Cuando nos enfrentamos al tema de la sexualidad en el ser humano, acudimos a un tópico amplio y complejo a la vez. Es amplio porque debemos comprender que lo sexual no solo se limita a lo genital o a las relaciones sexuales, sino que también evoca imaginarios sociales, políticos, lingüísticos y culturales. En este desarrollo queremos retomar y revalorizar estos dos últimos elementos tratando de comprender cómo el cuerpo y el concepto de género se entienden como un lenguaje simbólico y cultural.
Veamos en primer lugar cuál es el significado del cuerpo como elemento simbólico. El símbolo o lo simbólico favorece la apertura a una realidad que no nos era conocida, pero que por medio de lo visual y lo intuitivo, tan apto para encender el afecto, para representar a la mente lo existente y lo vivido, permite lograr una mediación necesaria para ubicarse como un lenguaje inteligible. Que el cuerpo aparezca como lenguaje quiere significar que “nuestro ser es en sí mismo una comunicación viviente: habla nuestro rostro, nuestra gestualidad, hablan nuestras manos, nuestras posturas y nuestro modo de caminar. Todo nuestro cuerpo es lenguaje: es revelación de nuestro estado de ánimo y mensaje vivo”[1].
Comunicar no sólo se realiza verbalmente, sino también de manera gesticular o kinestésica. Uno de los autores que más relevancia le dio al tema del lenguaje que provoca el cuerpo fue Emmanuel Levinas. Él fundamentó su fenomenología en el tema del rostro, el cual era comprendido como posibilitador de encuentro con otro distinto a mí, quien por medio de la interpelación y de una realidad extrovertida dialoga por medio del lenguaje simbólico desde la convicción de que lo sexual está ya presente en este diálogo corpóreo. Dice Levinas: “la proximidad, la inmediatez es gozar y sufrir por el otro. Pero yo no puedo gozar y sufrir por el otro más que porque soy-para-el-otro, porque soy significación, porque el contacto de la piel es todavía la proximidad del rostro, responsabilidad, obsesión del otro, ser-uno-con-el-otro”[2], lo cual viene a complementar la idea anterior.
El hombre y la mujer, los otros, la pareja que viven de manera extrovertida y en clave de auto-donación y que comprenden sus cuerpos, sus sentimientos, sus miradas y caricias como un lenguaje que necesita ser expresado simbólica y culturalmente, favorecen que el proyecto común que nace entre ellos sea ‘amorosamente sustentable’, logrando así un simbolismo más profundo de la vivencia sana del amor dejando de lado el reduccionismo genital y copulativo que tendemos a hacer de la sexualidad.
[1] Rocchetta, C. (1993). Hacia una teología de la corporeidad. España: Ediciones Paulinas. Pág. 20.
[2] Levinas, E. (2011). De otro modo de ser o más allá de la esencia. España: Sígueme. Pág. 153.