Desde el 16 al 24 de Octubre del presente año tendrá lugar el Tercer Congreso del Movimiento de Lausana en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Uno de los temas centrales del Congreso será: “La defensa de la verdad de Cristo en un mundo pluralista y globalizado”. Este pequeño escrito busca desarrollar algunas reflexiones personales en torno al tema y contribuir al diálogo previo a Lausana III.
Uno de los aspectos que más se critica de la cultura posmoderna es su abandono de la verdad absoluta. Es posible, sin embargo, que ciertas concepciones posmodernas en torno a la verdad ayuden al cristianismo y a la teología cristiana a redescubrir de la buena noticia de Jesucristo como una invitación a una vida plena más que una verdad proposicional absoluta a ser defendida.
Es innegable que en estos tiempos posmodernos se ha puesto en cuestión la idea misma de la verdad y de los valores que de ella se derivaban. Se ha abandonado la pretensión de que la razón humana pueda alcanzar la naturaleza de las cosas y esto ha dado paso al contextualismo, pragmatismo y relativismo. En la posmodernidad “el problema no es que hayamos dejado de creer en Dios, el problema es que ahora creemos que no se puede creer; el problema no es la duda sobre la Verdad, ni las metodologías para alcanzarla, sino la duda sobre nuestra capacidad para descubrirla”[1]. Con respecto a la relación del cristianismo con la posmodernidad Juan Martín Velasco afirma que:
El pensamiento cristiano entra de lleno en el campo de las filosofías criticadas por el pensamiento posmoderno… porque al insistir en Dios como fundamento último de verdad y los valores contenidos en esa tradición, ha dado sanción religiosa a esa forma de pensamiento, llevándola a la condición de verdad – contenido de la revelación – y atribuyéndole así el carácter irreformable, inmutable, eterno, absoluto que atribuye a lo divino… La crítica de la verdad contenida en la tradición occidental se ha tornado así crítica radical de la teología, consumada en el acontecimiento de la muerte de Dios, y nihilismo acabado.[2]
Ante la crítica radical que efectúa la posmodernidad hacia el cristianismo y hacia su teología se pueden tomar dos opciones. La primera, rechazar de plano todo el pensamiento posmoderno, satanizándolo o ignorándolo, como de hecho sucede en la mayoría de las iglesias de tradición evangélica. La segunda opción es dejarse cuestionar por la posmodernidad, específicamente en este tema de la verdad, pero siempre con una mirada crítica desde la experiencia del seguimiento de Jesús.
Al asumir en apertura esta segunda opción, no es necesario ceder ante un relativismo absoluto. Una de las mayores críticas que se hacen a quienes están dispuestos a dialogar con la posmodernidad es que, por el sólo hecho de entrar en el diálogo, se abandona la verdad cristiana y se sucumbe ante el relativismo absoluto imperante en estos tiempos. Pero aceptar esta segunda opción de apertura no es caer en un extremo absoluto ya que tampoco es una buena alternativa pues en ese caso sería mejor callar absolutamente sobre todo, y especialmente sobre Dios. Renunciar a que los enunciados remitan a algo contradice el sentido que anima a todas las proposiciones y al hecho mismo de enunciarlas, al decir mismo y al hecho de significar.[3] Sin embargo, un cristianismo que toma en serio el contexto posmoderno debe evitar también el fundamentalismo absoluto que pretende poseer la verdad, esto es, pretende que sus proposiciones cerca de la realidad son eternas e inmutables.
El cristianismo se ha presentado hasta ahora como aquel que posee una verdad absoluta, verdad entendida como proposiciones reveladas directamente por Dios en las Sagradas Escrituras. Algunas confesiones cristianas incluso sostienen que esta verdad absoluta también se encuentra en las proposiciones de fe de las iglesias, llámense credos, dogmas o artículos de fe. Sin embargo, muchos cristianos contemporáneos están reconociendo que la revelación, y por ende la verdad, no se centra en un libro y sus proposiciones sino en el encuentro con Jesús y su Padre. Ya no podemos seguir sosteniendo que la Biblia sea un conjunto de enunciados o proposiciones verdaderas e inerrables sobre Dios y la realidad. Al fin y al cabo, como advirtió Karl Barth, son hombres los que hablan de Dios. La Biblia es un testimonio humano de fe, fe como confianza razonable, certeza subjetiva desde la experiencia de encuentro con Dios a través de Jesús, pero no saber absoluto que se puede y debe imponer a todos y todas.
