En los últimos tiempos se ha dado un debate respecto a la existencia del controvertido ministerio apostólico y sobre el orden jerárquico que ostentan quienes pretenden utilizar este título dentro del liderazgo. Incluso, he escuchado que, al parecer, ahora nos encontramos con una nueva figura ministerial llamada: “Padre Espiritual”. Estos creen que pueden estar por encima de los apóstoles. En otras palabras, brindan cobertura y son los “apóstoles de apóstoles”. Sin embargo, no es mi intención unirme a ese debate (aunque ganas me sobran), sino animar a la reflexión basada en lo que encontramos en Dios y en su Palabra.
Normalmente cuando se analizan estos temas, nos dirigimos a los pasajes de Efesios 4 ó 1 Corintios 12, que nos muestran una lista de dones y ministerios. Podemos afirmar que estos ministerios existen desde la perspectiva divina, pero me parece que estamos olvidando el propósito por el cuál fueron dados y nos hemos apropiado de éstos como si fueran de nuestra posesión.
Pero si somos buenos estudiantes de la Palabra, nos daremos cuenta de que estos pasajes fueron escritos en un contexto de unidad. Tanto en el caso de 1 Corintios, como en el de Efesios, se hace una referencia directa a la unidad, la fuente de esos dones es una, y la intención también es única: “perfeccionar a los santos para la obra del ministerio.
Mi propuesta es que hagamos una aproximación al texto. En primer lugar, en 1 Corintios 12,1, la Reina Valera dice: No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales. Esta traducción, en mi opinión, está mal planteada, porque en este texto en su versión griega, no aparece la palabra “dones”, sino pneumatikon, cuya traducción más correcta debería ser: “No quiero, hermanos que ignoréis acerca de los asuntos espirituales”.
Debemos recordar que uno de los motivos por los cuales Pablo escribió a los corintios fue ayudarles a enfrentar sus problemas de divisiones y confusión existentes en la comunidad. Él desea tratar asuntos espirituales, y no es hasta el verso 4 que hace referencia a los dones, cuando dice: Ahora bien, hay diversidad de dones. En este pasaje sí que se hace dicha referencia cuando se utiliza la palabra: chárismaton, y se habla tanto de la diversidad de ellos como de su fuente.
Deseo detenerme en este asunto de los charismas de Dios reflejados en este pasaje. Si hacemos un análisis de esta palabra, descubrimos que los dones y los vocablos afines, vienen cualificados en primer lugar por el motivo por el que se dan o por el propósito con el que se dan. Lo característico no es aquí el acto de dar, que es siempre el mismo (dídomai), sino la intención del donante.[1]
También debemos tener claro que, en el contexto bíblico nos encontramos con varias palabras que se traducen como “don”; una de ellas es döron, que también se traduce como regalo y otra es carisma, también traducida como “don”.
La palabra que aparece en 1 Corintios no es döron, sino chárismaton (que se traduce como dones de gracia) y que se deriva de chárisma. Cuando hablamos de chárisma, estamos pensando en una palabra que en su etimología surge de charis (gracia), que se refiere a la gracia divina. Esto nos indica que es algo que proviene directamente de Dios hacia el ser humano y pertenece exclusivamente a la Deidad. Esa charis es de Dios y no le pertenece a ninguna persona. Para Pablo esta gracia tiene que ver, particularmente, con la acción salvadora de Dios en Jesucristo, y ese chárisma, capacidad gratuita personal, tiene como reflejo el servicio espiritual hacia la comunidad, sin olvidar que “don” involucra la gracia (charis) de parte de Dios como el que realmente la da, tal como afirma el Diccionario Vine del Nuevo Testamento.[2]
Ciertamente, Pablo afirma que hay diferentes tipos de dones (chárismas), y también indica que la fuente es la misma, a saber, la trinidad divina e incluso podemos observar algunas pequeñas diferencias a este respecto. Revisando 1 Cor. 12.1-4, vemos que los dones tienen que ver con el Espíritu, los ministerios (diakonion, algo que abordaré más adelante), tienen que ver con el Señor y diferentes actividades que vienen de Dios. Al repetir tres veces el concepto de unidad reflejada en las palabras “es el mismo” se nos indica que no podemos pasar por alto que el autor sigue haciendo énfasis en la fuente y que ésta, per se, también está unida. El mismo Espíritu, el mismo Señor, el mismo Dios, una hermosa imagen de la trinidad otorgando esos dones a las personas.
Por lo tanto, esto nos indica en primer lugar, que la fuente y el dueño legítimo es Dios, no nosotros como individuos. En segundo lugar, que la intención del autor es que nosotros podamos conocer que, así como la fuente es única, los dones también son para uso del cuerpo de Cristo, es decir su iglesia y para que ese cuerpo, como un todo, pueda crecer a través de su aplicación.
