Ya Mario Alberto Medina hacía una excelente reseña sobre la trama “Noé” en Lupa Protestante, película dirigida por el polaco Darren Aronofsky y escrita por Aronofsky y Ari Handel.
En mi caso, hace sólo unos días que tuve la oportunidad de visionarla. Confieso que me entretuvo solo el tiempo que duró el filme; después, reconozco que me dejó un cierto sinsabor. Muy oportunamente alguien decía: ¡hay que restregarse los ojos para saber lo que se está viendo!
Por ejemplo, un Noé que se sienta a platicar con Matusalén preocupado por el destino de la humanidad. El longevo personaje medita en las palabras de su interlocutor, mientras le ofrece “una taza de té” (cup of tea). ¡Por favor! ¿Por qué empeñarse en presentar una tarde de té al estilo británico? ¿No es cierto que el término “taza” se acuño por los árabes ciento de siglos después de la era diluviana? Por no hablar de las vestimentas, las armaduras, las armas, el uso de las palabras y de las tecnologías que se presentan en el celuloide. En ciertos momentos llegué a pensar que estaba ante una película moderna y apocalíptica.
Con respecto al contenido, el origen de los ángeles se explica en la formación del día dos. Estos seres de luz y creados por Dios, se “dejan caer” (de allí el término “ángeles caídos”), porque deciden ayudar a Adam y Eva después de su desobediencia. Dios los castigó y los convirtió en seres amorfos (algo así como los “Decepticons” de la película de los Transformers ¡solo que de roca!).
Para no detenerme más en los detalles, mi conclusión es que estamos ante “otro Noé”. Sí, un Noé producto y obra de la imaginación de los autores, quienes conocen muy bien la industria que representan, y para ello recurren como fuente de inspiración al Noé bíblico del Génesis y aceptado por las tradiciones judía, islámica y cristiana, entre otras.
“El otro Noé”, el de la película, es una fábula que combina lo entretenido y lo absurdo; los maravillosos efectos especiales y los acontecimientos predecibles. Según leí, el actor que encarnó a Noé, Russwell Cowe, le envió un Twitter al papa Francisco recomendándole ver la película: “En serio, la cinta Noé le fascinará». ¿Treta publicitaría o verdadero fervor religioso? No es posible saberlo. Me pregunto si Cowe realmente se tomó la molestia de leer el relato bíblico sobre su personaje.
No es la primera vez que alguien utiliza las escrituras para comunicar su propia visión del mundo. En esta línea nos encontramos la ópera rock de los años setenta, Andrew Lloyd Webber, llevada al cine como “Jesucristo Superstar”, o la película basada en la novela homónima de Nikos Kazantzakis, “La última tentación de Cristo”; el premio nobel de literatura, José Saramago con su versión de “Caín” y “El Evangelio Según Jesucristo”.
¿Cuál es la clave de que esta u otras versiones de relatos bíblicos generen tantas expectativas y logren movilizar a millones de espectadores, a pesar de su falta de fidelidad al texto sagrado? Está claro: el producto que nos venden no es más que entretenimiento. Aunque también debemos reconocer que estos hombres y mujeres han sabido leer el contexto para ofrecer, en cierto sentido, una respuesta a algunos vacíos e inquietudes de carácter antroposocial y espiritual y en el proceso se han utilizado algunas corrientes ideológicas, nos guste o no.
Por supuesto que como Iglesia podremos tener una cosmovisión particular que, en muchos sentidos, nadará contra corriente y, sin embargo, ¿Somos conscientes de que el contexto ha cambiado? No se trata de diluir o de negociar nuestros principios -este es otro tema-, se trata de reconocer que los desafíos, los cuestionamientos que están en la palestra actualmente son diferentes a los que eran motivo de discusión hace 15, 20 ó 30 años.
Normalmente, nuestras respuestas se han caracterizado por ser evasivas, y tendemos a satanizar lo que no entendemos o no nos gusta, con lo que adquirimos una actitud dualista: Eso es del mundo y esto de la iglesia. Con este argumento cerramos la puerta al diálogo y a todos aquellos que no piensan, creen, visten o calzan como nosotros.
Para los que hemos asistido a la escuela dominical o al catecismo durante nuestra niñez, la historia de Noé se nos explicó más o menos así: Dios iba a destruir a la humanidad por medio de un diluvio y solo Noé y su familia se salvarían. Pasemos al siguiente capítulo donde ya están a salvo. Solo nos contentábamos con el relato y con memorizar esa parte de la historia, mientras coloreábamos el dibujo de un arca y los animales, sin ser conscientes de los diferentes matices que estaban allí, invisibilizados pero presentes.
Por ejemplo, aparte de Noé y de su estirpe, ¿nadie más reunía los requisitos necesarios para salvarse de la catástrofe? ¿Es posible que no hubiera ni siquiera diez personas justas, al estilo de Abraham cuando intentó negociar con Dios? ¿Qué pasa con los niños y niñas que murieron ahogados? ¿No eran ellos y ellas personas inocentes?
Cuando era niño, y mientras escuchaba el relato, debo confesar que nunca me surgieron tales interrogantes. Actualmente, los jóvenes bregan y se cuestionan estas y otras cosas que surgen de ellos o de sus pares.
Hace poco y hablando con una señora sobre el arca de Noé, le pregunte: ¿Es verosímil que Dios metiera a todos los animales del mundo en un arca tan pequeña? La señora en cuestión me miró como si estuviera frente a un ateo o a un pagano, y me replicó muy enérgicamente: ¡Eso dice la Biblia y yo le creo! Fin de la discusión, al menos para ella.
Yo también creo en la Biblia, y el que me cuestione o me pregunte sobre las cosas que no logro comprender no me hace ni más ni menos cristiano. ¿Fue el diluvio un acontecimiento universal o local? Cualquiera que sea la respuesta, éste y otros temas deberían tratarse más allá de los círculos académicos y teológicos. Por falta de una sincera apertura al diálogo de verdad muchas personas se quedan con “el otro Noé” porque les resulta más atractivo.
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