Asimismo, las proposiciones de fe que se obtiene de la Biblia, entendida como fuente primera de testimonio de la auto-revelación de Dios, tales como los dogmas, credos y artículos de fe, son de segundo orden con respecto a esta fuente primera. El seguidor de Jesús experimenta, en primer lugar, la verdad liberadora de la persona de Jesús a través del encuentro y el seguimiento, y esta verdad relativiza toda verdad proposicional que, como expresiones de confianza racional en Dios, siempre son trascendidas por la realidad divina. Las proposiciones de fe viene después de la misma fe, en un segundo momento, para hacer explícita racionalmente nuestra fe, y estas proposiciones son siempre circunscritas al contexto geográfico, histórico, etc., para expresar la realidad nueva que se vive en Jesús, como limitado y contextual es nuestro lenguaje. En este sentido afirma Martín Velasco:
Superación, pues, del relativismo, pero sin que esa superación tenga que formularse necesariamente en una teoría del conocimiento que confunda la verdad hacia la que se orienta la razón de forma incondicional con el acceso a esa verdad que el sujeto consigue; que crea disponer de una visión neutra, no situada de la realidad, reproducción de la visión misma de Dios, y por tanto absoluta, inmutable y que cabría imponer a los demás. Desarrollar pues, desde ese “amor de la verdad que se indaga”, (S Agustín) una comprensión de la relación con la verdad que privilegie la búsqueda sobre la posesión, el anhelo y la nostalgia sobre el dominio, la contemplación sobre su apresamiento.[4]
La verdad de Dios no es algo que se puede tener en la mano. Como afirma el conocido dicho: “Si lo comprendes absolutamente, no es Dios”. Desde nuestra perspectiva cristiana buscamos la verdad desde el seguimiento de Jesús, y en esta búsqueda de la verdad el camino lo traza la misma Verdad, Jesucristo. El cristianismo no es la meta sino nuestro camino de búsqueda. De ahí que nuestra teología tiene que ser necesariamente dialógica. El camino al que Jesús nos invita no es un camino individualista, no vamos solos, vamos con una comunidad de fe, donde ninguna persona o iglesia puede pretender dominarlo todo y ser autosuficiente. Pero además es un camino que se vive de forma concreta en interconexión con distintas culturas, religiones e ideologías, y, por tanto, el diálogo es también con la pluralidad y el pluralismo.
Como afirma Humberto Palma:
no es la perspectiva lo que impide que nos relacionemos con la verdad, sino, por el contrario, la falta de perspectiva, es decir, esa pretensión de situarse más allá de cualquier perspectiva, lo que impide que nos relacionemos con la verdad. Esto lleva a replantearnos el concepto clásico de verdad como adecuación entre la realidad y el entendimiento; ahora debemos entenderlo como adecuación entre el entendimiento y las perspectivas posibles sobre la realidad y, además, entre las ideas consigo mismas.[5]
En el mismo sentido afirma Martín Velasco:
¿Quién puede estar seguro de poseer la verdad sobre Dios, sobre le hombre, sobre la vida humana y su sentido y pretender sobre esa seguridad imponer a los demás su contenido? ¿No es una comprensión de la verdad de ese estilo el resultado de una reducción del conocimiento a sistema de conceptos de un sujeto reducido a pensante, iluso centro de la realidad e incapaz de hacer justicia al imperativo de interrogación, a la desproporción interior, al movimiento de trascendencia que le constituye? ¿No estará más cerca del respeto a los datos de las experiencias de trascendencia a que nos hemos referido en el arte, la ética y la experiencia religiosa, una concepción del conocimiento como testimonio y narración de la fulguración de verdad que acontece en ellas?.[6]
Desde esta perspectiva de la verdad la evangelización debe volver a ser lo que siempre fue, una invitación y no una imposición. La Buena Noticia de Jesucristo es una invitación hacia la búsqueda de la verdad y el sentido de la vida desde una perspectiva concreta, perspectiva que no necesariamente niega otras perspectivas. Es la invitación hacia el seguimiento, esto es, hacia una fe vital que se hace realidad en cada cultura y contexto histórico de forma distinta. La llamada de Jesús es una invitación a vivir otra clase de vida, una más plena, no a creer una verdad proposicional o a aceptar una transacción legal. La Verdad de Jesucristo siempre superará las proposiciones verbales por medio de las cuales se comunica.
El pluralismo como hecho de facto y de principio, dentro y fuera del cristianismo, no debe verse como algo negativo sino positivo. El cristianismo jamás podrá afirmar que posee la verdad absoluta, es la Verdad la que nos posee, la Verdad nos tiene y nos invita a seguirla. Es por esto que la esencia del mensaje cristiano evangélico siempre ha sido la persona de Jesús como Buena Noticia de Dios hecha carne. Los cristianos afirman que la verdad absoluta no está en proposiciones, Él es la Verdad [7].
[1]. http://www.miradaglobal.com/index.php?option=com_content&task=view&id=875&Itemid=9&lang=es
[2]. Marín Velasco, Juan. Ser cristiano en una cultura posmoderna. Editorial PPC. 1996. Pág. 86.
[3]. Cf. Íbid. Pág. 88.
[4]. Íbid. Pág. 89.
[5]. http://www.miradaglobal.com/index.php?option=com_content&task=view&id=875&Itemid=9&lang=es
[6]. Martín Velasco. Op. Cit. Pág. 90.
[7]. Cf. Evangelio según San Juan 14:6.
