Posted On 13/02/2012 By In Teología With 8508 Views

El divorcio, una pastoral evangélica

Introducción[1].

Lo primero que debo decir es que no creo en el divorcio… creer, sólo se cree en Dios.

En segundo lugar, me alegra que en este encuentro de pastores y líderes de nuestras iglesias,  hayamos decidido estudiar cómo abordar pastoralmente este problema tan complejo y doloroso.  A pesar de las posibles diferencias que puedan existir entre nosotros, creo que lo que realmente nos ha llevado a tratar este tema es precisamente el deseo de encontrar algunas ideas pastorales que puedan ayudarnos, como iglesias hermanas, a afrontar las situaciones de divorcio que, cada vez más frecuentemente, se nos presentan.

Juan SánchezAsí que mi estudio tiene una perspectiva pastoral; y, como veréis, esta preocupación pastoral es la que preside y guía todo mi estudio.

Pero antes de empezar con el desarrollo del tema, dejadme compartir los dos principios que han guiado mi estudio; principios que ya estaban presentes cuando comencé, pero que se han ido confirmando a medida que avanzaba.

¿Y cuáles son estos dos principios?

El primero es un principio pastoral, que yo he llamado el principio “del dolor de Dios”; y el segundo es un principio hermenéutico, que yo he llamado el principio “del corazón de Dios”. Creo que estos dos principios son los que sustentan todo el planteamiento sobre el divorcio que encontramos en la Biblia, y los que pueden hacer que consigamos llegar a un acuerdo acerca de cómo tratar pastoralmente en nuestras iglesias este asunto tan doloroso y, a veces, tan complejo.

Un principio pastoral: “El dolor de Dios”.

Aunque a primera vista no lo parezca, creo que detrás de la legislación sobre el repudio en el Deuteronomio hay una básica y fundamental preocupación pastoral, que refleja lo que es la actitud fundamental de Dios por su pueblo, la actitud del pastor que cuida y protege a sus ovejas.

En muchos textos del AT, Dios es comparado con ese pastor.

Is. 40: “Consolad, consolad a mi pueblo… aquí llega con fuerza el Señor Dios… conduce a su rebaño como un pastor, lo va reuniendo con su brazo, lleva en su regazo a los corderos, va guiando a las que crían”.

Ez. 34: “Esto dice el Señor Dios: Yo mismo buscaré a mi rebaño y velaré por él… las apacentaré en pastos deliciosos… Yo mismo reuniré a mis ovejas y las apacentaré… buscaré a las ovejas perdidas, y haré volver a las descarriadas; vendaré a las heridas y robusteceré a las débiles. Por lo que respecta a las fuertes, las apacentaré como se debe”

Pues bien, podríamos resumir esta actitud de Dios, como pastor de su pueblo, diciendo que Dios hace suyo el sufrimiento de su pueblo, se compadece de él y busca, por encima de todo, cuidarlo, protegerlo, alimentarlo, guiarlo…. De ahí que yo haya llamado a este principio pastoral: “el dolor de Dios”.

Creo que este principio pastoral enuncia una actitud fundamental de Dios para con su pueblo; no es la única, pero creo que es una de las más determinantes; tan básica, que si la perdemos de vista, si la pasamos a un segundo plano, no entendemos  bien el modo en que Dios se relaciona con su pueblo.

Veamos cómo este principio pastoral del “dolor de Dios” está detrás del texto de Deuteronomio sobre el repudio. Dice así Deut.24,1:”Si un hombre se casa con una mujer, pero luego encuentra en ella algo indecente y deja de agradarle, le entregará por escrito un acta de repudio y la echará de casa. Una vez fuera de la casa ella podrá casarse con otro hombre”.

Lo primero que debemos tener en cuenta es que esta ley no debe ser llamada con propiedad una ley del repudio, es decir, no es una ley que obligue a nadie a repudiar a su mujer. No dice que debes repudiar a tu mujer, ni tampoco dice cuándo debes hacerlo, simplemente parte del hecho de que el repudio existe en la sociedad israelita. Por lo tanto, si hablamos con propiedad, esta ley debe llamarse “ley contra el repudio” o “ley sobre el repudio”; pues parte de una realidad muy dura, parte de una realidad injusta y abusiva: la capacidad que tiene el hombre, y sólo el hombre, en un matrimonio patriarcal, de echar a la mujer de su casa.

