“…porque es de infancia, hijo mío, que el mundo necesita”. (Thiago de Mello)
Existe un mesianismo especial en los textos de la escuela de Isaías[1]. Las imágenes mesiánicas son múltiples y plurales: senos secos, regazo, siervo sufriente, un niño, las espadas transformadas en arados; imágenes de lo que aún no existe pero que ayuda a realizar lo que podría ser.
Son utopías que en cualquier momento pueden concretizarse porque son imágenes gestadas en el día a día de las comunidades proféticas.
Sería mucha pretensión tratar de una sola vez de todas estas imágenes. En esta reflexión quiero dedicarme al mesianismo del niño de Isaías, en especial del Primer Isaías (1-39).
Aquel niño… cualquier niño… todos los niños
Isaías 7,14 – “La jovencita concebirá”.
La investigación se orienta para la posibilidad de que “la mujer en embarazo sea reina madre y el hijo anunciado el futuro rey Ezequías”
Si así fuera, la profecía no tendría nada de mesiánica, y sólo estaría reflejando la coyuntura política nacional inmediatacon la intención de hacer la crítica al reinado de Acaz, determinado por la guerra siro-efraimita (733-732).
La estrategia de Acaz fue la de aceptar la dominación política de Asiria como forma de resistencia en el conflicto presente en la región. Las consecuencias de tal estrategia fueron varias a nivel económico y religioso, especialmente, un fuerte militarismo y la negación de las condiciones de vida de los sectores más frágiles de la sociedad judaíta (huérfanos, viudas, pobres…).
El cap. 7 de Isaías se sitúa en este clima de guerra y sometimiento a los intereses asirios. Acaz será rechazado por la profecía de Isaías que, hecha la denuncia, apuntará para un tiempo de renovación que estaría vinculado aquí al futuro rey, Ezequías. Hablar de la jovencita que concebirá tenía una crítica directa al reinado de Acaz y la propuesta de una posibilidad de renovación a partir de lo nuevo que está representado en el niño-rey.
La evaluación que 2 R 18,5 hace del reinado de Ezequías es positiva afirmando que “Yavé estaba con él” (v.7) reafirmando el nombre que el niño recibe en la profecía de Isaías: “Y le pondrá por nombre de Emanuel” que quiere decir “Dios con nosotros” (Isaías 7,14b).
En este sentido, la referencia al niño que nacerá tendría una doble función en este texto: al mismo tiempo se refiere a un hecho político inmediato y lanza utópicamente la historia y la esperanza para el futuro, para lo que está por venir. La palabra niño/infancia es sumamente significativa en este sentido porque permite al mensaje profético concreciones y provisionalidad, expectativa y realización.
Un niño y otros niños
En el cap. 9 el niño nace. Nace en una situación de promesa de paz (v.4) y superación de la opresión (v.3). Probablemente también acá la profecía estaría vinculada al reinado de Ezequías. El texto retoma el anuncio del Emanuel y apuesta por un período que estará definido por el derecho y la justicia (v.6).
Como señala Croatto la evaluación o expectativa de la profecía en relación a Ezequías es diferente de la realizada por el deutoronomista (2 R 18,34) que resaltará el carácter religioso y cultual de la reforma de Ezequías. La insistencia de la profecía de Isaías tomando al niño como categoría y paradigma, desplaza el eje de evaluación.
No se refiere al Ezequías adulto sino que se refiere a él en cuanto niño, como “todavía no”. Esta insistencia mantiene la potencialidad del discurso profético como referente a las cuestiones inmediatas y de apertura utópica. Así, la profecía está relacionada con el desarrollo de la política davídica sin agotar su potencial de crítica, condicionando el apoyo a partir de la evaluación de las condiciones de vida de un segmento social específico: los/as niños/as.
No sería el caso, entonces, de considerar la profecía de Isaías como prisionera del davidismo y sus intereses. Al contrario, el compromiso con los niños – contenido y forma – es la dinámica programática, criterio de evaluación y de apoyo político (Isaías 12,1-2).