Desde el 16 al 24 de Octubre del presente año tendrá lugar el Tercer Congreso del Movimiento de Lausana en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Uno de los temas centrales del Congreso será: “La defensa de la verdad de Cristo en un mundo pluralista y globalizado”. Este pequeño escrito busca desarrollar algunas reflexiones personales en torno al tema y contribuir al diálogo previo a Lausana III.
Uno de los aspectos que más se critica de la cultura posmoderna es su abandono de la verdad absoluta. Es posible, sin embargo, que ciertas concepciones posmodernas en torno a la verdad ayuden al cristianismo y a la teología cristiana a redescubrir de la buena noticia de Jesucristo como una invitación a una vida plena más que una verdad proposicional absoluta a ser defendida.
Es innegable que en estos tiempos posmodernos se ha puesto en cuestión la idea misma de la verdad y de los valores que de ella se derivaban. Se ha abandonado la pretensión de que la razón humana pueda alcanzar la naturaleza de las cosas y esto ha dado paso al contextualismo, pragmatismo y relativismo. En la posmodernidad “el problema no es que hayamos dejado de creer en Dios, el problema es que ahora creemos que no se puede creer; el problema no es la duda sobre la Verdad, ni las metodologías para alcanzarla, sino la duda sobre nuestra capacidad para descubrirla”[1]. Con respecto a la relación del cristianismo con la posmodernidad Juan Martín Velasco afirma que:
El pensamiento cristiano entra de lleno en el campo de las filosofías criticadas por el pensamiento posmoderno… porque al insistir en Dios como fundamento último de verdad y los valores contenidos en esa tradición, ha dado sanción religiosa a esa forma de pensamiento, llevándola a la condición de verdad – contenido de la revelación – y atribuyéndole así el carácter irreformable, inmutable, eterno, absoluto que atribuye a lo divino… La crítica de la verdad contenida en la tradición occidental se ha tornado así crítica radical de la teología, consumada en el acontecimiento de la muerte de Dios, y nihilismo acabado.[2]
Ante la crítica radical que efectúa la posmodernidad hacia el cristianismo y hacia su teología se pueden tomar dos opciones. La primera, rechazar de plano todo el pensamiento posmoderno, satanizándolo o ignorándolo, como de hecho sucede en la mayoría de las iglesias de tradición evangélica. La segunda opción es dejarse cuestionar por la posmodernidad, específicamente en este tema de la verdad, pero siempre con una mirada crítica desde la experiencia del seguimiento de Jesús.
Al asumir en apertura esta segunda opción, no es necesario ceder ante un relativismo absoluto. Una de las mayores críticas que se hacen a quienes están dispuestos a dialogar con la posmodernidad es que, por el sólo hecho de entrar en el diálogo, se abandona la verdad cristiana y se sucumbe ante el relativismo absoluto imperante en estos tiempos. Pero aceptar esta segunda opción de apertura no es caer en un extremo absoluto ya que tampoco es una buena alternativa pues en ese caso sería mejor callar absolutamente sobre todo, y especialmente sobre Dios. Renunciar a que los enunciados remitan a algo contradice el sentido que anima a todas las proposiciones y al hecho mismo de enunciarlas, al decir mismo y al hecho de significar.[3] Sin embargo, un cristianismo que toma en serio el contexto posmoderno debe evitar también el fundamentalismo absoluto que pretende poseer la verdad, esto es, pretende que sus proposiciones cerca de la realidad son eternas e inmutables.
El cristianismo se ha presentado hasta ahora como aquel que posee una verdad absoluta, verdad entendida como proposiciones reveladas directamente por Dios en las Sagradas Escrituras. Algunas confesiones cristianas incluso sostienen que esta verdad absoluta también se encuentra en las proposiciones de fe de las iglesias, llámense credos, dogmas o artículos de fe. Sin embargo, muchos cristianos contemporáneos están reconociendo que la revelación, y por ende la verdad, no se centra en un libro y sus proposiciones sino en el encuentro con Jesús y su Padre. Ya no podemos seguir sosteniendo que la Biblia sea un conjunto de enunciados o proposiciones verdaderas e inerrables sobre Dios y la realidad. Al fin y al cabo, como advirtió Karl Barth, son hombres los que hablan de Dios. La Biblia es un testimonio humano de fe, fe como confianza razonable, certeza subjetiva desde la experiencia de encuentro con Dios a través de Jesús, pero no saber absoluto que se puede y debe imponer a todos y todas.