Como nos dice el texto, si un hombre encuentra en su mujer algo indecente, algo que le desagrada, puede echarla de casa y mandarla a su casa paterna hasta que encuentre otro hombre que quiera desposarla. Y es que la mujer, en este tipo de sociedad donde la unidad básica es la familia patriarcal, siempre debe depender de un hombre, es una persona inferior, sin independencia ni autonomía personal, es decir, no puede tomar ninguna decisión por sí misma, y siempre dependerá jurídicamente de un hombre, primero del padre, después de su marido; y si éste la repudia, debe volver a la casa paterna y depender de su padre, si vive, y si no, de su hermano, pero ella nunca es considerada como una persona con los mismos derechos que un hombre.

¿Qué pretende entonces esta ley?, simplemente proteger mínimamente a la parte más débil del matrimonio, en este caso a la mujer, para que en caso de verse repudiada, tenga al menos la posibilidad de rehacer su vida y poder comenzar de nuevo.

Detrás de esta ley hay un principio pastoral, detrás de esta ley está “el dolor de Dios”, que hace suyo el dolor de la mujer repudiada y establece unas condiciones mínimas que garanticen su futuro.

El texto de Deuteronomio viene a decir al varón: “Ya que abusas de tu posición de dominio, ya que puedes convertir a la mujer en una propiedad tuya que usas a tu conveniencia, ya que cuando no la quieras tener más a tu lado, puedes prescindir de ella y echarla de tu casa; dale al menos un documento oficial que le permita demostrar  a la sociedad que no es de tu propiedad, pudiendo así volver a casarse y rehacer su vida”.

Antes de seguir, me gustaría hacer una precisión terminológica que tiene consecuencias.  Y es que, si os habéis dado cuenta vengo hablando de repudio y no de divorcio. Y si lo hago así es porque creo que esta distinción es importante a la hora de aplicar estos textos a nuestra realidad actual. No es lo mismo hablar de divorcio que de repudio. El divorcio, tal y como está presente en nuestra sociedad, es la ruptura de un pacto matrimonial entre iguales; algo muy diferente del repudio, que tal  y como hemos visto, es el poder que se arroga el varón de echar de su casa a la mujer que ya no le agrada.

Como decía, esta distinción tiene consecuencias, pues no podemos aplicar al divorcio, en nuestra sociedad actual, los textos bíblicos sobre el repudio, sin hacer un ejercicio mínimo de interpretación; ya que son dos realidades radicalmente diferentes. Es necesario no perder de vista esta diferencia para entender bien los textos bíblicos.

Como decía antes, esta ley, hablando con propiedad, es una ley contra el repudio; es una ley que parte del repudio como un hecho social, e implícitamente admite que es mejor regular mínimamente una situación injusta, que dejarla sin regular, sin establecer ninguna ley, permitiendo por tanto que el varón actúe sin ninguna cortapisa y abuse a su antojo de su posición dominante, injusta y abusiva.

Si digo esto es porque sólo sentando estas bases podemos entender bien cómo se posiciona Jesús frente a esta ley. Veámoslo.

Jesús y el repudio

En tiempos de Jesús el repudio era admitido por todos, tal y  como había ocurrido siempre en el pueblo de Israel. Nadie lo rechazaba ni lo denunciaba como un abuso machista.

Lo único que se debatía era cuándo era aceptable darle carta de repudio a la mujer y echarla de casa. Sabemos por los textos de la época que han llegado hasta nosotros que había dos escuelas que discutían los motivos por los cuales un hombre podía repudiar a su mujer. Una, la más estricta, decía que sólo en casos muy graves, como por ejemplo en caso de adulterio, el hombre podía repudiar a su mujer y echarla de casa. La otra, más laxa, lo permitía en muchos más casos, incluso simplemente porque el hombre había encontrado otra mujer más joven que la primera que le gustara más.

Esta era la situación en tiempos de Jesús. Pues bien, lo que nos dice el evangelio es que, en un momento determinado de su ministerio, le piden a Jesús que se pronuncie acerca de esta cuestión, que diga cuándo puede un hombre repudiar a su mujer. Pero la respuesta de Jesús va a escandalizar a todos, incluso a sus propios discípulos, pues Jesús, lo que va a hacer, es ir a la raíz del abuso y denunciarlo, diciendo que en ningún caso le está permitido al hombre repudiar a su mujer y echarla de casa.

Pero antes de ver el texto bíblico debemos tener en cuenta algunos datos más. En primer lugar, el matrimonio patriarcal no era monógamo, el hombre podía tener más de una mujer, la poligamia estaba totalmente aceptada en aquella sociedad,  y la mujer era valorada fundamentalmente como madre, viviendo plenamente al servicio de la continuidad de la familia. De ahí que un hombre pudiera tener varias mujeres, siendo la esterilidad de la primera mujer la principal causa de que el hombre desposara a otra.