Un niño nos guiará (cap. 11)
Schwantes y Croatto concuerdan en que el cap. 11 es posterior al bloque de los caps. 6-9. Se mantiene la fidelidad al léxico-isaiánico: “La diferencia con 9,1-6 consiste en que ahora se trata de una promesa que se dirige al futuro y no un acontecimiento presente (‘Nos ha nacido un niño…’). Otra diferencia está en relación a 7,14 (el anuncio del Emanuel) en el enfoque dado a la dinastía davídica: allí se hablaba de una continuidad a corto plazo, aquí de un corte (imagen del tronco) y, por tanto, de un reinicio.”
Aquí, dos posiciones son presentadas: 1) no importa mucho si el niño está o no vinculado al davidismo, pues se trata de un símbolo que apunta para el frente, para el futuro (Schwantes); 2) en 7 y 9 la imagen del niño está vinculada al davidismo pero, en el cap. 11, no; el niño deja de referirse a un acontecimiento inmediato y pasa a tener una dimensión de futuro (Croatto).
Las dos posiciones no consideran el niño como mediación, de forma programática. La primera alternativa desvincula la categoría con la realidad, haciendo del niño un símbolo, una forma de hablar que podría ser sustituido por otro (semilla, por ejemplo). Siendo así, la profecía no habla de ningún niño concreto, no se refiere a algún segmento social en particular; es sólo un recurso literario. La segunda no percibe que el uso de la categoría tiene una ambigüedad propia de la realidad a que se refiere: ¡al escoger la categoría niño la profecía opta por un modelo interpretativo que ya está y que aún viene!
Niño es esto: ya está/será. En esta ambigüedad de presente y futuro es que nos podemos aproximar al niño como categoría profética.
Niño es coyuntura, expectativa, encarnación y, en palabras de Hanna Arendt:
“El milagro que salva el mundo del espacio de los negocios humanos, de su ruina normal y ‘natural’ es, en último análisis, el hecho del nacimiento, en el cual la facultad de actuar se radicaliza ontológicamente. En otras palabras, es el nacimiento de nuevos seres humanos y el nuevo comienzo, los hechos que son capaces de realizar el milagro en virtud de haber nacido. Sólo el pleno ejercicio de esta capacidad puede ofrecer a los asuntos humanos fe y esperanza, las dos características esenciales de la existencia humana que la antigüedad ignoró por completo, desconociendo la fe como virtud común e importante y, considerando la esperanza como uno de los males de la ilusión contenidos en la caja de Pandora, esta fe y esta esperanza en el mundo, tal vez, nunca hayan sido expresadas de modo tan sucinto y glorioso como en las breves palabras con las cuales los evangelios anunciaron la buena – nueva: ‘Nos ha nacido un niño’.”
Entonces, el cap. 11 de Isaías contiene un juicio posterior del reinado del Ezequías-adulto que abandonó su confianza en Yavé (2 Rs 18,5-9) en busca del apoyo egipcio.El Ezequías-niño era señal de esperanza, no porque era Ezequías davidita, sino porque era niño.
Al presentar el niño como guía de un nuevo proyecto político la profecía se desdobla para afirmar una sociedad donde los niños – contenido y forma – están seguros y con su integridad garantizada.
“En este sentido no es por acaso que, en el escenario paradisíaco del lobo que pasta con el cordero (11,6-9), los ‘pequeñitos’, los ‘niños de pecho’ y los ‘recién destetados’ sean mediadores y primeros beneficiados con la restauración de la justicia y la paz. Los menores son agentes proféticos.”
Las mujeres y la metáfora ausente
Tanto en el texto de 7,14 como en 8,3 las mujeres participan del proceso como parte activa de la novedad de salvación. Los tiempos verbales en el cap. 9 tienen como horizonte la participación de mujeres: “Nos ha nacido”, “nos fue dado”. Del mismo modo, en el cap. 11, la referencia al Mesías niño se concreta en relación con la figura materna: en el v.7 los cachorros de los animales; en el v.8 los niños son los pequeños de pecho, destetados. El cuerpo de la mujer da el contorno para la existencia del niño en una bella relación de alteridad e identidad.
De modo evidente, el mesianismo del niño en Isaías calla sobre la participación masculina. La gestación, la espera, las mediaciones están siempre relacionadas con el cuerpo de la mujer o con la autonomía de la afirmación del niño como protagonista. La omisión también parece ser intencional una vez que el Mesías niño no puede estar sujeto en los límites de la familia patriarcal. El niño que trae lo nuevo no puede ser propiedad del padre. En este sentido los textos de Isaías profundizan una matriz que atraviesa todo el Antiguo Testamento, presentando niños que nacen de la novedad de Dios en la vida de las mujeres y estas son portadoras de lo nuevo: Hagar/Ismael, Sara/Isaac, Raquel/José, Ana/Samuel.
