“Ahora, vayamos al sadomasoquismo. Dios se encarnó como hombre, Jesús, para que pudiera ser torturado y ejecutado como expiación del pecado heredado de Adán. A partir de que san Pablo expusiera su repelente doctrina, Jesús ha sido adorado como el redentor de todos nuestros pecados.” Richard Dawkins.
En el anterior artículo traté sobre la Gracia. Buscaba hablar de ella, sólo de ella ya que si alguna otra cuestión se le agregaba dejada de ser entendida, se distorsionaba y se esfumaba. No son pocos los que no han captado lo esencial de comenzar por esa gracia para comprender el mensaje central del Nuevo Testamento. En la cita con la que abro este artículo se manifiesta esta profunda desorientación, ya que para el conocido ateo este mensaje no es otra cosa que un acto de sadomasoquismo divino. Su lógica es que la doctrina medular del cristianismo se basa en un Dios que se encarna por iniciativa propia con el fin de ser torturado de forma voluntaria, y todo ello para dar razón de un supuesto pecado que todo hombre posee. Expresado así, todo parece poco menos que una locura.
Antes de abordar lo errado de la anterior forma de razonar son necesarias algunas palabras de crítica para un determinado tipo de cristianismo desprovisto de una capacidad mínima para la explicación y una falta evidente de imaginación.
El uso y el abuso de un tipo de vocabulario es el responsable de que aquellas personas que no están familiarizadas con él no lleguen a comprender absolutamente nada. Presentar la fe diciendo que todo hombre es pecador, que necesita un Salvador y que por ello Cristo murió, sin duda es correcto, pero un no cristiano posiblemente se quede igual que si le hablaran del budismo y de la reencarnación. Son todos conceptos que necesitan ser abordados de manera adecuada para que sean entendibles y, una vez hecho esto, volver a la Biblia y decir que es precisamente eso lo que se nos quiere transmitir en ella.
Lo que motivó que Dios se encarnara no fue su deseo de justicia, de sadomasoquismo o de limpieza del pecado. Vuelvo a llamar la atención a mi artículo anterior. Lo que provocó que Dios se hiciera Hombre fue su amor. Este es el impulso primero, lo que envuelve, sostiene y contiene otros muchos propósitos.
Por tanto, todo comienza con el desgarro del corazón de un Padre que ve cómo sus hijos sufren sin medida por una tendencia innata a no hacer bien las cosas. El origen es un esposo doliente que ve como su esposa vive sin dirección, sola, llena de miedos y sin esperanza. ¿Qué padre dejaría a sus hijos en perpetuo sufrimiento sin decirles una palabra? ¿Qué esposo no correría al lado de su amada para abrazarla y consolarla? Pues bien, a esto en las Escrituras se le llama revelación y encarnación. Revelación, porque Dios tiene palabras que pronunciar; encarnación, porque va demostrar con acciones, gestos y miradas esas palabras. No es un Dios distante al estilo deísta ni tampoco es un teórico. La encarnación es la mirada directa de Dios a los ojos llenos de lágrimas del ser humano. El encuentro de nuestro yo con el Suyo.
Por tanto, a la pregunta de si hacía falta una revelación y una encarnación divinas debemos contestar con un sí. Pero, a continuación es importante percatarse de que el Nuevo Testamento habla a dos niveles, desde dos perspectivas. En ocasiones lo presenta todo desde una sola de ellas; en otras desde la otra y aún en determinados momentos mezcla ambas. La primera es desde la visión y comprensión humana; la segunda proveniente de un vocabulario religioso, lleno de significado teológico que explica lo anterior y que se centra en Dios. Por ello, el primer lenguaje es descriptivo, narra y presenta lo que sucedió y tiene en el lugar central al ser humano; el segundo es un repensar todo aquello desde parámetros teológicos teniendo de protagonista a Dios. Dicho lo cual, el cristiano del siglo I no diferenciaba entre ambos, para él lo humano y lo divino representaba la única y sola realidad.
Como decía, desde el devenir de los acontecimientos (primera perspectiva) todo lo relacionado con la muerte de Jesús fue entendido de una forma distinta a cómo posteriormente se articularía en las doctrinas propiamente cristianas. Cuando Jesús era insultado y golpeado a nadie se le ocurrió decir, por ejemplo, que Él era el Cordero de Dios y que estaba allí cumpliendo las profecías del Antiguo Testamento. Esto vendría después, y guardar este orden es muy importante (1).
