra intimidad (Ecl 3: 11). Decía el gran científico y teólogo cristiano Charles de Chardin lo siguiente: “Nadie como el Hombre inclinado sobre la Materia puede comprender hasta qué punto Cristo, por su Encarnación, es interior del Mundo, enraizado en el Mundo hasta en el corazón del más pequeño átomo.” (Cristo y Ciencia, 27 de Febrero de 1921). Considero esta cita del gran sabio francés, enriquecedora y fundamental para poder entender la realidad del acto kenótico y soteriológico de Cristo: Base fundamental para comprender el Cristo cósmico.
La Biblia nos revela que Moisés también definió al Hombre como aquel ser que es imagen y semejanza de Dios. El libro de Génesis es el punto de partida obligado para el estudio antropológico del hombre desde el punto de vista bíblico. En este primer artículo vamos a exponer unas consideraciones muy generales en cuanto a las enseñanzas antropológicas que la Biblia nos imparte.
La primera revelación de Dios que nos encontramos es la de su nombre: Elohim. En Gen. 1:1 leemos: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Aquí aparecen dos términos, un sustantivo y un verbo, que analizaremos con exquisito cuidado y respeto más adelante.
El término Elohim es un sustantivo plural que significa: Uno en el que hay varios. A través de 2000 años de cristianismo se ha discutido mucho, y aún se sigue discutiendo, en qué sentido fue el hombre creado a la imagen de Dios. Muchos han visto, y otros siguen viendo en ese término, la revelación de la Santísima Trinidad. Y como consecuencia de esa exégesis y hermenéutica llegan a deducciones racionalistas de muy poco calado. Dios sería una realidad personal que tendríamos que definir como la Santísima Trinidad: Tres personas distintas y un solo Dios verdadero. Querer penetrar en la misma interioridad de Dios, para contar los varios que contiene, es elevar el plano de la Razón a nivel de la omnisciencia. Aquí conviene recordar lo que escribió Sören Kierkegaard en su obra sobre la fe de Abraham (Temor y temblor): la fe empieza donde la razón termina.
Se ha argumentado que el hombre es imagen y semejanza de Dios en cuanto estructuralmente Dios contiene tres personas y el hombre (individuo masculino o femenino) se expresa en tres estratos: cuerpo–soma, alma-psyque y espíritu-pneuma. Considero que esta comparación es ingenua, baladí y filosófica y teológicamente intrascendente. De las recomendaciones más trascendentales que Dios hace al pueblo de Israel, destaca la siguiente: “Oye Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es…Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas” (Deut 6 :5-9). Palabras que fueron validadas por Jesús de Nazaret, cuando le preguntaron acerca de cual era el primer mandamiento de todos (Mr 12:28-29). Hay una verdad en la Escritura que es incontrovertible: Dios es uno.
Creo que nadie como Dietrich Bonhoeffer entendió el significado del nombre de la persona divina. En su Obra sobre La Iglesia (La Santorum conmunion), define a Dios como una persona colectiva. Éste es también mi pensamiento. Dios es uno en el que hay varios: Dios se manifiesta como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo. Creo que hasta aquí llega todo lo que Dios ha querido revelarnos al respecto. Ni más, ni menos. El término Trinidad no existe en la Escritura y nuestras racionalizaciones carecen de autoridad para crear doctrinas de hombres que, incrustándose en la Tradición, pretenden estar por encima de la mismísima revelación de Dios. Los teólogos de la Liberación han elaborado un pensamiento al respecto que merece la pena considerar: es el vocablo Interjórosis. Dicho término vendría a decirnos que el Padre estaría en el Hijo y en el Espíritu; que el Hijo estaría en el Padre y en el Espíritu y que el Espíritu estaría en el Hijo y en el Padre. Estas consideraciones creo que están más acordes con el significado del término Elohim.
Ahora bien, dejando claro que Dios es Uno, bien podríamos entender que Elohim puede manifestarse como Padre, como Hijo o como Espíritu Santo. Los ultraconservadores inquisitoriales, con su doctrina (para mí antibíblica) de La Santísima Trinidad han perseguido y sesgado miles de vidas, de verdaderos creyentes, porque no estaban conformes con su dogma. Ante el rechazo que la llamada doctrina de la Trinidad ha venido cosechando en el campo de la filosofía y de la teología, hoy ya no hablan tanto de ella, cuanto que lo hacen de la Triunidad.
Teniendo en cuenta que el Hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, creo que teológicamente es admisible que si Dios es Uno en el que hay Varios (una Persona Colectiva) el Hombre, al ser creado a imagen y semejanza de Dios, tuvo que ser creado como una Persona Colectiva.
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*Ilustración del artículo: Detalle de una obra de Paul Klee