Estoy seguro de que todos conocemos esto, lo cual me lleva a una pregunta: ¿Por qué la iglesia, como cuerpo de Cristo, pierde su tiempo en discusiones con respecto a quién tiene o no tal don, privilegiando alguno de ellos como si eso implicara tener una mejor posición espiritual? Al parecer, nos estamos olvidando de a quién pertenecen esos dones y para qué sirven, algo que, afortunadamente, nos aclara el autor en el versículo 7: “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para el bien de todos”.
Este es el objetivo de los dones o carismas de Dios, el bien de todos y no expresar lo especial que puede ser una persona o escuchar frases tales como: “como Dios usa a tal persona” o “que especial es esa persona, ¡cómo la usa Dios!”. Lo cual se traduce en pura adulación hacia quien posee el don en cuestión y olvida a su verdadero propietario.
Es muy probable que estemos haciendo un daño irreparable a ese hermano o hermana que es usado o usada por Dios, y le estemos dando la posibilidad de que el enemigo llene su corazón de orgullo. Debemos recordar que la palabra “dones”, en este contexto, no se refiere a un regalo u obsequio de parte de nadie. ¡No! Esta palabra habla de la gracia de Dios que capacita a las personas para el cumplimiento de una labor específica.
Ahora, revisemos brevemente el pasaje de Efesios 4, en el cual Pablo afirma: “les ruego que vivan de una manera digna del llamamiento que han recibido” (NVI). En otras palabras, debemos vivir según la dignidad del llamamiento recibido. Aún más, creo que podría decirse que la intención del autor apunta a la necesidad de caminar en rectitud, humildad y mansedumbre, como se puede apreciar en la totalidad del texto.
Es interesante notar que Pablo sigue con el tema de la unidad, alienta a guardar la unidad del Espíritu y sigue poniendo el ejemplo del cuerpo, mostrando otra vez la idea trinitaria… un Espíritu, un Señor, un Dios y Padre. ¡Qué interesante! De nuevo se muestra la unidad de la trinidad en funciones diferentes, aunque siempre actuando como uno solo.
Ahora bien, se nos indica en los versículos 7 y 8 que se nos fue dada la gracia (charis) conforme a la medida del don de Dios, y dio dones a los hombres. Cuando leemos la palabra “don” o “dones”, en este caso no se está usando la palabra “chárismas”, sino “doreá”, que también se traduce como don o regalo. Pienso que es un juego de palabras que utiliza el autor para dejar claro que por un lado están los regalos dados por Dios y por otro los carismas, que tienen una fuente y una función específicas, haciendo la misma aplicación que encontramos 1 Corintios 12.
Si seguimos adelante, en el pasaje en cuestión, podemos leer en el versículo 11 (según R.V.) lo siguiente: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros”. Pero, en esta traducción parece apreciarse una cierta pérdida de la idea original con la que el autor pretende abordar el tema. Creo que es mejor la traducción de la versión Dios Habla Hoy, que reza como sigue: “y él mismo concedió a unos ser apóstoles y a otros profetas, a otros anunciar el evangelio y a otros ser pastores y maestros.” Si somos buenos observadores, podemos apreciar que se cambia la palabra “constituyó” por la palabra “concedió” que, a mi parecer, es más apropiada, ya que ésta en su versión griega es “edoken”, un verbo en tiempo aoristo, en modo indicativo, voz activa y tercera persona del singular del verbo “didomi”[3], (que sea un verbo en modo indicativo quiere decir que podría expresarse como un hecho, como una realidad observada o concebida, algo que se dio en el pasado, que el tiempo sea aoristo (nuestro pretérito indefinido en castellano) implica que es una acción puntual que se produce en un momento particular), y que se traduce al español como Él concedió, coincide mejor con la idea que hemos venido expresando. En otras palabras, concluimos, según lo dicho, que es Dios quien da el don, porque le pertenece a Él.
Más tarde. aparece la lista de los dones concedidos; a unos dio (el don) de apóstoles, a otros (el don) de profetas, a otros (el don) de evangelistas y a otros (el don) de pastores y maestros, lista a la que no deseo referirme porque no es mi intención abordar dicha temática. Aunque sí quisiera detenerme en el resto del pasaje, porque nos proporciona el propósito de la concesión de esos dones.
En los versículos 12 y 13 podemos leer: “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. Esto señala el propósito de esos dones: primero, para perfeccionar a los santos para la obra del ministerio; segundo, para la edificación del cuerpo de Cristo y poder realizar esa labor de llegar a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios y construirnos como esas personas perfectas cuya estatura se iguale a la “plena estatura” de Cristo.
Ahora nos detendremos en el verso 12, y propongo esta paráfrasis: “con el propósito de que a través de un proceso de ajuste esto resulte en una preparación completa, equipar a los apartados para Dios para la tarea del servicio para animar al cuerpo viviente de Cristo…” Lo que quiere decir que esto nos recuerda que la función de los dones es capacitar, equipar y animar a la iglesia, el cuerpo de Cristo, los santos, para una función específica: ¡Servir!