Asimismo, las proposiciones de fe que se obtiene de la Biblia, entendida como fuente primera de testimonio de la auto-revelación de Dios, tales como los dogmas, credos y artículos de fe, son de segundo orden con respecto a esta fuente primera. El seguidor de Jesús experimenta, en primer lugar, la verdad liberadora de la persona de Jesús a través del encuentro y el seguimiento, y esta verdad relativiza toda verdad proposicional que, como expresiones de confianza racional en Dios, siempre son trascendidas por la realidad divina. Las proposiciones de fe viene después de la misma fe, en un segundo momento, para hacer explícita racionalmente nuestra fe, y estas proposiciones son siempre circunscritas al contexto geográfico, histórico, etc., para expresar la realidad nueva que se vive en Jesús, como limitado y contextual es nuestro lenguaje. En este sentido afirma Martín Velasco:
Superación, pues, del relativismo, pero sin que esa superación tenga que formularse necesariamente en una teoría del conocimiento que confunda la verdad hacia la que se orienta la razón de forma incondicional con el acceso a esa verdad que el sujeto consigue; que crea disponer de una visión neutra, no situada de la realidad, reproducción de la visión misma de Dios, y por tanto absoluta, inmutable y que cabría imponer a los demás. Desarrollar pues, desde ese “amor de la verdad que se indaga”, (S Agustín) una comprensión de la relación con la verdad que privilegie la búsqueda sobre la posesión, el anhelo y la nostalgia sobre el dominio, la contemplación sobre su apresamiento.[4]
La verdad de Dios no es algo que se puede tener en la mano. Como afirma el conocido dicho: “Si lo comprendes absolutamente, no es Dios”. Desde nuestra perspectiva cristiana buscamos la verdad desde el seguimiento de Jesús, y en esta búsqueda de la verdad el camino lo traza la misma Verdad, Jesucristo. El cristianismo no es la meta sino nuestro camino de búsqueda. De ahí que nuestra teología tiene que ser necesariamente dialógica. El camino al que Jesús nos invita no es un camino individualista, no vamos solos, vamos con una comunidad de fe, donde ninguna persona o iglesia puede pretender dominarlo todo y ser autosuficiente. Pero además es un camino que se vive de forma concreta en interconexión con distintas culturas, religiones e ideologías, y, por tanto, el diálogo es también con la pluralidad y el pluralismo.
Como afirma Humberto Palma:
no es la perspectiva lo que impide que nos relacionemos con la verdad, sino, por el contrario, la falta de perspectiva, es decir, esa pretensión de situarse más allá de cualquier perspectiva, lo que impide que nos relacionemos con la verdad. Esto lleva a replantearnos el concepto clásico de verdad como adecuación entre la realidad y el entendimiento; ahora debemos entenderlo como adecuación entre el entendimiento y las perspectivas posibles sobre la realidad y, además, entre las ideas consigo mismas.[5]
En el mismo sentido afirma Martín Velasco:
¿Quién puede estar seguro de poseer la verdad sobre Dios, sobre le hombre, sobre la vida humana y su sentido y pretender sobre esa seguridad imponer a los demás su contenido? ¿No es una comprensión de la verdad de ese estilo el resultado de una reducción del conocimiento a sistema de conceptos de un sujeto reducido a pensante, iluso centro de la realidad e incapaz de hacer justicia al imperativo de interrogación, a la desproporción interior, al movimiento de trascendencia que le constituye? ¿No estará más cerca del respeto a los datos de las experiencias de trascendencia a que nos hemos referido en el arte, la ética y la experiencia religiosa, una concepción del conocimiento como testimonio y narración de la fulguración de verdad que acontece en ellas?.[6]
Desde esta perspectiva de la verdad la evangelización debe volver a ser lo que siempre fue, una invitación y no una imposición. La Buena Noticia de Jesucristo es una invitación hacia la búsqueda de la verdad y el sentido de la vida desde una perspectiva concreta, perspectiva que no necesariamente niega otras perspectivas. Es la invitación hacia el seguimiento, esto es, hacia una fe vital que se hace realidad en cada cultura y contexto histórico de forma distinta. La llamada de Jesús es una invitación a vivir otra clase de vida, una más plena, no a creer una verdad proposicional o a aceptar una transacción legal. La Verdad de Jesucristo siempre superará las proposiciones verbales por medio de las cuales se comunica.
El pluralismo como hecho de facto y de principio, dentro y fuera del cristianismo, no debe verse como algo negativo sino positivo. El cristianismo jamás podrá afirmar que posee la verdad absoluta, es la Verdad la que nos posee, la Verdad nos tiene y nos invita a seguirla. Es por esto que la esencia del mensaje cristiano evangélico siempre ha sido la persona de Jesús como Buena Noticia de Dios hecha carne. Los cristianos afirman que la verdad absoluta no está en proposiciones, Él es la Verdad [7].
[1]. http://www.miradaglobal.com/index.php?option=com_content&task=view&id=875&Itemid=9&lang=es
[2]. Marín Velasco, Juan. Ser cristiano en una cultura posmoderna. Editorial PPC. 1996. Pág. 86.
[3]. Cf. Íbid. Pág. 88.
[4]. Íbid. Pág. 89.
[5]. http://www.miradaglobal.com/index.php?option=com_content&task=view&id=875&Itemid=9&lang=es
[6]. Martín Velasco. Op. Cit. Pág. 90.
[7]. Cf. Evangelio según San Juan 14:6.
Sobre el autor:
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Luis Marcos Tapia es Pastor Bautista y Profesor de Filosofía. Miembro de la Fraternidad Teológica Latinoamericana. Reside en la ciudad de Valparaíso, Chile. |
Desde el 16 al 24 de Octubre del presente año tendrá lugar el Tercer Congreso del Movimiento de Lausana en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Uno de los temas centrales del Congreso será: “La defensa de la verdad de Cristo en un mundo pluralista y globalizado”. Este pequeño escrito busca desarrollar algunas reflexiones personales en torno al tema y contribuir al diálogo previo a Lausana III.
