Posted On 05/07/2024 By In portada, Teología With 863 Views

El futuro de la Religión y la Teología en la era de a Ciencia | Alfonso Ropero

 

«La civilización occidental no sería civilización occidental si no fuera por la religión bíblica, que venera y confía en el único Dios, quien ha hecho saber lo que quiere de los seres humanos a través de lo que se llama su revelación, es decir, a través de las Escrituras. La civilización occidental no sería civilización occidental si no fuera también por la ciencia, que ensalza y confía en la razón humana para revelar el funcionamiento de la naturaleza y utilizar el conocimiento adquirido para mejorar la vida humana. Estas fuentes gemelas de la civilización occidental –religión y ciencia (o, antes de la ciencia, filosofía), revelación divina y razón humana– no son, por decir lo menos, fáciles de armonizar. Incluso se podría decir que la civilización occidental no sería civilización occidental sin la continua tensión dialéctica entre las afirmaciones y demandas de la religión bíblica y el cultivo de la razón humana autónoma»[1].

 En plena Segunda Guerra Mundial el inolvidable teólogo anglicano Charles E.  Raven pronunció una serie de ocho conferencias en la Universidad de Cambridge sobre la ciencia, la religión y el futuro. Comenzaba constatando el fracaso estrepitoso de los consejeros políticos e intelectuales que dirigen el pensamiento de la humanidad, incluyendo a los religiosos. El avance científico aplicado a la industria del armamento en manos de megalómanos se había convertido en la peor pesadilla para el mundo. «Tanto la ciencia como la religión —decía— deben asumir parte de la culpa por las espantosas catástrofes que deberían haber podido evitar.  Representan las influencias formativas más importantes en la vida educativa y, de hecho, intelectual del mundo; y el resultado de sus esfuerzos en el pasado reciente ha sido un holocausto sin igual en la historia. La complacencia con la que sus principales representantes culpan al orden social, al nazismo, a los políticos o al diablo, deja claro que no reconocen su responsabilidad o, más bien, puesto que todos estamos implicados, todos todavía estamos involucrados»[2].

Supongo, razonaba, que ha habido una causa más radical de las actuales calamidades que el chovinismo de los vencedores de 1918, o el cesarismo de Mussolini o el genio malvado de Hitler.

«Esta causa me parece que consiste en la incapacidad de la humanidad para encontrar sentido de su mundo, ponerse de acuerdo sobre el significado de la existencia y cooperar para su bienestar; y en la consiguiente aparición de ideologías incompatibles y, de hecho, violentamente contrastadas.  Para esto la culpa debe recaer en aquellos que no lograron ajustar el pensamiento humano y vida a los nuevos conocimientos que el siglo pasado ha desvelado, es decir, sobre los maestros intelectuales, morales y religiosos de la humanidad»[3].

De alguna manera, razonaba Raven, las personas responsables de la educación, de formar y propagar ideas y de desarrollar la civilización han permitido que la ciencia y la religión se vuelvan antagónicas con resultados desastrosos para ambas y devastadores para la vida de los hombres. Fue la época de la confrontación y el conflicto la ciencia y religión, carga de afirmaciones arrogantes contestadas con arrogancia, de santidades profanadas sin motivo y de tímidas y poco honestas propuestas de tregua.

«Todos somos humanos: y como tales, es nuestra tarea y nuestra alegría darle sentido (cualquier sentido que podamos) a nuestra identidad de trabajo y alistar todas nuestras facultades para esa tarea.  Decir: “Soy un científico”, la verdad experimental es mi preocupación; y por lo tanto me niego a admitir la importancia de cualquier cosa que no pueda pesarse ni medirse», es tan necio (sí, necio) como decir: “soy cristiano;  Dios es mi ocupación central;  y por tanto, todo lo que no esté en la Biblia (o en Santo Tomás o Lutero) es irrelevante”.  Sin embargo, ambas cosas siguen siendo repetidas constantemente y casi universalmente insinuadas por personas que, por lo demás, no son deficientes mentales.  El hecho de que nadie actúe nunca de forma coherente basándose en ninguno de estos prejuicios sólo hace que la confusión resultante sea aún más confusa»[4].

