Posted On 23/08/2018 By In Cine, Opinión, portada With 6426 Views

El cuento de la criada o el terror de una teocracia evangélica | Alfonso P. Ranchal

El año pasado la serie “El cuento de la criada”, producida por la plataforma Hulu, se llevó el galardón a la Mejor Serie Dramática junto a otros siete Emmys entre los que estaba el de Mejor Actriz Principal de Drama para Elisabeth Moss. La serie tiene tal calidad que hubiera sido una auténtica injusticia no haberla premiado en las categorías más importantes. La misma está basada en la novela homónima de Margaret Atwood que escribió cuando estaba en Berlín allá por el año 1985.

La acción se sitúa en una sociedad distópica pero que en absoluto tiene que ser considerada como futura, como suele suceder en este tipo de historias, sino que podría darse en el presente. Este simple hecho hace que el espectador tiemble ante el pensamiento de no estar viendo algo puramente ficticio y distante en el tiempo sino de la posibilidad real de que su propio mundo pueda tonarse en algo similar a lo que está visionando en esos momentos.

PURITANISMO MADE IN USA

Margaret Atwood concibió este relato en el contexto de la Norteamérica de Ronald Reagan cuando este pudo subir al poder con el fuerte apoyo de la llamada Mayoría Moral. Esta Mayoría Moral aglutinaba el voto más conservador del evangelicalismo norteamericano consciente de su peso dentro de la sociedad. Dejando atrás las diferencias teológicas, se unieron ante lo que consideraban una sociedad cada vez más corrompida y alejada de Dios siendo evidencia de esta deriva la legalización del aborto, la homosexualidad, el comunismo, el hedonismo sexual, el liberalismo teológico y el ateísmo. En 1979 nacía así esta denominada Mayoría Moral de la mano de Jerry Falwell y colaboradores.

Reagan se comprometió con esta agenda para desde lo más alto del poder imponer los valores tradicionales de la familia colocando así en el centro una moralidad cristiana que no era otra cosa que el más estricto moralismo. Atwood sencillamente se preguntó qué pasaría si por una serie de desafortunados sucesos la democracia fuera abolida y en su lugar apareciera una dictadura de corte puritano, esto es una teocracia evangélica.

Su tía le había relatado que en 1680 en la aldea de Hadley (Massachusetts) a una tal Mary Webster la habían acusado de brujería siendo una noche ahorcada por tal motivo. Pero aquellos puritanos no habían colocado bien la soga al cuello, o tal vez no habían realizado adecuadamente el nudo, por lo que al día siguiente esta desdichada mujer todavía estaba con vida. La descolgaron y la dejaron vivir. Atwood investigó el caso y confirmó que Mary Webster había sido una antepasada suya, incluso su abuela se apellidaba Webster (su apellido de soltera). Dicho lo cual, su propia tía que había afirmado que Mary Webster era una ascendiente no pasó mucho para desdecirse… pero todo parecía encajar.

El entorno de Atwood también era propicio para llevar a cabo y desarrollar esta idea. Vivía en Berlín, era el año 1984 cuando comenzó a escribir y el telón de acero todavía estaba en pie. Para poder crear esta distopía, además de lo anterior, investigó toda una serie de horrores que se habían dado en la historia reciente tales como la actuación de la Gestapo en la Alemania nazi, el robo de niños durante la dictadura argentina o el Irán de la revolución islámica. Todo ello lo unió con un enorme talento y el resultado fue la teocracia de Gilead de los Estados Unidos de América.

GILEAD

No conocemos en detalle qué ha sucedido aunque en ocasiones, a lo largo de la primera temporada de la serie, se alude a un encadenamiento de sucesos. Se mencionan ataques terroristas, un desastre medioambiental que resulta en una gran contaminación, del estado de emergencia subsiguiente, de una reorganización de los recursos e identificación de los ciudadanos, de la suspensión de los derechos individuales, del levantamiento en armas de extremistas religiosos cristianos, del éxito del golpe del estado de éstos y de la instauración de un sistema totalitario basado en el legalismo bíblico.

La protagonista es June, rebautizada como Defred. En esta república la persecución es despiadada contra los homosexuales, los abortistas o los católicos. Existen espías por todos lados, los llamados ojos, lo cuales pueden ser cualquiera, nadie es de fiar. Está prohibido el juego, el baile, el alcohol o cualquier actividad que pudiera proveer alegría o placer. Se trata de puro fanatismo cristiano, legalismo que se traduce en hipocresía y crueldad en nombre de Dios.