Veamos la palabra que hace referencia a ministerio; esta proviene de diakonias. La palabra servicio y sus derivadas, designan una actividad impuesta por otra persona (esclavo) o voluntariamente aceptada, cuyo provecho o utilidad redunda total o de forma especial en beneficio de la persona o cosa a la que se sirve. Servir se opone a dominar y la actitud que le corresponde es la humildad, que se contrapone a la soberbia. El que sirve está en una relación de dependencia y su libertad queda limitada.[4]
En el griego antiguo el diakonos (diacono) es, en primer lugar, el que sirve a la mesa. Esta labor se considera muy humilde y nunca es realizada por personas libres, sólo los esclavos ejercían esta labor. Eso es lo que lleva implícito la idea de la diakonía: la acción de servir como un esclavo. Por lo tanto. cuando hablamos de nuestro ministerio, ¿De qué estamos hablando? ¿De nuestro servicio? ¿Vemos el ministerio como la posición que Dios nos ha dado y entendemos la lista de Efesios como una jerarquía del servicio, como muchos han pretendido, acariciando la idea de que los apóstoles están por encima de todos los demás y menospreciando como un rango inferior a los pastores y maestros? ¿Es este el sentido real de lo que el autor de Efesios nos enseña?
Este servicio tiene también un objetivo: que lleguemos a la unidad de la fe. Y pregunto: ¿Están los “ministros” actuales caminando y dirigiendo a la iglesia hacia ese objetivo? Desgraciadamente me parece que no. Pareciera que cada quien esté trabajando en su propio interés, porque es evidente que cada vez se dan más divisiones y diferencias en cuanto a la fe. Y esto lo digo en términos generales, porque no se puede negar que hay siervos y siervas de Dios que sí están tratando de hacer aquello que Él les ha llamado a hacer.
Tengo un amigo que profesa ser católico, y en una conversación que tuve con él me indicó lo siguiente: “Si ustedes los evangélicos dicen que tienen la verdad, ¿Por qué hay tantas clases de evangélicos? Nosotros, por los menos somos católicos que nos regimos por lo ordenado por el Papa y todos somos iguales”. Y saben, de alguna manera tuve que darle la razón, porque resulta increíble que nosotros, los que decimos que tenemos la revelación de Jesucristo, nos separemos unos de otros por diferentes criterios interpretativos de la Palabra.
Es interesante notar cómo los ministros o “servidores” actuales están pensando en qué clase de hotel van a estar o cuál será el coche que los recogerá. También resulta interesante el hecho de que algunos “ministros” cobren cuotas para cobertura espiritual, o saber que si a alguno de ellos no se les paga cierta cantidad de dinero, no pueden servir a la comunidad; “ministros” de alabanza que piden camerinos y ser atendidos como estrellas del espectáculo. Estoy convencido de que es justo que el obrero sea digno de su salario y de que los encargados de ministrar debemos vivir con dignidad, pero cuando eso implica dejar de servir porque no se cubren los honorarios suficientes para lucir el coche de último modelo o para pagar la casa de lujo, creo que se está incumpliendo el objetivo de ser un diakonos, un servidor.
Edificar el cuerpo de Cristo tiene que ver con otra función del servicio que viene provocado por el ejercicio de los dones que Dios concede. Edificar, básicamente significa, según el diccionario de la Real Academia: Fabricar, hacer un edificio o mandarlo construir. Aunque esta es la palabra con la que se traduce oikodomen, me gustaría aportar una traducción alternativa: “animar o alentar”; me gusta más, porque creo que una de las funciones del servicio es la de animar al cuerpo de Cristo, a su iglesia. Esta es una función primordial en la actualidad. Muchos se cansan y, desgraciadamente, se alejan del Señor. Se necesitan animadores, personas que alienten a los más débiles a seguir adelante en pos de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.
¿Y cuándo tendremos que dejar de hacer estas cosas? Como señalé más arriba, y como también dice Pablo en Efesios 4,13: cuando todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a la persona perfecta, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Cuando alcancemos eso, ya podremos afirmar que hemos hecho lo que el Señor estaba pensando cuando nos convirtió en albaceas de su gracia.
Mi intención con este artículo, amados y amadas, es que ¡pongamos nuestras barbas a remojar! Que nos evaluemos a nosotros mismos y que pensemos en cómo estamos usando los dones que el Espíritu nos ha conferido. Evaluemos lo que estamos alcanzando con el uso de esos dones; valoremos la clase de servicio que estamos dando al Señor y cómo lo estamos haciendo. El mejor ministerio que podemos tener es el que se nos presenta en 2 Corintios 5.18-19 “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación: Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.”
[1] Coenen, Beyreuther, Bietrnhard, Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, Vol.I, Edic. Sigueme, 1998
[2] Vine, W.E., Vine Diccionario Expositivo de Palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento Exhaustivo, (Nashville: Editorial Caribe) 2000, c1999.
[3] Bible Works for Windows, 2001, version.5.0.02
[4] Coenen, Beyreuther, Bietrnhard, Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, Vol.II, Edic. Sigueme, 1998
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