Posted On 02/06/2023 By In Opinión, portada With 663 Views

El lenguaje es una piel | Isabel Pavón

No sé si a usted le pasa lo mismo, pero yo, cada vez que me reúno para charlar en torno a una mesa, a menudo tropiezo con los pies de mis contertulios. Y la cosa es que arriba, sobre el tapete, las palabras fluyen elocuentes, nuestros miembros superiores, o sea, las manos, gesticulan armoniosas, y las sonrisas se reparten. Sin embargo, eso de chocar al menor movimiento con los pies del otro me trae de cabeza.

En un intento de buena voluntad y para hacer extensible la armonía que se celebra en la parte superior, en ocasiones he decidido estacionarlos un rato debajo mi asiento. Pero a la menor discrepancia se escapan de nuevo tras una palabra que considero entrometida, o alguna frase que sopeso doble intencionada, para volver a tropezar con algún pie suelto que se adelanta a su vez con el mismo afán de provocar a los míos.

Los pies son maleantes que planean sus propias guerras. Usan el lenguaje común del conflicto y andan siempre provocando peleas. Tengo la impresión de que van a su aire y cuando menos lo esperas ¡zas! patada o pisotón al canto, como advirtiendo, antes de llegar a las manos, que no intente usted pasarse con chulerías.

Aunque entre ellos comparten la filosofía de no hablar a las claras, normalmente intuyo de quienes son los pies con los que choco. Por mi parte, considero una grosería levantar el mantel para poner orden en  ese mundo suburbano del hampa, así que cuando la cosa se pone insoportable, me levanto y me despido hasta la próxima tertulia. Aquí paz y después gloria.

He llegado a la conclusión de que aunque sobre el tablero todo parezca normal, por los bajos fondos, esos miembros inferiores, traman temas belicosos, o sea que de cintura para arriba, podemos estar de acuerdo en todo, pero de cintura para abajo…, de cintura para abajo es otro cantar amigos míos.

Los pies. Los pies tratan temas en los que no están dispuestos a llegar a un acuerdo. Son miembros agresivos, eso no podrán negármelo. Es como si tuvieran su propia interpretación de la vida, como si sufriésemos dos cerebros que viven en constante pugna dentro de nosotros, como si estuviésemos convencidos de algo con el cerebro de arriba, y los pies, con el suyo, quisieran demostrarnos lo contrario.

Me da miedo pensar en todo esto ¿Será que hablamos lo inverso de lo que pensamos y los pies se nos rebelan? ¿Y si resulta que la conciencia está en los pies? A veces  noto patadas en la cabeza mientras hablo, y lo peor no es eso, lo peor es que últimamente empiezo a sentirlas en el estómago mientras escucho. ¿Me estaré volviendo loca?

La cabeza y los pies son antagónicos. Hablan lenguajes diferentes y sufren sentimientos variados. Ojalá algún día decidieran llegar a un buen consenso (milagros mayores he visto),  entonces se harían realidad las siguientes palabras:

El lenguaje es una piel; yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi lenguaje tiembla de deseo. La emoción proviene de un doble contacto: por una parte, toda una actividad discursiva viene a realzar discretamente, indirectamente un significado único, que es “yo te deseo”, y lo libera, lo alimenta, lo ramifica, lo hace estallar (el lenguaje goza tocándose a sí mismo); por otra parte, envuelvo al otro en mis palabras, lo acaricio, lo mimo, converso acerca de estos mimos, me desvivo por hacer durar el comentario al que someto la relación. Lingüista francés Roland Barthes (Del libro Corazones Inteligentes)

¡Cuánto daría yo por esto último! ¿Y usted?

 

Publicado en Protestante Digital 11/7/2006

Isabel Pavón
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