25 de enero, 2021
“Pero yo pensaba: “En vano he trabajado, en viento y por nada he malgastado mis fuerzas”; sin embargo, mi causa la llevaba el Señor, mi recompensa dependía de mi Dios” (Is. 49:4 BTI)
Miramos al pasado, volvemos nuestra vista al presente, y sentimos un aguijonazo en el corazón. Suele suceder.
Muchas sueños, enraizados en las promesas divinas, entonaban dulces canciones de esperanza. Su sonido hipnótico nos atraía hacia ellas. Pero pasaron los años, y por un momento nos vemos sorprendidos por un pensamiento que nos produce vértigo: ¿no habrá sido todo una ensoñación de un afortunado (así lo creímos) día de otoño? El presente suele ser cruel, pues no responde a las expectativas de futuro que teníamos en el pasado.
Sin embargo, sin saber cómo, en medio del dolor existencial, surge una palabra consolatoria que nos inspira confianza y que, a pesar de las circunstancias, nos coloca en el espacio de la perseverancia. Es una palabra sin palabras, paradójicamente silenciosa, y sin embargo nos incita a confesar: ¡nuestra causa, nuestra recompensa (de haberla) depende absolutamente del Señor! Y así, seguimos caminando a la luz de la vocación recibida de lo Alto.
Señor, hágase tu voluntad, no la nuestra.
Soli Deo Gloria
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