(Reflexiones desde Walter Benjamin y los pasajes de la tradición veterotestamentaria y neotestamentaria).
«El Salmo del muladar»
El Dios que coge de la basura y el estiércol a sus príncipes.*
Él levanta del polvo al pobre y saca del muladar al necesitado;
los hace sentarse con príncipes, con los príncipes de su pueblo.
Salmo 113. La Biblia NVI
Vivimos en crisis. No solo en una crisis política o económica, no solo en una crisis ética y social, vivimos en una crisis de pasión y con ella de fe[1], de ese milagro al que alude Kierkegaard en Temor y temblor (1843/1993, p.72) «(…) un milagro del que, sin embargo, nadie está excluido, pues toda existencia humana encuentra su unidad en la pasión, y la fe es una pasión».
Para tratar sobre la fe, es necesario volver a la historia y pensamiento de los pueblos de la fe. El legado sapiencial de dicho pueblos nos revela una forma de comprender al mundo diferente a la manera occidental. Algunos textos, escritos por múltiples autoras y autores, y en diversas tradiciones literarias, mencionan la existencia de la «última y anhelada realidad de vida de dichos pueblos». Con frecuencia dicho término es traducido como «Reino de Justicia»[2]. El Elohím Malkuth[3], «Reino de Dios» se refiere a un tiempo Kairós en el que se espera la llegada de un reinado que liberaría y gobernaría con Justicia a los pueblos también llamados del Libro. Dicho reinado se ve reflejado en la figura del mesías o bien, El Mashiac. Sin embargo, las aproximaciones, tanto teóricas como pragmáticas de este reino de Justicia (entendiéndolo como en la antigüedad) han sido nebulizadas debido al imperialismo de “La Cristiandad”[4] (no cristianismo), que a lo largo de la historia ha producido religiones y religiosos (entiéndase desde el sentido positivista), y que en su tradición desvío por completo un proyecto que no era en principio el cristianismo como lo conocemos, sino un proyecto que el propio Dios inició a través de la vida y el testimonio de sus «verdaderos creyentes», de sus profetas asesinados y sus fieles seguidoras y seguidores, y que vio la luz en su plenitud en la figura del Mesías, según los evangelios. Un proyecto al cual la tradición profética y los evangelistas desde la figura de Yeoshúa nombraron como «Reino de Dios»
El proyecto de una nueva «realidad» des-fundacional: Reino de Dios.
El proyecto Reino de Dios –para quien cree en él- está lejos de ser la utopía que pensó la Ilustración o la escatología propuesta en el Medioevo, dado que la dinámica de este proyecto solo puede aceptarse y vivirse desde las paradojas que la historia de la fe nos ha demostrado y que él mismo contiene en su interior.
El Reino de Dios no solo se vive en la gloria sino en la ruina y más aún en “las ruinas sobre ruinas.” En su Fragmento Teológico-político (1989/2007) Walter Benjamin expone: «el Reino de Dios no es el télos de la dynamis histórica, y no puede plantearse como meta. En efecto, desde el punto de vista histórico, el Reino de Dios no es meta, sino que es final.» (Benjamin, p. 207). El Reino de Dios, a través del Mesías -y el que lleva a cabo la redención, afirma Benjamin- es el fin de todo acontecer histórico, un final que llega a través y debido a la fuerza de una violencia redentora, destructora, como Benjamin la llama, una Violencia Divina.
Benjamin menciona que el Reino de Dios es «el final”, pero… ¿el final de qué? ¿A caso Benjamin está pensando en una visión apocalíptica de destrucción? ¿O tal vez nos abre la pauta para pensar en una realidad alternativa de existencia en el mundo? y si es así, ¿Por qué partir de la destrucción y no de la construcción como varias posturas filosóficas nos apuntan? y ¿Por qué llamarla violencia divina? ¿Será que únicamente Dios puede ejercer dicha violencia? El propio Benjamin nos guía a través de estás preguntas: «la violencia divina no solo se puede ver en una acción ejercida por el propio Dios, sino por esos momentos de consumación incruenta, consumación fulminante y redentora y una de sus formas de aparición se halla en su forma consumada en tanto que «violencia educadora» fuera ya del derecho.»