Y en segundo lugar, si un hombre podía tener varias mujeres, es obvio que un hombre no adultera contra su mujer si mantiene relaciones sexuales con otra mujer. El hombre nunca adultera contra su mujer, sólo la mujer adultera contra su marido si mantiene relaciones sexuales con otro hombre. Estos datos son importantes tenerlos en cuenta para entender las palabras de Jesús.

Marcos 10, 1-12.

Lo primero que sorprende de Jesús es su radicalidad. Jesús no sólo no contemporiza con el varón sino que rechaza de plano lo que considera un abuso: que un varón pueda repudiar a su mujer y echarla de casa. Nos dicen los textos de la época que una mujer repudiada quedaba en una situación de gran vulnerabilidad social, y que era frecuente que terminara sobreviviendo de la prostitución.

Jesús rechaza este abuso y lo considera intolerable. Su postura es de una radicalidad tal que incluso sus discípulos, extrañados, le dicen: “pues si esta es la situación del hombre respecto de la mujer, más vale no casarse” Mt.19,10.

¿Cuál es la postura de Jesús respecto al repudio? Un rechazo total y absoluto. ¿Por qué?

Creo que detrás de esta postura de Jesús vuelve a estar una fundamental preocupación pastoral. Jesús se preocupa de la parte más débil, más vulnerable, más oprimida. Jesús hace suyo el dolor de la mujer repudiada, y su situación de desamparo, y la defiende frente a la injusticia y el abuso del varón.

Para justificar Jesús su postura utiliza el texto del Génesis referente a la creación del ser humano. Les dice Jesús a los fariseos: “Dios, cuando creó al género humano, los hizo hombre y mujer, por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos uno solo. Por tanto, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.

¿Qué hace Jesús? Pues en realidad hace algo que nosotros hacemos siempre, sin ser conscientes de que lo hacemos; y es contraponer la Biblia a la Biblia.

Me parece importante resaltar que aquí estamos ante lo que al comienzo de este estudio yo he llamado un principio hermenéutico, un principio de interpretación de las Escrituras, el principio hermenéutico que yo he llamado “del corazón de Dios”. Veámoslo.

Un principio hermenéutico: “el corazón de Dios”.

Jesús piensa que el repudio, tal como está establecido en Deuteronomio, no refleja plenamente la voluntad de vida de Dios cuando creó al ser humano. Jesús piensa que en el corazón de Dios, tal y como nos lo relata el libro del Génesis, hay un designio de igualdad y reciprocidad perfecta entre el hombre y la mujer; y que ambos han sido creados para vivir estableciendo entre ellos relaciones de amor y de cuidado mutuo, no de dominio ni de abuso de uno sobre el otro. Para Jesús, el texto del Génesis tiene más valor que el de Deuteronomio, pues expresa más plenamente la voluntad de vida de Dios para los seres humanos.

Así que Jesús no tiene miedo en oponer un texto de la Escritura a otro. Como decía antes, en realidad nosotros también lo hacemos siempre; pues siempre que aplicamos un texto a cualquier situación, lo estamos haciendo prevalecer sobre el resto de la Escritura. Deberíamos, por lo tanto, ser conscientes de ello e intentar aplicar siempre este principio hermenéutico “del corazón de Dios”.

Me gustaría enfatizar esta idea: no vale citar la Escritura para justificar una determinada postura. Hay que ser conscientes de que siempre que citamos un texto de la Escritura y lo aplicamos a una situación determinada, sea cual sea ésta, siempre estamos destacando ese texto por encima del resto y dándole el máximo valor. Así que Jesús lo hace explícitamente y dice, aunque Deuteronomio sea Escritura, no refleja plenamente el corazón de Dios, lo refleja de manera más plena el texto del Génesis. De ahí que yo llame a este principio hermenéutico: “el corazón de Dios”.

De hecho estamos ante un antiguo problema, que como vemos, ya vivió incluso Jesús. En el mundo protestante se conoce desde Lutero como el problema “del canon dentro del canon”. Decía Lutero que no todos los textos del NT tienen el mismo valor, que no todos anuncian con el mismo valor el Evangelio, que hay cartas de oro, como la de Romanos, que anuncia claramente el evangelio de la gracia de Dios; y cartas de paja, como la de Santiago, que dice que la fe justifica, para añadir a continuación que también las obras justifican, y eso no lo aceptaba Lutero. Decía Lutero, por tanto, que hay un canon dentro del canon de libros del NT.

También Jesús dice que no todos los textos bíblicos anuncian de manera tan clara el corazón de Dios, su plena voluntad de vida para los seres humanos, su propósito de crear una nueva humanidad en Cristo, una nueva humanidad de iguales, de hermanos y de hermanas, donde se superen las discriminaciones religiosas, sociales, de género, etc.

