Posted On 23/05/2015 By In Biblia With 4372 Views

El Nuevo Testamento

el pensamiento cristiano sobre Jesús
fue más amplio y variado
que el que encontramos
en los pocos escritos que se conservan
(Raymond Brown).

Han pasado muchos años después de los grandes sucesos que narra el Primer Testamento. No se ven grandes sucesos, como el del mar abierto o las tablas de la ley. Tampoco hay grandes líderes, como David y los Macabeos, que guíen al pueblo a liberarse de los poderes enemigos.

Israel está bajo el dominio del imperio romano, que se caracteriza por la imposición de sus ideas a través de la violencia, y por la manutención de su gobierno a través de los sistemas de patronazgo. La élite romana tiene las más altas posiciones del comercio, la agricultura, la ganadería, el sacerdocio y la política en las ciudades que avasalla.

La conquista romana ha llevado a la devastación de los pueblos y sus regiones, al incendio de poblaciones, a la rapiña y a la esclavización. Los romanos contemplan su relación con otros pueblos en términos de competencia por el honor. La imposición del tributo es una forma de humillar a las naciones conquistadas. Se obliga a las gentes sometidas a rendir culto a los emblemas del ejército y el imperio romano como una forma más de vejación. Esto produce un profundo resentimiento y genera de revueltas, que traen consigo grandes represalias y una interminable espiral de violencia.

Roma, por supuesto, trae a los pueblos conquistados grandes avances en términos de cultura, arquitectura y comercio. Pero, desde la visión de los pueblos dominados, esto es menos importante que la libertad. Y el Nuevo Testamento será escrito, en su mayoría, por personas al margen de la historia de las estatuas, las pinturas y la literatura romanas.

Debido a todas estas humillaciones personales, culturales, religiosas y nacionales, Palestina es cuna de repetidas protestas y revueltas contra los romanos, sus gobernantes clientelares, la dinastía herodiana y el sacerdocio en Jerusalén a lo largo y alrededor del siglo I d.C.

Grupos de escribas que organizan protestas. La comunidad de Qumram genera un escenario simbólico de guerra santa contra los romanos. Los fariseos promueven también la resistencia, rechazando actos pro-romanos como el juramento. Los sicarios, dirigidos por maestros escribas, se oponen a sus enemigos aristócratas mediante asesinatos subrepticios y secuestros. Pero es en Galilea donde hay más levantamientos, en que los campesinos se enlistan en grupos armados que se oponen a la forma romana de gobierno. Estos movimientos están influenciados por lo que se conoce como la Cuarta Filosofía, que consiste en reconquistar la libertad, a partir de la historia del Éxodo, tomando a Dios como su único líder y amo, y teniendo como esperanza la venida inminente de su reino.

Cerca del año 30 aparece un joven galileo en el territorio israelita. Este hombre anuncia el reinado de Dios. Su mensaje incluye a las personas marginadas de la sociedad y denuncia los abusos de la religión oficial y del imperio romano. Sus seguidores no pretenden aún formar una iglesia, y son conocidos como “los nazarenos” o “el movimiento de Jesús”.

Jesús predica el reinado de Dios, anuncio y la manifestación de la paz y la liberación, expresión del actuar de Dios en todo el universo, revelación del nombre sagrado. El reinado de Dios es la realización de la voluntad divina para este mundo (Marcos 1,15). Esto que predica Jesús es un desafío al imperio romano y a la religión institucional. Es la manifestación de lo que quiere Dios para la humanidad y la tierra: “los ciegos recobran la vista, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres reciben la Buena Noticia” (Mt 11,5).

Investigadores actuales como Richard Horsley destacan que el Jesús histórico era un líder social y espiritual que encabezaba un movimiento popular que predica la dignidad humana y la igualdad de todos ante Dios. Nadie debía someter a nadie.