Uno de los aspectos que más se critica de la cultura posmoderna es su abandono de la verdad absoluta. Es posible, sin embargo, que ciertas concepciones posmodernas en torno a la verdad ayuden al cristianismo y a la teología cristiana a redescubrir de la buena noticia de Jesucristo como una invitación a una vida plena más que una verdad proposicional absoluta a ser defendida.
Es innegable que en estos tiempos posmodernos se ha puesto en cuestión la idea misma de la verdad y de los valores que de ella se derivaban. Se ha abandonado la pretensión de que la razón humana pueda alcanzar la naturaleza de las cosas y esto ha dado paso al contextualismo, pragmatismo y relativismo. En la posmodernidad “el problema no es que hayamos dejado de creer en Dios, el problema es que ahora creemos que no se puede creer; el problema no es la duda sobre la Verdad, ni las metodologías para alcanzarla, sino la duda sobre nuestra capacidad para descubrirla”[1]. Con respecto a la relación del cristianismo con la posmodernidad Juan Martín Velasco afirma que:
El pensamiento cristiano entra de lleno en el campo de las filosofías criticadas por el pensamiento posmoderno… porque al insistir en Dios como fundamento último de verdad y los valores contenidos en esa tradición, ha dado sanción religiosa a esa forma de pensamiento, llevándola a la condición de verdad – contenido de la revelación – y atribuyéndole así el carácter irreformable, inmutable, eterno, absoluto que atribuye a lo divino… La crítica de la verdad contenida en la tradición occidental se ha tornado así crítica radical de la teología, consumada en el acontecimiento de la muerte de Dios, y nihilismo acabado.[2]
Ante la crítica radical que efectúa la posmodernidad hacia el cristianismo y hacia su teología se pueden tomar dos opciones. La primera, rechazar de plano todo el pensamiento posmoderno, satanizándolo o ignorándolo, como de hecho sucede en la mayoría de las iglesias de tradición evangélica. La segunda opción es dejarse cuestionar por la posmodernidad, específicamente en este tema de la verdad, pero siempre con una mirada crítica desde la experiencia del seguimiento de Jesús.
Al asumir en apertura esta segunda opción, no es necesario ceder ante un relativismo absoluto. Una de las mayores críticas que se hacen a quienes están dispuestos a dialogar con la posmodernidad es que, por el sólo hecho de entrar en el diálogo, se abandona la verdad cristiana y se sucumbe ante el relativismo absoluto imperante en estos tiempos. Pero aceptar esta segunda opción de apertura no es caer en un extremo absoluto ya que tampoco es una buena alternativa pues en ese caso sería mejor callar absolutamente sobre todo, y especialmente sobre Dios. Renunciar a que los enunciados remitan a algo contradice el sentido que anima a todas las proposiciones y al hecho mismo de enunciarlas, al decir mismo y al hecho de significar.[3] Sin embargo, un cristianismo que toma en serio el contexto posmoderno debe evitar también el fundamentalismo absoluto que pretende poseer la verdad, esto es, pretende que sus proposiciones cerca de la realidad son eternas e inmutables.
El cristianismo se ha presentado hasta ahora como aquel que posee una verdad absoluta, verdad entendida como proposiciones reveladas directamente por Dios en las Sagradas Escrituras. Algunas confesiones cristianas incluso sostienen que esta verdad absoluta también se encuentra en las proposiciones de fe de las iglesias, llámense credos, dogmas o artículos de fe. Sin embargo, muchos cristianos contemporáneos están reconociendo que la revelación, y por ende la verdad, no se centra en un libro y sus proposiciones sino en el encuentro con Jesús y su Padre. Ya no podemos seguir sosteniendo que la Biblia sea un conjunto de enunciados o proposiciones verdaderas e inerrables sobre Dios y la realidad. Al fin y al cabo, como advirtió Karl Barth, son hombres los que hablan de Dios. La Biblia es un testimonio humano de fe, fe como confianza razonable, certeza subjetiva desde la experiencia de encuentro con Dios a través de Jesús, pero no saber absoluto que se puede y debe imponer a todos y todas.