Como sabemos, en nuestros días el conflicto religión-ciencia ha sido llevado al extremo por Stephen Hawking y Richard Dawkins, cuestionando que la religión pueda aportar algo de claridad en comparación con el éxito evidente de la ciencia moderna en casi todas las áreas de la vida humana. Pero, al mismo tiempo, tenemos que decir que también se han producido encuentros fructíferos en estos últimos años entre científicos y religiosos entendiendo que la búsqueda de inteligibilidad por parte de la ciencia, tiene mucho de que beneficiarse de la búsqueda de significado por parte de la religión. A pesar de esto, y de lo esperanzador que resulta, es un hecho que, como indican todos los barómetros sociales, en el mundo occidental, antes predominantemente cristiano, la Iglesia cristiana no logra convencer a la mayoría de la gente de la validez de sus creencias tradicionales. Los estudios sociológicos de Gran Bretaña, Alemania, Países Bajos, Suecia, Canadá, Australia, España, registran una disminución constante en asistencia y participación en instituciones religiosas. ¿Estamos asistiendo al funeral de Dios en la cultura occidental? La profunda alienación o alejamiento de las creencias religiosas, especialmente entre los principales protagonistas de nuestra cultura occidental, está resultando letal para el cristianismo, lo cual es desastroso para sociedad en general.

El cristianismo auténtico no puede tolerar que se cree un divorcio entre la ciencia y la creencia. Cada rama de la ciencia se ocupa de investigar el campo propio que ha acotado para su especialidad, sin tiempo a veces para tener una idea del todo. La teología, al igual que la filosofía, al pretender abarcar la totalidad y buscar el significado la vida, tiene que dar por bueno los resultados de la física, la química o la biología en lo que se refiere a sus datos particulares, y a partir de ahí postular su sentido para la vida humana. El análisis de los elementos constitutivos naturales del ser humano, moléculas o neuronas, no puede pretenden cubrir todo lo característicamente humano. Por su parte, la teología no puede negar las revelaciones de la ciencia, ni crear una división entre la naturaleza y la gracia, lo sagrado y lo profano, pues esto significaría volver al mundo de la magia y la fantasía, que es lo que muchos parecen estar haciendo al rechazar a Darwin en nombre de la Biblia.

Entiendo las dificultades pastorales que el evolucionismo representa para la fe, y más cuando para muchos el hecho de proceder de animales en evolución parece eximirles de cualquier reflexión trascendental. Se comprende históricamente que al principio muchos religiosos se enfrentaran a la teoría de la evolución de Charles Darwin —aunque algunos de los más significativos la aceptaron desde el comienzo[5]—, pero hoy día seguir manteniendo el conflicto y la guerra abierta con la teoría de la evolución, que es una realidad incuestionable, es verdaderamente suicida para la de las generaciones futuras, y un grave error teológico, aunque se eche mano del diseño inteligente como solución[6]. Como es de esperar, el concepto «evolución» no se encuentra en la Biblia, simplemente porque la narración de los orígenes del mundo se enmarca en la concepción que los autores sagrados tenían del cielo y de la tierra en el momento en que se compuso el texto.

«Los relatos de la creación responden a motivos esencialmente religiosos. Se interpretan no desde la confrontación con la ciencia, sino con los relatos propuestos por la antigua mitología que podían tener alguna referencia compatible con la fe del pueblo de Israel en un único Dios»[7].

Decir que el relato(s) de la creación no es científico no es lo mismo que decir que carece de valor, que es una simple fábula para gente de tiempos pretéritos. Como bien ha argumentado el profesor de bioquímica Leon R. Kass en su extenso y completo estudio sobre el libro de Génesis, las enseñanzas de Génesis 1 de hecho no se ven afectadas por los hallazgos científicos que supuestamente las hacen «totalmente increíbles».  Y esto por varias razones:Primera, Génesis 1 no es un relato histórico o científico independiente de lo que sucedió y cómo, sino más bien un impresionante preludio a una enseñanza extensa y completa sobre cómo debemos vivir. Segunda, no es un relato que pueda ser corroborado o refutado por estudios científicos o históricos: ni la llamada «ciencia de la creación» ni los argumentos sobre el «diseño inteligente», por un lado, ni la evidencia sobre la edad del universo o los orígenes evolutivos del hombre y el funcionamiento de su cerebro, por otro lado, pueden fortalecer o debilitar decisivamente lo que se supone debemos aprender de la historia de la creación.