Es decir, Benjamin expone que el Reino de Dios se hace presente en el momento en que exista algo que busque en principio exterminar «la fundación». En el texto Hacia la crítica de la violencia, Benjamin nos muestra la cualidad y pretensión de fundación que tiene el derecho. Benjamin hace un análisis y una crítica del derecho positivista en el que se observa este doblete en el que o bien, el derecho se restituye o funda nuevo derecho. Pero esta cualidad puede encontrarse en otros sistemas. En el mismo texto Benjamin nos expone la misma cualidad del mytho como eje fundacional, ya no solo de derecho, sino de cualquier categoría que promueve las dicotomías que regularmente generan éticas y/o políticas para normalizar la vida de los sujetos y sociedades. Por eso, el derecho, menciona Benjamin, «es aquél que ordena jurídicamente»(p.187), y con ello políticamente, y aquél que funda o determina lo qué es legitimo e ilegítimo en el quehacer de los sujetos, englobando así, casi cualquier práctica, comportamiento y actitud para que sean reguladas por el Estado o sistema gobernante. Sin embargo, para lograr este exterminio es necesario echar mano de esa violencia educadora (término que en principio puede parecernos absurdo y que de hecho lo es), pero esto que en apariencia es locura y que expone Benjamin, da las pistas de es esa lógica del absurdo del Reino de Dios. Por ahora, regresemos al derecho…
El estado de derecho y su producción de desechos.
Al final de la jornada diaria, el derecho permite al Estado vigilar, castigar y desechar a quienes busquen reivindicar su propia individualidad, es decir, esta individualidad es precisamente el resultado de esa «violencia educadora» que está fuera del derecho. Dicho de otra manera, el Estado (y de derecho) genera y produce sujetos del desecho puesto que, al vivir bajo su lente, si llegan a faltar o a errar ante lo establecido, regularmente estos sujetos son puestos en prisión u opresión, mandados al exilio, etc.; es decir, el Estado de Derecho desemboca su actividad en generar basura y estiércol, llevando lo que no le es útil o lo que considera como desechable a un «muladar», que casi siempre está lleno de aquellos que se catalogan como transgresores de La Ley.
Justo desde aquí, desde el muladar, es desde donde vale la pena pensar y exponer acerca del Reino de Dios, porque en este reino de Justicia, la paradoja y el sinsentido cobran sentido. En el salmo escrito al principio de este trabajo, el salmista, a través de un canto, describe a los actores principales de dicho reino. No son los príncipes elegidos por el pueblo, ni los poderosos y ricos por herencia, ni los más sabios e intelectuales, sino aquellos a quienes Dios coge de la basura, del estiércol, de la mierda, o dicho de otra manera del «muladar».
Pero afirmar que sólo los pobres o marginados son los únicos que se encuentran en el muladar es demasiado apresurado y excluyente. Benjamin, en el apartado sobre el Angelus Novus escrito en sus Tesis sobre la historia (Bolívar, 1959/2001), menciona que el huracán llamado «progreso» desemboca en las ruinas sobre ruinas. Pero estas ruinas no solo debemos entenderlas desde lo geo-político, que se observa en el exterior; ya lo decía Erich Fromm, las ruinas están presentes en el corazón del hombre[5] y por ende, como dice el propio Benjamin en el Fragmento teológico-político, «en una condición efímera llamada «nihilismo»” »
En esos corazones “Dios hace morada para su Reino”. La destrucción tiene que comenzar en el corazón, y aunque en apariencia hablar de destrucción es algo negativo, esto no es así. Benjamin expone que «la intensidad mesiánica inmediata, la perteneciente al corazón, del ser humano individual interno, pasa por la desdicha, por el sufrimiento», y esa intensidad trae consigo una restauración total, pero dicha restauración necesita pasar también por una restauración en lo mundano, y diciendo que si bien lo profano no es una categoría del Reino, sí es una categoría de la aproximación silenciosa del Reino; es decir, que quien no experimenta la destrucción en su totalidad, en lo mundano y desde lo mundano, no puede entrar a la realidad del Reino de Dios, porque el Reino de Dios no es una realidad utópica ni idealista, sino realista y materialista en su totalidad.