El problema no está en la ausencia de los hombres, sino en la incapacidad de la figura masculina/paterna en participar de la dinámica del Mesías-niño. Sería una contradicción interminis, que tienen su explicitación en la metáfora de la concepción y el nacimiento de Jesús.
Esta expectativa mesiánica que nace de mujeres embarazadas de lo sagrado, que engendran niños redentores, también es una crítica a las estructuras patriarcales y sus mediaciones mesiánicas fundadas en la figura de un rey, un maestro o profeta, todas estas imágenes, extensión del lugar de poder de los hombres en la sociedad.
Nos ha nacido un niño en la ciudad de Belén
Aquí, la propuesta es que el Mesías siempre debe ser niño. Es claro que aquel niño que genera la expectativa mesiánica crecerá… Será necesario rehacer el ejercicio y afirmar nuevamente la salvación a partir de otros niños nacidos en medio de nosotros. El Mesías niño no crece. Cada generación está invitada a dejarse iluminar por la nueva generación que llega, siempre llega. El mesianismo infantil no puede ser entendido como un estadio preparativo para algo que se mostrará cuando aquel esté grande. ¡No! La novedad está, justamente, en la necesidad de hacerse siempre como niños y colocarlos en medio nuestro, contenido y forma del ejercicio siempre necesario de conversión de cada generación. A partir de la infancia, planear, proponer, revisar, priorizar, asumiendo la provisionalidad de toda, así como de cualquier, mediación de salvación. Ninguna utopía salvadora puede ser absolutizada: es necesario mantener siempre la dinámica de embarazar, de dolores de parto, de nacimiento, de ver el mundo por primera vez.
Es evidente el uso de los textos de Isaías en la construcción de las memorias en torno de Jesús, de modo especial de la infancia de Jesús (Mt 1-2; Lc 1-2).
Más que una historiografía con interés cronológico, los textos de Mateo y Lucas realizan el ejercicio hermenéutico de comprender la presencia salvadora de Dios a partir del niño. Una lectura cuidadosa de los textos de la infancia indica la posibilidad de una comprensión mesiánica que se expresaría en la centralidad de la infancia en el proyecto del reino de Dios.
Dasafortunadamente, en la organización final de los evangelios, estas memorias del mesianismo infantil están dispersas dentro de un proyecto global que centraliza la acción salvadora en los acontecimientos de cuño sacrificial del final de la vida de Jesús. Como introducción a las narrativas evangélicas, la infancia funcionaría solamente como preparación para el Mesías adulto. Llama la atención la casi total indiferencia con que las cristologías posteriores tratan los materiales narrativos de la infancia. Ciertamente, estos materiales narrativos no combinan con el eje sacrificial cristológico que rápidamente se impone en el Nuevo Testamento.
En los evangelios de la infancia el Mesías es niño y pobre, nacido de mujer en situación de marginalidad. La escena del nacimiento puede ser entendida como parte del carácter trágico de la existencia humana por sus situaciones de precariedad e improvisación, pero nunca de modo sacrificial. Toda la escena esta motivada por gratuidad. La presencia de ángeles, pastores y magos que identifican en el niñito la salvación apuntan para la suficiencia del acontecimiento en sí mismo. Del mismo modo los textos relacionados con Simeón y Ana (Lc 2), que esperan por la salvación y, efectivamente, la descubren en su encuentro con el niño.
En esta perspectiva no es necesario que el Mesías crezca y camine inevitablemente para la cruz. En los relatos de la infancia tenemos la formulación de una cristología que no requiere del modelo expiatorio-sacrificial. El niño en su fragilidad, gratuidad y provisoriedad exige cuidado – abrazo, pecho, brazo, exige análisis de coyuntura (Herodes y su persecución Mt 2,16) y planificación a partir de una motivación básica: garantizar la vida. Esta motivación organiza las relaciones y establece prioridades, no de modo ideal, sino por dentro del mundo trágico de los niños pobres, la revelación plena de la presencia salvadora de Dios.
