El amenazado, así se llama el poema de Jorge Luis Borges que contiene esta frase. Aparece en El oro de los tigres, 1972. Borges, un hombre intelectual, robusto de letras, no vidente del pequeño mundo exterior pero vidente excepcional del gran mundo, de la complejidad de las cosas, de los espejos y los laberintos. Tan intelectual y árido a veces que sorprende encontrar, de golpe, esta frase tan desnuda y que desarma y desviste toda intelectualidad.
¨¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el
áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena
amistad, las galerías de la Biblioteca…¨
Un nombre lo delata, es el nombre de una mujer que lo desarma y lo deja expuesto y vulnerable. Y no existe letra que lo conjure ni intelecto que lo contenga.
A Adso también lo delata el nombre de una mujer. Y Adso también siente la amenaza furiosa de ese nombre que ahora lleva inoculado en sus venas. Es Adso de Melk, el inexperto hijo del Barón de Melk que aparece en El Nombre de la Rosa (Umberto Eco, 1980). Un inocente novicio de la orden de los benedictinos. Adso teme en lo secreto, teme ser delatado. Porque también sabe que el nombre de una mujer lo delataría ineludiblemente, no habia remedio, estaba enfermo, rotundamente enfermo. Así lo describe el mismo:
¨Finalmente, ya no tuve dudas sobre la gravedad de mi estado cuando leí ciertas citas del gran Avicena, quien define el amor como un pensamiento fijo de carácter melancólico, que nace del hábito de pensar una y otra vez en las facciones, los gestos o las costumbres de una persona del sexo opuesto (¡con qué fidelidad había descrito mi caso Avicena!): no empieza siendo una enfermedad, pero se vuelve enfermedad cuando, al no ser satisfecho, se convierte en un pensamiento obsesivo (aunque, en tal caso, ¿por qué estaba yo obsesionado si, que Dios me lo perdonara, había satisfecho muy bien mis impulsos?, ¿o lo de la noche anterior no había sido satisfacción amorosa?, pero entonces ¿cómo se satisfacían, cómo se mitigaban los efectos de ese mal?), que provoca un movimiento incesante de los párpados, una respiración irregular, risas y llantos intempestivos, y la aceleración del pulso (¡y en verdad el mío se aceleraba, y mi respiración se quebraba, mientras leía aquellas líneas!).¨
El temor más grande de Adso era que su mentor, Guillermo de Baskerville le aplicara la conocida técnica en la que quedaría irremisiblemente expuesto, inevitablemente delatado por el nombre, pero no cualquier nombre, sino ese nombre.
¨Para descubrir de quién estaba enamorado alguien, Avicena recomendaba un método infalible, que ya Galileo había propuesto: coger la muñeca del enfermo e ir pronunciando nombres de personas del otro sexo, hasta descubrir con qué nombre se le acelera el pulso… Y yo temía que de pronto entrase mi maestro, me cogiera del brazo y en la pulsación de mis venas descubriese, para gran vergüenza mía, el secreto de mi amor…¨
Hoy mi muñeca también evidenciaría la incepción de un nombre muy dentro de mí, se me acelera el pulso ante el nombre de ella. A mí también, como a Borges y como a Adso, el nombre de una mujer me delata y me deja expuesto e indefenso ante el vértigo de amar y ser amado.
A Pedro lo delataba también un nombre. A todos ellos los delataba El Nombre. Aunque 3 veces procuró Pedro ocultarse, huir, encerrarse, mimetizarse, ningunearse, El Nombre lo delató.
Mientras tanto, Pedro estaba abajo, en el patio. Una de las sirvientas que trabajaba para el sumo sacerdote pasó y vio que Pedro se calentaba junto a la fogata. Se quedó mirándolo y dijo:
—Tú eres uno de los que estaban con Jesús de Nazaret.
Pero Pedro lo negó y dijo:
—No sé de qué hablas.
Y salió afuera, a la entrada. En ese instante, cantó un gallo. (Mc. 14:66).
Pero escuchar El Nombre produjo tal conmoción en Pedro que la sirvienta no tuvo dudas. El Nombre de Jesús lo delata.
Cuando la sirvienta vio a Pedro parado allí, comenzó a decirles a los otros: «¡No hay duda de que este hombre es uno de ellos!». (Mc. 14:70).
¿Qué delata al cristiano? Lo que delata al verdadero cristiano no son las doctrinas, no son las canciones que canta, no es lo que come o deja de comer, tampoco lo delata el culto o la misa, levantar las manos o comulgar. Al cristiano no lo delata una camisa, una corbata o un cuello clerical. No son las tradiciones, la teología ni la Biblia bajo el brazo. No son tampoco sus buenas obras, ni sus sermones u homilías. No son sus peregrinaciones, sacrificios, manifestaciones a favor de la familia o en pro de la vida. Al cristiano lo delata una sola cosa. El signo que lo conmueve y lo desnuda, que lo expone y hace temblar hasta al mas fuerte de todos. La delación de todas las doctrinas y construcciones religiosas, la Roca que desmoronó ¨El Templo¨y prometió reconstruirlo en solo tres días. La Piedra Angular que denuncia y hace añicos las leyes poniendo sobre ellas ¨gracia sobre gracia¨.
Al cristiano solo lo delata una cosa que es verbo y rúbrica a la vez.
A mí me delata El Nombre, Su Nombre, a mí también, como a Pedro, aunque lo niegue amándolo muchas veces, a mí me delata Jesús.
Pero todo el que invoque el nombre del Señor será salvo”. (Hch. 2:21)
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