Para aclarar lo dicho anteriormente, retomo como ejemplo una práctica universal por la religión cristiana; me refiero al «bautizo». El bautizo es una práctica antigua proveniente del ascetismo desértico del Qumrán. Dicha práctica es mencionada con frecuencia en el canon evangélico y es, según apuntan los escritores, retomada por Juan el Bautista (también llamado el último de los profetas). En la tradición neotestamentaria, el propósito del bautizo -como símbolo de la aniquilación del viejo hombre que se destruye en el agua para darle paso al nuevo- buscaba llevar a cabo dicha redención. La redención tenía que empezar por un arrepentimiento «metanoia» (cambio de mentalidad) que posibilitaba el acceso a la nueva mentalidad propia del Reino de Dios (que era también parte del mensaje del bautista). Sin embargo, esta práctica a lo largo del tiempo ha perdido su sentido primario, su fuerza y su violencia hasta tal punto que la propia Cristiandad lo difunde como una nomenclatura o fórmula para que, quienes lo realicen (ya sean niños como en el catolicismo o adultos en el protestantismo), «alcancen la salvación». Incluso, la celebración de dicha práctica va acompañada de un acto burgués, como un cumpleaños o un festival de modas. La cristiandad en sus pretensiones banales y de progreso, enseña a la gente y «pone en venta» una reflexión que no es propiamente la transmitida por los textos veterotestamentarios y neotestamentarios, olvidándose así del ya mencionado Reino de Dios.
Asimismo, en la tradición vetero y neotestamentaria se nombra constantemente la tentación. La tentación, como el deseo absoluto de la voluntad humana, busca alejar al hombre de la soberanía de Dios, de la realidad del Reino de Dios. La tentación se manifiesta principalmente en la propia religión. José Antonio Pagola, filósofo y teólogo español, en su libro Volver a Jesús (2011), escribe sobre la tentación lo siguiente: «la tentación más grave que nos amenaza a los cristianos es hacer de la Iglesia un «absoluto»… olvidar el Reino de Dios y su justicia por buscar el bien de la Iglesia y su desarrollo.» (Pagola, p.20).
El Reino de Dios, dice Benjamin, es esa ««forma consumada» en tanto que violencia educadora» (Benjamin, p. 203) que no pretende fundar algo (y por ende ninguna categoría). Es una «realidad» -por así denominarla- a la que se accede a través de una educación purificadora que destruye aquello que, por paradójico que parezca, destruye y deshumaniza, es decir, una violencia educadora que pretende destruir el mal. Entiéndase por mal todo aquello que busca fundar, imponer, sujetar y oprimir a los demás, y que se opone a esta realidad de Justicia denominada «Reino de Dios»
La violencia educadora, desemboca en lo que Benjamin describe como restitutio in integrum «restauración en su totalidad», una restauración en la que toda categoría de exclusión y diferenciación se destruye, toda categoría que discrimina va al muladar. Esta educación que puede observarse radicalmente en el profetismo del Antiguo Israel y que será base de lo expuesto en los evangelios a través del Yeoshúa Mashiac, redimensiona la noción de «vida eterna» o «vida en abundancia» también de la tradición veterotestamentaria y que Benjamin considera en un principio como ocaso (Benjamin, p.207). Al respecto Pagola expone:
«Este «Reino de Dios» no es una religión. Es mucho más. Va más allá de las creencias, preceptos y ritos de cualquier religión. Es una experiencia de Dios, vinculada al mesías, que lo resitúa todo de manera nueva.” (Pagola, p.21)
