Hace ahora 50 años que 40 obispos católicos de todo el mundo se reunieron en las Catacumbas de Domitila para llevar a cabo un pacto del que la mayoría de la gente nunca ha sabido nada, absolutamente nada. Ni siquiera los especialistas en religión. ¡Qué gran acontecimiento para escribir una novela tipo Dan Brown con tramas, conspiraciones e intereses ocultos!
La pena es que aquí todo es claro y patente, no hay nada que ocultar, sino proclamar a los cuatro vientos. Nada que beneficie a un grupo de presión, sino todo lo contrario. Aquellos cuarenta obispos, entre ellos varios latinoamericanos, uno español y ninguno estadounidense, que en realidad representaban a otros muchos obispos del Concilio, que eran en conjunto unos 700, se comprometieron a caminar con los pobres y a ser una Iglesia pobre al servicio de los pobres, con ellos y entre ellos. Para lograr eso, se comprometieron a llevar un estilo de vida simple, renunciando no sólo a los símbolos de poder, sino al mismo poder externo, volviendo de esa forma a la raíz del evangelio. Dicho esto se desinfla el interés que pueda despertar el “Pacto de las catacumbas” para los amantes de conspiraciones vaticanas, del opus dei o de los illuminati. Algo tan prosaico y desagradable como dar limosna a un mendigo sin antes ponerse guantes.
Xabier Pikaza, uno de los teólogos mas atentos y despiertos de la España moderna a la realidad eclesial y social que nos rodea, junto a José Antunes da Silva, acaba de sacar a la luz un libro sobre este tema, a saber, El pacto de las catacumbas. La misión de los pobres en la Iglesia. Editorial Verbo Divino, Estella 2015, en el que se recoge el trabajo de un equipo de teólogos y teólogas como José Arregui, Mercedes Navarro, José Antonio Pagola, Virginia Saldanha, José Ignacio González Faux, Jon Sobrino…, cuyas contribuciones completan más de 500 páginas de las reflexiones y desafíos que se desprenden del Pacto de las catacumbas.
El espíritu de este Pacto ha guiado desde su comienzo algunas de las mejores iniciativas de la Iglesia, el Oriente y Occidente, de manera que su texto ha venido a convertirse en una de las páginas mas influyentes y significativas de la historia cristiana de la actualidad, aunque aún no se hayan cumplido todos sus objetivos.
El tema de los pobres no es sólo una tema de administración social, hoy por hoy se ha convertido en un loci theologici o lugar teológico de primera importancia, donde se han dado cita las plumas más competentes de la teología actual. Tampoco es un tema caduco al que “el final de la historia” haya dejado arrinconado en manos de los estrategas políticos y económicos. Ni es tema de preocupación en exclusiva de una determinada teología o Iglesia; es una cuestión cristiana, bíblica, siempre candente, como hace ver Pikaza en el estudio incluido en el libro mencionado, El pacto de las catacumbas, que ha titulado “La Iglesia de los pobres en el Nuevo Testamento” (pp. 51-80).
El desafío del pacto de las catacumbas es todavía más urgente para las iglesias evangélicas, infectadas como están por la mal llamada “teología de la prosperidad”, confusas hasta la grima sobre lo que representan “los pobres en el corazón de Dios y del Pueblo de Dios”, por citar el trabajo también incluido de Carlos María Galli (pp. 276-312). Mercedes Navarro nos recuerda que hay que ampliar el pacto y avanzar hacia el igualitarismo del mensaje de Cristo (pp. 419-438).
Este es uno de los grandes retos de la misión cristiana en un mundo globalizado, cuyo desarrollo, que no progreso, es el de una progresiva dictadura economicista que atenta contra la visión cristiana del hombre, y su dignidad y su propósito en la vida, que va más allá de la producción material, de la competencia financiera y los beneficios cada vez peor repartidos, hasta el punto que, pese al avance tecnológico, la sima que separa a los ricos de los pobres, en lugar de disminuir aumenta, como denuncian algunos economistas preclaros[1]. Desigualdades ha habido siempre, y me temo que no están por desaparecer, sino todo lo contrario, pero una sociedad que ha cifrado sus valores en la democracia, no puede subsistir sin que esa democracia vigile su crecimiento en aquellas áreas que afectan a los ciudadanos más desfavorecidos. La desigualdad socioeconómica, agravada con la crisis económica y las políticas de austeridad dominantes, se ha ampliado en el conjunto de las sociedades desarrolladas y, particularmente, en los países europeos periféricos, como España. Aumentan la pobreza y la exclusión social, así como las distancias entre individuos ricos y pobres. En el ámbito mundial la polarización de la riqueza es cada vez mayor. Esta dinámica está destruyendo la cohesión social. Los sistemas políticos europeos pierden calidad democrática y disminuye la legitimidad de las élites gobernantes.
El cristiano sabe, reconoce que hay valores en la pobreza, pero sin confundir la pobreza con la miseria, que envilece a la persona y niega su dignidad. La miseria, como ya se dijo en Medellín, es una injusticia que clama al cielo. Es una injusticia porque roba al pobre su capacidad de desarrollarse como persona, reducido al papel de productor, y esto, a veces, y cada vez mucho más común, ni eso. Se le priva de sus medios de subsistencia y, aparejado a ello, de su vida espiritual. Por eso, ya en los tiempos de Jesús, los pobres pertenecían a una categoría religiosa inferior, en cuanto no conocían la ley ni cumplían sus múltiples prescripciones. Como dice el personaje de un novelista español de principios del siglo XX, los pobres no podemos darnos el lujo de tener ética. Clama al cielo porque todo lo que atenta contra el hombre, atenta en última instancia contra Dios, su valedor, “el guardián del hermano”.
Son todos estos, temas a los que tenemos que volver una y otra vez desde la reflexión y el estudio de modo que nuestra praxis cristiana no se aparte del mensaje de Jesús.
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[1] Abhijit V. Banerje, Repensar la pobreza: Un giro radical en la lucha contra la desigualdad global (Taurus, Madrid 2012); Giraud Pierre-Noël, La desigualdad del mundo. Economía del mundo contemporáneo (FCE, México 1993); Harry G. Frankfurt, On Inequality (Princeton University Press, Princeton 2015); Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI (FCE, Madrid 2014); Joseph Stiglitz, El precio de la desigualdad (Taurus, Madrid 2012); Id., La gran brecha. Qué hacer con las sociedades desiguales (Taurus, Madrid 2015); Richard Wilkinson y Kate Pickett, Desigualdad. Un análisis de la (in)felicidad colectiva (Turner, Madrid 2009).