Y dejarme poner un ejemplo que ilustre este principio hermenéutico; un ejemplo que tiene que ver también con el matrimonio. Cuando hay hermanos que citan Ef. 5,22: “Las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor”, y piden la subordinación de la mujer a sus maridos; aunque no lo digan, y aunque no sean conscientes de ello, están actuando como Jesús, es decir, están dando el máximo valor a este texto y poniéndolo por encima del resto de textos del NT que hablan de cómo debe ser la relación entre el hombre y la mujer; están dándole más valor a Efesios que, por ejemplo, a Gal.3,28:”No hay distinción entre judío y no judío, ni entre esclavo y libre, ni entre hombre y mujer. En Cristo Jesús, todos sois uno”; y situándolo por encima de otros muchos pasajes que nos hablan más claramente “del corazón de Dios”.

Pues bien, Jesús, ante el problema del repudio que le presentan los fariseos, aplica en primer lugar un principio pastoral, el principio del “dolor de Dios”; y defiende a la mujer del derecho abusivo que el varón se había atribuido y que le permitía tratar a la mujer como un objeto a su servicio. Y en segundo lugar, aplica un principio hermenéutico, el principio “del corazón de Dios” y hace ver, de manera profética, que lo que de verdad anhela Dios son relaciones de igualdad, de justicia, de solidaridad entre los seres humanos.

Como hemos visto, la respuesta de Jesús a los fariseos es clara y contundente. ¿Cuándo puede un hombre repudiar a su mujer?, le preguntan; y Jesús responde: nunca.

Ahora bien, ¿cómo llega hasta nosotros esta clara y radical postura de Jesús? Y es que, antes de aplicar las palabras de Jesús sobre el repudio, al divorcio en nuestra situación actual, debemos tener en cuenta el modo en que las iglesias, en los textos del NT, acogieron y aplicaron esta postura de Jesús.

Veamos en primer lugar el género literario en que nos ha sido transmitida la postura de Jesús.

El “dicho” de Jesús

La postura de Jesús queda claramente de manifiesto en el relato que hemos leído en Marcos. Ahora bien, también ha llegado hasta nosotros en una especie de proverbio, en un dicho que resume, de manera chocante y paradójica, esa postura de Jesús; un dicho que, por el modo en que nos ha llegado, podríamos calificar de profético o apocalíptico.

Como Jesús no admite en ninguna circunstancia que el varón repudie a su mujer, Jesús dice que aunque un hombre repudie a su mujer, el vínculo que le une con ella no se rompe, y por lo tanto, aunque le haya dado una carta de repudio, si la mujer vuelve a casarse, adultera contra su marido; y el nuevo marido que la desposa, también adultera cuando se une a su mujer, aunque sea su esposa legítima.

Daos cuenta de lo escandaloso que resulta este proverbio de Jesús, y lo “ilógico” que resulta en esa sociedad. Jesús está acusando de adulterio al nuevo marido de una mujer repudiada. Por eso digo que es un dicho profético, o apocalíptico; es decir, no es un dicho que pueda ser interpretado como una nueva ley, sino un dicho que pretende remover las conciencias y despertarlas al abuso que significaba el repudio en esa sociedad patriarcal.

Este dicho dice así: “Todo aquel que repudia a su mujer, la pone en peligro de adulterio. Y si alguno se casa con una mujer separada, también comete adulterio” Mt.5,32.

Daos cuenta de que Mateo, que escribe para una iglesia de origen judío, nos transmite el dicho de Jesús tal y como debió pronunciarlo Jesús, pues no dice que la mujer pueda separarse de su marido. Sin embargo Marcos, que escribe para una iglesia de origen no judío, en la cual las mujeres podían también solicitar la separación, adapta este dicho profético de Jesús y nos lo transmite así:

Mc.10,11-12: “El que se separa de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; y si una mujer se separa de su marido y se casa con otro, también comete adulterio”.

Marcos trasmite la postura de Jesús diciendo que si hay divorcio, sea el varón o la mujer quién lo inicie, como el lazo no se ha roto, ambos cónyuges adulteran si vuelven a casarse. Pero ha eliminado lo más chocante del dicho de Jesús, que el varón que se casa con una mujer repudiada, adultera con ella contra su primer marido.

¿Cómo nos lo transmite Lucas?.

Lc.16,18: “El que se separa de su mujer para casarse con otra, comete adulterio. Y también comete adulterio el que se case con una mujer separada”.