Sobre todo a las mujeres les espera un infierno aunque las mismas están divididas en una especie de castas. Las de más alto rango son las esposas que son amas y señoras de su hogar, despóticas y despiadadas. También están las Tías, las Martas y las Criadas. En el fondo del infierno las Jezabel y por supuesto aquellas que ya no sirven para nada o han sido castigadas y que son enviadas a las colonias, lugar que tampoco se detalla pero que todas temen.

Es una sociedad patriarcal en donde las mujeres no pueden ni tan siquiera leer. Existe un terrible problema de fertilidad como consecuencia de la contaminación y la procreación pasa a ser un valor absoluto. Las criadas visten de rojo y son aquellas mujeres fértiles que son dadas y forzadas a dar hijos a los altos cargos de Gilead. Defred es una de ellas.

Una vez al mes se lleva a cabo la Ceremonia. El espectador queda impactado por lo crudo de lo que va a presenciar. Se trata de un ritual religioso en donde el comandante de turno extrae su Biblia de una caja y lee un pasaje de Génesis. El mismo es el relacionado con Raquel, su hermana Lea y las siervas de ambas, que fueron dadas a Jacob para que pueda concebir de ellas. La esposa está presente cuando la criada es penetrada, de hecho ella le sujeta las muñecas en su propia cama mientras todo un mundo de humillación y sufrimiento se puede leer en los ojos de la criada, tumbada boca arriba y mirando al techo. El comandante la viola sin el menor gesto de placer, movimientos mecánicos estando ambos vestidos y todo ello ante la mirada de su esposa. Se trata de cumplir un deber sagrado.

LA GRANDIOSA MIRADA DE ELISABETH MOSS

¿Se puede transmitir todo el dolor, la humillación y el terror en una sola mirada? Elisabeth Moss lo consigue, es más lo logra de forma sobresaliente. Los primeros planos de su rostro son continuos en esos momentos de angustia profunda y sin decir ni una sola palabra grita con sus ojos. En otras ocasiones la indignación más absoluta brota en su semblante y podemos escuchar su pensamiento. Se rebela contra ese sufrimiento ya sea propio o de otra de las criadas. También mantiene la esperanza de encontrar a su hija que le ha sido arrebatada y es que la libertad interior y la dignidad es algo que se niega a dejarse robar.

Pocos actores podrían sostener el dramatismo con esos primerísimos planos, expresar toda esa montaña rusa de sentimientos por la que atraviesa Defred y enriquecidos por breves monólogos interiores. Un demacrado rostro que es capaz de mostrar la desesperación cuando la esperanza ha huido de su interior, cuando su persona ha sido anulada en determinados momentos y se juega con ella como si fuera un objeto, como una cosa de usar y tirar. Y estando así, tirada en el suelo de una habitación en donde únicamente hay una cama, una mesa y una silla, Defred lee una frase grabada al pie del bastidor de un rudimentario armario que en latinajo dice Nolite te bastardes carborundorum, que traduce es: “No dejes que los bastardos te jodan”. Alguien, otra criada, ya ha pasado por aquella habitación…

EL GILEAD CRISTIANO YA HA EXISTIDO

Lo verdaderamente aterrador de todo el relato de Margaret Atwood es comprobar que el mismo ha existido, es más, que es una realidad en nuestros días. A nuestra autora todo el proceso previo de investigación para buscar paralelos en la historia le afectó anímicamente y a treinta años de su publicación esta distopía parece más actual que nunca.

En países como Somalia, Arabia Saudí o Irán muchos paralelos con la serie son exactos y no hablemos ya del llamado Estado Islámico. Tampoco nos podemos olvidar de Boko Haram, de la caza al homosexual en la Rusia de Putin o de los asesinatos del colectivo LBTB en Colombia. Para el espectador occidental las imágenes que tiene ante sí son sobrecogedoras, para el cristiano llegan a ser despreciables, o al menos debería serlo, sobre todo porque se trata de una teocracia basada en la Biblia. Curiosamente, o tal vez no tanto, la novela de Atwood ha recibido un “doble honor” en los Estados Unidos. Así la misma entró en la lista de lecturas de los estudios sobre la mujer pero en el estado Texas, por ejemplo, su lectura ha sido prohibida tanto en colegios como en institutos.

Al presente también podemos comprobar como la esclavitud sexual es una realidad que recorre cada punto del planeta y en donde la mujer es la principal víctima. Otro tanto ocurre en no pocos países en donde precisamente también la mujer es la recluida en casa sin apenas derechos más allá de servir a su esposo. En estos mismos lugares los homosexuales son colgados, los que profesan otras religiones degollados. Países sin derechos humanos, regidos por leyes sagradas. De inmediato nos viene a la mente una serie de países islámicos pero también en el seno del cristianismo protestante Gilead ha existido en el pasado.