Esto se debe en parte a que la Biblia se dirige a sus lectores no como observadores imparciales y racionales movidos principalmente por la curiosidad y el deseo de dominar la naturaleza, sino como seres humanos existencialmente comprometidos que necesitan, ante todo, darle sentido a su mundo y a su tarea dentro de él. Génesis habla inmediata y verdaderamente de las preocupaciones más profundas de los corazones y las mentes humanas en su condición existencial normal y permanente. La primera pregunta humana no es ¿cómo surgió esto?, o ¿cómo funciona? La primera pregunta humana es «¿Qué significa todo esto?», y especialmente: ««¿Qué debo hacer aquí?».

«Sin utilizar argumentos ni lenguaje filosófico—no existe una palabra hebrea bíblica para “naturaleza”—, las historias de los primeros once capítulos ofrecen una antropología coherente que rivaliza con cualquier cosa producida por los grandes filósofos. Para ver esto, debemos aprender a leer el comienzo del Génesis como si ofreciera un sentido de «comienzo» más que histórico […] Las historias genesiacas arrojan una poderosa luz, por ejemplo, sobre el carácter problemático de la razón humana, el habla, la libertad, el deseo sexual, el amor por lo bello, la vergüenza, la culpa, la ira y la respuesta del hombre a la mortalidad. Las historias arrojan una luz igualmente poderosa sobre las relaciones naturalmente conflictivas entre hombre y mujer, hermano y hermano, padre e hijo, vecino y vecino, extraño y extraño, hombre y Dios. Adán y Eva no son sólo el primero, sino también el hombre y la mujer paradigmáticos. Caín y Abel son hermanos paradigmáticos. Babel es la ciudad por excelencia. A través de relatos tan paradigmáticos, el comienzo del Génesis nos muestra no tanto lo que sucedió sino lo que siempre sucede»[8].

Todavía hoy son muchos los que leen la Biblia como un conjunto de oráculos divinos, o como una cantera de textos de los que extraer doctrinas construidas por afinidades gramaticales; son pocos los que se han parado a analizar qué clase de libro es de la Biblia, cuál su propósito. En lugar de atender a su naturaleza literaria y su proceso de redacción y edición, le han impuesto un sentido dictado por sus propios prejuicios sobre lo que es y lo que debe ser un libro sagrado, pasando por alto lo que la Biblia misma dice sobre su carácter y propósito, y luego se escandalizan si alguno llama la atención a lo que la Biblia realmente dice, no a lo que muchos dicen que la Biblia dice, que siempre suele ser lo ellos dicen, o les gusta que diga. Este es un punto muy delicado para el protestantismo en general y el evangelicalismo en especial. La religión protestante, se dijo en sus inicios, es la religión del Libro, la Biblia, el libro de Dios por excelencia, el fundamento único y exclusivo de toda doctrina y práctica. Luego todo estudio crítico o corrección que se haga del concepto tradicional de la misma se toma como una ofensa a Dios y al fundamento mismo de la Religión (protestante). No podemos entrar ahora en el tema, pero es necesario hacer notar que muchos parecen ignorar que el centro, fundamento y sustento de la fe no es un libro, por más sagrado que se considere, sino una Persona, a saber, Jesucristo, del cual ese libro da testimonio y del cual él se convierte en su principal intérprete. A la luz de tanto legionario de Cristo o abogado cristiano sería bueno llamarnos jesucristianos para diferenciarnos de tanto manipulador del mensaje y ética evangélicos.

En teología, tanto en relación a la ciencia como a la propia teología, conviene recordar que la fe que profesamos comenzó por ser un mensaje subversivo, una constante transgresión por parte de Jesucristo que la ley de lo puro e impuro que clasificaba a la gente en distintas categorías y alentaba la discriminación y el menosprecio («lo que Dios ha limpiado, no lo llames impuro», Hch 10:15); un mensaje que derribó muros al toque de trompeta del evangelio en medio de la clasista sociedad greco-romana: «Cristo es nuestra paz. Él hizo de judíos y de no judíos un solo pueblo, destruyó el muro que los separaba y anuló en su propio cuerpo la enemistad que existía» (Ef 2:14, DHH). «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3:28); por si fuera poco, el fundador del cristianismo, oponiéndose a la larga tradición que veía en los ricos los bendecidos y privilegiados de Dios, situó a un rico en el infierno, en medio de tormentos, mientras que a un pobre, Lázaro, lo puso en el gozo del seno de Abraham.