Pero la llegada del Reino de Dios necesita de voces que la anuncien. Quienes la anuncien deben guardar silencio, son voces que guardan secretos, en quienes el Reino de Dios silenciosamente se revela y se comparte a quienes viven atrapados en la injusticia y la opresión, ya sea porque son receptores de la Injusticia o bien agentes de la misma. La paradoja del Reino consiste además en que llegará el momento en que el silencio de una relación entre individuos basada en el secreto (ahí donde el derecho no puede meterse como lo mencionará Benjamin en el trato de palabra[6]) será parte de esta nueva restauración, donde el germen de esta realidad crece, no a partir de discursos o políticas públicas, mucho menos a partir del derecho o una educación directiva, sino de un silencio que se hace eco en un lugar que está totalmente en ruinas. Es decir, la fuerza redentora del Reino de Dios no se deja ver, vive en lo oculto, en el corazón, como afirma Benjamin:
Porque sólo la violencia mítica, pero no la divina, se deja conocer exactamente y en tanto que tal (aunque sea en efectos verdaderamente incomparables), por cuanto que la fuerza redentora propia de la violencia no se halla a la vista de los hombres.
El muladar/Reino de Dios
Lo más cercano al Reino de Dios, por paradójico que parezca, es un muladar. Los muladares no son lugares que se hallen a la vista y es que nadie quisiera acercarse a ellos. El muladar (lugar donde se depositaba la basura, el estiércol y/o mierda) era un lugar donde se mandaba todo el desecho con la finalidad de que se convirtiera en cenizas[7]. Es un lugar donde no existen categorías. Sería una locura afirmar que hay mejor o peor estiércol, o buena y mala mierda, que una hez fecal es más bella que la otra. En el muladar se desecha todo aquello que simplemente ha perdido su valor (si es que lo tuvo) y se arroja aquello que ha perdido su utilidad (para algunos de igual manera, si es que alguna vez fue útil), es decir, lo que ha sido arrojado al muladar ha entrado en una realidad donde podría decirse que todo está bañado de igualdad. En el Reino de Dios, por su parte, las categorías también se ven perdidas, no como en el muladar, pero sí en la locura (que tal vez solo la poesía puede ayudarnos a comprender). En la tradición veterotestamentaria encontramos algunos textos de la literatura profética del judaísmo postexílico, donde se menciona, por medio de la metáfora, el Reino de Dios. En dichos textos, las reglas, el orden lógico, semántico y legal se rompen. Es una visión de un reino del absurdo:
Destruirá la tierra con la vara de su boca; matará al malvado con el aliento de sus labios. La *Justicia será el cinto de sus lomos y la fidelidad el ceñidor de su cintura. El lobo vivirá con el cordero, el leopardo se echará con el cabrito, y juntos andarán el ternero y el cachorro de león, y un niño pequeño los guiará. (Isaías 11:4-6, NVI)
Solo en el muladar, y finalmente en el Reino de Dios, como realidades paradójicas y contradictorias para los que estamos inundados de categorías de pensamiento y representaciones, lo que parece imposible se vuelve posible. En el muladar/Reino de Dios, la Justicia como práctica propia de la restauración se experimenta en libertad plena, sin pedir o exigir previamente alguna conversión (como sí lo hace la religión), o bien, alguna respuesta ante la invitación del otro. Porque en el Reino de Dios como dice Pablo de Tarso: “Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos son uno solo en Yeoshúa-Krhistos. (Gálatas 3:28 NVI).”