Los historiadores, siguiendo los datos del judío Flavio Josefo, coinciden en su mayoría en que Jesús fue un judío que hizo el bien a mucha gente y que tenía la capacidad de curar enfermedades y expulsar demonios. Los milagros y las curaciones tenían la función de liberación espiritual, de misericordia individual, pero también eran parte de un programa mayor de sanación personal y social, donde las personas excluidas se sentían parte de un cuerpo viviente y de una nueva comunidad. Jesús promovió, además, unas relaciones de mutuo apoyo socio-económico en las comunidades rurales, que constituían la forma básica de la vida de las gentes. Y, ante todo, predicaba que todo esto venía de Dios, quien era su Padre y, a través de la unión a él en comunidad, Padre de todos.

Como se sabe, Jesús anuncia un mensaje que choca contra las autoridades religiosas y políticas. Por esto es asesinado en la cruz, instrumento de muerte para los insurrectos (como sucedió con Espartaco). Los líderes tienen miedo de que la comunidad que está formando se convierta en un nuevo grupo revolucionario y, antes de que esto pueda suceder, deciden exterminarlo: “es mejor que un hombre solo muera y no toda la nación”, comentan algunos sectores que se oponen a él (Jn 11,50).

Pero, al tercer día de su muerte, sus discípulos, comenzando por María Magdalena, ven la tumba vacía y se dan cuenta de que él está vivo. Experimentan la resurrección como una negación a la muerte injusta con la que fue asesinado. Piensan que Dios exalta a Jesús por haber vivido conforme a su voluntad, al bien y a la justicia, y lo constituye en el Cristo: “constituido por el Espíritu Santo Hijo de Dios con poder a partir de la resurrección” (Ro 1,4).

Las personas que experimentan al Resucitado, reinterpretan sus recuerdos del Maestro y comienzan a escribir las memorias en diversos lugares del imperio. La mayoría de estos textos son cartas, y llevan el nombre de las comunidades a las que iban dirigidas, dependiendo del lugar en el que viven: a los romanos, a los corintios, a los filipenses, etc. Esta colección de escritos, unida a los evangelios, los Hechos y el Apocalipsis es lo que conocemos hoy como Nuevo Testamento.

Jesús no escribió nada, y sus seguidores no se atrevieron a poner por escrito la proclamación del evangelio hasta pasado mucho tiempo.

Pablo, quien no conoció personalmente a Jesús sino que tuvo una experiencia con el Resucitado, recibió tradiciones orales sobre los dichos y las acciones del Cristo (1 Cor 11,23b-24). Pablo fue el mayor escritor de cartas del Nuevo Testamento. Su intención no fue exponer todo un sistema teológico, sino resolver problemas pastorales dentro de las comunidades que se reunían en torno a la memoria de Jesús.

Luego de las cartas paulinas, las tradiciones cristianas sobre Jesús que habían pasado por un largo proceso de transmisión oral fueron ensambladas con los detalles narrativos que encontramos en los evangelios. Cada redactor recopiló tradiciones –algunas ya estaban escritas- y las modificó con sus propios retoques literarios, los cuales involucraban reubicaciones geográficas, ampliaciones de temas, redistribución de los materiales y embellecimiento de los escenarios. Por esto hay notables diferencias entre los evangelistas (y también grandes problemas para identificar las fuentes históricas más fiables).

El Nuevo Testamento, por lo tanto, no es el registro “día a día” de las creencias de un solo grupo socio-religioso, sino la memoria de diversas comunidades que interpretaron la fe a su modo. Estas comunidades pusieron su sello editorial en cada uno de sus textos, por esto se pueden encontrar en esta colección de libros tradiciones como la petrina, paulina y juanina. Allí aparecen cristianos orientados hacia diferentes formas de gobierno en las iglesias, diferentes miradas sobre el sentido de la cruz y diferentes maneras de relacionarse con el imperio y las autoridades (mientras Romanos 12 invita a someterse a las autoridades, Apocalipsis 18 llama a desobedecer a las imposiciones y a celebrar su caída).