Lucas no menciona la iniciativa de la mujer en el divorcio, cómo hacen Marcos y Pablo, pero sí mantiene lo extraño del dicho de Jesús, que el marido de una mujer repudiada, adultera contra el primer marido de la misma. En Lucas sólo son acusados los varones, no la mujer repudiada.

Pero hay algo que he omitido intencionadamente, y que después consideraremos, y es lo que se conoce como la excepción de Mateo. Y es que Mateo introduce, en este dicho de Jesús, una excepción; dice que el dicho de Jesús no debe aplicarse siempre, que en caso de que el matrimonio se haya roto, o no sea válido, está permitido el repudio.

¿Cómo aplicaron la postura de Jesús las iglesias del NT?

Creo que también utilizaron los dos principios que he resaltado al principio de este estudio. Aplicaron el principio pastoral “del dolor de Dios”, y aplicaron el principio hermenéutico “del corazón de Dios”. Veámoslo.

La aplicación más antigua es la de Pablo a la iglesia de Corinto. Pablo conoce la postura de Jesús, que rechaza de manera total y absoluta el repudio; y conoce el modo profético en que ha sido transmitido, llamando la atención sobre el hecho de que aunque el hombre repudie a su mujer, el vínculo que los une no se ha roto. Así nos transmite Pablo la postura de Jesús: “A  los casados les mando, no yo, sino el Señor, que la mujer no se separe del marido; y en caso de separación, que no se vuelva a casar o que se reconcilie con su marido. Y que tampoco el marido abandone a su mujer”.

También Pablo, al igual que Marcos y Lucas, cita con mucha libertad el dicho de Jesús, y lo reformula teniendo en cuenta que la mujer, en Corinto, puede tomar la iniciativa de la separación matrimonial, cosa que no ocurría en Palestina.

Pablo es fiel a la hora de transmitir la postura de Jesús: el divorcio no está permitido en ninguna circunstancia. Sin embargo, Pablo, inmediatamente después de transmitir la postura de Jesús sobre el repudio, y teniendo que actuar pastoralmente en la iglesia de Corinto, les dice que en el caso de aquellos matrimonios mixtos en los cuales uno de los cónyuges no es  creyente y quiere divorciarse, que se lo permitan, que admitan ese divorcio, que el divorcio está permitido, pues “Dios nos ha llamado para que vivamos en paz” 1Cor.7,15: : “Si la parte no creyente quiere separarse, que se separe; en tal caso, el hermano o la hermana quedan libres, pues el Señor os ha llamado a vivir en paz”.

Vemos cómo Pablo aplica estos dos principios que yo vengo resaltando, el principio pastoral “del dolor de Dios” y el principio hermenéutico “del corazón de Dios”.

Pablo, ante un matrimonio que va a vivir “un divorcio de hecho”, ante un matrimonio en el que uno de los cónyuges va a vivir según valores y principios cristianos que el otro rechaza, ante un matrimonio “roto”, al que no le espera más que un futuro de división y lucha, aplica el principio pastoral “del dolor de Dios”, y hace suyo el sufrimiento que un matrimonio así se vería obligado a vivir; y, aplicando el principio hermenéutico “del corazón de Dios”, permite a los miembros de la iglesia en Corinto que rompan el matrimonio y se divorcien; ofreciéndoles la oportunidad de comenzar una nueva vida donde reine la paz, pues “Dios nos ha llamado para que vivamos en paz”.

Es importante tomar conciencia de cómo aplica Pablo aquí el principio pastoral del “dolor de Dios”. Pablo ve, por encima de todo, lo que significaría la vida en común de un matrimonio que no comparte unos valores y unos principios básicos que hagan posible que la convivencia sea pacífica, sea fructífera para ambos, que la convivencia contribuya al bienestar y a la vida de los dos cónyuges. Pues un matrimonio donde ya no se comparte la vida, un matrimonio donde ya no hay amor, es un matrimonio sin futuro, y se convierte en una fuente de sufrimiento y de dolor, en vez de ser un espacio de vida; y Pablo lo tiene claro: Dios quiere la paz y la vida de las familias y de las comunidades que va fundando. Por encima del vínculo matrimonial está la vida y el futuro de las personas y de las iglesias.

Vemos, pues, que para Pablo el matrimonio no es indisoluble, no es un vínculo sagrado que esté por encima de la vida personal de ambos cónyuges, ni por encima de la vida de las iglesias y de su presencia en la sociedad. No, el matrimonio tiene un gran valor, pero no está por encima de todo.