Algunas narrativas evangélicas (Mt 18,1; Lc 9,46) resaltan la fidelidad de Jesús para con los niños como mediación y criterio para la participación en el reino de Dios. Sería posible, entonces, indicar la posibilidad de que Jesús no era mesías de sí mismo. Por lo menos, algunas comunidades lo entendieron así, cuando afirmaron programáticamente: “quien no se hace como niño…porque de ellos es el reino”.
También Jesús y su comunidad rehacen el ejercicio hermenéutico propuesto por la comunidad de Isaías: tener los niños como lugar privilegiado para evaluar la vida, hablar de Dios. En ese ejercicio la comunidad de hombres y mujeres está invitada a experimentar lo sagrado siempre presente entre nosotros en la provisionalidad y precariedad de nuestras más lindas mediaciones de salvación y utopía: los niños. Hombres y mujeres en relación. Uno dentro del otro. Deseo. Amor. Embarazo de la vida en ella misma. Cuerpo preñado de lo que ya es y de lo que vendrá. Traer a la vida. Dar a luz. Dolores de parto. Nacer junto y ver la vida, las personas, la creación siempre como si fuese la primera e irremplazable vez por los lindos y pequeños ojos insustituibles de esos niños que nos han nacido.
No se trata, con esta propuesta, de desconocer las cristologías que se articulan alrededor de la cruz y de la muerte de Jesús. Lo que se resalta es la posibilidad de alternativas mesiánicas, una pluralidad de alternativas mesiánicas, una pluralidad de mediaciones salvadoras que habrían hecho parte de la vida de muchas comunidades organizadas por el movimiento de Jesús. Algunas de estas comunidades valoraron y expresaron su comprensión de la salvación a partir del Jesús-niño y continuaron resaltando en la vida de Jesús el ejercicio hermenéutico exigido a cada generación: hacerse como niños. Jesús, para algunas comunidades, no se entendía como mesías, sino que señalaba la fidelidad programática con la vida de los niños como la instancia salvadora capaz de construir comunidades anunciantes del reino de Dios. En este sentido, se abre la posibilidad de una comprensión de la salvación que no se agota ni se absolutiza en un acto único, irreductible e irrepetible como el presentado por las cristologías sacrificiales.
Afirmar la pluralidad de mesianismos en el Antiguo Testamento, así como en el Nuevo Testamento, abre la posibilidad de un cristianismo en diálogo con otras mediaciones mesiánicas, otras utopías, de modo especial, para quien vive en el continente latinoamericano, con sus millones de niños y niñas por las calles de las ciudades, trabajando en situación de esclavitud, lejos de cualquier servicio digno de salud, educación y alimentación… Rescatar el mesianismo es mucho más que una alternativa: es una necesidad y una exigencia.
Con mi hija, Clarissa, de 3 años, aprendí a hacer siempre nuevo este ejercicio de re-dimensionar la esperanza y las utopías. Le cuento historias bíblicas. Después, ella me las cuenta. Una de nuestras preferidas es la de Zaqueo. Cada vez que ella me la cuenta cambia el final y me sorprende con tantas alternativas posibles de salvación:
Había una vez un lindo Zaqueo que subió en un árbol para ver a Jesús. Él encontró una linda Zaquea y se quedaron a vivir en el árbol.
Yo le pregunto: Hija, ¿y Jesús?
¡Ah! Mamá, ¡en esa historia Jesús no es necesario!
Y otra:
Y Jesús le dijo a Zaqueo que bajara del árbol y fue a comer en su casa. Después que comieron Jesús le dijo: Zaqueo, ¿vamos a subir nuevamente a aquel árbol?
Si Jesús puede bajar de todos los dogmas cristológicos y subir en los árboles que nosotros inventamos todos los días de nuestra vida, conversar sobre mesianismo, utopía y salvación es mucho más fácil y bonito…porque es de la infancia, de Clarissa, que el mundo tanto necesita.
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Croatto, José Severino, Isaías, v.1 [O profeta da justiça e da fidelidade]. Editora Vozes, Petrópolis, 1989, p.7.
Croatto, José Severino, Textos misionales o sociopolíticos en el deutero-isaías, Buenos Aires, s.d.
Schwantes, Milton, O messias criança – observações sobre Isaías 6-9 11, Belo Horizonte, CEBI, 1987, (A Palavra na Vida, 43).
Arendt, Hanna. A condição humana. Forense Universitária, 1983, p.259.