El investigador norteamericano Raymond Brown, por ejemplo, hace notorias las diferentes cristologías que aparecen en el Nuevo Testamento. En su libro Introducción a la cristología del Nuevo Testamento, Brown destaca que la cristología es un pensamiento acerca del significado de la persona y las acciones de Jesús que ha estado sujeto a cambios. Según lo que han podido rastrear los historiadores, el Jesús de los evangelios se da a sí mismo los títulos de “mesías”, “hijo de Dios” o “hijo de hombre”. La palabra “hijo de dios” expresaba no necesariamente una filiación divina, pero sí una relación única con el Padre, una primacía en tal relación. El apelativo “hijo del hombre” es la forma como Jesús se autodenomina la mayoría de las veces, retomando esta frase de la literatura judía apocalíptica y del libro de Ezequiel, para hablar de una figura humana empoderada con poder celestial. El concepto de “mesías” es más variado y problemático pues, mientras que unos esperaban la irrupción de un mesías (ungido, elegido) militar, otros anunciaban a un maestro que traería la paz y otros, a un siervo sufriente. Jesús nunca dice abiertamente que él es el mesías; pero cuando le atribuyen este título, tampoco lo niega.

Después de la muerte-resurrección de Jesús, comenzó a primar la cristología de la segunda venida de Cristo (años 30-50 d.C.). Esta cristología piensa que cuando Jesús vuelva, será constituido señor y mesías (Hch 3,19-21), y se le espera con la oración “Maranatha” (1 Cor 16,22, Ap 22,10).

La cristología de la resurrección surgió por la misma época (30-50 dc). Considera que la resurrección entroniza a Jesús en el cielo como hijo de Dios, y esta es su coronación mesiánica para compensar la humillante muerte en la cruz (Hch 2,32-36; 5,31; 13,32; Ro 1,3-4).

Poco tiempo después nació la cristología del ministerio público de Jesús como una combinación entre la imagen de mesías victorioso y siervo sufriente. En el evangelio Marcos, la identidad de Jesús se hace completa en su muerte pero se viene develando en su vida y ministerio (Mc 1,24; 15,39). En Mateo, se presenta a Jesús como un siervo de Dios, pero sus discípulos pueden ver su filiación divina (Mt 16,13-33; 8,25). Lucas no presenta a Jesús como Hijo de Dios durante su ministerio, pues esto lo reservará para el libro de los Hechos, pero sí como Señor (Lc 23,46; 22,28).

Más tarde surgieron las cristologías que buscaban ver una identidad especial en Jesús desde su infancia, como la concepción virginal (Mt 1-2; Lc 1.2), o incluso en una forma de preexistencia junto a Dios (Jn 1).

Juan es el evangelio que tiene la más alta cristología en el Nuevo Testamento, llegando a decir que, antes de la creación del mundo, Jesús estaba con Dios y era Dios. De este modo, se pone todo el énfasis en la identidad divina, y toda debilidad humana desaparece (1,18; 17,5; 6,5-6; 6,70-71).

Del mismo modo, podemos ver también muchas eclesiologías, muchas escatologías (no todos pensaban en un final como el de Apocalipsis) e incluso muchas teologías. El Nuevo Testamento no es unitario, sino que da un amplio margen a la pluralidad.

Si el Antiguo Testamento es una biblioteca, podemos decir que el Nuevo Testamento da testimonio de diversidad de grupos cristianos. Antes de ser “La Gran Iglesia” (que vendría en el siglo II), estos grupos diferían unos de otros en algunas interpretaciones, aunque se escribían con frecuencia para resaltar la unidad y el amor de los creyentes. Así queda la huella indeleble de diversos cristianismos desde su origen, y no la unificación bajo una sola idea o interpretación.

Juan Esteban Londoño

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