Ya hemos visto cómo aplica Pablo el principio pastoral “del dolor de Dios”; veamos ahora, con un poco más de detalle, cómo aplica el principio hermenéutico “del corazón de Dios”. Decía antes que Pablo conoce la postura de Jesús, y suponemos que también, en la tradición oral que se la ha transmitido, ha recibido el modo en que Jesús argumentó, citando el texto de Génesis.

Pues bien, aquí Pablo pone, por encima del texto del Génesis que utilizó Jesús, el principio de “la vida en paz a la que nos llama Dios”. Pablo, movido por esa actitud pastoral que busca sobre todo ayudar al que sufre, fundamenta su postura en la voluntad de vida y paz de Dios.

Como he dicho, suponemos que Pablo conoce el texto de Génesis, y sabe que la voluntad de Dios es que todo matrimonio sea un vínculo de amor, un espacio de vida en común al servicio de la ayuda mutua y del crecimiento de ambos cónyuges. Pero Pablo también sabe que la voluntad de Dios no se hace realidad en la historia si no hay hombres y mujeres que la aceptan y la viven. Y es que Dios no impone su voluntad a los seres humanos como una ley inexorable; Dios no se impone, Dios se ofrece, ofrece su voluntad de vida a todos los seres humanos para que estos la acepten libremente y vivan.

Ocurre exactamente igual con el vínculo que establecen los creyentes entre sí en la iglesia. La voluntad de Dios es que todos los creyentes vivan unidos; y esa unidad se fundamenta en el NT nada menos que en la relación que existe entre el Padre y el Hijo: “que sean uno, como tú y yo somos” Jn. 17,11.

Pues bien, sabemos que esa voluntad de Dios, de unidad en la iglesia, se ha roto una y mil veces en la historia, y se sigue rompiendo. Y es que la voluntad de Dios no se cumple si los seres humanos no la aceptan y la viven. Y permitirme una pregunta: ¿Por qué las iglesias suelen ser tan duras con los matrimonios que se divorcian, y tan indulgentes con las iglesias que “se divorcian”? Pero volvamos a Corinto.

Pablo, como decía antes, en la situación concreta de la iglesia de Corinto, aplica el principio hermenéutico “del corazón de Dios” y pone por encima de la postura de Jesús respecto al repudio, el principio de “la vida en paz a la que nos llama Dios”.

En toda situación concreta estamos obligados a establecer una jerarquía de verdades, una jerarquía de principios a aplicar; como ya mostré antes, lo queramos o no, lo hacemos siempre. Y Pablo conoce la postura de Jesús, pero no la absolutiza, no la aplica indistintamente a todas las situaciones. Está claro que se la propone a la iglesia de Corinto como algo positivo, como una guía que puede contribuir a la vida y al crecimiento de la iglesia, pero Pablo también sabe que hay situaciones excepcionales a las que no se pueden aplicar estas palabras de Jesús, en las que las palabras de Jesús deben dejarse de lado, deben supeditarse a un principio de más valor, un principio que aporta más luz y vida a esa situación, y que contribuye a la paz de las familias y de las iglesias.

Las palabras de Jesús no son leyes, y no se pueden aplicar como leyes; no son absolutas, y no se pueden aplicar sin un ejercicio pastoral y hermenéutico que esté al servicio de la vida y de la paz de las familias y de las iglesias. Pablo lo sabía muy bien, y nos ha dejado un modelo a seguir, que por desgracia, ha sido olvidado y relegado con mucha frecuencia, en la historia de la iglesia.

Pero Pablo no es el único en el NT que actúa así. También Mateo aplica las palabras de Jesús a su iglesia y permite el divorcio en algunas situaciones extraordinarias.

La excepción de Mateo

Hemos visto ya cómo los tres evangelios sinópticos nos han transmitido la postura de Jesús, que es un de rechazo total y absoluto del repudio, pero ya advertí que no cité literalmente el texto de Mateo, que omití una cláusula de excepción que abre la puerta al divorcio en su iglesia. ¿Qué dice, en concreto, Mateo?

“Todo aquel que se separa de su mujer –salvo en caso de fornicación-, la pone en peligro de adulterio. Y si alguno se casa con una mujer separada, también comete adulterio” Mt.5,32.

No hay acuerdo entre los especialistas a la hora de traducir la palabra que utiliza Mateo para permitir el divorcio. Yo he utilizado la traducción más clásica, fornicación, porque hay bases literarias e históricas para hacerlo; pero otros, también sobre las mismas bases, prefieren traducirlo por concubinato, es decir, por matrimonio ilícito, un matrimonio que no se ajusta a las normas de consanguineidad del pueblo de Israel.