La Ginebra de Calvino fue un lugar oscuro, una teocracia, siendo su principal figura este mismo reformador. Al no encontrar mucho apoyo legislativo en el Nuevo Testamento Calvino acudió al Antiguo de donde extrajo no pocas reglas de conducta para su “experimento social”. Buscaba la pureza, erradicar el pecado e imponer la fe bajo penas no ya únicamente religiosas sino también civiles. Se prohibió todo aquello que pudiera suponer algo de alegría en la vida. El vestido de las mujeres no debía ser ni demasiado largo ni demasiado corto, el peinado no podía ser ostentoso, los adornos casi inexistentes. Había un listado de libros prohibidos, no se podía tocar música, ni cantar ni beber alcohol en las tabernas. Los juegos como los dados o las cartas eran propios del diablo y el domingo todo ciudadano debía asistir a la iglesia. Para controlar a la población existía una “policía” (como los “ojos” en la novela de Atwood) que recorrían las calles de Ginebra buscando a los infractores. Tenían el derecho de llamar a cualquier puerta a cualquier hora y de entrar buscando aquello que estaba prohibido por la “ley divina”. El miedo estaba presente por todas partes y todos aquellos que se levantaron contra tal situación o bien se fueron de Ginebra o fueron castigados y expulsados.

Lo que posteriormente ocurrió en 1692 en Nueva Inglaterra es otro aterrador ejemplo. El episodio de las “brujas de Salem” es en realidad el pico de la montaña de esa teología puritana obsesionada con la “pureza” y el diablo. Por supuesto, son las mujeres sus principales víctimas, tentadoras, lujuriosas, y son las que Satanás usa para hacer caer al varón en pecado. Un tipo de fariseísmo asesino que decían provenir del mensaje evangélico.

NO EN NOMBRE DE JESÚS

Al presente no son pocos los que claman por lo ideal que sería una sociedad bajo normas divinas. Claro está, esas normas son las que ellos dicten y aquellos que no están conforme pues se dedican a señalarlos y a difamarlos… sí, en nombre de Dios. Afortunadamente en Occidente los estados son laicos y la Carta de los Derechos Humanos no se discute. Esto ha sido un logro sin precedentes en nuestra historia, el ser humano no puede ser carne de cañón para ser perseguido, ridiculizado, señalado o incluso asesinado porque entienda la sexualidad o la religiosidad de forma diferente a otro. Todos debemos tener los mismos derechos y responsabilidades y nadie debe coartar nuestra libertad sobre la base de lo que otros entiendan como pecaminoso. Por supuesto, esto no es la defensa de una carta blanca para hacer lo que queramos, pero insisto, algo que debería ser considerado como sagrado por toda religión o sistema ideológico es la Carta de los Derechos Humanos. O Dios está con el ser humano y su dignidad o ese Dios no merece la pena ser seguido y adorado. Es esto lo que nos enseñó Jesús, el Maestro de Galilea.

El ateo Steven Weinberg decía que “La gente buena hace cosas buenas, y la gente mala hace cosas malas, pero conseguir que personas buenas hagan cosas malas, exige la religión[1].

Y es que ninguna religión debería amparar la violencia bajo ningún concepto. Lo que digan determinados textos considerados como sagrados no puede ser excusa para afrentar o humillar al que es diferente, distinto, perteneciente a otro grupo o religión. Jamás los que dicen seguir a Jesús de Nazaret deberían justificar, en este o en cualquier otro tiempo anterior, la discriminación o incluso el asesinato por una falta o por lo que ellos consideren como pecado. Esta tierra ya ha visto derramar demasiada sangre en nombre de Dios.

Mirando en mi interior y mirando a las personas que me rodean, me pregunto qué hará más daño, la lujuria o el resentimiento. Hay mucho resentimiento entre los ‘justos’ y los ‘rectos’. Hay mucho juicio, condena y prejuicio entre los ‘santos’. Hay mucha ira entre la gente que está tan preocupada por evitar el ‘pecado’.[2]

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[1] J. ORTEBERG, La fe y la duda de John Orteberg (Miami, Editorial Vida, 2008) 122.

[2] H.J.M. NOUWEN, El regreso del hijo pródigo (Madrid, PPC, 2012) 78.

 

Alfonso Pérez Ranchal

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