Las imágenes televisivas de personas quemadas, decapitadas y crucificadas, son una clara muestra de cómo la religión puede convertirse, no solo en opio enajenante, sino en instrumento de opresión, desesperanza y muerte. Y las explicaciones que hacen los líderes del Estado Islámico (EI) de esas ejecuciones, lejos de contribuir positivamente a la comprensión adecuada del Islam, presentan un rostro inmisericorde, irracional, agresivo y despiadado de esa religión. Además, el silencio, o en el mejor de los casos, las críticas tímidas de los líderes islámicos en Europa y las Américas, hacen que sea extremadamente difícil creer que el Islam es una religión de paz.
Las tres religiones monoteístas del mundo –a saber, judaísmo, cristianismo e islamismo-, provienen de la misma región, el Oriente Medio, y comparten muchos elementos literarios, culturales e históricos. Tanto la Biblia hebrea, como el Antiguo Testamento cristiano y el Corán, son reconocidos como libros sagrados por millones de creyentes. Y esa importante literatura antigua, es el fundamento de las enseñanzas de rabinos, sacerdotes, ministros e imanes.
Una lectura literal del Corán, revela, por ejemplo, que si una joven llega al matrimonio y se descubre que no es virgen, la pena por ese delito sexual y moral, es lapidación. Por otro lado, si un varón seduce o viola a una joven, lo que legalmente se le requiere, es pagar una multa al padre de la muchacha u ofrecerle matrimonio. Dinámicas similares también se encuentran en las Escrituras hebreas y cristianas.
Esa inconsistencia legal y ética, es producto de una cultura que entiende a la mujer como posesión de algún hombre, ya sea padre, hermano o esposo. Y los documentos religiosos lo que hacen es presentar el prejuicio contra las mujeres que se vive en esos pueblos.
Muchas comunidades cristianas y judías lograron superar estas lecturas literales, injustas e impropias de los documentos sagrados, porque experimentaron en la Europa medieval una serie importantes de cambios filosóficos, teológicos, políticos y sociales. La Reforma Protestante, la Ilustración y la Revolución francesa, dejaron huellas profundas en la cultura occidental, tanto en la política como en la religión. Con la influencia de intelectuales cristianos (p.ej., Lutero, Calvino, Kant y Descartes) y judíos (p.ej., Spinoza y Mendelsohn), las iglesias y las sinagogas comenzaron a leer la Biblia con nuevos ojos, e identificaron las distancias históricas, lingüísticas y culturales, que separaban las generaciones de creyentes europeos de los documentos religiosos que leían. Y ese importante ejercicio intelectual ha permitido que académicos y feligreses puedan identificar el corazón del mensaje de la Biblia, descubrir sus valores éticos, morales, espirituales, literarios, sociales y políticos, y superar las lecturas literales y simplistas, que pueden convertir el mensaje bíblico en fuentes de terror.
El Islam no recibió el impacto de esas experiencias de reflexión teológica y crítica en Europa. Salvo algunas excepciones honorables, no disfrutó del resultado de las transformaciones que sacaron a la mayoría de las iglesias y de las sinagogas del oscurantismo medieval, y las llevaron a tener diálogos importantes y necesarios con la modernidad y la post-modernidad.
La religión islámica, entendida desde una perspectiva inteligente y crítica, debe ser una expresión espiritual de entrega, sumisión, oración, paz… Sin embargo, pienso que ha quedado rezagada de este tipo de análisis intelectual y racional de la fe, y la mayoría de sus adeptos no reciben necesariamente las enseñanzas que valoran el respeto, la tolerancia y el diálogo. Es quizá esa una de las razones que motiva a muchos intelectuales islámicos a guardar silencio, o a ser tímidos en sus críticas, aunque podrían contribuir de forma destacada a la reformulación de la fe.
En efecto, el Islam, que a través de la historia ha contribuido al saber humano, necesita en la actualidad una transformación, una reforma, una iluminación, una revolución, que debe venir como la manifestación racional e inteligente de su sentido interno de preservación y pertinencia histórica…
Y las iglesias deben afirmar la importancia de las lecturas informadas y críticas de los textos bíblicos, para no retroceder en los avances que les ha permitido disfrutar una experiencia religiosa saludable, capaz de formar, informar, transformar, redimir y liberar individuos y comunidades.
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