Hace unos años, K.L. Sparks escribió en su libro, God’s word in human words: An evangelical appropriation of critical biblical scholarship (La palabra de Dios en palabras humanas: Una apropiacion evangélica de la erudición crítica bíblica) lo siguiente:
“Las observaciones correctas del criticismo bíblico son a menudo destructivas por la misma razón que la astronomía de Copérnico podría ser destructiva. Cuando un ‘hecho verdadero’ se interpreta en el contexto equivocado, sus implicaciones y significado serán malinterpretados. Aunque es posible que nuestra fe continue, aún sabiendo que Moisés no escribió el Pentateuco (nuestra salvación no depende de ello), esto se vuelve más complicado si nuestra fe depende de, o está unida a, los orígenes mosáicos del Pentateuco. Por tanto, sería irresponsable que un líder o ministro de la iglesia enseñara los resultados del criticismo bíblico cuando saben, o deberían saber, que las implicaciones de dichos resultados serán malinterpretados por sus congregaciones”
Esto me ha hecho recordar aquella memorable conversación que aparece en la obra Galileo, de Bertolt Brecht, entre un monje y el perseguido astrónomo. El monje tiene delante de sí tanto el decreto de la Iglesia como las evidencias científicas. Esto le lleva inicialmente a dejar la astronomía por miedo a caer en “demasiada investigación descontrolada”. Intentando explicar a Galileo las razones por las que ha decidido dejar la astronomía, el monje dice lo siguiente:
“Déjeme que hable por un momento de mí mismo. Crecí siendo hijo de campesinos. Ellos eran gente sencilla. Lo sabían todo acerca de los olivos, pero poco del resto. Al observar las fases de Venus puedo también ver a mis padres, sentados con mi hermana, comiendo queso… Siempre se les ha asegurado que Dios cuida de ellos, que todo el universo ha sido creado alrededor suyo de modo que ellos, los actores, puedan tener papeles más grandes o pequeños. ¿Qué dirían si supiesen de mis labios que viven en una pequeña roca que gira sin parar en el vacío alrededor de una estrella, una entre muchas, y una menos importante en comparación?”
Galileo intenta explicar al monje su equivocación: la ignorancia de sus padres ha sido propiciada por aquellos que se benefician de su duro trabajo, precisamente aquellos que pretenden continuar manteniendo dicha ignorancia para que el sistema no cambie, para que los ignorantes se mantengan enganchados a su opio y los que conocen la verdad puedan seguir sacando provecho de la situación. Al final el monje vuelve a la astronomía.
Siempre que me enfrento a esta pregunta sucede lo mismo. Hay algo que suena moralmente correcto en no querer decir la verdad acerca de los textos bíblicos a gente que no va a saber entenderla. Sin embargo, el problema es que estas personas han llegado a esta situación porque se les ha enseñado de forma equivocada desde un principio, porque en algún punto del camino alguien les ha convencido de que la Biblia tiene una posición mucho mayor de la que realmente le corresponde. En algún momento estas personas han sido convencidas de que Biblia es sinónimo de Dios. Hoy día se habla de cristianos herejes que han perdido su “fe en la Biblia”, que no aceptan la “autoridad de la Biblia”. Pero, ¿en qué momento ha sido sustituida nuestra “fe en Dios” por “fe en la Biblia”?, ¿en qué momento ha sido Dios derrocado de su trono y sustituido por la Biblia? Nadie pone en duda que la Biblia nos guía a Dios. Podríamos decir que la Biblia apunta a Dios. Pero la Biblia no es Dios. Es necesario recordar que la Biblia no es la Palabra de Dios (así, sin calificaciones de ningún tipo) sino que testifica de ella. Por tanto, es erróneo querer sustituir la autoridad que corresponde a la Palabra de Dios (¿o debería decir el Verbo de Dios?) por la autoridad de la Biblia.
Al permitir que estas enseñanzas hayan inundado las iglesias hemos provocado nuevos problemas ya que, al haber sustituido la base de la fe de los cristianos, al haber puesto un dios de papel en lugar del Dios verdadero, nos hemos forzado a nosotros mismos a tener que cerrar los ojos cada vez que alguien descubra algo que haga tambalear el trono de dicho dios. Hemos condenado a toda una generación de cristianos (y ya van muchas) a tener que cerrar sus ojos ante las evidencias, a tener que cerrar sus ojos a la verdad, por miedo a lo que pueda provocar. En definitiva, hemos condenado a esta generación a una vida de esclavitud, y al mismo tiempo a una vida de permanente contradicción, dado que la propia Biblia proclama, irónicamente, que “la verdad os hará libres”.