4 de febrero, 2021
“Sea el Señor refugio del oprimido, refugio en tiempo de angustia. […] El pobre no caerá para siempre en el olvido, ni se desvanecerá eternamente la esperanza del humilde” (Sal. 9:10, 19 BTI)
Los nombres de las personas que no tienen nombre, víctimas de la historia que escriben otros, no se leen en los libros que la narran. Caen en el olvido. No se pronuncian panegíricos ni en vida, ni en la hora de su muerte. Caen en el olvido. Son aquellos que, como escribiera Eduardo Galeano,
“que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal...”
Sin embargo, para el Dios de Jesús de Nazaret, no caen en el olvido. Recuerda sus nombres, y se olvida de los nombres de los que les oprimieron en vida. Recordemos la narración evangélica de «Lázaro y el rico»: sólo el pobre tiene nombre (Lc. 16:20). Y es que el mundo según Dios, el mundo nuevo que anunció Jesús, se construye sobre la memoria y la esperanza de los que no cuentan. Mundo donde se hará realidad la esperanza de todos ellos. Donde en lugar de número, se les dará un “nuevo nombre”. Mundo nuevo que será un himno de alabanza al Dios de los sin nombre, y auténtico panegírico histórico en honor de ellos/ellas, donde serán recordados por sus nombres y apellidos.
Así, las iglesias cristianas son convocadas a ser un refugio de las personas excluidas de las crónicas de sociedad, que no cuentan, y que son condenadas, no a andar, sino a arrastrar sus pies por la tierra. Las comunidades cristianas son llamadas, por Jesús de Nazaret, a ser un espacio donde ellos y ellas rescatan su dignidad, son llamadas por su nombre y recuperan la gestión de sus historias para construir una Historia alternativa a la que los poderes de este mundo han escrito para ellos. ¡Aleluya!
Soli Deo Gloria
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