A propósito de la ofensa a los hermanos Musulmanes
“Las religiones con frecuencia se encuentran en el centro de los conflictos, pero también en los procesos de paz”
J. José Tamayo, Otra teología es posible
Es muy lamentable y digno de rechazo la ofensa que se ha hecho a la religión Musulmana desprestigiando al profeta Mahoma; como inadmisible las acciones de violencia y asesinato por parte de algunos grupos fundamentalistas musulmanes; y ciertas sospechas, de lo que los medios de comunicación nos presentan como realidad única.
Resulta sorprendente que en el mundo de los más grandes avances aun permanezca aquella preocupación de Martyn Luther King, cuando dijo que seres humanos “hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”. Y aunque, como mencionan los sociólogos de la religión estamos ante el retorno humano a todo lo religioso, parecería que ciertas expresiones religiosas en alteridad con lo político se alejan de lo humano. Tal vez es una de las maneras, en cómo explicar hoy, que en nombre de la religión se generen actitudes ofensivas a la sensibilidad religiosa de otros hermanos y se cometan diversos actos de violencia.
La ofensa la genera la película titulada La inocencia de los Musulmanes, donde se “muestra al Profeta Mahoma manteniendo relaciones sexuales y poniendo en duda que fuese portador de la palabra de Alá”[1]. La película fue difundida por el Pastor estadounidense Terry Jones, el mismo que en otra ocasión quemó en público páginas del Corán.
La reacción de algunos grupos musulmanes extremistas, (ya que no representan a todos los musulmanes), se inició en Libia, con la muerte del embajador norteamericano, y una serie de atentados que se extiende a los diversos países, como en Sudán, donde murieron tres personas, y en Túnez, mientras se suman a los reclamos, protestas y manifestaciones de rechazo contra la ofensa a la comunidad musulmana en diversos países. Llama más la atención, que en este contexto una revista francesa Charlie Hebdo publique caricaturas de Mahoma, será una cuestión de ser ¿Valientes o irresponsables?[2], y más leña al fuego con los anuncios de la revista satírica alemana Titanic anuncie la publicación de una caricatura de Mahoma[3].
Ante estos sucesos es oportuno reflexionar, a la luz de los hechos: ¿Qué lleva a una persona, por más fervor religioso que lo posea, a caer en actos de violencia? ¿Qué hace que personas de otra religión, como la cristiana, menosprecie y ofenda a otra religión hermana? ¿Qué hay en algunas religiones que incita a sus fieles a la violencia y tienden a justificarla en nombre de Dios? ¿Qué intereses políticos y económicos juegan con lo religioso? Es probable que esto se deba a posturas fundamentalistas en las que comúnmente caen las religiones, Gobiernos, grupos extremistas y los seres humanos.
Pero ¿Qué es esto de fundamentalismo? El fundamentalismo es una doctrina y actitud que tiende al exclusivismo y, a la universalización. Es decir, tiende a pensar en sí como la verdad única, y pretender imponer esa verdad única, como absoluta para todos[4]. Existen diversas clases de fundamentalismos, yo me referiré al fundamentalismo religioso.
Este se fomenta especialmente en el protestantismo norteamericano, y surgió en los años 1910 como una reacción a la modernización de la que había sido víctima la sociedad norteamericana. Se centra básicamente en afirmar que la Biblia constituye el fundamento básico de la fe cristiana y debe ser tomada al pie de la letra. Es una actitud ciega al literalismo bíblico o de cualquier documento considerado sagrado. Vale señalar que esta actitud fundamentalista, las encontramos mayormente en las religiones monoteístas, es decir, aquellas que creen en un solo Dios, por lo que se vuelven más absolutistas e intolerantes con otras expresiones religiosas.
El fundamentalismo, más que una doctrina, es una forma de interpretar y vivir la doctrina. Es asumir la letra de las doctrinas y las normas sin atender a su espíritu y a su proceso siempre cambiante de la historia, que obliga a efectuar continuas interpretaciones y actualizaciones precisamente para mantener su verdad esencial[5]. El fundamentalismo representa la actitud de quien confiere un carácter absoluto a su personal punto de vista.
Esta actitud la vemos presente en muchos relatos bíblicos, como por ejemplo el caso de Esteban, diacono griego y primer mártir, quien al tener una postura diferente en cuanto a la teología del lugar santo, un pensamiento distinto al de los judíos, deciden asesinarlo (Hch. 7)
Pero el mayor problema del fundamentalismo son sus consecuencias, y en ello las religiones tienen que ser honestas y cuidadosas. El fundamentalismo alimentado por muchas religiones y políticas vuelve a las personas cerradas, las hace dueñas de la verdad; por lo tanto, intolerantes con las diferencias. Toman una postura impositiva sobre sí y los demás, piensan que son los únicos iluminados de la salvación, y se sienten, hasta enviados en nombre de Dios para atentar contra otros. Un buen test o examen para saber si hemos caído en actitudes fundamentalistas es preguntarnos: ¿Cómo vemos a personas de otras religiones? ¿Qué actitud tomamos cuando se escucha a personas que tienen ideas distintas a las nuestras?, ¿Qué sentimos al ser minoría y entablar relación con personas de otras religiones?