Entremos en detalles. Jesús tuvo una vida marcada por la incomprensión, la oposición, la soledad y la injusticia. En evidente contraste todo ello fue consecuencia de que él era un Hombre que comprendía, que no buscaba la confrontación sin motivo, que le gustaba estar al lado de los suyos, de los desvalidos, de los pobres, de los niños. El Galileo era una persona justa y buena y esto fue lo que desencadenó todo, incluida su muerte.
Él sufrió a manos de los violentos porque era pacífico, recibió insultos y malas miradas porque jamás insultó ni miró con desdén a nadie. Desde la perspectiva de “aquí abajo” esta era la realidad, los hechos que estaban sucediendo. Todos nosotros debemos reconocer que el ser humano, impulsado por sus deseos y prioridades es el responsable del desprecio a otras personas, del engaño, de la calumnia, de la cobardía, de la injusticia… La cuestión que nos plantea los evangelios es en qué lugar nos colocamos a nosotros mismos. ¿Seríamos parte de aquellos fariseos henchidos de su propia bondad? ¿Seríamos del grupo de los discípulos que, llegado el momento, abandonaron al Galileo a su suerte? ¿Tal vez de los pudientes saduceos que vivían a costa del templo? Aún aquellos que aparecen en toda su vulnerabilidad. ¿Acaso no traicionaron jamás a nadie en sus vidas? ¿Siempre hablaron la verdad, hicieron siempre el bien?
Los evangelios nos ofrecen el terrible panorama de un ser humano envuelto en maldad, sin rumbo, roto, enfermo o terriblemente orgulloso y prepotente. Desde el punto de vista moral, una típica sociedad humana. Lo que hace que Jesús muera no es una cuestión abstracta o una doctrina anticuada. Lo que le lleva al madero son los celos, las envidias, las traiciones y las mentiras de los demás… de nosotros.
Jesús era incómodo. Su sola presencia ponía de manifiesto lo más oscuro del corazón humano y, a la par, potenciaba lo mejor del mismo. Jesús es asesinado porque era la encarnación de la bondad de Dios, el Hombre justo, y esto un mundo como el nuestro no podía tolerarlo. A lo largo de la historia otros hombres que intentaron cambiar algo también acabaron pagando con sus vidas. Recuerdo en estos momentos a Martín Luther King, pero Cristo fue único, el mismo King, como por todos es conocido, tuvo algunas debilidades muy serias.
Dawkins y muchos otros como él no han comprendido nada, y este desconocimiento tiene su origen en sí mismos, se creen justos y buenos, y eso les coloca del lado de los fariseos. Los evangelios no dejan huecos, nadie escapa, todo ser humano es interpelado por ellos y exige a la par una respuesta.
Desde la otra perspectiva, la vida de Jesús es presentada con conceptos como pecado, redención o salvación. Especialmente Pablo articulará la realidad humana desde la fe, desde una religiosidad judía moldeada por su experiencia con el Resucitado. Plasmará el caos y la maldad en la que vive la humanidad y dirá que esto es estar perdido, que nadie tiene excusa por sus malos actos y que por tanto es responsable de ellos. Es en esta situación en la que Cristo vino a salvarnos; las personas por sí mismas son incapaces de hacerlo. Nadie puede afirmar que es intachable, que no ha hecho nada que no le hubiera dolido en el corazón al Maestro.
El problema de muchos es pretender que ellos son en el fondo buenos. Incluso, tal vez se imaginan que, en el caso de haber estado al lado de Jesús, habrían tenido la misma vida que él tuvo, ejemplar y limpia a todos los niveles. Pero el evangelio pone a todo ser humano en un lugar muy concreto. Le abre una ventana para que se entienda a sí mismo, qué está haciendo con su vida y qué realizó Jesús para rescatarlo. Y desde aquí, desde este callejón sin salida moral, el Galileo nos pregunta a todos: ¿Acaso no serías tú uno de los que me miraron con indiferencia, me insultó, me menospreció o incluso golpeó mis clavos? De la respuesta a esta cuestión vital depende nuestro encuentro con el Resucitado.
“Porque mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros anunciamos a Cristo crucificado que para los judíos es una piedra en que tropiezan, y para los paganos es cosa de locos”. 1 Corintios 1:22-23.
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(1) Con esto parece que estoy olvidando las palabras que dijo Juan el Bautista y que vendrían a hacerlo el único que tuvo desde el principio una visión clara de la persona de Jesús. Pero en realidad estoy llamando la atención al hecho de que si bien habló del Galileo como del «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» después llegó incluso a dudar de la identidad mesiánica del propio Jesús (Mateo 11:3). Con esto se evidencia que se pueden usar unas mismas palabras y «decir» cosas muy distintas. Para un tratamiento más extenso de la figura del Bautista se puede consultar mi artículo «Jesús frente a Juan el Bautista«.