Hace 11 años murió uno de los intelectuales más controvertidos e importantes de las ciencias sociales europeas, el sociólogo francés Pierre Bourdieu, ferviente activista político que se involucró con movimientos alternativos de izquierda y criticó ácidamente el neoliberalismo.
Tuve la ocasión de conocer parte de su obra cuando hice mis estudios de Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica. De inmediato atrajeron mi interés sus opiniones sobre la sociedad y los medios de comunicación.
Este pensador nació el 1 de agosto de 1930 en el seno de una familia sencilla, cursó sus estudios en la École Normale Supériure de París. Entre otros temas se dedicó al análisis de los mecanismos de dominación social; criticó la ideología neoliberal y lanzó dardos contra sus pares, a quienes acusaba de no bajar del «olimpo» intelectual.
Bourdieu fue profesor en el College de France y director de estudios de la École des Hautes Études en Sciences Sociales. Dirigió la revista «Actes de La Recherche en Sciences Sociales» y fundó la editorial «Liber-Raisons d´ Agir».
Sus últimos años los dedicó al estudio sobre el papel de los medios de comunicación y del campo periodístico en la construcción de la realidad, publicando sus reflexiones en obras como «Sobre la televisión» (1996).
En este libro el sociólogo enunciaba en el prefacio, en forma directa y certera, su lapidaria tesis sobre el peligro que dicho aparato representaba:
«Pone en muy serio peligro las diferentes esferas de la producción cultural: arte, literatura, ciencia, filosofía, derecho; creo incluso, al contrario de lo que piensan y lo que dicen, sin duda con la mayor buena fe, los periodistas más conscientes de su responsabilidades, que pone en un peligro no menor la vida política y la democracia».
Los argumentos que entrega Bourdieu para fundamentar su pensamiento están basados en los mismos mecanismos que constituyen la televisión. El sociólogo analiza la limitación de tiempo que se vive, el escenario, la imposición de temas, la existencia de «agentes» llamados a poner orden, y las variables económicas a las cuales está sujeto el medio.
Este último factor es fundamental para la tesis del sociólogo galo, ya que afirma que lo que más pesa sobre la televisión es la coerción económica. En este sentido cabe mencionar tanto a las empresas que pagan por publicidad, al Estado que otorga subvenciones, como a los grupos económicos que son dueños de canales televisivos.
La variable económica es la que más pesa sobre la transparencia que la televisión debería tener, ya que en muchas ocasiones, a juicio de Bourdieu, no se tratan temas que puedan afectar los intereses de quienes financian los canales, generando una censura provocada por la coerción económica.
Además está el factor de los índices de audiencia, el cual impera en todos los medios de comunicación y opera como sanción del mercado. Como señala Bourdieu «en todas partes se piensa en términos de éxito comercial».
Para el sociólogo, el análisis de los mecanismos de la televisión no puede estar separado de quienes trabajan en el medio, en este caso los periodistas. En este sentido, reflexiona sobre los noticiarios de la televisión, a los que califica como sucesión de hechos en los cuales se explotan «las pasiones más primarias» y que parecieran no tener la menor importancia. Sin embargo, señala que «si se emplean unos minutos tan valiosos para decir una cosas tan fútiles, son en realidad muy importantes, en la medida en que ocultan cosas valiosas».
En este punto, el sociólogo ve un factor de peligro para la democracia, ya que un sector nada despreciable de la población no lee periódicos y sólo tiene como fuente de información la televisión, la que al privilegiar sucesos intrascendentes «deja de lado las noticias pertinentes que debería conocer el ciudadano para ejercer sus derechos democráticos». Se produce así una división entre quienes tienen todo el bagaje político e informativo y quienes no tienen acceso a ello.
Un punto aparte merece el papel de «constructor» de la realidad que tiene la televisión. La crítica de Bourdieu apunta a que en vez de ser un instrumento que refleja la realidad, crea una realidad fragmentada que le otorga tribuna a hechos que no son de real importancia, dejando de lado a un sinnúmero de actores sociales que deberían figurar para beneficio de la democracia. Así, el francés señala que «el hecho de informar de manera periodística implica siempre una elaboración social de la realidad capaz de provocar la movilización (o la desmovilización) social».
Analizando el ejemplo de los debates televisivos, Bourdieu reflexiona sobre otro elemento que plantea un problema de «máxima importancia desde el punto de vista de la democracia», y es que en la televisión no existe igualdad, ya que hay verdaderos profesionales que saben cuáles son los mecanismo que allí se manejan, frente a actores «aficionados» que pueden ser pobladores o huelguistas que no saben manejar los códigos televisivos, produciéndose entre ellos una desnivelación evidente.
A esto se suma la función específica de los periodistas. Para Bourdieu, «los periodistas poseen unos «lentes» particulares con los cuales ven unas cosas y no otras, y ven de una forma determinada lo que ven. Llevan a cabo una selección y luego elaboran lo que han seleccionado».
Esta selección está marcada por la búsqueda de lo sensacional y espectacular, exagerando la importancia de algunas situaciones. Aquí entra en juego otro elemento en contra, que es la «circulación circular de la información», ya que además de compartir características comunes, los periodistas se leen entre ellos. Tal como lo señala Bourdieu, «nadie lee tanto los periódicos como los periodistas», agrega que se ven mutuamente y que se encuentran siempre en las mismas instancias,p rovocando un verdadero círculo vicioso de la información, ya que se informan a través de otros informantes.
Si de algo se quejan los filósofos o sociólogos que van a la televisión es de la urgencia que se vive en ese medio. Es como ver a determinado invitado que en medio de su reflexión es interrumpido porque «el tiempo es oro».
En este caso, Bourdieu plantea que la urgencia de la televisión es provocada por la competencia para tener la primicia de lo que sea, lo que a su juicio atenta directamente contra la expresión del pensamiento. Aquí aparece el paradigma platónico por excelencia: cuando se está oprimido por la urgencia, no se puede pensar. Esto en televisión se traduce en personas que no pueden pensar por la urgencia de medio, y para salir del paso echan mano de ideas preconcebidas o de «tópicos».
Alguien señaló recientemente en un reportaje sobre Bourdieu que este sociólogo francés encontraba todo malo. Sin embargo, cabe señalar también que sus apreciaciones están fundadas en años de estudio y en una posición crítica frente a la complacencia imperante en los medios de comunicación, en el sistema de mercado y de muchos pensadores postmodernos. Lo que aquí señalamos es sólo una pequeña muestra de las reflexiones que ocuparon a Bourdieu, ya que su obra «Sobre la Televisión» tiene hoy más actualidad que nunca.
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