Asimismo, las proposiciones de fe que se obtiene de la Biblia, entendida como fuente primera de testimonio de la auto-revelación de Dios, tales como los dogmas, credos y artículos de fe, son de segundo orden con respecto a esta fuente primera. El seguidor de Jesús experimenta, en primer lugar, la verdad liberadora de la persona de Jesús a través del encuentro y el seguimiento, y esta verdad relativiza toda verdad proposicional que, como expresiones de confianza racional en Dios, siempre son trascendidas por la realidad divina. Las proposiciones de fe viene después de la misma fe, en un segundo momento, para hacer explícita racionalmente nuestra fe, y estas proposiciones son siempre circunscritas al contexto geográfico, histórico, etc., para expresar la realidad nueva que se vive en Jesús, como limitado y contextual es nuestro lenguaje. En este sentido afirma Martín Velasco:
Superación, pues, del relativismo, pero sin que esa superación tenga que formularse necesariamente en una teoría del conocimiento que confunda la verdad hacia la que se orienta la razón de forma incondicional con el acceso a esa verdad que el sujeto consigue; que crea disponer de una visión neutra, no situada de la realidad, reproducción de la visión misma de Dios, y por tanto absoluta, inmutable y que cabría imponer a los demás. Desarrollar pues, desde ese “amor de la verdad que se indaga”, (S Agustín) una comprensión de la relación con la verdad que privilegie la búsqueda sobre la posesión, el anhelo y la nostalgia sobre el dominio, la contemplación sobre su apresamiento.[4]
La verdad de Dios no es algo que se puede tener en la mano. Como afirma el conocido dicho: “Si lo comprendes absolutamente, no es Dios”. Desde nuestra perspectiva cristiana buscamos la verdad desde el seguimiento de Jesús, y en esta búsqueda de la verdad el camino lo traza la misma Verdad, Jesucristo. El cristianismo no es la meta sino nuestro camino de búsqueda. De ahí que nuestra teología tiene que ser necesariamente dialógica. El camino al que Jesús nos invita no es un camino individualista, no vamos solos, vamos con una comunidad de fe, donde ninguna persona o iglesia puede pretender dominarlo todo y ser autosuficiente. Pero además es un camino que se vive de forma concreta en interconexión con distintas culturas, religiones e ideologías, y, por tanto, el diálogo es también con la pluralidad y el pluralismo.
Como afirma Humberto Palma:
no es la perspectiva lo que impide que nos relacionemos con la verdad, sino, por el contrario, la falta de perspectiva, es decir, esa pretensión de situarse más allá de cualquier perspectiva, lo que impide que nos relacionemos con la verdad. Esto lleva a replantearnos el concepto clásico de verdad como adecuación entre la realidad y el entendimiento; ahora debemos entenderlo como adecuación entre el entendimiento y las perspectivas posibles sobre la realidad y, además, entre las ideas consigo mismas.[5]
En el mismo sentido afirma Martín Velasco:
¿Quién puede estar seguro de poseer la verdad sobre Dios, sobre le hombre, sobre la vida humana y su sentido y pretender sobre esa seguridad imponer a los demás su contenido? ¿No es una comprensión de la verdad de ese estilo el resultado de una reducción del conocimiento a sistema de conceptos de un sujeto reducido a pensante, iluso centro de la realidad e incapaz de hacer justicia al imperativo de interrogación, a la desproporción interior, al movimiento de trascendencia que le constituye? ¿No estará más cerca del respeto a los datos de las experiencias de trascendencia a que nos hemos referido en el arte, la ética y la experiencia religiosa, una concepción del conocimiento como testimonio y narración de la fulguración de verdad que acontece en ellas?.[6]
Desde esta perspectiva de la verdad la evangelización debe volver a ser lo que siempre fue, una invitación y no una imposición. La Buena Noticia de Jesucristo es una invitación hacia la búsqueda de la verdad y el sentido de la vida desde una perspectiva concreta, perspectiva que no necesariamente niega otras perspectivas. Es la invitación hacia el seguimiento, esto es, hacia una fe vital que se hace realidad en cada cultura y contexto histórico de forma distinta. La llamada de Jesús es una invitación a vivir otra clase de vida, una más plena, no a creer una verdad proposicional o a aceptar una transacción legal. La Verdad de Jesucristo siempre superará las proposiciones verbales por medio de las cuales se comunica.
El pluralismo como hecho de facto y de principio, dentro y fuera del cristianismo, no debe verse como algo negativo sino positivo. El cristianismo jamás podrá afirmar que posee la verdad absoluta, es la Verdad la que nos posee, la Verdad nos tiene y nos invita a seguirla. Es por esto que la esencia del mensaje cristiano evangélico siempre ha sido la persona de Jesús como Buena Noticia de Dios hecha carne. Los cristianos afirman que la verdad absoluta no está en proposiciones, Él es la Verdad [7].
[1]. http://www.miradaglobal.com/index.php?option=com_content&task=view&id=875&Itemid=9&lang=es
[2]. Marín Velasco, Juan. Ser cristiano en una cultura posmoderna. Editorial PPC. 1996. Pág. 86.
[3]. Cf. Íbid. Pág. 88.
[4]. Íbid. Pág. 89.
[5]. http://www.miradaglobal.com/index.php?option=com_content&task=view&id=875&Itemid=9&lang=es
[6]. Martín Velasco. Op. Cit. Pág. 90.
[7]. Cf. Evangelio según San Juan 14:6.