Es la realidad que la tradición neotestamentaria afirma y que se ve reflejada en la persona del «Yeoshúa Mashiac». Esta «realidad» se revela en una forma de existencia y por ende en una experiencia de vida; ante esto Pagola nos afirma:
El gesto de más escándalo que Yeoshúa provocó fue su amistad con pecadores y pecadoras. Nunca había ocurrido algo parecido en Israel. Ningún profeta se había acercado a ellos en esa actitud de respeto, acogida y amistad. Lo que más irritaba era verlo comiendo con toda clase de gentes “alejadas de Dios”: pecadores, recaudadores, prostitutas e indeseables. ¿Cómo puede un hombre o mujer de Dios aceptarlos a su mesa sin exigirles previamente algún tipo de conversión? (Pagola, p.19)
A manera de conclusión…
Walter Benjamin afirma que el Reino de Dios de ningún modo puede ser una realidad política, y “por eso mismo, el orden de lo profano no puede levantarse sobre la idea del Reino de Dios. Por eso también, la teocracia (y yo diría que la verdadera*) no posee un sentido político, sino solamente religioso” ; porque si las instituciones religiosas están atrapadas y atravesadas por las mismas relaciones de poder que el Estado y el estado del derecho y cualquier otra clase de organización o institución mantienen, es importante mostrar que “lo religioso” -a lo que Benjamin se refiere como religioso- está por encima de las categorías de la propia religión.
Kierkegaard menciona en su libro Mi punto de vista (1847/1985), que lo religioso “es un estadio que se experimenta en el salto y desde el absurdo” (p.46), incluso él se llama a sí mismo escritor religioso, más no escritor de la religión. A este «absurdo» Derrida en Dar la muerte (1999/2000), a partir de su lectura de Kierkegaard de Silentio –como él lo denomina en Temor y Temblor-, traduce el término como ab-sordus «disonante o que no cuadra, lo que nadie quiere oir porque no encaja con ningún sistema musical». Dicho de otra manera, lo religioso es el estadio donde viven aquellas y aquellos que quieren escuchar lo que nadie quiere escuchar (porque es ridículo, disonante, perturbador, etc.), es ahí donde el Estado y el estado de derecho no pueden entrar –y no entran porque simplemente no encajan. Retomar lo que ocurre en dicho estadio, es para la existencia, el quehacer de la sociedad y en especial de los individuos indispensable, así como para el quehacer crítico actual.
Así que, quién accede al Reino de Dios debe sellar sus labios. Debe guardar un secreto ante tal mysterium tremendum[8], porque sabe que la intención de dicha realidad no es fundar o instaurar derecho, no es degradarla en una religión o una realidad política, sino todo lo contrario, su intención es destruir todas estas cosas en nombre de la Justicia.
Pero si, en todo caso, más allá del derecho a la violencia le está asegurada su existencia como violencia pura e inmediata, queda así demostrado qué y cómo también se hace posible la violencia revolucionaria, y a qué nombre hay que dar a la suprema manifestación de la violencia pura del ser humano.
[…]
Pero es sin duda reprobable toda violencia mítica, la instauradora de derecho, que se puede considerar como arbitraria. Siendo igualmente reprobable la mantenedora del derecho, la fatal violencia administrada que se halla puesta a su servicio. La violencia divina, insignia y sello, nunca medio de santa ejecución, se ha de calificar como imperante.