Ahora bien, sea cual sea el caso que Mateo tiene en mente, lo cierto es que, al igual que Pablo, también él ha aplicado la postura de Jesús a su iglesia y lo ha hecho abriendo la puerta al divorcio. Tampoco para Mateo las palabras de Jesús son absolutas, tampoco él las aplica a su iglesia sin hacer un ejercicio pastoral y hermenéutico. Al contrario, hay al menos un caso en el  que considera lícito el divorcio, y así lo dice a su comunidad; y al hacerlo, su postura ha pasado a formar parte del canon del NT, es decir, de la norma que rige la vida y la fe de las iglesias cristianas.

Podríamos decir que también Mateo, cuando tiene que aplicar la postura de Jesús a la realidad de su iglesia, lo hace guiándose por los dos principios que yo vengo resaltando desde el principio; el principio pastoral “del dolor de Dios” y el principio hermenéutico “del corazón de Dios”. Y no creo que sea necesario entrar en detalle, otra vez, en cómo Mateo, al igual que Pablo, aplica estos principios a la situación de su iglesia. Lo cierto es que ambos piensan que…

El matrimonio no es indisoluble

Tal y como hemos visto, en las iglesias del NT el matrimonio no es indisoluble, no es una institución sagrada que esté por encima de la vida de las personas, de las iglesias. El matrimonio indisoluble no es una institución cristiana que se remonte, ni siquiera, a los primeros siglos de la iglesia. Podríamos decir que hasta finales del siglo XII, cuando el papa Alejandro III fija la postura oficial de la iglesia católica que dura hasta nuestros días, el divorcio era una cuestión abierta, y había padres de la iglesia y papas que lo admitían y otros que no, y había concilios que lo aceptaban en casos graves como enfermedad (lepra) o adulterio, etc., y otros que no lo aceptaban en ningún caso.

Esto no quiere decir que no  se tenga en gran estima el matrimonio, ni que se desprecie la familia. Al contrario, el modelo de relación entre los esposos es, nada menos, que la relación entre Cristo y su iglesia. Pero el matrimonio como un pacto sagrado e indisoluble, no es fijado por la iglesia católica, como he dicho, hasta finales del siglo XII.

El nuevo matrimonio

A veces hay malentendidos de consecuencias terribles. En muchas iglesias cristianas se ha prohibido el nuevo matrimonio de un divorciado porque se han interpretado mal las palabras de Pablo cuando cita la postura de Jesús respecto del repudio.

Tal y como hemos visto las palabras de Jesús no son consideradas ley, no son sagradas e intocables, al contrario, vemos la libertad con que las citan tanto los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas, como el mismo Pablo. Lo importante es comunicarnos la postura de Jesús, no la literalidad de sus palabras. Y la postura de Jesús era clara: cuando había separación, no se rompía el lazo matrimonial.

¿Cómo lo transmite Pablo? Ya lo hemos visto: “A  los casados les mando, no yo, sino el Señor, que la mujer no se separe del marido; y en caso de separación, que no se vuelva a casar o que se reconcilie con su marido. Y que tampoco el marido abandone a su mujer”.

Pablo adapta la postura de Jesús a Corinto, donde la mujer podía tomar la iniciativa y solicitar el divorcio; y le dice a esa mujer corintia: Lo que he recibido de Jesús es que no te separes, y si lo haces, no te queda otra opción que reconciliarte con tu marido. Pero claro, al marido no puede decirle lo mismo, pues él puede tener varias mujeres, así que aplicando el dicho de Jesús al marido, le dice: tú no abandones a tu mujer. Y aquí vemos claramente cómo Pablo también es consciente de la desigualdad que existía en los matrimonios de Corinto; el divorcio, por parte del varón, es un auténtico abandono de la mujer.

Por lo tanto, no podemos concluir de todo esto que Pablo esté prohibiendo un nuevo matrimonio a los divorciados, pues, tal y como hemos visto, el mismo Pablo es quien, después de citar las palabras de Jesús, permite el divorcio en la iglesia de Corinto; es Pablo quien afirma que el lazo matrimonial se puede romper, y que en el caso de que se produzca el divorcio, ese lazo matrimonial se rompe con todas sus consecuencias, quedando los cónyuges totalmente libres para comenzar una nueva vida: “Si la parte no creyente quiere separarse, que se separe; en tal caso, el hermano o la hermana quedan libres, pues el Señor os ha llamado a vivir en paz” 1Cor.7,15.