Y ¿qué genera esta actitud? Las convierte en personas intolerantes. El fundamentalismo enceguece, como diría Jesús: “mira la paja en el ojo de los demás, pero no es capaz de ver la propia viga en su ojo”; y algo muy penoso, la actitud fundamentalista, siempre se opone o margina la diversidad. Todo lo que es distinto, diferente, lo rechaza, pues lo siente como un atentado, lo que en el fondo es un gran miedo y temor.
Desde mi experiencia pastoral y educativa, debo admitir que el fundamentalismo tiene aún mucha cabida en nuestras comunidades eclesiales evangélicas; por eso muchas veces se cae en el celo religioso obsesivo compulsivo, la apologética radical de la doctrina, la fidelidad teológica, o en el ecleocentrismo, a costa de la vida y los seres humanos. El fundamentalismo des-humaniza. Pone por encima la defensa de la religión o los intereses políticos y sacrifica a las personas. En esto el cristianismo tiene grandes lecciones de su historia: Las Cruzadas (evangelización por la fuerza de la espada), la Inquisición, posturas hacia la ciencia y quema en la hoguera, la Colonización y genocidio de pueblos originarios, y la discriminación de todos aquellos que en su momento se consideró como diferentes: las mujeres, las personas zurdas, los esclavos.
Es verdad que en nuestro país, nadie muere por atentados de religiosos que en su fundamentalismo extremo pongan una bomba, o asesinan a alguien; pero pensemos en cuántas formas de asesinato y muerte existen hoy. Tengo la impresión que nuestras posturas fundamentalistas nos pueden llevar a rechazar a personas por ser diferentes. Asesinar la honra y el desprestigio de alguien por sus posturas teológicas o doctrinales.
Aún en el siglo 21 existen los que se sienten ofendidos si alguien piensa diferente a su grupo o denominación, declarándolo “hereje”. Asistimos a nuevas formas de asesinatos, el asesinando del espíritu de los textos bíblicos con nuestros literalismos y tradiciones, con la frase: “la Biblia dice”, se siguen justificando tantas injusticias. Ni usted ni yo, estamos libres del fundamentalismo, pues tiende a ser natural en todas las religiones institucionalizadas, ciertas doctrinas políticas, y en varios de sus grupos que necesitan legitimar su poder, considerándose únicos y procurando universalizarse (imponerse a los demás).
Pero cómo cuidarnos de la sutileza de los fundamentalismos, ya que mucho fundamentalismo se esconde bajo el ropaje de fe segura, obediencia radical u opción política. He aquí algunas ideas:
Valorar la diversidad. Diversidad es lo distinto a usted y a mí. El mundo es diverso, las personas lo son, la vida lo es. La diversidad no debe ser una amenaza sino una oportunidad para crecer, aprender de los distintos, de los diferentes. No podemos ni imaginar un mundo donde todos los países con sus paisajes sean idénticos, que sabio el Creador, autor de la diversidad.
Apertura y respeto a otras religiones. Por muchos años se nos enseñó como evangélicos, que debíamos apartarnos de personas de otra religión, considerarlas impías y desobedientes a Dios. Sin embargo, Jesús nunca actúo así con personas de otras religiones. En toda religión hay expresión de fe y de temor de Dios (Hch 17, 22). Las religiones están para aportar a un mundo distinto, donde todos podemos ser hermanos y hermanas. La apertura a dialogar, no es negar nuestra fe, sino una actitud de respeto y valoración mutua.
Aprender a dialogar. Uno de los grandes desafíos es entender que el diálogo interreligioso no es un pecado a ninguna religión; sino una oportunidad para conocernos y entendernos. Sin diálogo, nadie se puede conocer. Como decía José Comblin es un diálogo en igualdad de condiciones, donde me acerco al otro no para convencerlo o cambiarlo, sino para escucharlo, para aprender, aunque “todo diálogo es riesgo porque cuestiona, desequilibra todas las partes, y las obliga a reformular su modo de vivir y pensar”.
Celebrar la pluralidad del mundo, la vida y la religión. En el mundo, las sociedades, las personas, son diversas, distintas y diferentes, plurales. Los monopolios y los grandes imperios solo han causado muerte y destrucción. Es momento de aprender a vivir en la pluralidad, como son nuestras culturas, tan diversas, ni una es más ni otra menos, sencillamente son plurales y oportunidades para aprender a vivir comunitariamente como hermanos diversos.
El aprendizaje de Jesús. Si tan solo observáramos al Maestro, quien no pretendió forzar a nadie, respetó las religiones de los demás, pero afirmó su misión y compromiso con el Reino de Dios (Mr. 1, 15, Lc. 11, 2). Y cuando en una ocasión, influenciado por su nacionalismo, cayó en un aparente desprecio por los gentiles, y dijo a una mujer: “no está bien dar el pan de los hijos y darlo a los perros”; se dejó corregir y enseñar por la nobleza y humildad de aquella mujer sirofenicia de otra religión: “Sí Señor, pero aun los perros, debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos” (Mr.7, 27-29).
Que el espíritu de Jesús, su actitud de amor y respeto, sea el mejor antídoto contra todo fundamentalismo que atenta contra la integridad de cualquier ser humano, ya que como dice el teólogo brasileño, Leonardo Boff “Es propio del fundamentalismo responder al terror con el terror, porque trata de conferir la victoria a la verdad única y al bien y de destruir la falsa “verdad” y el mal. Mientras predominen tales fundamentalismo, seguiremos estando condenados a la intolerancia, la violencia y la guerra y, al final, a la amenaza de destrucción de la propia biosfera”[6]