Por lo tanto el Reino de Dios no debe ser entendido como realidad política, sino individual, existencial y digno de la labor reflexiva; una realidad que puede ser experimentada entre las ruinas. De ahí que se le denomine como «realidad» porque puede ser experimentada, de no ser así, solo podríamos considerarla como un «ideal» o bien utópico o bien puramente escatológico. El Reino de Dios impera y está trabajando secretamente, así como lo menciona Pagola (2011):
(…) El reino de Dios está ya trabajando secretamente la vida como un trozo de «levadura» oculto en la masa de harina: Dios hará que un día todo quede transformado. Yeoshúa no duda nunca de este Final bueno, ni siquiera en el momento de su ejecución. A pesar de todas las resistencias y fracasos que se produzcan, Dios hará real esa «realidad» tan vieja como el corazón humano: la desaparición del mal, de la injusticia y de la muerte… Un mundo donde se busca la justicia para todo ser humano, empezando por los últimos; donde se acoge a todos, sin excluir a nadie de la convivencia y solidaridad; donde se cura la vida liberando a las personas y a la sociedad (…) (Pagola, p.20)
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[1] Parto del concepto de fe que Kierkegaard describe en Temor y temblor de la siguiente manera: “La fe consiste, al contrario, en la paradoja siguiente: lo íntimo es superior a lo exterior, o lo que es lo mismo y para recurrir de nuevo a algo ya dicho, el número impar es superior al número par (…) en la fe lo particular se reivindica por encima de lo general, determina su relación con lo general por su relación con lo absoluto, y no su relación con lo absoluto por su relación con lo general.” (p.76)
[2] La tradición profética así lo describe. En los pasajes del Deuteroisaías (2do. Isaías del libro bíblico), la llegada del mesías restaurará un mundo plagado de injusticia. En todo el libro del Deuteroisaías se recuerda que el título de «Siervo de Yahvéh» es referido de manera expresa al pueblo de Israel (cf. Is 49, 3.5.6; 53, 13; 53, 11, etc.), pues la misión del pueblo escogido es precisamente proclamar la Justicia de Yahvéh.
[3] Michael Schamus hace un trabajo sobre el concepto de Reino de Dios, en el que propone esta interpretación “Elohím Malkut”, aludiendo a la soberanía absoluta de Dios.
[4] “La Cristiandad” es un término que utiliza Kierkegaard para nombrar al cristianismo en Mi punto de vista (1847). Para Kierkegaard el verdadero cristianismo no se puede reducir a una identidad político-social o religiosa (como solía afirmarse en Dinamarca país totalmente protestante). Kierkegaard habla de un cristianismo que solo puede ser vivido en lo individual y que es respuesta de una forma existencial. Para Kierkegaard «ser cristiano» es un modo de vida y no una condición dada por la cultura o la tradición como actualmente se nombra judeo-cristiana.
[5] Hago alusión a un texto de Fromm con el mismo título El corazón del hombre (1985). La idea de Fromm acerca del nihilismo como agente destructivo de la voluntad humana, o como lo nombra «síndrome de decadencia» siendo esto lo que mueve al hombre a destruir por el gusto de destrucción.
[6] Benjamin nos habla de una manera de resolver conflictos sin violencia alguna: “Su mejor ejemplo tal vez sea la conversación en cuanto técnica para alcanzar civilizadamente acuerdos. Pues en ella, el acuerdo sin violencia no es tan sólo posible, sino que la exclusión ya completa y total de la violencia se nos muestra en un hecho significativo: la impunidad de la mentira. No hay tal vez legislación en todo el mundo que la castigue originariamente. Y esto nos indica claramente que hay una esfera del acuerdo humano a tal punto carente de violencia que ésta le es por completo inaccesible: la esfera auténtica del «entendimiento», a saber, la esfera del lenguaje.”
[7] Así era en la tradición del muladar. Los animales y desechos usados para las actividades religiosas y económicas eran depositados en un espacio cerrado para que se pudrieran como en una especie de composta. A veces se quemaban hasta quedar en cenizas, retornando así al polvo de la tierra. (Diccionario bíblico, p.213)
[8] El mysterium tremendum o misterio tremendo, es el término que utiliza Rudolf Otto en su libro Lo Santo. Lo racional e irracional en la idea de Dios (1923). Otto nombra así la experiencia con lo numinoso que solo se encuentra en la esfera de lo irracional. Otto dice: se trata de algo por lo que sólo hay una expresión apropiada, mysterium tremendum. . . . La sensación de que a veces puede venir y barrer como una marea suave que penetra la mente con un estado de ánimo tranquilo de adoración más profunda.
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