Sobre el autor:
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Luis Marcos Tapia es Pastor Bautista y Profesor de Filosofía. Miembro de la Fraternidad Teológica Latinoamericana. Reside en la ciudad de Valparaíso, Chile. |
Desde el 16 al 24 de Octubre del presente año tendrá lugar el Tercer Congreso del Movimiento de Lausana en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Uno de los temas centrales del Congreso será: “La defensa de la verdad de Cristo en un mundo pluralista y globalizado”. Este pequeño escrito busca desarrollar algunas reflexiones personales en torno al tema y contribuir al diálogo previo a Lausana III.
Uno de los aspectos que más se critica de la cultura posmoderna es su abandono de la verdad absoluta. Es posible, sin embargo, que ciertas concepciones posmodernas en torno a la verdad ayuden al cristianismo y a la teología cristiana a redescubrir de la buena noticia de Jesucristo como una invitación a una vida plena más que una verdad proposicional absoluta a ser defendida.
Es innegable que en estos tiempos posmodernos se ha puesto en cuestión la idea misma de la verdad y de los valores que de ella se derivaban. Se ha abandonado la pretensión de que la razón humana pueda alcanzar la naturaleza de las cosas y esto ha dado paso al contextualismo, pragmatismo y relativismo. En la posmodernidad “el problema no es que hayamos dejado de creer en Dios, el problema es que ahora creemos que no se puede creer; el problema no es la duda sobre la Verdad, ni las metodologías para alcanzarla, sino la duda sobre nuestra capacidad para descubrirla”[1]. Con respecto a la relación del cristianismo con la posmodernidad Juan Martín Velasco afirma que:
El pensamiento cristiano entra de lleno en el campo de las filosofías criticadas por el pensamiento posmoderno… porque al insistir en Dios como fundamento último de verdad y los valores contenidos en esa tradición, ha dado sanción religiosa a esa forma de pensamiento, llevándola a la condición de verdad – contenido de la revelación – y atribuyéndole así el carácter irreformable, inmutable, eterno, absoluto que atribuye a lo divino… La crítica de la verdad contenida en la tradición occidental se ha tornado así crítica radical de la teología, consumada en el acontecimiento de la muerte de Dios, y nihilismo acabado.[2]
Ante la crítica radical que efectúa la posmodernidad hacia el cristianismo y hacia su teología se pueden tomar dos opciones. La primera, rechazar de plano todo el pensamiento posmoderno, satanizándolo o ignorándolo, como de hecho sucede en la mayoría de las iglesias de tradición evangélica. La segunda opción es dejarse cuestionar por la posmodernidad, específicamente en este tema de la verdad, pero siempre con una mirada crítica desde la experiencia del seguimiento de Jesús.
Al asumir en apertura esta segunda opción, no es necesario ceder ante un relativismo absoluto. Una de las mayores críticas que se hacen a quienes están dispuestos a dialogar con la posmodernidad es que, por el sólo hecho de entrar en el diálogo, se abandona la verdad cristiana y se sucumbe ante el relativismo absoluto imperante en estos tiempos. Pero aceptar esta segunda opción de apertura no es caer en un extremo absoluto ya que tampoco es una buena alternativa pues en ese caso sería mejor callar absolutamente sobre todo, y especialmente sobre Dios. Renunciar a que los enunciados remitan a algo contradice el sentido que anima a todas las proposiciones y al hecho mismo de enunciarlas, al decir mismo y al hecho de significar.[3] Sin embargo, un cristianismo que toma en serio el contexto posmoderno debe evitar también el fundamentalismo absoluto que pretende poseer la verdad, esto es, pretende que sus proposiciones cerca de la realidad son eternas e inmutables.
El cristianismo se ha presentado hasta ahora como aquel que posee una verdad absoluta, verdad entendida como proposiciones reveladas directamente por Dios en las Sagradas Escrituras. Algunas confesiones cristianas incluso sostienen que esta verdad absoluta también se encuentra en las proposiciones de fe de las iglesias, llámense credos, dogmas o artículos de fe. Sin embargo, muchos cristianos contemporáneos están reconociendo que la revelación, y por ende la verdad, no se centra en un libro y sus proposiciones sino en el encuentro con Jesús y su Padre. Ya no podemos seguir sosteniendo que la Biblia sea un conjunto de enunciados o proposiciones verdaderas e inerrables sobre Dios y la realidad. Al fin y al cabo, como advirtió Karl Barth, son hombres los que hablan de Dios. La Biblia es un testimonio humano de fe, fe como confianza razonable, certeza subjetiva desde la experiencia de encuentro con Dios a través de Jesús, pero no saber absoluto que se puede y debe imponer a todos y todas.