 

Arthur Peacocke

 

La teología generalmente se ha practicado siguiendo líneas denominacionales, es decir, particulares, una eventualidad socio-religiosa comprensible a medida que los nuevos movimientos religiosos se consolidaban como iglesias independientes, pero en el momento actual, frente al reto que supone la presencia universal de la ciencia, es del todo necesario que, sin olvidar los matices confesionales, se haga una teología en diálogo, universal, sin barreras, interconfesional, pendiente solo de la fidelidad al mensaje original de Jesucristo y al significado de su mensaje en el mundo actual.  Es una necesidad que venían urgiendo teólogos-científicos como Arthur Peacocke, desde hace décadas:

«Creo genuinamente que una nueva teología cristiana verdaderamente católica, evangélica y liberal puede estar y está en proceso de forjarse en el calor generado en el horno de la ciencia, que en la cultura de nuestro tiempo es el agente divino de regeneración de la teología. como lo fueron la filosofía griega en los primeros siglos de la Iglesia y el saber aristotélico en los siglos XI y XII»[9].

Solo tal empresa podría devolver al mensaje cristiano su lugar en la sociedad, sin complejos ni petulancia, animado por un espíritu de servicio a favor de una humanidad cada vez más ilustrada, pero al mismo tiempo más asustada ante los imponderables de la existencia histórica del ser humano, que es capaz de llegar a la luna, colonizar marte e ir incluso más allá del sistema solar, al tiempo que en su frágil campo planetario la codicia y la estupidez humana ponen en peligro el medioambiente y la humanidad en su totalidad amenazándose con el uso de armas atómicas simplemente porque el ser humano tiene un punto de idiotez de no retorno, excepto por una intervención de la gracia. El mensaje cristiano es un mensaje de esperanza en un mundo desesperanzado sencillamente porque cree en el poder de aquel que hace nuevas todas las cosas (Ap 21:5). La memoria es floja y los dos milenios de historia cristiana, con su gloria y su miseria, pero también con su sabiduría acumulada, puede ayudar a mantener la cordura e indicar el camino de la reconciliación, que pasa por el camino de la admisión de la propia culpa, que abre los insospechados tesoros de riqueza humana espoleados por la gracia. No siempre los cristianos han estado, ni están, a la altura de su llamamiento, por eso la teología, en cuanto servicio a Dios y al hombre, debe desarrollar su capacidad renovación a la luz de una vida más abundante (Jn 10:10), de un mundo más pleno, donde ciencia y religión, teología y filosofía, arte y espíritu, contribuyan al bien común en medio de las contradicciones de nuestra vida y nuestro tiempo.

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[1] Leon R. Kass, Science, Religion, and the Human Future, Abril 2007, https://www.commentary.org/articles/leon-kass/science-religion-and-the-human-future/

[2] C.E. Raven, Science,  Religion,  and the  Future, Prefacio. The  Macmillan  Company, Nueva York 1943.

[3] Id., p. ix.

[4] Id., p. xi.

[5] Cf. David Livingstone, Darwin’s Forgotten Defenders: The Encounter Between Evangelical Theology and Evolutionary Thought. Regent College Publishing, 1984.

[6] El conocimiento científico siempre está por completarse, y es de esperar que se puedan explicar el origen y el funcionamiento de los cambios evolutivos que aún permanecen en la oscuridad. «Recurrir a factores externos, posiblemente recurrentes en el tiempo, como sostiene la teoría del inteligente design, nos colocaría en una perspectiva no científica para explicar fenómenos de orden empírico». Fiorenzo Facchini, Evolución: Ciencia y fe en diálogo, p. 118. Didaskalos, Madrid 2020.

[7] F. Facchini, Evolución: Ciencia y fe en diálogo, p. 124.

[8] L. R. Kass, The Beginning of Wisdom: Reading Genesis, pp. 2-3. University of Chicago Press, Chicago  2003

[9] Arthur Peacocke, Theology for a Scientific Age: Being and Becoming Natural, Divine, and Human. Fortress Press, 1993.

Alfonso Ropero Berzosa

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