Efectivamente, si hay divorcio, el hermano o la hermana queda libre, desaparece el vínculo matrimonial, en contra de lo que decía Jesús; y por lo tanto puede volver a contraer matrimonio. Tal y como argumenta Pablo, creo que sería totalmente contrario a la intención de Jesús, prohibir el nuevo matrimonio a un divorciado, imponiéndole una ley que le esclavice, que constriña de esa manera su vida y que le lleve a “quemarse”, como dice Pablo en este mismo pasaje de la carta a los Corintios; que limite sus posibilidades de encontrar en el futuro un nuevo matrimonio donde desarrollar plenamente su vida.

Por una pastoral evangélica con los divorciados

Creo que después de todo lo visto la pastoral que guía los textos del NT es clara, es una pastoral “del dolor de Dios”, una pastoral que considera el matrimonio como una realidad social hecha para el ser humano, y no al revés, al ser humano hecho para el matrimonio. No es el matrimonio lo que hay que salvar por encima de la vida de las personas, sino que, al igual que el sábado, el matrimonio ha sido hecho para que las personas vivan más y mejor. Es el matrimonio el que ha de estar supeditado al crecimiento humano y espiritual de los cónyuges; es el matrimonio el que existe en función de la vida de sus miembros; y cuando, por circunstancias tan duras y dolorosas que todos conocemos, y no creo que sea necesario describir, ese matrimonio se rompe, entonces, ese matrimonio ya no contribuye a la vida de los cónyuges, al contrario, la hunde en un pozo de amargura y desesperación.

Cuando esto sucede, creo que es un pecado, y lo digo siendo consciente de lo que digo, obligar a los miembros de ese matrimonio a vivir juntos y mantener una convivencia imposible. No es eso lo que nos enseña la pastoral bíblica. Según creo haber expuesto en este estudio, la pastoral bíblica es una pastoral que se hace presente en esta situación de ruptura matrimonial, ofreciendo misericordia y vida, no castigo y muerte.

Lo siento por nuestros hermanos católicos, y por todos los hermanos evangélicos que siguen su línea pastoral. Pero desde mis reflexiones, esa línea pastoral sólo puede calificarse como una pastoral “del castigo”. Una pastoral que impone un castigo a los miembros de esa iglesia que fracasan en su matrimonio, por eso la llamo “del castigo”. Porque añade mal al mal, porque se hace presente en una situación de profundo dolor y desgarro existencial, como es la situación del divorcio, imponiendo castigos y penas, intentando salvar la institución matrimonial, y no a las personas.

Lo que le preocupa a esa pastoral del castigo es la imagen de la Iglesia. Quiere aparecer frente al mundo como una Iglesia perfecta, y por lo tanto, no puede tolerar que haya miembros imperfectos en su seno. Si hay miembros que demuestran ser imperfectos, deben ser castigados, deben ser disciplinados, deben ser apartados, deben ser estigmatizados como personas de segunda categoría, incapaces de representar a esa institución perfecta, que no tolera en su seno la imperfección, y que sanciona a esos miembros imperfectos imponiéndoles un castigo; añadiendo más mal, al mal que ya viven cuando atraviesan una situación de divorcio matrimonial en sus vidas.

Creo que el NT nos invita, frente a la pastoral del castigo, a una pastoral evangélica en la que esté, por encima de todo, la vida de las personas, no la institución matrimonial. Nos invita a una pastoral que se haga presente en esa situación de tanto dolor y sufrimiento; claro está, ofreciendo en primer lugar la posibilidad de la reconciliación, de la restauración de las relaciones rotas; pero admitiendo, cuando esto no es posible, el mal menor del divorcio; admitiendo que el matrimonio ha sido hecho para el ser humano, y no el ser humano para el matrimonio; admitiendo que esos hermanos que atraviesan un momento tan difícil en sus vidas, lo único que necesitan es ayuda para recomponer sus vidas, para sanarlas, para rehacerlas, para resucitar, porque de una autentica muerte de las relaciones más íntimas y profundas se trata en un divorcio.

No, hermanos, no estoy banalizando el divorcio, pero tampoco puedo banalizar la pastoral del castigo que se hace presente en esta situación de muerte existencial imponiendo castigos y penas; cuando lo único que debe hacer presente una pastoral evangélica, es la vida que la misericordia y la gracia de Dios en Jesucristo hacen posible, la novedad de vida que el evangelio ofrece al pecador, al que falla, al imperfecto. Es el evangelio el que nos invita a buscar una verdadera pastoral de vida para los divorciados, no de vida para la institución matrimonial, una pastoral que se haga presente en medio del dolor ofreciendo sanación y esperanza, perdón y fortaleza, amor y compasión.



[1] Esta ponencia fue presentada por el autor en el Encuentro de Pastores y Líderes de Amyhce celebrado en El Escorial el último fin de semana de Enero de 2012.

Juan Sánchez

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