Asimismo, las proposiciones de fe que se obtiene de la Biblia, entendida como fuente primera de testimonio de la auto-revelación de Dios, tales como los dogmas, credos y artículos de fe, son de segundo orden con respecto a esta fuente primera. El seguidor de Jesús experimenta, en primer lugar, la verdad liberadora de la persona de Jesús a través del encuentro y el seguimiento, y esta verdad relativiza toda verdad proposicional que, como expresiones de confianza racional en Dios, siempre son trascendidas por la realidad divina. Las proposiciones de fe viene después de la misma fe, en un segundo momento, para hacer explícita racionalmente nuestra fe, y estas proposiciones son siempre circunscritas al contexto geográfico, histórico, etc., para expresar la realidad nueva que se vive en Jesús, como limitado y contextual es nuestro lenguaje. En este sentido afirma Martín Velasco:
Superación, pues, del relativismo, pero sin que esa superación tenga que formularse necesariamente en una teoría del conocimiento que confunda la verdad hacia la que se orienta la razón de forma incondicional con el acceso a esa verdad que el sujeto consigue; que crea disponer de una visión neutra, no situada de la realidad, reproducción de la visión misma de Dios, y por tanto absoluta, inmutable y que cabría imponer a los demás. Desarrollar pues, desde ese “amor de la verdad que se indaga”, (S Agustín) una comprensión de la relación con la verdad que privilegie la búsqueda sobre la posesión, el anhelo y la nostalgia sobre el dominio, la contemplación sobre su apresamiento.[4]
La verdad de Dios no es algo que se puede tener en la mano. Como afirma el conocido dicho: “Si lo comprendes absolutamente, no es Dios”. Desde nuestra perspectiva cristiana buscamos la verdad desde el seguimiento de Jesús, y en esta búsqueda de la verdad el camino lo traza la misma Verdad, Jesucristo. El cristianismo no es la meta sino nuestro camino de búsqueda. De ahí que nuestra teología tiene que ser necesariamente dialógica. El camino al que Jesús nos invita no es un camino individualista, no vamos solos, vamos con una comunidad de fe, donde ninguna persona o iglesia puede pretender dominarlo todo y ser autosuficiente. Pero además es un camino que se vive de forma concreta en interconexión con distintas culturas, religiones e ideologías, y, por tanto, el diálogo es también con la pluralidad y el pluralismo.
Como afirma Humberto Palma:
no es la perspectiva lo que impide que nos relacionemos con la verdad, sino, por el contrario, la falta de perspectiva, es decir, esa pretensión de situarse más allá de cualquier perspectiva, lo que impide que nos relacionemos con la verdad. Esto lleva a replantearnos el concepto clásico de verdad como adecuación entre la realidad y el entendimiento; ahora debemos entenderlo como adecuación entre el entendimiento y las perspectivas posibles sobre la realidad y, además, entre las ideas consigo mismas.[5]
En el mismo sentido afirma Martín Velasco:
¿Quién puede estar seguro de poseer la verdad sobre Dios, sobre le hombre, sobre la vida humana y su sentido y pretender sobre esa seguridad imponer a los demás su contenido? ¿No es una comprensión de la verdad de ese estilo el resultado de una reducción del conocimiento a sistema de conceptos de un sujeto reducido a pensante, iluso centro de la realidad e incapaz de hacer justicia al imperativo de interrogación, a la desproporción interior, al movimiento de trascendencia que le constituye? ¿No estará más cerca del respeto a los datos de las experiencias de trascendencia a que nos hemos referido en el arte, la ética y la experiencia religiosa, una concepción del conocimiento como testimonio y narración de la fulguración de verdad que acontece en ellas?.[6]
Desde esta perspectiva de la verdad la evangelización debe volver a ser lo que siempre fue, una invitación y no una imposición. La Buena Noticia de Jesucristo es una invitación hacia la búsqueda de la verdad y el sentido de la vida desde una perspectiva concreta, perspectiva que no necesariamente niega otras perspectivas. Es la invitación hacia el seguimiento, esto es, hacia una fe vital que se hace realidad en cada cultura y contexto histórico de forma distinta. La llamada de Jesús es una invitación a vivir otra clase de vida, una más plena, no a creer una verdad proposicional o a aceptar una transacción legal. La Verdad de Jesucristo siempre superará las proposiciones verbales por medio de las cuales se comunica.
El pluralismo como hecho de facto y de principio, dentro y fuera del cristianismo, no debe verse como algo negativo sino positivo. El cristianismo jamás podrá afirmar que posee la verdad absoluta, es la Verdad la que nos posee, la Verdad nos tiene y nos invita a seguirla. Es por esto que la esencia del mensaje cristiano evangélico siempre ha sido la persona de Jesús como Buena Noticia de Dios hecha carne. Los cristianos afirman que la verdad absoluta no está en proposiciones, Él es la Verdad [7].
[1]. http://www.miradaglobal.com/index.php?option=com_content&task=view&id=875&Itemid=9&lang=es
[2]. Marín Velasco, Juan. Ser cristiano en una cultura posmoderna. Editorial PPC. 1996. Pág. 86.
[3]. Cf. Íbid. Pág. 88.
[4]. Íbid. Pág. 89.
[5]. http://www.miradaglobal.com/index.php?option=com_content&task=view&id=875&Itemid=9&lang=es
[6]. Martín Velasco. Op. Cit. Pág. 90.
[7]. Cf. Evangelio según San Juan 14:6.
Sobre el autor:
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Luis Marcos Tapia es Pastor Bautista y Profesor de Filosofía. Miembro de la Fraternidad Teológica Latinoamericana. Reside en la ciudad de Valparaíso, Chile. |